En esta nueva entrada vuelvo a citar a Juan Eslava Galán.
Ahora sobre la virgen…
En su obra El catolicismo explicado a las ovejas hace una recreación-reflexión caricaturesca de una situación, por otro lado, totalmente lógica ante la ilógica idea de una Virgen con el himen en perpetua inamovilidad…
Es de creer que cuando María sintió las primeras contracciones que anunciaban el parto, José partiría en busca de la partera del pueblo y que esa mujer, una profesional abnegada, acudiría solícita al lado de la parturienta y, tras requerir agua caliente en abundancia y toallas, seguramente se haría cruces cuando examinó a la madre, ya en postura paritoria, despatarrada sobre la albarda del asno, a falta de colchón, y advirtió que la joven primipípara era tan virgen que apenas le cabía el dedo índice untado en aceite con el que la buena mujer intentaba tantear el canal del parto. ¡Lo nunca visto! Seguramente comentó algo así como:
– Señora, yo le puedo jurar, por la salud de mi Efraín y de mis cinco hijos, que en mis cuarenta años de ejercicio profesional, con los miles de niños que he ayudado a traer al mundo, es le primer caso que se me presenta de una virgen preñada.
El bueno de san José se encogería de hombros como diciendo: «Ya ve usted. A mí que me registren.»
Más aún se asombraría la mujer al ver que, tras las dilataciones, el empuje, los sudores, la ruptura de aguas, la apertura del canal del parto, la salida del neonato bien encajado, con la divina cabeza por delante y luego la placenta y la tripa umbilical, al lavar a la recién parida comprobó que seguía siendo virgen. Podemos imaginar su sorpresa ante el prodigio: «¡Señora, es como si tuviera usted el chichi de goma!»
Si hay gente que se puede sentir ofendida al leer esto solo mencionaré que, quizás, deba reconsiderar su sentido del humor. Yo le diré que lo que realmente me ofende es que me digan que la virgen era virgen e intentar que yo me lo crea.