Nuestras extremidades superiores tienen una gran movilidad. La disposición, musculatura y control nervioso de las manos nos permiten manipular herramientas con una precisión inimaginable en otras especies. Un pulgar oponible, que compartimos en mayor o menor grado con otros primates, la prolongación de las falanges formando unos dedos largos, un complejo sistema muscular y nervioso, así como unas articulaciones especialmente móviles, nos permiten desde tocar el violín hasta la cirugía ocular.
Sería apetecible pensar que las herramientas que han posibilitado pintar la Gioconda, esculpir el David o construir el CERN deben su perfección a un diseño impecable, a un funcionamiento óptimo y a un plan inteligente de construcción. Sin embargo, no es así. Y es que nuestros brazos son patas. Son patas muy modificadas pero patas al fin y al cabo. Provienen de las antiguas extremidades anteriores de nuestros ancestros cuadrúpedos, desarrolladas para el desplazamiento y con toda una serie de limitaciones que arrastran desde hace millones de años.
La primera evidencia de la función original y compartida con las extremidades anteriores es su similitud anatómica. Tenemos los mismos huesos y la misma disposición en los brazos y en las piernas. Incluyendo manos y pies, los distintos componentes se encuentran modificados según analicemos una extremidad superior o inferior, pero es fácil reconocer su identidad, como puede apreciarse en la siguiente figura:
La primera norma de un chapuzas sería que, en vez de diseñar algo específico, se copia lo ya diseñado y me ahorro la hostia de trabajo.
Semejanzas
Nuestros miembros superiores no solamente son equivalentes a los inferiores sino que, además, son equivalentes a los de otros tetrápodos. Podemos ver los mismos huesos, músculos y articulaciones, lo que hace que comprobemos que tenemos el mismo origen sin lugar a ninguna duda. Las extremidades anteriores de un murciélago o un cocodrilo son increíblemente similares a las nuestras, a pesar de tener funciones tan distintas.
Funcionamiento ¿perfecto?
A pesar de que solemos considerar a nuestras piernas como una maravilla del diseño, en realidad son bastante limitadas, teniendo en cuenta que se podría haber diseñado de otra forma, aunque es algo que cabe esperar siendo la evolución lo que modificó la estructura anterior utilizándola para otras funciones y no ha sido una inteligencia diseñadora la que ideara una herramienta bien pensada.
Por supuesto que si miramos la habilidad de un pianista, un mecanógrafo o un cirujano, sería cínico decir, a primera vista, que nuestros brazos son un diseño imperfecto. Pero si analizamos sus limitaciones, veremos que -como es habitual en la evolución- lo que podemos sólo se explica comparando con las modificaciones sufridas de un modelo anterior.
Síndrome del túnel carpiano en mano

Síndrome del túnel carpiano
Nuestros brazos son flojos. Hemos sacrificado potencia para permitirnos una mayor precisión de movimientos. Somos de los mamíferos que tienen menos fuerza en los miembros superiores, lo que nos limita considerablemente a la hora de levantar o transportar cargas pesadas. Así, somos muy diestros con trabajos manuales, pero poco efectivos con la fuerza bruta. Por ello, es muy habitual la aparición de lesiones no solo en algunas actividades que exigen esfuerzo físico constante con los brazos, como ocurre en diferentes deportes y actividades profesionales, sino también por el abuso de alguna actividad poco violenta (lesiones posturales, síndrome de túnel carpiano, etc.). Aunque con menores consecuencias, casi todos hemos sufrido alguna vez al habérsenos «abierto» la muñeca ante cualquier esfuerzo violento o prolongado.
Estas lesiones frecuentes son consecuencia directa de las modificaciones anatómicas sufridas por nuestro miembro anterior para adaptarse a una mayor movilidad y capacidad de manipulación. Otro ejemplo interesante es la articulación escapulohumeral del hombro, que se produce entre la cabeza del húmero y la escápula. Se trata de un tipo de articulación donde la cabeza semiesférica del húmero se aloja en una depresión cóncava de la escápula. Este tipo de articulaciones permite un movimiento en los tres ejes espaciales, siendo las más móviles del organismo. La articulación coxofemoral del miembro inferior (homóloga a la del hombro) es también esferoidea. Dado que en estas articulaciones se apoya todo el peso del cuerpo, presentan una gran cantidad de ligamentos, tendones y cápsulas para asegurar su cohesión y evitar que se produzcan luxaciones.
El problema es que la única forma que a lo largo de la evolución del miembro superior de los homínidos se ha conseguido aumentar la movilidad del hombro frente a la cadera pelviana, ha sido sacrificando estos mecanismos de cohesión. Por ejemplo, la cavidad de la escápula apenas envuelve la cabeza del húmero comparándola con la misma articulación del miembro inferior. Esto produce, entras molestias frecuentes, que la luxación de hombro sea también una lesión más habitual de lo que cabría desear.
Estas limitaciones no son solamente músculo-esqueléticas. El control nervioso de nuestras extremidades también delata nuestro origen cuadrúpedo. Un sencillo experimento prueba como nuestro cerebro está preparado para coordinar los movimientos de los miembros del mismo lado, algo que representa una gran utilidad en un desplazamiento a cuatro patas.
Probemos a sentarnos y levantar la pierna derecha, moviendo el pie en el sentido de las agujas del reloj. A continuación, intentemos mover la mano derecha en el sentido contrario. Automáticamente, el pie tiende a cambiar de sentido, sin que podamos evitarlo. Solamente algunas personas, y con bastante práctica, consiguen realizar este movimiento. Por el contrario, si realizamos la prueba con el pie izquierdo y la mano derecha, encontraremos pocas dificultades para hacerlo. Algo incomprensible si nuestros miembros superiores hubieran sido diseñados de forma independiente a los inferiores.
Sin duda, el conjunto de adaptaciones que han formado el miembro superior humano, incluyendo el control nervioso que permite un movimiento de los dedos de la mano de gran precisión, presentan un enorme valor adaptativo que nos ha llevado a poseer una capacidad para el manejo de herramientas poco comparable con otras especies, incluso de nuestros parientes filogenéticos más próximos.
¿Es esto una prueba de un diseño inteligente encaminado a dotarnos de la mejor herramienta manipuladora del reino animal? La respuesta es, no.
En primer lugar es necesario situar toda adaptación en su contexto ambiental y biológico. La mano humana es muy efectiva para nuestro modo de vida, no lo es más que la cola para el castor o el pico para el pájaro carpintero. Cada solución, cada estructura representa una solución para un modo de vida y una serie de problemas concretos. Nuestras manos sirven de poco a la hora de perforar los troncos de los árboles y a un pico picapinos no le valdría su pico para interpretar a Mozart.
Pero eso no es todo; nuestro miembro superior tiene muchísimas limitaciones. Nuestras manos, con toda su maravillosa movilidad, no son producto de un excelente diseño, sino la respuesta de la lenta adaptación de un pie a un cometido muy distinto. Si pensamos en otros posibles diseños que nos permitiera poder extender el codo más allá del eje del brazo, ser capaces de oponer todos los dedos entre sí (y no sólo el pulgar), tener la capacidad de rotación completa en la muñeca o, simplemente, tener alguna articulación más entre el hombro y la mano.
Entender estas limitaciones y toda la serie de molestias derivadas puede hacerse cuando interpretamos que el proceso evolutivo, a partir de estructuras existentes, ha ido seleccionando aquellas adaptaciones que producían una mejora -por pequeña que fuera- en la movilidad y capacidad de manipulación de los brazos de unos organismos que comenzaban a erguirse tímidamente sobre sus patas posteriores.
Sostener que este diseño es fruto de un premeditado plan inteligente resulta ridículo. Por poco inteligente que fuera tal arquitecto, debería haber planificado mejor tal y como hacen los ingenieros humanos con unos conocimientos y recursos que no son ni con mucho, tan poderosos como los que se atribuyen a ese diseñador sobrenatural.
