Una vez más, los Testigos de Jehová han pasado por mi domicilio y, como no había nadie en casa me han dejado un panfleto suyo. (¿Pueden haber imágenes más desfasadas que estas? Se ve a un campesino recogiendo la mies peinadito y sonriente… se nota que el dibujante no ha trabajado en el campo.)
El título del panfleto de turno es este: «¿Podrá sobrevivir este mundo?»
Como siempre en el panfleto muestra a un mundo sin solución: guerras, hambre, homicidios, terremotos… entre medias citas bíblicas de los profetas de turno augurando calamidades. Es curioso que aparece en una imagen un bombardero lanzando bombas. Un bombardero de la Segunda Guerra Mundial y ya han pasado 70 años. No sé si cuando dice que se acaba el mundo se refería a esos tiempos o a estos… Lo que sí tengo claro es que en aquellas épocas decían que estaba ya ahí… y ellos se han muerto y ahora quedan sus sucesores catastrofistas para augurar que, estamos en un período final. ¡Qué pesados!
Lo dicho. El mencionado panfleto sólo se ocupaba de mostrar lo mal que está todo y que el mundo tiene escasa solución, poniendo al final un listado de países y teléfonos por si queremos más información.
En esta entrada expondré una entrevista al neurólogo Steven Pinker que expone que, aunque las guerras, los homicidios, asesinatos, violaciones, hambrunas y demás catástrofes y desastres existen es, precisamente en estos momentos, cuando el mundo vive una de sus épocas más tranquilas… Esta entrada que respira optimismo por el hombre y la humanidad no creo que los Testigos de Jehová la reciban con alegría pues, para ellos, cuanto peor: mejor.
Steven Pinker se quedó atónito cuando en 1981 conoció unas estadísticas que mostraban que la Inglaterra del siglo XX era un 95% más pacífica que la del XIV. De 110 homicidios anuales cada 100.000 personas se había pasado a 1. Sólo 1.
Entrevista a Steven Pinker
Sus amigos deberían recordar dos lecciones de las clases de matemáticas. La primera es que la estimación de una tasa necesita tanto de un numerador como de un denominador. En el caso de las tasas de violencia, este último sería el número de ocasiones en que la violencia se produce. Sus amigos nunca ven a un reportero informando desde una ciudad pacífica de que, «por vigésimo tercer año consecutivo, no ha habido guerras en Nicaragua (o en Angola, Vietnam o Bangladesh)». Las noticias tratan de cosas que ocurren, nunca de las que no ocurren. Tampoco vemos a nadie a la puerta de un hospital anunciando: «Siete personas han muerto hoy de viejas». La segunda lección matemática es que una tendencia consta de, como mínimo, dos puntos en el tiempo, nunca de uno. Afirmar que «hay violencia hoy, luego el mundo es más violento que nunca» es la consecuencia de estos dos sencillos errores. En realidad, todas las estimaciones sobre el número de guerras y de muertos muestran un pronunciado descenso.
La gente calcula probabilidades a raíz de los ejemplos que puede recordar. Pero la memoria humana está sesgada y favorece la retención de episodios personales vívidos y tórridos. Recordamos las explosiones y la sangre, pero no tenemos mentalmente presente a toda la gente que ha muerto en paz. Además, nuestra mentalidad cambia, y nos hace más sensibles a la violencia que aún permanece. Hace 200 años, nadie hubiera considerado la pena de muerte como una forma de violencia -lo habrían llamado justicia-, y al bullying entre menores lo habrían llamado chiquilladas. Sin embargo, hoy nos preocupa mucho más, y por eso vemos más violencia a nuestro alrededor.
Hablando proporcionalmente, las posibilidades de morir en batalla están en el mismo rango. En conjunto, vivir en el siglo XX resultaba, al menos, cinco veces más seguro que vivir en una sociedad tribal.
Como todos los grandes pensadores, tenía ideas de diversa índole. Algunas de ellas eran erróneas -como el mito del buen salvaje- o incluso peligrosas -como la visión romántica de los cambios revolucionarios-, pero otras de sus ideas eran humanas -como que los niños deben ser educados en vez de castigados- e importantes -como sus novelas en las que suscita la empatía del lector.
Identifico cinco esenciales fuerzas pacificadoras: el gobierno, que penaliza la agresión; el comercio, que hace que otras personas sean más valiosas vivas que muertas; el cosmopolitismo, que anima a la gente a empatizar con los demás; la feminización, que devalúa al machismo y a las culturas violentas basadas en el honor, y la expansión de la razón, que considera la violencia como un problema cerca de su resolución.
¿Ha invadido Alemania a Grecia a causa de la crisis? ¿Irá Gran Bretaña a la guerra contra España? ¿Están China y Estados Unidos a punto de enfrentarse en una guerra? La reducción de la violencia no significa que todos los problemas humanos se vayan a evaporar mágicamente, o que las tensiones y conflictos vayan a desaparecer. Únicamente significa que no van a derivar en batallas con tanques e intercambios de artillería, como ocurría en el pasado.
Tristemente, es mucho más fácil para un solo individuo -un Hitler, un Stalin, un Mao- provocar un gran daño que hacer mucho bien. Muchas de las fuerzas benévolas que describo han aparecido a través de cambios graduales de mentalidad que, poco a poco, se han extendido entre la población, pero no debido a la influencia de un solo pensador o líder. Pese a ello, existen algunos pensadores heroicos en lo que respecta a la reducción de la violencia. Citaré tres ejemplos: Cesare Beccaria, cuyo análisis de los castigos criminales ayudó a abolir torturas detestables; los forjadores de la Declaración de la Independencia y la Constitución de EE.UU., que establecieron la conveniencia de la democracia liberal, y Mahatma Gandhi, que explicó la lógica de la resistencia no violenta.
La teoría comúnmente citada de que un cambio social progresivo sólo puede alcanzarse mediante la violencia es verdaderamente una idea criminal, y no responde a los hechos. La inmensa mayoría de los movimientos terroristas no logran ni uno solo de sus objetivos. Que no haya un estado vasco independiente es uno de tantos ejemplos (tampoco hay en Quebec, Palestina, Kurdistán, Tamil, Eelam…). Además, un reciente estudio ha mostrado que los movimientos de resistencia no violenta, como los de Filipinas, Suráfrica y Egipto, tienen el triple de posibilidades de conducir a cambios de régimen que los movimientos de resistencia violenta. Me gusta pensar que, si estos hechos fuesen más conocidos, habría menos movimientos violentos.
Nadie lo sabe, pero la historia nos enseña que, cuando se pone en marcha una campaña mundial para eliminar alguna práctica violenta, a largo plazo triunfa. La esclavitud fue una vez legal en todas partes del mundo, y los movimientos abolicionistas del siglo XVII podrían haberse tachado de románticos e inútiles. No triunfaron inmediatamente -en EE.UU., hubo una Guerra Civil por este asunto-, sino que fueron gradualmente conquistando el mundo, incluidos los países islámicos, como Arabia Saudí o Yemen, donde no la abolieron hasta 1962, y Mauritania, que fue el último Estado en abolirla, en 1980. Lo mismo puede ocurrir con las campañas contra las dictaduras, la guerra y la violencia contra las mujeres: llevará algún tiempo que penetren en las zonas más atrasadas del mundo, pero la historia está de su lado.
Hay un principio general de la Psicología según el cual el Mal es psicológicamente más poderoso que el Bien. Prestamos más atención, y nos afectan más los acontecimientos malos que los buenos, incluso cuando los buenos son intensos. Las críticas duelen más de lo que ayudan los elogios. La gente detesta perder más aún de lo que disfruta ganar. Resulta fácil imaginarse en un estado mucho peor al actual que en otro mucho mejor. Además, los moralistas y activistas políticos tienen incentivos para decir que las cosas son terribles y están empeorando; de otra forma, ¿quién los escucharía?”.
Como psicólogo, soy la peor persona posible para evaluar mi propio rol. Aunque, en el fondo, me gusta pensar que estoy buscando verdades, explicaciones y entendimiento. Lo que a veces implica criticar mitos que veo que se interponen en el camino hacia la comprensión. Pero mi motivación primaria tiene más de positiva (explicar cosas) que de negativa (criticar cosas).
Pinker echa mano de las investigaciones recientes en historia, psicología, ciencia del conocimiento, economía y sociología. Y no tiene miedo a aventurarse en aguas filosóficas más profundas, como la función que desempeña la razón en la ética y la pregunta de si, sin religión, algunas opiniones éticas pueden fundamentarse en la razón y otras, no. Su idea es que nuestra época es menos violenta, menos cruel y más pacífica que cualquier periodo anterior de la existencia humana. La disminución de la violencia se refiere a la violencia dentro de la familia, en los vecindarios, entre las tribus y entre los Estados. Las personas que viven en la actualidad tienen menos posibilidades de morir de muerte violenta o sufrir por la violencia o la crueldad que otros que las personas que han vivido en cualquier siglo pasado.
Sabe que muchos se mostrarán escépticos por esta afirmación. Pinker ha estudiado las causas de muerte en los distintos pueblos y épocas. Algunos estudios se basan en los esqueletos encontrados en yacimientos arqueológicos; el promedio de los resultados indica que el 15% de los humanos prehistóricos murió de muerte violenta a manos de otra persona. La investigación de las sociedades contemporáneas o de cazadores-recolectores más recientes ofrece una media llamativamente similar, mientras que otro grupo de estudios centrados en las sociedades pre-estatales en las que hubo horticultura muestra un porcentaje aún mayor de muertes violentas. En cambio, entre las sociedades estatales, la más violenta parece haber sido el México azteca, en la que el 5% de los ciudadanos murió a manos de otros. En Europa, incluso durante los periodos más sangrientos -el XVII y la primera mitad del XX- las muertes en las guerras rondaron el 3%. Los datos confirman la idea principal de Hobbes de que, sin un Estado, lo probable es que la vida sea “desagradable, brutal y corta”. Sin embargo, un monopolio estatal sobre el uso legítimo de la fuerza reduce la violencia. Pinker lo llama el «proceso de pacificación».
No son sólo las muertes en las guerras, sino también los asesinatos, lo que disminuye a largo plazo. Incluso esos pueblos tribales ensalzados por los antropólogos por su «amabilidad», como los semai de Malasia, los kung del Kalahari y los inuit del Ártico Central, resultan tener unos índices de asesinatos que son, en relación con la población, comparables a los de Detroit. En Europa, la probabilidad de ser asesinado es ahora menos de la décima parte, y en algunos países solo la quinceava parte, de la que uno habría tenido de haber vivido hace 500 años. Los índices de EE.UU. también han disminuido considerablemente en los dos o tres últimos siglos. Pinker considera que esta disminución forma parte del «proceso de civilización».
Durante la Ilustración, en la Europa de los siglos XVII y XVIII y en los países bajo influencia europea, tuvo lugar otro cambio importante. La gente empezó a observar con recelo las formas de violencia que anteriormente se habían dado por sentadas: la esclavitud, la tortura, el despotismo, los duelos y las formas extremas de castigo cruel. Incluso empezaron a alzarse voces en contra de la crueldad con los animales. Pinker se refiere a esto como la «revolución humanitaria».
Comparada con el relativamente pacífico periodo que vivió Europa tras 1815, la primera mitad del siglo XX parece la caída en picado en un abismo moral sin precedentes. Pero en el siglo XIII, las brutales conquistas mongolas acabaron con 40 millones de personas -no tan lejos de los 55 millones que murieron en la Segunda Guerra Mundial -en un mundo que sólo tenía la séptima parte de la población de mediados del siglo XX. Los mongoles rodeaban y masacraban a sus víctimas a sangre fría, igual que hacían los nazis, aunque solo tenían hachas de guerra en lugar de pistolas y cámaras de gas. Desde 1945, hemos sido testigos de un nuevo fenómeno conocido como la larga paz: desde hace 66 años, las grandes potencias, y los países desarrollados en general, no han librado guerras entre ellas. Más recientemente, desde el final de la Guerra Fría, una nueva paz más amplia parece haberse consolidado. Por supuesto, no es una paz total, pero se ha producido una disminución de todas las clases de conflictos organizados, entre ellos las guerras civiles, los genocidios, la represión y el terrorismo. Pinker admite que quienes siguen la información de los medios de comunicación tendrán una especial dificultad para creerlo pero, como siempre, presenta estadísticas para respaldar sus afirmaciones. La última tendencia que aborda Pinker es la «revolución de los derechos», la repugnancia por la violencia infligida a las minorías, las mujeres, los niños, los homosexuales y los animales a lo largo del último medio siglo. Por supuesto, Pinker no sostiene que estos movimientos hayan logrado sus objetivos, pero nos recuerda lo lejos que hemos llegado en poco tiempo. ¿Cuál ha sido la causa de estas tendencias beneficiosas? Esta pregunta representa un especial desafío para un autor que ha argumentado sistemáticamente en contra de la idea de que los humanos seamos hojas en blanco sobre las que la cultura y la educación dibujan nuestro carácter, bueno o malo. No ha transcurrido el tiempo necesario para que los cambios se deban a la evolución genética. Por tanto, ¿no demuestran las tendencias que Pinker describe que nuestra naturaleza es más un producto de nuestra cultura que de nuestras características biológicas? Esa forma de expresarlo da por sentada una dicotomía simplista de naturaleza y educación. Para los lectores familiarizados con la literatura sobre psicología evolutiva y su tendencia a disminuir la importancia que la razón tiene en el comportamiento humano, el aspecto más sorprendente de la explicación de Pinker es que el último de los “mejores ángeles” sea la razón. Los ángeles que llevamos dentro es un libro sumamente importante. Que abarque semejante cantidad de investigaciones repartidas por tantos campos es un logro magistral. Pinker muestra de forma convincente que ha habido una disminución espectacular de la violencia y resulta persuasivo en cuanto a las causas de dicha disminución. ¿Pero qué hay del futuro? Nuestro mejor conocimiento de la violencia, del que el libro de Pinker es un ejemplo, puede ser una herramienta valiosa para mantener la paz y reducir el crimen, pero hay otros factores en juego. Pinker es un optimista, pero sabe que no hay ninguna garantía de que las tendencias que ha documentado se mantengan. Ante las teorías de que el relativamente pacífico periodo actual va a saltar por los aires por un «choque de civilizaciones» con el islam, por el terrorismo nuclear, por la guerra con Irán o las guerras provocadas por el cambio climático, nos da motivos para pensar que tenemos bastantes probabilidades de evitar esos conflictos, pero no más que eso.
EL CULTURAL de El Mundo 12 de Octubre de 2012
Dos vídeos de Steven Pinker en su paso por el programa Redes de la 2 de Televisión Española.
A los Testigos de Jehová, Adventistas y demás sectas admiradoras de la destrucción del mundo por el mal que impera en él, les aconsejaría que tomaran asiento y vieran estos dos vídeos. Ocurriría dos cosas:
- Escucharían a alguien ilustrado
- Entenderían que el fin del mundo están tan próximo como lo está su propia muerte
