Ya habíamos comenzado con «las cañerías» la serie de artículos que tratan de los diseños nada perfectos que ha podido realizar ese ente divino todopoderoso. Ahora te toca el turno al ojo humano.
Perfecto, ¿verdad? Una estructura admirable por su complejidad y por el resultado tan espectacular que consigue su correcto funcionamiento. Pero ¿El ojo humano tiene una estructura tan perfecta como parece? o, dicho de otro modo, ¿Si encargáramos el diseño a un ingeniero competente adoptaría las mismas soluciones?
El ojo y sus partes más importantes
El ojo humano es un órgano de forma casi esférica formado por tres capas:
- Esclerótica
- Úvea
- Retina, junto con tres cavidades internas.
La esclerótica es la capa más externa y es la que da forma al globo ocular. Tiene una función protectora y estructural, es lo que llamamos «el blanco de los ojos», siendo transparente en la región anterior constituyendo la córnea que es atravesada por la luz y que cubre el iris (parte coloreada del ojo) y la pupila (el círculo negro central por el que penetra la luz).
Por debajo de la esclerótica aparece otra capa: La úvea. Ésta compuesta por iris en su parte anterior (lo que da el característico color de los ojos) y que es capaz de aumentar o disminuir el orificio central o pupila dependiendo de la iluminación.
La tercera capa, la más interna, es la retina o capa fotosensible del ojo. Esta sensibilidad se debe a una serie de células fotorreceptoras que la tapizan: los conos y los bastones. El interior de la cámara esférica formada por estas tres capas está llena de líquido, separados por una estructura en forma de lente, el cristalino, que puede deformarse mediante músculos asociados para enfocar la imagen recibida.
Una serie de músculos producen el movimiento del globo ocular tanto para orientar la vista (musculatura extrínseca de movimiento voluntario) como la apertura y cierre del iris para regular la luz entrante y la deformación del cristalino para enfocar a distintas distancias (musculatura intrínseca de movimiento involuntario).
La formación de la imagen y, por lo tanto, la visión propiamente dicha se consigue de una forma similar a las cámaras fotográficas convencionales: la luz incidente atraviesa la córnea y penetra al interior a través de la pupila, tras la cual el cristalino enfoca los rayos de luz contra la retina.
La retina: capa fotosensible
Si bien todas las estructuras y mecanismos descritos son efectivos, es la retina la que finalmente se encarga del proceso más especializado de la visión: traducir la luz recibida en impulsos nerviosos que sean interpretables por nuestro cerebro, responsable de componer la imagen que percibimos.
Como decíamos más arriba, la retina es la capa más interna del globo ocular, en contacto con el humor vítreo y más sensible cuanto más hacia el fondo del ojo nos situamos. Está constituida por gran cantidad de fotorreceptores, células sensibles a la luz, que son de dos tipos principales: conos y bastones.
En los humanos, los conos se dividen a su vez en tres tipos sensibles a diferentes longitudes de onda (verde, rojo y azul), lo que permite que el cerebro pueda interpretar los colores en función del grado de excitación de cada uno de los tres tipos de conos. En la región central de la retina conocida como fóvea, la concentración de conos es sensiblemente más alta, lo que la convierte en la zona de mayor agudeza visual.
Los bastones, por el contrario, no son capaces de discriminar colores, pero presentan una gran sensibilidad a la luz y son responsables de que podamos ver incluso en condiciones de muy baja iluminación. Por ello no distinguimos colores pero sí forman imágenes. Los bastones no están presentes en la fóvea.
Por encima de la capa de conos y bastones aparecen una gran cantidad de neuronas que se conectan con éstos y que transmiten la excitación hacia el nervio óptico a través de numerosas fibras nerviosas.
Primera chapuza
Sin duda, la estructura y funcionamiento del ojo humano (muy similar al del resto de vertebrados), resulta fascinante por la forma en que diversas estructuras de distinta naturaleza se coordinan para conseguir formar una visión tridimensional del mundo que nos rodea, a partir simplemente de los fotones reflejados por los distintos componentes del mismo.
Ante esto, no resulta extraño que podamos llegar a pensar en que es imposible alcanzar tal prodigio mediante un proceso sin planificación y dirección inteligente. Sin embargo, como cualquier buen detective, no podemos dejar pasar los pequeños detalles para percatarnos de la naturaleza real de lo que está ocurriendo.
Sería demasiado extenso entrar en detalle en todas las estructuras implicadas en la visión, por lo que vamos a centrarnos únicamente en una de ellas: La retina. Empecemos con un dibujo que muestra la estructura de la misma, así como la forma en la que la luz incide sobre ella:
Efectivamente, ¡La retina está al revés!. No se trata de un error de las figuras, realmente la retina de los vertebrados presenta la capa fotosensible en la cara contraria a la que incide la luz, por lo que ésta debe atravesar inútilmente las fibras del nervio óptico, numerosos capilares sanguíneos y varias capas de neuronas para alcanzar las células fotorreceptoras. Cualquier diseño algo meditado habría dispuesto estas capas al revés, con la zona sensible directamente expuesta a la luz y las neuronas y nervio óptico debajo, tal y como ocurre por ejemplo en el ojo de los cefalópodos.
Segunda chapuza
Como consecuencia directa de la descabellada estructura anterior, cuando las fibras del nervio óptico se reúnen para dirigirse hacia el cerebro se encuentran con un gran problema: están situadas en el lado equivocado de la retina, por lo que el nervio se ve obligado a atravesar todo el espesor de ésta (incluyendo la capa de conos y bastones) en su camino hacia en cerebro. El propio nervio y el orificio por el que penetra representan una zona carente de fotorreceptores, lo que provoca que nuestros ojos tengan un punto ciego, siendo incapaces de ver lo que se sitúa en esta región.
Puedes comprobar en casa este defecto. Es muy sencillo. Cierra el ojo derecho y sitúa el izquierdo a la altura del punto más grande a unos 20 cm de distancia de éste. A continuación, ve echando la cabeza hacia atrás, manteniendo la vista fija en el punto grande y en línea con él. En un momento dado, el punto pequeño desaparecerá, para volver a aparecer cuando retrocedas un poco más.
Los cefalópodos también carecen de punto ciego, debido a que el nervio óptico no tiene que atravesar la retina para alcanzar el cerebro al formarse en la parte posterior. Sin embargo, en otros aspectos el ojo de los vertebrados es más eficiente que el de los cefalópodos, por lo que difícilmente podríamos calificar a uno de ellos como mejor que el otro de forma absoluta.
La torpeza
El motivo por el que los vertebrados tenemos la retina al revés no tiene ninguna justificación con respecto a la utilidad o funcionamiento de la misma. La única razón es que nuestros ojos se desarrollan a partir de evaginaciones del cerebro anterior del embrión en desarrollo, lo que junto a las transformaciones posteriores deja a la retina en posición invertida. Por el contrario, los cefalópodos forman sus ojos a partir de una invaginación de la piel del embrión, y su retina queda orientada al revés que la nuestra.
Por ello, los ojos de los vertebrados y de los cefalópodos son órganos análogos, pero no homólogos, porque cumplen la misma función de forma similar, pero tienen diferente origen evolutivo.
Y esto es lo que ocurre cuando no se piensan las cosas: La evolución va utilizando soluciones y estructuras que tiene disponibles en cada momento, independientemente de que sean mejores o peores. Se emplea lo que existe, y se modifica como se puede. Lo que importa es que funcione mejor que antes y no el que lo haga de la mejor forma posible. Si las alteraciones y variaciones que suceden a lo largo de la evolución no estuvieran carentes de una planificación difícilmente cabría esperar ojos invertidos con puntos ciegos.
