Dijo una voz popular:
¿Quién me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Oh, la saeta, el cantar
al Cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores.
¡Oh, no eres tú mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a este Jesús del madero
sino al que anduvo en la mar!
Es indudable la belleza y el sentimiento de esta poesía de Antonio Machado que Joan Manuel Serrat puso música e interpretó con el título de La saeta.
De la misma forma que puedo decir que los pasos de Semana Santa tienen la estética tensa y densa que provoca que los creyentes encuentren, en esos momentos, el clímax necesario para sacar a relucir su más ferviente identidad católica.
Oigo gritar: «¡Guapa!… ¡Qué hermosa eres!… ¡Guapa!».
Dos mujeres gorditas y bajitas, tipical spanish, sonríen conmovidas por la devoción a su virgen.
La destinataria de esos piropos es una talla en madera de no sé bien qué virgen. Engalanada y rodeada de cirios. Llevada a hombros por unos cien costaleros. El público aplaude con fervor.
Aquí y allá escucho conversaciones.
Un hombre joven defiende que este espectáculo de gente apasionadamente entregada es muy bueno para la ciudad, porque atrae turistas y no están los tiempos como para rechazar ingresos, pero, al mismo tiempo, expresa su incredulidad ante la parte de devoción verdadera que pueda contener.
Un señor de más edad inicia su réplica: «los ateos, los que no creéis en nada…».
Viene bien, en este punto, reflejar unas palabras de la divulgadora científica australiana Lynne Kelly:

Algunos creyentes nos dicen a los escépticos que [sin mitos] no nos queda nada, salvo un mundo científico, frío y aburrido… Me quedan tan sólo el arte, la música, la literatura, el teatro, la grandiosidad de la naturaleza, las matemáticas, el espíritu humano, el sexo, el cosmos, la amistad, la historia, la ciencia, la imaginación, los sueños, los océanos, las montañas, el amor y la maravilla del nacimiento… Con eso me bastará.
- Lynne Kelly
Los ateos creemos en muchísimas cosas. Y nos emocionamos hasta el llanto con muchas otras, aunque no nos conmuevan los iconos sagrados de madera, ni el supuesto poder mágico de las deidades imaginarias.
Imagino que la mayoría de los adultos religiosos siguen creyendo en las cosas que sus religiones cuentan, no porque sean ciertas o dejen de serlo, sino porque, necesitan creerlas. Para los ateos las religiones son como ese mueble, fuera de sitio (fuera de época), contra el que nos golpeamos siempre, aunque sepamos cómo es y dónde está colocado.
La religión es vista por la gente común como verdadera, por los sabios como falsa, y por los gobernantes como útil.
- Séneca
Estas palabras siguen siendo válidas dos mil años después de su muerte.
Muy útil, la religión. La religión y el fútbol, querido Séneca.
Nuestros ancestros veían morir a su alrededor a sus hermanos, a sus hijos, a otros miembros de la tribu… a diario, constantemente. La esperanza de vida era bajísima. La mortalidad infantil, brutal. No es de extrañar que llegaran a creer que los sacrificios agradaban a los dioses. Si las criaturas, humanas y no humanas, mueren sin cesar, será porque a los dioses les gusta. Hagamos que estén contentos sacrificando para ellos una gallina, un buey, a un guerrero enemigo… mejor aún, a uno de los nuestros, a uno de nuestros hijos. Veréis cómo vuelve a llover pronto.
Esa creencia -pueril pero comprensible, dado el nulo conocimiento científico del mundo que tenían- ha acabado por llegar hasta nuestros días a través del cristianismo y de su historia sobre un profeta hijo de Dios que se sacrifica voluntariamente para que su padre esté contento (¡qué padre real disfrutaría con eso!) y perdone al resto de humanos de una mancha maligna (¿¿??) que él mismo quiso que tuviéramos (ya que fue él mismo, todopoderoso, quien nos creó tal como somos)… Pero no nos preocupemos: ya que el hijo es a su vez el padre y está dotado de poderes mágicos, consiguió resucitar, y ahora nos contempla plácidamente desde algún lugar por encima del arco iris, junto a su padre (es decir, junto a él mismo).
A los creyentes les hace falta desactivar el cableado de las religiones para que no se produzca cortocircuitos en la lógica que su mismo Dios les otorgó.
La Semana Santa es la exaltación de una historia mítica.
