Todos hemos sufrido alguna vez. Nos hemos fracturado un hueso, cáncer, órganos deteriorados, males de todo tipo. La enfermedad puede golpearnos en cualquier momento.
En 1918 se produjo una epidemia de gripe en Estados Unidos que acabó con la vida de más soldados norteamericanos que la propia guerra, y eso sin hablar de víctimas civiles. En realidad, la epidemia mató a más norteamericanos que todas las guerras del siglo XX juntas. Estalló en un cuartel del ejército. Los doctores pensaron que se trataba de una nueva variedad de neumonía. Y luego pareció desaparecer. El mal terminó convirtiéndose en una epidemia mundial.
Parecía atacar más a las personas sanas y de mediana edad. Los síntomas aparecían sin aviso y empeoraban de hora en hora. Los pulmones se llenaban de fluidos; la gente se ponía morada y negra y, al final, moría ahogada por la cantidad de fluido acumulada en los pulmones. Todo el proceso podía ocurrir en un lapso de doce horas. Era posible que alguien al que se había visto sano en el desayuno estuviera muerto a la hora de cenar.
La gripe siguió su curso y, finalmente, la matanza cesó de forma misteriosa por sí sola. En los 10 meses de la epidemia, la influenza mató a 550.000 estadounidenses y a 30.000.000 de personas en el mundo.
¿Cómo explicamos un brote como este? ¿Tomamos una explicación bíblica y decimos que quizá fuera un castigo de Dios? Os aseguro que algunas personas pensaron esto y rezaron para pedir un indulto ¿O fue acaso una tragedia causada directamente por seres humanos? Existió el rumor de que los alemanes habían dado comienzo a la gripe al liberar un arma química super secreta. Los hubo que vieron la tragedia como una llamada de arrepentirse antes del Armagedón, cuya llegada había acelerado el conflicto europeo.
O quizá no fue más que una de esas cosas que pasan. Acaso lo que ocurrió no tuvo relación alguna con un ser divino que interviene a favor de su pueblo y en contra de sus enemigos. La llamada peste de Justiniano del siglo VI fue aún peor que la pandemia de gripe de 1918 ya que acabó con la vida del 40% de los habitantes de Constantinopla, la capital del Imperio bizantino, y de la cuarta parte de la población de todo el Mediterráneo oriental. Y más tarde encontramos la peste negra, la epidemia de peste bubónica de mediados del siglo XIV que mató a una tercera parte de la población europea.
Actualmente conocemos la epidemia de sida. Desde 1981 han muerto de sida más de 51.000.000 de personas en el mundo. Muchos creyentes han visto la autoría divina ya que en un principio era el colectivo homosexual y adictos a las drogas los más afectados. Culpar de esta enfermedad a la homosexualidad o la promiscuidad sexual no sólo es una actitud moralizante y odiosa, sino que también es equivocada y estéril. El sexo inseguro puede contribuir a la propagación de la enfermedad, pero la cuestión es por qué existe la enfermedad. ¿L que sufren la agonía física y emocional del sida son más pecadores o merecedores de castigo que el resto de los mortales? ¿Ha escogido Dios castigar a todos los huérfanos a los que el sida ha dejado sin padres? No creo que las respuestas bíblicas que hemos visto hasta ahora nos sean útiles para entender los padecimientos. No es Dios la causa de tanto dolor y miseria; no se trata de algo que unos seres humanos hayan hecho a otros seres humanos; y no creo que haya nada redentor en que un niño pequeño e inocente contraiga la enfermedad sin haber hecho nada y lo único que pueda esperar de la vida es el tormento que la acompaña. ¿Hay otras explicaciones para la existencia del sufrimiento?
Así es. En la Biblia tenemos el libro de Job que nos ofrece una de las controversias más famosas sobre el problema del sufrimiento. La mayoría de las personas desconocen que este libro es obra de dos autores diferentes y con ideas contradictorias sobre por qué la gente sufre. La forma en que la historia comienza y termina no coincide con los diálogos poéticos de la mayor parte del libro y en los que Job en lugar de ser paciente es desafiante, y en los que Dios no recompensa a quien ha hecho sufrir sino que le avasalla y le machaca hasta la sumisión. Hay aquí dos concepciones diferentes del sufrimiento y para comprender el libro tenemos que entender sus dos mensajes.
El libro puede resumirse así: la obra comienza con una descripción en prosa de Job, un hombre rico y piadoso, el hombre más rico de Oriente. La acción se traslada a continuación al cielo, donde Dios habla con «el Satán» y elogia a Job ante él. El Satán asegura que Job es piadoso sólo por las recompensas que le reporta su piedad. Dios permite entonces que el Satán prive a Job de todo cuánto tiene: sus posesiones, sus sirvientes y sus hijos, y luego, en una segunda ronda de ataques, su salud. Job se niega a maldecir a Dios por lo que ha ocurrido. Tres amigos le visitan y ofrecen consuelo, pero el suyo es un consuelo muy frío. En sus intervenciones dicen a Job que él está siendo castigado por sus pecados (sus amigos adoptaron la concepción «clásica» del sufrimiento según la cual los pecadores obtienen su merecido). Job insiste en su inocencia y ruega a Dios que le permita presentar su caso ante él. Al final de los diálogos con sus amigos Dios se manifiesta y abruma a Job con su grandeza; Dios le reprende de manera enérgica por pensar en él, Dios, tiene algo que explicarle a quien no es más que un simple mortal. Job se arrepiente por haber alegado ante Dios. En el epílogo, el texto vuelve a la prosa narrativa, Dios alaba a Job por su rectitud y condena a sus amigos por lo que han dicho. Devuelve a Job su anterior riqueza y, más aún, le concede una nueva tanda de hijos. Job, por su parte, disfruta de esta nueva prosperidad durante muchos años y finalmente muere a una edad muy avanzada.
Este resumen permite ver algunas de las discrepancias básicas entre las secciones de prosa narrativa con las que el libro empieza y termina. Las dos fuentes que se funden en el final se escribieron usando géneros diferentes; el relato en prosa y el diálogo poético. Los estilos también difieren. Un análisis más detenido revela que los nombres de los seres divinos son distintos en las secciones en prosa (donde se habla de Yahveh) y las secciones en verso (donde la divinidad recibe el nombre de El, Eloah y Sadday). Más llamativo es que el retrato de Job sea diferente en las dos partes del libro: en prosa es alguien que sufre paciente; en la poesía es muy desafiante y cualquier cosa excepto paciente. Así, mientras en la prosa se le elogia, en la poesía se le reprende. Además, según el cuento en prosa Dios trata a su gente de acuerdo con su mérito, mientras que todo el argumento de los diálogos en verso es que no lo hace, y no está obligado a hacerlo. Por último, la visión de por qué sufren los inocentes es diferente en las dos partes del libro: en la narración en prosa, el sufrimiento es una prueba de fe; en la poesía, es un misterio imposible de entender o explicar.
En el cuento en prosa, la acción se desarrolla alternativamente en la tierra y en el cielo. El relato empieza con la afirmación del narrador de que Job vivía en el país de Us, que por lo general se localiza en Edom. Job no es israelita. Como es un libro de «sabiduría», este relato se ocupa de formas de entender el mundo que deberían tener sentido para todas las personas que viven en él. En cualquier caso, se señala que Job era un
hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal- Job 1:1
En otros libros sapienciales como Probervios, la riqueza y prosperidad se otorga a los justos a ojos de Dios. Job es enormemente rico y tiene 7.000 ovejas, 3.000 camellos, 500 yuntas de bueyes, 500 asnos y muchos sirvientes. Su piedad era visible en ofrendas a Dios que realizaba diariamente: todas las mañanas ofrecía holocausto a Dios por cada uno de sus hijos, siete hijos y tres hijas, por si alguno había cometido pecado.
El narrador se traslada ahora a los cielos donde los seres celestiales se presentan ante Yahveh, entre ellos «Satán». Aquí Satán no es el ángel caído al que se le ha expulsado del cielo. Aquí es un miembro del consejo de Dios, un grupo de entidades divinas que le informaban y recorrían el mundo haciendo su voluntad. «Satán» no se convertirá en diablo hasta una etapa posterior de la religión israelita.
Satán hace la labor de «abogado del diablo» y cuestiona a Job. El señor fanfarronea ante Satán de la intachable vida de Job y el Satán lo pone en duda: la rectitud de Job es porque a cambio de ella se le ha colmado de bendiciones. Si Dios privara a Job de todo lo que tiene éste maldeciría a Dios «a la cara». Job 1:11 . Dios no es de la misma opinión, así que autoriza a Satán a quitarle a Job todo lo que tiene. En otras palabras, somete a Job a una prueba de rectitud: ¿es capaz de tener una piedad desinteresada o su piedad depende por completo de lo que consigue a cambio de ella?
El Satán ataca el hogar de Job. En un día sus bueyes son robados, sus ovejas quemadas, unos asaltantes se llevan sus camellos, sus sirvientes asesinados e incluso sus hijos e hijas perecen en una tormenta ¿Cómo reacciones Job? No pronuncia maldición alguna por sus desgracias:
Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rapó la cabeza y postrado en la tierra, dijo: «Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré». Yahveh dio, Yahveh quitó: ¡Sea bendito el nombre de Yahveh!
- Job 1:20-21
En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno
- Job 1:22
La narración regresa al cielo. Dios, de nuevo, presume de su siervo Job, a lo que Satán responde que es evidente que Job no ha maldecido a Dios, pero que lo ha hecho porque él mismo no se ha visto afligido por ningún dolor físico. Dios pone a Job en manos de Satán con la condición de que respete su vida (lógico ya que sería complicado saber su reacción si muere). Satán hiere a Job con «una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla» Job 2:7 . Job se sienta sobre un montón de cenizas y se las aplica. Su esposa le insta a seguir el curso natural: «¿Aún perseveras en tu entereza? ¡Maldice a Dios y muérete!». Job se niega: «Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?» Job 2:9-10 . Y el narrador vuelve a aclarar que en todo esto no pecó contra Dios.
Tres amigos de Job y hacen lo único que pueden hacer: acuden a verle y le acompañan en su llanto y su dolor y se sientan junto a él sin decir una palabra. Lo que el sufriente necesita no es consejo sino el consuelo de una compañía humana.
Ahora comienzan los diálogos en verso, donde los amigos no se comportan como amigos y en lugar de ofrecer a Job consuelo se dedican a insistir en que éste ha recibido lo que se merecía. El relato en prosa no continúa hasta la conclusión del libro, al final del capitulo 42. Es obvio que un fragmento del relato se perdió en el proceso de combinación con los diálogos poéticos, pues cuando se reinicia Dios manifiesta que lo que han dicho los tres amigos le ha enojado, mientras que aprueba lo que ha dicho Job. Esto no puede ser una referencia a lo que los amigos y Job dicen en sus diálogos porque allí son los que defienden a Dios y Job el que acusa. Así que una parte del relato debió de haberse omitido cuando se añadieron los diálogos. Qué dijeron los amigos de Job para ofender a Dios es algo que nunca se sabrá.
Con todo, lo evidente es que Dios recompensa a Job por superar la prueba: no ha maldecido a Dios. Dios ordena a los amigos que realicen un sacrificio, y les dice que Job intercederá por ellos. Luego devuelve a éste todo lo que había perdido y aún más: 14.000 ovejas, 6.000 camellos, 1.000 yuntas de bueyes, 1.000 asnos. Y le da otros siete hijos y tres hijas. Job vive el resto de sus muchos días en paz y prosperidad rodeado de hijos y nietos.
La idea general del sufrimiento expuesta en este relato es clara: en ocasiones el sufrimiento afecta al inocente con el fin de comprobar si su devoción por Dios es auténtica y desinteresada. ¿Es la gente fiel sólo cuando todo va bien o lo es independientemente de las circunstancias? El autor de este relato considera que Dios merece ser venerado y alabado sin importar lo mal que vayan las cosas.
Sí se pueden plantear serios cuestionamientos a esta perspectiva. Por un lado muchos lectores consideraron que Dios no está implicado en el sufrimiento de Job; a fin de cuentas, es Satán quien causa sus padecimiento. Pero, una lectura atenta del texto demuestra que no es tan sencilla. Es Dios quien autoriza a Satán a hacer lo que hace; el Satán no puede hacer nada sin que el Señor se lo diga. Además, en un par de lugares el texto indica que Dios es en última instancia el responsable de lo que le ocurre a Job. Después de que Job recibe la primera ronda de males, Dios dice a Satán que él «aún persevera en su entereza, y bien sin razón me has incitado contra él para perderle» (Job 2:3). Aquí el responsable de que Job sufra siendo inocente es Dios, que actúa instigado por el Satán. Dios asimismo señala que Job sufre «sin razón». Esto coincide con lo que pasa al final del relato, cuando la familia de Job acude a confortarle después de que sus tribulaciones han terminado y le consuelan «por todo el infortunio que Yahveh había traído sobre él» Job 42:11 .
Dios mismo es la causa de la miseria, el dolor, la angustia y los daños que afligieron a Job; no se puede sencillamente culpar de todo al adversario. Es importante recordar lo que sus padecimientos implicaron: no sólo perdió las posesiones sino que sufrió estragos en su cuerpo y el asesinato de sus diez hijos. ¿Y para qué? «Sin razón»: sólo para demostrar al Satán que Job no maldecía a Dios aunque tuviera todo el derecho de hacerlo. ¿Y tenía derecho a hacerlo? Recordad: Job no hizo nada para merecer la forma en que se le trató. Como Dios mismo reconoce, él era inocente; y se le sometió a esa prueba sólo con el propósito de ganarle una apuesta a Satán. El Dios de este relato es un Dios cruel: no entra en una lógica de bondad. Cualquier otro ser que hiciera esto sería considerado merecedor del castigo más severo que la justicia pudiera imponer. Pero Dios, evidentemente, está por encima de la justicia y puede hacer lo que se le antoje para demostrar que tiene razón.
¿Otro ejemplo de sufrimiento?
El «sacrificio de Isaac» narrado en Génesis 22 . La historia es la siguiente: desde hace mucho tiempo Dios había prometido al padre de los judíos, Abraham, un hijo que se convirtiera en el origen de una gran nación. Pero esta promesa no se hizo realidad hasta que él y su esposa fueron ancianos, centenarios concretamente. Siendo Isaac muy joven Dios da a Abraham una orden horrible: ha de tomar a Isaac, su único hijo, y ofrecerlo en holocausto a Dios. El Dios que le había prometido un hijo quiere ahora que él inmole a ese hijo; el Dios que ordenará a su pueblo no matar manda aquí al padre de todos los judíos que mate a su propio hijo.
Abraham parte al desierto con Isaac con un asno cargado de leña para el sacrificio. Cuando padre e hijo se acercan al lugar que Dios ha especificado, Isaac no entiende lo que está ocurriendo: ve la leña y el fuego, pero no al cordero para el holocausto. Para no darle a entender de lo que ocurrirá, Abaham le dice que Dios lo proveerá. Después de eso le agarra, le ata, le coloca sobre la leña y prepara el cuchillo para sacrificarle. Entonces, en el último segundo, Dios interviene enviando un ángel para que detenga a Abraham antes de que caiga el cuchillo. El ángel dice a Abraham: «No alargues tu mano contra el niño, ni le hagas nada, que ahora ya sé que tu eres temeroso de Dios, ya que no me has negado tu hijo, tu único» Génesis 22:12 .
Todo ha sido una prueba, una prueba horrible, para determinar si Abraham es capaz de hacer lo que Dios le pida, aunque ello signifique sacrificar a su propio hijo, el hijo que Dios le había prometido que convertiría en el padre de una gran nación. La enseñanza de la historia es que ser fiel a Dios es lo más importante en la vida: más importante que la vida misma. Lo que Dios mande ha de hacerse sin importar lo contrario pueda ser a su naturaleza (¿es o no es un Dios de amor?), a su Ley (¿está en contra del asesinato, o el sacrificio, de seres humanos o no?) o, incluso, a todo sentido de la decencia humana. Desde la época de Abraham han existido muchas personas que han acabado con la vida de inocentes con el argumentos de que Dios les ordenó hacerlo. ¿Qué se hace en la actualidad con gente así? Se le encierra en prisión o, en ciertos estados de USA, se la ejecuta. ¿Y qué hacemos con Abraham? Decimos que era un siervo de Dios, bueno y fiel.
En la Biblia se dice de algunas personas que son fieles a Dios incluso cuando ello los conduce a su propia muerte. En el Nuevo Testamento el modelo de esto es Jesús, a quien los relatos de la pasión describen pidiendo a Dios que aparte de él «esa copa» Marcos 14:36 . En otras palabras, Jesús no quiere tener que morir. Pero ya que es voluntad de Dios, se somete a su pasión y muere crucificado: todo porque Dios así se lo ha pedido. Sin embargo, el resultado final, al igual que en los casos de Job y Abraham, es bueno; se trata de historias con final feliz. Para Jesús, la cruz lo conduce a su resurrección y su ascenso al cielo.
Los seguidores de Jesús han de imitar su ejemplo y estar dispuestos a sufrir para probar su devoción a Dios. Así en la Primera Epístola de Pedro se dice a los cristianos:
Queridos, no os extrañéis del fuego que he prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo extraño, sino alegraros en la medida en que participáis en los sufrimientos de Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria … De modo que, aún los que sufren según la voluntad de Dios, confíen sus almas al Creador fiel, haciendo el bien. 1 Pedro 4:12-13, 19 .
El sufrimiento que los cristianos soportan es una «prueba» para comprobar si son capaces de mantenerse fieles a Dios hasta el final, hasta la muerte incluso. Y por tanto, en lugar de quejarse por sus desgracias, han de regocijarse y sentirse felices de poder sufrir como Cristo lo hizo. ¿Y por qué? Porque Dios así lo quiere. Pero ¿por qué quiere? Eso es algo que aparentemente nunca podremos saber con certeza. Todo lo que sabemos es que se trata de una prueba, una especie de examen final.
¿Qué podemos decir de esta concepción del sufrimiento, según la cual éste es, en ocasiones, una prueba de fe? Creo que la gente que tiene una confianza ciega en Dios puede entender el sufrimiento como una oportunidad de demostrar su devoción, algo que incluso podría ser positivo. Esta actitud provoca cierta fortaleza de ánimo entre los creyentes, que pueden pensar que pese a todos sus padecimientos, en última instancia es Dios quien controla el mundo y todo cuanto ocurre en él. Pero, ¿es realmente una respuesta satisfactoria a la cuestión de por qué la gente ha de soportar penas y desgracias? ¿Hemos de imaginar un Dios dispuesto a atormentar a sus criaturas sólo para ver si consigue forzarlas a abandonar su confianza en él? Y ¿qué es lo que esas criaturas confían que haga? Sin duda lo que es mejor para ellos, ¿no? Pero esta concepción, por difícil que nos resulte de creer, imagina a un Dios que aflige a sus fieles con cáncer, epidemias o sida con el fin de asegurarse de que le alaben hasta el fin. ¿Alabarle por qué? ¿Por mutilarlos y torturarlos? ¿Por su enorme poder para influir dolor y miseria a personas inocentes?.
Dios mismo reconoce que Job es inocente, no ha hecho nada para merecer su tormento. Y Dios no se limita a atormentarlo despojándolos de las posesiones que ha ganado con su esfuerzo y privándolo de su salud, sino que también mata a sus hijos. ¿Y por qué? Para demostrar que tiene razón; para ganar su apuesta. ¿Qué clase de Dios es éste? Muchos lectores buscan consuelo en que una vez Job supera la prueba, Dios le recompensa de la misma forma que recompensó antes a Abraham y recompensará después a Jesús, de la misma forma que recompensará en algún momento a los creyentes que hoy sufren para permitirle demostrar sus argumentos. Pero, ¿qué pasa con los hijos de Job? ¿Por qué se los sacrificó de forma tan absurda? ¿Para que Dios pudiera realizar su pruebita? ¿Significa eso que Dios está dispuesto de llevarse a mis hijos para poder ver cuál es mi reacción? ¿Soy tan importante que Dios está dispuesto a acabar con la vida de seres inocentes sólo para poder asegurarse de que le soy fiel aún cuando él no me es fiel? La parte más ofensiva del libro de Job es el final, cuando Dios devuelve a Job todo lo que ha perdido, incluida una decena de hijos nuevos. Job había perdido siete hijos y tres hijas y, como recompensa a su fidelidad, Dios le otorga siete hijos y tres hijas adicionales. ¿En qué pensaba el autor de este relato? ¿Creía acaso que el dolor por la muerte de un hijo desaparece con el nacimiento de otro? ¿Los hijos son prescindibles y reemplazables como un ordenador o un reproductor de DVD?
Si Dios es capaz de torturar, mutilar y matar a los seres humanos sólo para ver cómo reaccionan, entonces no es un Dios que merezca ser adorado. Será un Dios digno de miedo, pero no un Dios digno de alabanza.
El Eclesiastés y lo efímero de nuestra existencia
El Eclesiastés es un libro «anti-sapiencial», ya que las ideas que nos ofrece van en contravía de la concepción tradicional que inspiran los Proverbios en donde se insiste en que la vida es significativa y buena, en que el mal es castigado y el buen comportamiento tiene recompensa. No comparte esta opinión el autor del Eclesiastés, que se denomina a sí mismo Cohélet (en hebreo, «maestro») y para quien la vida es con frecuencia absurda. Al final, todos (el sabio y el necio, el justo y el malvado, el rico y el pobre) moriremos. Y ése es el fin de la historia.
El autor del Eclesiastés se identifica como Salomón. Los estudiosos bíblicos están seguros de que, fuera quien fuese, el autor del libro no pudo ser Salomón. En lingüística, el hebreo del libro revela la influencia de formas tardías de arameo, y contiene un par de préstamos del persa, algo posible sólo después de que los pensadores del antiguo Israel hubieran tenido oportunidad de verse influidos por los pensadores persas (esto es, después de su exilio en Babilonia). Por lo general, se considera que el libro se escribió hacia el siglo III a.e.c. (unos 700 años después de Salomón). En cualquier caso, el comienzo del libro lo dice todo:
Palabras de Cohélet, hijo de David, rey en Jerusalén.
¡Vanidad de vanidades! -dice Cohélet-, ¡vanidad de vanidades, todo vanidad! ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol? Una generación va, otra generación viene; pero la tierra siempre permanece. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. Todas las cosas dan fastidio nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de oír:
Lo que fue, eso será;
lo que se hizo, eso se hará.
Nada nuevo hay bajo el sol.
Si algo hay de que se diga: «Mira, eso sí que es nuevo», aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron. No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria en los que después vendrán.
- Eclesiastés 1:1-11
La palabra clave aquí es vanidad. Todo en la vida es vanidad. Pasa con rapidez, y desaparece. La palabra hebrea es hevel, una palabra que también puede traducirse como «absurdo» o «inutilidad»; literalmente hevel designa el vaho que se evapora, por lo que su idea básica es la de algo «fugaz», «efímero». La palabra aparece cerca de treinta veces a lo largo del libro, que es relativamente breve. Para su autor, todo en el mundo es efímero y está destinado a pasar, incluso nosotros mismos. Dar un valor último y atribuir una importancia máxima a las cosas de este mundo es inútil y vano; todas esas cosas son fugaces, efímeras.
El autor del Eclesiastés afirma haberlo intentado todo para hacer la vida significativa. Buscó la sabiduría, probó el placer, emprendió la construcción de grandes proyectos arquitectónicos, acumuló muchas posesiones Eclesiastés 1:16-1:10 ; pero luego se detuvo a reflexionar sobre el sentido de todo ello:
Consideré entonces todas las obras de mis manos y el fatigoso afán de mi hacer y vi que todo es vanidad y atrapar vientos, y que ningún provecho se saca bajo el sol
- Eclesiastés 2:11
A pesar de ser rico, sabio y famoso, confiesa,
he detestado la vida- Eclesiastés 2:17
y
entregué mi corazón al desaliento
- Eclesiastés 2:20
Y al final llegó a una conclusión:
No hay mayor felicidad para el hombre que comer y beber, y disfrutar en medio de sus fatigas
- Eclesiastés 2:24
No es que el maestro (Cohélet) haya renunciado a Dios o a la vida; por el contrario, su idea es que el disfrutar de las cosas sencillas de la vida (el alimento, la bebida, el trabajo, la pareja) es algo que
viene de la mano de Dios
- Eclesiastés 2:24
Pero todas estas cosas son fugaces y efímeras:
vanidad y atrapar vientos
- Eclesiastés 2:26
Mira a tu alrededor y piensa en todo lo que te has esforzado tanto, todo lo que esperas conseguir en la vida. Al final, morirás y otro heredará tu riqueza Eclesiastés 6:1-2 . Supongamos que lo que se quiere es dejar heredad a los hijos. Eso está bien, perfecto. Pero ellos también morirán, como lo harán sus hijos y los hijos de sus hijos. ¿Cuál es entonces el sentido de dedicar la vida a conseguir algo que no hay forma de mantener? Supongamos que lo que decide es dedicar su vida a búsquedas intelectuales. Llegado el momento morirás y el cerebro dejará de funcionar y entonces ¿dónde habrá ido toda la sabiduría acumulada? ¿Y el placer? Si todo lo que se quiere de la vida es experimentar placer, también éste es efímero y el que se tiene nunca es suficiente. Después el cuerpo se hace viejo y se convierte en una ruina dolorida que finalmente deja de existir. Así las cosas, ¿qué sentido tiene?
Además, este autor considera que la sabiduría «tradicional» tiene un error inherente. Sencillamente no es cierto que los justos son recompensados en vida y los malvados perecen:
En mi vano vivir, de todo he visto: justos perecer en su justicia, e impíos envejecer en su iniquidad
- Eclesiastés 7:15
hay justos a quienes les sucede cual corresponde a las obras de los malos, y malos a quienes sucede cual corresponde a las obras de los buenos. Digo que este es otro absurdo
- Eclesiastés 8:14
La razón por la que todo es hevel es que al final morimos y ahí termina todo:
todo les resulta absurdo [a los hombres]. Como el que haya un destino común para todos, para el justo y para el malvado, el puro y el manchado, el que hace sacrificios y el que no los hace, así el bueno como el pecador … Eso es lo peor de todo cuanto pasa bajo el sol: que hay un destino común para todos
- Eclesiastés 9:1-3
Incluso en esta vida, antes de la muerte, las recompensas y los castigos no se reparten según el mérito; todo depende del azar.
Vi además que bajo el solno siempre es de los ligeros el correr
ni de los esforzados la pelea;
como también hay sabios sin pan,
como también hay discretos sin hacienda,
como también hay doctos que no gustan,
pues a todos les llega algún mal momento:
como peces apresados en la red,
como pájaros presos en el cepo,
así son tratados los humanos por el infortunio
cuando les cae encima de improviso.
- Eclesiastés 9:11-12
Asimismo, este autor tampoco cree que deba esperarse que exista otra vida en la que se recompense a los buenos, los sabios, los fieles y los justos y se castigue a quienes murieron en el pecado. Después de la muerte no hay recompensas ni castigos: esta vida es todo lo que tenemos, y por tanto debemos valorarla mientras la tengamos. Según la memorable frase del maestro:
más vale perro vivo que león muerto
- Eclesiastés 9:4
Y él mismo explica por qué:
Porque los vivos saben que han de morir pero los muertos no saben nada, y no hay ya paga para ellos, pues se perdió su memoria. Tanto su amor, como su odio, como sus celos, ha tiempo que pereció, y no tomarán parte nunca jamás en todo lo que pasa bajo el sol
- Eclesiastés 9:5-6
Podría pensarse que toda esta reflexión sobre el carácter efímero de la vida no conduce a otra cosa que a la depresión más absoluta y al suicidio. Sin embargo, no es éste el caso de nuestro autor. Es verdad que es pesimista y que no tiene esperanzas de encontrar un significado más profundo, un significado último. Pero el suicidio no es para él, no puede ser, la respuesta, pues con ello sólo se conseguirá poner fin a lo único bueno que tenemos: la vida misma. Además, su estribillo permanente a lo largo de todo el libro es que ante la imposibilidad definitiva de entender este mundo y comprender lo que ocurre en él, lo mejor que podemos hacer es disfrutar de la vida mientras la tenemos. En siete ocasiones dice a sus lectores que deben «comer, deber y divertirse». Así, por ejemplo, dice:
Esto he experimentado: lo mejor para el hombre es comer, beber y disfrutar en todos sus fatigosos afanes bajo el sol, en los contados días de la vida que Dios le da; porque esa es su paga.
- Eclesiastés 5:18
Y yo por mí alabo la alegría, ya que otra cosa buena no existe para el hombre bajo el sol, si no es comer, beber y divertirse; y eso es lo que le acompaña en sus fatigas en los días de vida que Dios le hubiera dado bajo el sol.
- Eclesiastés 8:15
Éste me parece uno de los mejores consejos que es posible encontrar en los escritos de la Antigüedad. Aunque existen personas (¡montones de ellas!) que aseguran saber qué nos ocurrirá al morir, lo cierto es que ninguno de nosotros lo sabe y ninguno lo sabrá ya que cuando muera porque ya no se será. El maestro tenía razón: no hay otra vida, esta vida es todo lo que tenemos. Eso, sin embargo, no debería conducirnos a la desesperación. Debería empujarnos a disfrutar de la vida al máximo mientras podamos y en todas las formas que podamos, valorando en especial aquellas preciosas partes de la vida que nos proporcionan placeres inocentes: las relaciones íntimas, las familias llenas de afecto, las buenas amistades, la comida y la bebida; proyectándonos en nuestro trabajo y en nuestro ocio; haciendo aquello con lo que disfrutamos.
Con esta visión del mundo, ¿qué puede decirse del sufrimiento? Para el maestro, el dolor al igual que el placer es fugaz y efímero. El Eclesiastés no se ocupa de la clase de sufrimiento y miseria extremos que, por ejemplo, aborda el libro de Job. Se interesa más por el dolor de la existencia misma, la crisis existencial a la que todos hemos de hacer frente por el hecho de ser humanos. No obstante, no resulta difícil imaginar cómo su autor abordaría el sufrimiento extremo en caso de verse enfrentado a él. Esa clase de sufrimiento también es hevel. No hay duda de que debemos trabajar para superar el sufrimiento. Vencer el dolor es una meta importante para quienes hemos de vivir estas vidas fugaces, pero vivir es algo más que limitarse a evitar el sufrimiento, es también disfrutar de los que podamos conseguir o hacer en nuestra breve estancia en la tierra.
El autor del Eclesiastés es explícito al sostener que Dios no recompensa al justo con riqueza y prosperidad. ¿Por qué entonces existe el sufrimiento? Él no lo sabe. El sufrimiento en ocasiones desafía toda explicación.
