El pecado es la gran bola. Una pelota. El balón de oxígeno de creyentes que no son sinceros consigo mismos.
La persona que confiesa un pecado convierte su pecado en un objeto. Sólo existe porque lo contempla y que deja de existir cuando cierra los ojos. Creyendo ser una pura trascendencia, la persona en cuestión cree estar en libertad de pasar página y abandonar su pecado en el pasado, en las sombras del confesionario, como un pecado desarmado que no es ya ni su posesión ni su responsabilidad. La confesión que busca la absolución: es hipocresía.
El pecado es ese objeto que los creyentes compran en los chinos. Barato y sencillo que se usa y se tira en el confesionario a su sacerdote o, como suele estar ahora de moda, lo tiran en su propia casa. El pecado es algo que ellos sienten que han hecho y al tirarlo se inhiben de responsabilidades, se sienten bien y son, aunque no lo sientan, hipócritas.
El poder alienta el pecado de la masa
A lo largo de los siglos, ciertos grupos religiosos han utilizado la estrategia del pecado interesadamente. No hay nada mejor para el poder político o religioso, o ambos, que el hacer a la gente culpable y dejar en sus manos la potestad de su salvación. Ofrecen a sus fieles servicios de confesión y perdón, personalizados y gratuitos, como una cura para la enfermedad de la culpa. Se trata de una estrategia de mercadeo brillante que nunca pasa de moda y ha costado una gran cantidad de edificios bonitos, obras de arte y curiosidades lujosas varias.
Los Estados y las Iglesias viven de esto. Lo fomentan. Inventan los pecados y los utilizan como meros objetos de cambio:
- ¿Que has nacido? – Sentimiento de culpa y solución líquida bautismal con sacerdote
- ¿Que has pecado? – Sentimiento de culpa, solución en pastilla, confesión con sacerdote y pan ácimo
- ¿Que has vuelto a pecar? – Sentimiento de culpa, pero menos ya que has cogido el truquito, y Ave Marías impuestas por sacerdote
- ¿Que te acecha la muerte con pecados? – Pues te arrepientes antes de morir y solución con o sin sacerdote (según circunstancias)
Las religiones nos ofrecen bandejas de deliciosos pecados que no has de coger y, como no, la solución pasa por confiar en ellos la salvación de, nada menos, tu alma en tiempos futuros que te dicen que serán infinitos gracias a ellos.
Ovejas pastantes de prados particulares. En el acto de la confesión de vuestros pecados entendéis, como dioses, lo que son y lo que no son pecados y de ellos os arrepentís. ¿Para qué necesitáis dioses si vosotros ya sois conscientes de vuestras debilidades.? ¿No sería suficiente, simplemente, no cometer los que vuestra moral os dicta?

La religiones aunque se afanen en evitar a toda costa que el hombre peque, basan su poder sobre las masas (su poder pastoral, diría Foucault)en la existencia del pecado. Sin el concepto del pecado no habría necesidad de que los creyentes acudieran al sacerdote a «limpiarse», perderían sus trabajos y se irían al mercado laboral, igual que el resto. Da la casualidad que este concepto se inculca a temprana edad, cuando la mente de los niños se encuentra débil y fácilmente manipulable. Sabia y maquiavélica decisión, ya que cuando sean adultos tal lavado de cerebro se habrá enraizado tanto que difícilmente podrán a penas dudar de su veracidad.
El pecado es una de las herramientas de control más efectivas de la religión, y es paradógico que la misma religión que enaltece la naturaleza del hombre, colocándolo en el centro de la creación, del universo y dotándolo incluso de naturaleza divina (similar a los antiguos faraones y emperadores romanos) como «hijos adoptivos» de Dios, es la misma que insiste en inculcar desde la infancia ese sentimiento de verguenza, culpa,remordimiento e inferioridad que experimenta el hombre cuando transgrede la «Ley de Dios». En un escenario así, el hombre nunca será lo suficientemente bueno y «puro» para merecer el beneplácito de su Creador, es técnicamente un «Sísifo», tratando de sacar de lo más hondo de su ser esa roca-impureza que es el pecado original y su tendencia «natural» y permanente al mal.
En cuanto al tema del pecado, recomiendo ampliamente «Los Diez Mandamientos en el siglo XXI» y «Los Siete Pecados Capitales», ambos de Fernando Savater.
Saludos Andrés!
Hola Norwin
Alegría encontrarte de nuevo.
Efectivamente el pecado es un instrumento manejado diestramente por las religiones. En cualquier teoría de marketing te diría que no hay mayor garantía de éxito que el producto que provoca la necesidad de consumirlo.
Si venden que cada vez que se comete un pecado se ha de sentir culpable y ha de sentir la necesidad de sentirse culpable… No hay nada mejor que aplicar la segunda parte del producto… ven a nosotros y te lo resolvemos.
Norwin. Tenemos que pensar en idear un producto así. Nos haremos de oro.
Saludos
Hola Norwin
Se me olvidaba. Gracias por tu recomendación bibliográfica. Los diez mandamientos del siglo XXI ya lo he leído. El otro lo tomo como próximo proyecto de lectura.
Gracias