El dolor que produce el parto en las mujeres se encuentra muy cerca del máximo soportable. Por si fuera poco, se trata de un proceso poco eficiente pues la tasa de mortalidad, comparándola con otras especies, es demasiado elevada. Si fuera porque se paren crías ya muy formadas tendría motivación pero no. Ocurre todo lo contrario. Los humanos parimos poco más que fetos sin acabar de formar, incapaces de andar ni de alimentarse por sí mismos. Las crías humanas precisan varios años de dependencia antes de poder valerse por sí mismos.
Lo que hace que el parto sea tan complicado es la estrechez de la pelvis materna y su mala orientación hacen que el camino que el bebé ha de atravesar sea muy estrecho y retorcido. La peligrosa posición del feto y los cambios de postura que debe realizar para salir al exterior contribuye a dificultar el nacimiento y el desproporcionado tamaño de la cabeza convierten el alumbramiento en una verdadera y peligrosa tortura. Incluso el molesto cordón umbilical es propenso a liarse y asfixiar al bebé o caer de cabeza cuando, por descuido, el neonato cae al suelo, completan el esperpéntico modelo de nacimiento humano.
Parir con dolor: Castigo divino
Parece que el justo Dios judeocristiano aprovechó su mal diseño, su incapacidad como diseñador de calidad para, de paso, castigar a la raza humana con las complicaciones del parto. Un dios misógino y cruel que condena a todos los descendientes de una supuesta primera mujer que osó desobedecer sus caprichos.
A la mujer dijo: —Multiplicaré en gran manera los dolores en tus embarazos, con dolor darás a luz los hijos, tu deseo será para tu marido y él se enseñoreará de ti.
- Génesis 3:16
Así que la enorme mortandad infantil a lo largo del tiempo, los dolores de parto y las parálisis cerebrales por anoxia se deben a la venganza de una deidad que, con su trastorno bipolar, predica el perdón al prójimo.
O improvisación natural…
Afortunadamente hay otras explicaciones más racionales que no nos obligan a recurrir a un dios cabreado. La historia evolutiva de los homínidos con su adaptación al bipedismo y la gran capacidad craneal del Homo sapiens nos permiten comprender el porqué del tamaño comentado.
La naturaleza no puede hacer borrón y cuenta nueva. Una estructura puede modificarse, atrofiarse, desarrollarse, pero lo que no hace es desaparecer y crear otra en su lugar de nuevo. Una especie no puede surgir por la sustitución de las patas de un lagarto por unos ejes transversales con una rueda en cada extremo de una generación a otra. La mayor parte de los cambios en la morfología son por variaciones sobre estructuras ya existentes y la aparición de nuevas estructuras se encuentra limitada a los recursos disponibles y a la adaptabilidad de los pasos intermedios.
En el bipedismo debemos contar con esta limitación. La estructura ósea humana proviene de nuestros ancestros cuadrúpedos y transformar el esqueleto para desplazarse únicamente sobre las extremidades posteriores mientras se mantiene el cuerpo erguido tiene su importancia. Entre otras adaptaciones, la pelvis humana adquirió una forma de «cesto» con un hueco en el centro que es el que debe atravesar el feto durante el nacimiento. El «canal del parto», sufre una torsión debido al cambio de orientación necesario para soportar el peso del resto del cuerpo al articular con las extremidades posteriores.
Y ahora las crías
Si nuestras crías fueran más pequeñas podrían pasar menos dificultades. Pero nuestros bebés son demasiado cabezones. Al contrario de lo que cabría esperar, esto no es por un mayor desarrollo general (ni tan siquiera del cerebro), ya que el resto del cuerpo se encuentra en un estado prematuro, y de ahí la tremenda indefensión de las crías humanas. Lo que ocurre es que la gran capacidad craneal humana ha sido posible mediante un compromiso entre tamaño final de la cabeza y tamaño del feto al nacer. Si éste se desarrollara durante más tiempo resultaría imposible que la cabeza atravesara la pelvis femenina. Por el contrario, si el parto tuviera lugar cuando la cabeza es todavía pequeña, el feto no tendría el estado de desarrollo mínimo que le permitiera vivir fuera del útero materno. Así se ha conseguido una capacidad craneal enorme entre los primates, pero a costa de parir crías inmaduras y excesivamente cabezonas.
Ande yo caliente…
Si la evolución hacia el bipedismo y la inteligencia humana han ocurrido a pesar de tan grandes inconvenientes es porque las ventajas han sido superiores a las desventajas. Teniendo en cuenta que estas adaptaciones nos han permitido ser el vertebrado más distribuido en el planeta, superando la extinción del resto de nuestros parientes humanos, resistiendo glaciaciones y multiplicándonos hasta hacer peligrar la biosfera entera, es evidente que sí representaron ventajas adaptativas espectaculares.
