No. No estoy hablando de un personaje más de Sálvame de Telecinco. En este caso, este señor no es el amante de Belén Esteban o el nuevo novio de Falete. No. Desgraciadamente, no.
Y digo desgraciadamente porque mientras que los diversos personajes anteriormente citados forman parte del circo montado por esta televisión, la única «maldad» que provocan es la congestión de los juzgados con denuncias absurdas sobre historias que ellos mismos provocan. Sin embargo, este personaje, hace perder mucho tiempo y esfuerzo a gente que se preocupa y, por otro lado, intenta imponer con sus «pregones» que lo que hacen lo demás en el terreno científico se ha de despreciar.
El personaje en cuestión tiene como mayor aportación al mundo científico su complejidad irreductible. A lo largo de esta entrada incorporé aportaciones extraídas de la propia web de Michael Behe y otras de diversas webs científicas.
La complejidad irreducible es un argumento utilizado por el creacionismo para intentar desacreditar la evolución de las especies. A pesar de haber sido formulado por un bioquímico, ninguna corriente científica lo asume, dado que es completamente falso. Únicamente es empleado por predicadores creacionistas como recurso en sus sermones, dado que tiene un gran efecto sobre personas sin formación científica, ya que juega con la intuición y no con la investigación. Un sistema individual compuesto de varias partes bien coordinadas que interaccionan para desempeñar la función básica de este, de modo que si se eliminara cualquiera de esas partes dejaría de funcionar por completo - Michael Behe define así Sistema irreductible Se trataría de un sistema que funciona en el estado actual, pero que no sería operativo en el momento en que faltara alguno de sus componentes. De esta forma no podría explicarse la evolución mediante una serie de cambios graduales desde sistemas más simples. Los ejemplos de sistemas irreductibles típicos que presentan sus seguidores son el flagelo bacteriano, el ojo humano o el sistema de coagulación de la sangre. Los defensores del diseño inteligente dan un paso más convirtiendo el razonamiento en una falacia: si no puede explicarse la existencia de estos sistemas por selección natural, obligatoriamente interviene un diseñador inteligente. Hay variaciones en la doctrina creacionista. Una de sus extensiones fundamentales es la falacia del relojero: un sistema complejo y bien ajustado -como un reloj- sería impensable sin la existencia de un relojero; por lo tanto, un ojo humano sería impensable sin la existencia de un diseñador inteligente.
El propio Darwin, ya desmontó este argumento. Aún se sigue empleando un concepto superado desde el siglo XIX. Desde hace mucho tiempo se sabe que un sistema irreduciblemente complejo puede construirse añadiendo partes que, aunque al principio son solamente ventajosas, pueden evolucionar hasta volverse indispensables. Por otro lado, muchos sistemas complejos han comenzado evolucionando desde estructuras o procesos que presentaban una función diferente, asumiendo nuevas funciones a medida que han ido alcanzando distintos estados evolutivos. En el caso del flagelo bacteriano, uno de los preferidos por los creacionistas, está demostrado que no se trata de un «complejo irreductible». Existen precursores del flagelo en los que faltan componentes y son completamente funcionales. Aparecen cilios y flagelos en otros microorganismos que con menos partes que el flagelo de la bacteria, son perfectamente operativos -aunque más limitados-. El sistema de coagulación sanguínea de los vertebrados es otro de los ejemplos básicos que la doctrina del diseño inteligente plantea como «irreductible», a pesar de haber sido también rebatido desde hace tiempo. Cuando un animal sufre un corte, una proteína llamada Hagemann (factor XII) se fija a la superficie de las células próximas a la herida. El factor Hagemann es entonces modificado por una proteína llamada HMK, activándolo. Inmediatamente el factor XII activado convierte otra proteína, llamada prekallikreina, a su forma activa, kallikreina […] en ausencia de cualquiera de los componentes, la sangre no fabrica el coágulo, y el sistema [de coagulación] falla. - Michael behe Nuevamente, esta afirmación es falsa. Por poner solo un ejemplo, los delfines carecen de Factor XII y su sistema de coagulación es completamente funcional. ¿Como pensar que tal maravilla puede formarse por una serie de cambios graduales? ¿alguien puede imaginar «medio ojo» funcionando?. Esto es utilizado por los creacionistas, a pesar de que también han sido contestados desde hace años. El engaño de este argumento es afirmar la imposibilidad de que funcione medio ojo. Obviamente: la biología evolutiva no pretende que la evolución se haya desarrollado formando un cuarto de ojo, medio ojo y un ojo entero. Esto vuelve a ser una falsedad. La evolución del ojo tiene lugar a partir de estructuras fotosensibles más simples -no incompletas- y está muy documentada en la literatura científica, con multitud de organismos vivos que presentan distintos estados de complejidad. El propio ojo humano se desarrolló a partir de órganos más sencillos a los que se incorporaron células fotosensibles procedentes de tejido cerebral. En ningún momento hubo “medio ojo”, sino ojos más simples. Los órganos más sencillos los encontramos en algunos organismos unicelulares donde un órgano fotosensible conectado al flagelo le permite distinguir entre luz y oscuridad para desplazarse. Este primer paso no puede considerarse un ojo como tal: ni distingue formas, ni produce imágenes, únicamente detecta luz o ausencia de ésta. Un órgano de la visión algo más complejo son los ocelos que aparecieron ya en los anélidos. Estos son un grupo de células epidérmicas sensible a la luz donde se conectan fibras nerviosas. No son verdaderos ojos porque sólo distinguen entre las luces y las sombras. El siguiente paso es formar una “copa” fotosensible. La ventaja de esta es que permite un mayor número de células en el mismo espacio y es capaz de detectar la dirección de los rayos de luz según la cara de la copa que sea estimulada. Ojos de este tipo aparecen en algún gasterópodo. A partir de aquí, la estructura se va complicando, adoptando la forma de una cámara esférica abierta (Nautilus), un ojo cerrado sin lente (Helix) e incluso ojos cerrados y con lente (Nucella). En otros muchos grupos animales aparecen ojos y ocelos con distinto grado de complejidad, incluso con estructuras muy diferentes como los ojos compuestos de los insectos. Se piensa que el ojo ha evolucionado de forma independiente en distintos grupos animales. En los vertebrados, los fotoreceptores responden a la luz en función de los pigmentos visuales de los repliegues de los conos y discos membranosos de los bastones. Estos últimos permiten la visión en condiciones de baja luminosidad. Los conos contienen tres tipos diferentes de pigmentos y son responsables de la percepción del color. Recientemente se ha demostrado que estas células fotosensibles de los vertebrados -incluyendo al ser humano- son similares a ciertas células cerebrales de un gusano marino cuya migración posterior explicaría el desarrollo de nuestros ojos, diferentes al de los que encontramos en invertebrados. Por último, existe otro aspecto, ya esbozado por Darwin, que es incompatible con la doctrina del diseño inteligente: las imperfecciones. La existencia de “fallos en el diseño”, como el punto ciego del ojo de los vertebrados o la disposición invertida de las neuronas retinianas, pueden explicarse bajo la interpretación evolutiva dado que ésta trabaja sobre estructuras existentes, modificándolas y adaptándolas sin un diseño previo. Esto produce configuraciones que no suelen ser óptimas, sino solamente funcionales. Cabría esperar que un diseñador evitara estos errores, salvo que hablemos de un «chapucero inteligente». Hemos visto como los supuestos «complejos irreductibles» no lo son. Por esto la comunidad científica no toma en cuenta el argumento de la “complejidad irreductible”: no porque sea contradictorio con una supuesta “ciencia oficial”, no porque sea molesto, no porque sea revolucionario; simplemente es porque es falso
Pero podríamos encontrar un sistema complejo que cumpliera los requisitos de Behe: no existencia de estados más simples e imposibilidad de que sus componentes funcionen por separado. Aún así, el argumento seguiría siendo inválido por tener dos incorrecciones lógicas: Ni es verdad, ni es ciencia. Concluyendo. La doctrina de la complejidad irreductible no presenta ninguna evidencia en favor de sus premisas iniciales y el razonamiento es incorrecto en sí mismo, lo que lo invalida completamente para ser considerado como una teoría y poder ser utilizado como base de ninguna investigación. A continuación voy a condensar el «sermón pseudocientífico» de este «científico» donde apoya sus teorías religiosas. El sistema que escogió Behe como ejemplo de un sistema de complejidad irreducible es el sistema de motilidad flagelar. Lo que sigue es una reacción al concepto de complejidad irreducible enunciado por Behe —donde se sugiere que el sistema del flagelo no es en absoluto irreductiblemente complejo: Los científicos de la corriente dominante consideran que este argumento ha sido en gran medida refutado a la luz de una investigación bastante reciente. Observan que se ha descubierto que el cuerpo basal del flagelo es similar al sistema de secreción de Tipo III (SSTT), una estructura semejante a una aguja que usan los microorganismos patógenos como la salmonella para inyectar toxinas en células eucariotas vivas. La base de la aguja tiene muchos elementos en común con el flagelo, pero carece de la mayoría de las proteínas que hacen funcionar a un flagelo. Así, este sistema parece refutar la aseveración de que la eliminación de cualquiera de las piezas del flagelo lo convertiría en inservible. Esto ha llevado a [Kenneth] Miller a observar que «Las piezas de este supuesto sistema complejo irreductible tienen en realidad funciones propias»». Lo que «científicos de la corriente dominante» como Kenneth Miller no parecen comprender es que todos los sistemas funcionales tienen una complejidad irreducible con independencia de que pueda encontrarse o no un subsistema funcional dentro del sistema más amplio. El sistema de movilidad flagelar sigue exigiendo al menos 35 a 40 genes que produzcan una estructura con al menos 21 proteínas diferentes dispuestas en una forma específica, donde cada una de ellas exige un mínimo de cientos de residuos de aminoácidos dispuestos de una forma específica para que pueda conseguirse en absoluto la función de la motilidad flagelar —incluso de la manera más exigua. El mero hecho de que puedan encontrarse uno o más subsistemas dentro de los requisitos globales necesarios para construir un sistema de motilidad flagelar, como un sistema SSTT, no elimina la realidad de que el sistema flagelar sigue teniendo unos requisitos estructurales mínimos que no se pueden reducir más allá de un elevado umbral sin una pérdida completa de la función de la motilidad flagelar. La reducción del sistema puede que deje intacto el sistema SSTT, por cuanto el sistema SSTT tiene un requisito estructural con un umbral mínimo mucho más bajo. Sin embargo, el hecho de tener en su lugar la función SSTT no significa que la función flagelar vaya a estar también presente. Ahora bien, uno podría construir sistemas funcionales de alto nivel, sistemas que exigen más y más requisitos estructurales mínimos necesarios, con el uso de sistemas preestablecidos más pequeños ya disponibles. Sin embargo, esta potencialidad no elimina la realidad de que los sistemas de más alto nivel tienen un mayor tamaño mínimo y mayores requisitos de especificidad antes que puedan hacerse realidad —incluso en el mínimo sentido . Todos los tipos de funciones tienen sus propios requisitos mínimos. Estos requisitos mínimos no son todos iguales. Y es esta diferencia en los requisitos mínimos lo que los distingue. La verdadera cuestión es: ¿pueden construirse sistemas irreducibles usando componentes ya presentes en el fondo genético? Y, en tal caso, ¿es igualmente probable acabar con funciones a diferentes niveles de requisitos de tamaño y de especificidad? Mantengo que los sistemas funcionales que exigen un mínimo de sólo unas pocas docenas de residuos de aminoácidos en una orientación bastante específica pueden evolucionar en un plazo relativamente breve (sólo unas pocas generaciones para una colonia de unos cuantos miles de millones de bacterias). Sin embargo, la probabilidad de que se puedan conseguir funciones de niveles progresivamente más elevados dentro de un plazo breve de tiempo disminuye exponencialmente con cada etapa arriba de esta escala de complejidad funcional irreducible. Esta noción está respaldada en la literatura. Hay multitud de ejemplos de evolución «en acción» cuando se trata de funciones que exigen un mínimo de sólo unas cuantas docenas de residuos o si las posiciones de los residuos no tienen que ser demasiado especificadas (resistencia a los antibióticos, especificidad mejorada del sistema inmune, capacidad infectiva de fagos, etc. Sin embargo, cuando se trata de funciones que exigen un mínimo de unos cuantos cientos de residuos bastante especificados operando de manera conjunta y simultánea (como en enzimas de proteínas únicas como la lactasa, la nilonasa, etc.), el número de ejemplos cae espectacularmente y la cantidad de fondos genéticos bacterianos capaces de evolucionar funciones a este nivel, incluso en un medio sumamente selectivo, cae también exponencialmente. Cuando se llega al nivel de funciones que exigen meramente 1.000 residuos bastante especificados operando conjunta y simultáneamente, simplemente no hay ejemplos de evolución «en acción» mencionados en la literatura —ninguno en absoluto. Todo lo que tenemos al llegar a este punto son historias acerca de cómo los mecanismos evolutivos de mutación al azar y de selección basada en la función tienen que haber hecho la tarea. Es decir, simplemente cuentos basados en nada más que suposiciones. No hay observaciones reales de evolución en acción más allá de este punto —ni un solo ejemplo. Tampoco hay intentos serios de calcular las probabilidades de que la evolución se dé a tales niveles en el período propuesto de unos pocos miles de millones de años durante los que se supone que ha tenido lugar la evolución de la vida sobre esta Tierra. Quizá, solo quizá, haya un pequeño problema con estos cuentos. Parece haber un problema de un vacío en expansión lineal entre lo que es y lo que pudiera ser. Cada paso ascendiendo la escala de complejidad funcional resulta en una expansión lineal del vacío no benéfico entre lo que existe en un fondo genético y la(s) siguiente(s) secuencia(s) genética(s) potencialmente benéfica(s) más cercana(s) en la inmensidad del «espacio de secuencias». Cada expansión lineal en distancia de vacío, según se define por la cantidad de cambios de los residuos que se tendrían que conseguir para llegar a la nueva función, resulta en un aumento exponencial en la cantidad de andadura aleatoria/pasos selectivos aleatorios que se necesitarían —como media. Naturalmente, esto resulta en un aumento exponencial en el tiempo medio preciso para encontrar una nueva secuencia benéfica funcional a niveles cada vez más elevados de complejidad funcional mínima.
Y ahora argumentos que contradicen la teoría de complejidad irreducible de Behe: 1
Fallos en argumento de Michael Behe
La supuesta irreductibilidad del flagelo bacteriano
La reducción del sistema de coagulación
El ojo que no ve
Y a pesar de todo, es una falacia
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A- O bien el azar creo la maravilla del flagelo celular o fue un diseñador inteligente. Es imposible que fuera el azar, luego olvida la tercera opción de la evolución o combinación de azar y selección natural.
B- Incongruencia de razonamiento en círculo: la existencia de la complejidad de las estructuras bioquímicas solo puede ser explicada por la hipótesis de un diseñador inteligente. Y sabemos que la hipótesis del diseñador es cierta, pero por la existencia de la complejidad de las estructuras bioquímicas. Olvida que la verdad de una hipótesis se obtiene por predicciones de nuevos hechos que hayan sido verificadas.
C- Incongruencia del argumento de la ignorancia: no hay pruebas de que la evolución haya formado los mecanismos subcelulares, luego eso es una prueba de que la evolución no existe a nivel subcelular (la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia). Si puede demostrarse que un diseñador no diseñara los complejos mecanismos bioquímicos, luego el diseñador los hizo.
D- Incongruencia non sequitur: Esto se explicaría por el siguiente razonamiento en primera persona: no me cabe en la cabeza como la evolución formó el flagelo celular, luego la evolución no lo hizo y tuvo que ser dios. Como todavía no comprendemos ciertos detalles en los procesos subcelulares, luego jamás los comprenderemos y sólo dios pudo haberlos diseñado.
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A- Falsabilidad: el diseño inteligente de Behe no es «falsable», ya que no adelanta ninguna posible observación que pudiera refutar a su hipótesis.
B- Capacidad predictiva: no predice ningún hecho nuevo o inesperado que pueda verificar su hipótesis.
C- Apela a niveles metafísicos, como el diseñador inteligente, que son innecesarios cuando basta con los niveles de realidad más próximos y verificables.
D- Consistencia externa:el diseño inteligente no tiene compatibilidad con ninguna ciencia contigua, a diferencia de la evolución que es compatible con la geología evolucionista, la evolución estelar, etc.
E- Confirmación empírica: carece de evidencias empíricas que le permitan competir con la teoría de la evolución y sus pruebas bioquímicas, genéticas, embriológicas, paleontológicas, etc.
F- Consistencia meta científica: viola el postulado de la legalidad (todo obedece a leyes empíricas) y el postulado de Lucrecio (nada sale de la nada), ya que el diseñador inteligente, supuestamente, no obedece a ley alguna y de la nada hizo el mundo; etc. No obstante, es posible que el diseñador haya creado el planeta y sus habitantes mediante leyes físico-universales pre-establecidas por el mismo. Como cuando se crea un programa de computadora. Dicha teoría aun esta lejos de poder comprobarse científicamente, pero únicamente porque aun esta fuera de nuestra comprensión.
G- La Biología molecular prueba que existe una gran uniformidad en los componentes moleculares de los seres vivos. Tanto en las bacterias y otros microorganismos como en organismos superiores (vegetales y animales), la información está expresada como secuencias de nucleótidos, que se traducen en proteínas formadas por los mismos veinte aminoácidos. Esta uniformidad de las estructuras moleculares revela la existencia de ancestros comunes para todos los organismos y la continuidad genética de estos.
Imaginemos el siguiente supuesto: una determinada población de una especie sufre una escisión de un número pequeño de sus componentes. Lo que en un principio era un patrimonio genético común (la mezcla hacía «homogéneo» ese patrimonio, va a convertirse en el comienzo de un divergencia, ya que con el tiempo, la nueva población va acumulando cambios que la harán diferente de la primera. La divergencia guardará correlación con el tiempo de su separación. Podemos usar esta divergencia para averiguar el parentesco entre dos especies. Bien es cierto que no todo el ADN evoluciona a la misma velocidad. Por eso es importante elegir el ADN adecuado.
La electroforesis es un método para separar proteínas y genes. Las evidencias de evolución reveladas por la biología molecular son aún más precisas, ya que el grado de similitud entre secuencias de nucleótidos o de aminoácidos puede ser determinado con precisión. Por ejemplo, el citocromo c de humanos y chimpancés está formado por 104 aminoácidos, exactamente los mismos y en el mismo orden. El citocromo del mono Rhesus sólo difiere del de los humanos en un aminoácido de los 104; el del caballo en 11 aminoácidos; y el del atún en 21. El grado de similitud refleja la proximidad del ancestro común, lo cual permite reconstruir la filogenia de estos organismos.
La secuenciación de ADN ha demostrado que el chimpancé es nuestro pariente actual más cercano: su ADN difiere del nuestro en sólo un 2’5%.
Posiblemente no hay otra teoría o concepto científico tan sólidamente argumentado como la evolución
