Este vídeo en el que está como conferenciante Richard Dawkins representa a una de las muchas preguntas cliché que un creyente nos hace en algún momento de nuestra conversación con ellos: «¿Y si estás equivocado?» «¿Y si Dios existe, si el cielo es real y no un cuento de hadas?».
Cuando un creyente razona de así me recuerda la fórmula de Pascal, sólo que casi cuatro siglos después.
Lo que vino a decirnos este matemático es que es más prudente creer en su dios porque, si existiera, se gana el cielo; y, de no existir, no se pierde nada. Elijo creer por si las moscas, para salvar mi pellejo de los fuegos de un hipotético infierno.
No voy a dedicar mucho más tiempo a la tan moralmente débil apuesta de Pascal, venerando un dios-deseoso-de-que-le-idolatren. Que sólo te salva de la quema si le veneras y le dices muchas veces que él es el único y el más guapo.
No sólo es débil moralmente: también intelectualmente, ya que desecha la posibilidad de que, si existe algún dios, pueda tratarse, no del suyo, sino de cualquier otro de los miles a los que la humanidad adora. Es una opción que Pascal parece no haber considerado: la de haber elegido como objeto de su adoración al dios equivocado. La de no ser finalmente admitido en el club de la vida eterna por haber sido hincha de un equipo rival.
Puestos a jugar a la lotería contemplemos todas las probabilidades.
¿Existen los dioses o no?
El filósofo George Smith expuso un planteamiento que, desde entonces, se conoce como la apuesta de Smith. Analicemos los casos posibles:
Caso 1. – No existe ningún dios
En este escenario, los creyentes de cualquiera de las religiones habrán ocupado su tiempo en diálogos infructuosos con seres imaginarios. En una primera reflexión, me digo que no tengo nada que objetar a esos diálogos. Rezar ayuda a la estabilidad emocional de muchos. Además, cada cual es libre de hablar con quien quiera y de creer lo que quiera, como si quiere creer que las piedras tienen alma.
El problema surge cuando líderes religiosos convencen a sus fieles para que arrojen esas piedras a la cabeza de los seguidores de otros dioses, de los ateos, de las mujeres, de los homosexuales… Por favor, crea usted en lo que quiera, pero deje de lanzar odio sobre mí, sobre los míos y sobre el resto de seres humanos. Es terriblemente frustrante comprobar cómo una y otra vez las visiones mitológicas del mundo se inmiscuyen en nuestras vidas, a veces hasta acabar con ellas.
Caso 2. – Existe algún dios pero es impersonal, del tipo en el que creen los deístas.
Lo que vienen a decir los deístas es que hubo una causa primera. Que un ente está en el origen de todo. Que ese ente creó el universo con sus leyes para luego despreocuparse por completo, dejándonos a todos a nuestra suerte, sin intervenir. Y que no reparte ni premios ni castigos en juicios finales.
Si los deístas tienen razón, da igual que creamos o no en dioses: no seremos ni premiados ni castigados por ello. Si los deístas tienen razón, no sirve de mucho rezar cuando tú equipo va a lanzar un penalti, ya que el dios en cuestión, respetando sus propios principios, no va a realizar una exhalación mágica que le dé más fuerza a la pelota, ni va a intervenir de ningún otro modo con sus superpoderes.
Caso 3. – Existe un dios –o varios– y es un ser moralmente ejemplar.
- De ser así, los ateos, por el hecho de serlo, no debemos tener miedo a que el fuego abrase nuestros traseros.
- De ser así, la alabanza interesada, la apuesta a lo seguro tipo Pascal, sería mal vista por el tal ente moralmente superior.
- De ser así, el vaivén insistente de nuestra frente en rítmicos golpeteos contra una alfombra o contra un muro no tendría ningún valor a los ojos de ese ente.
- De ser así, las personas no seríamos juzgadas de si hemos santificado o no las fiestas, de si hemos honrado o no a un dios sobre todas las cosas, de si hemos tomado o no su nombre en vano… sino de si hemos pasado por esta vida haciendo el menor daño posible y, con suerte, algo de bien.
Desgraciadamente, visto lo visto, parece difícil que existan dioses moralmente ejemplares. Este caso se hace altamente improbable: ¿consentiría un ser éticamente superior todo lo que sucede por aquí? Si nos ama a todos por igual, ¿por qué a algunos los trata tan mal?
Caso 4. – Existe un dios y es tal como nos lo describen los monoteísmos.
Pues, de ser así, agnósticos, escépticos, ateos, librepensadores, apostantes por los dioses equivocados… vayámonos todos al infierno. Pero con la cabeza alta. Con la conciencia tranquila. No queremos tratos con dioses que, en lugar de hablar por sí mismos, dando la cara, permiten que actúen en su nombre líderes iracundos, rencorosos, retrógrados, intelectualmente cerriles, homófobos, misóginos e infanticidas.
Vayámonos todos al infierno: no queremos compartir morada eterna con dioses que castigan a personas honestas por no creer en ellos o por haber creído en otros dioses y que, por el contrario, admiten en el paraíso a asesinos suicidas. Ni con dioses que aceptan junto a ellos a cualquiera que, por muy infame que haya sido su vida, se arrepiente cinco segundos antes de morir y pronuncia las palabras mágicas:
Creo en ti, acógeme a tu lado, oh, Señor
Pero no sufran: no acabaremos en ningún infierno. ¡Es tan obvio que esos dioses vengativos y vanidosos han sido modelados a imagen y semejanza de sus creadores, los hombres!
El caso 4 es tan inverosímil, tan absurdo, tan improbable para cualquier mente que se alimente del más mínimo sentido común que, ante la cuestión de si existen los dioses o no, los ateos podemos dormir tranquilos. Porque, en cualquiera de los tres escenarios anteriores, no salimos perjudicados.
¿Qué ocurre, entonces, si los ateos estamos equivocados?
Pascal. Nada. No ocurre nada. Absolutamente nada. Ná de ná.
