Nueva carta de Mark Twain hablando sobre la Biblia
Miércoles, 20 de junio de 1906
Las Biblias tienen uno o dos defectos curiosos. Todas ellas se caracterizan por una patética pobreza inventiva. Éste es uno de sus defectos más llamativos. Otro defecto es que cada una pretende ser original, cuando ninguna lo es en la menor medida. Cada una le pide algo prestado a las demás, sin citarlas, lo cual es de por sí un acto claramente inmoral. Cada una le pide algo prestado a las demás, sin citarlas, lo cual es de por sí un acto claramente inmoral. Cada una les confisca los viejos decorados en decadencia a las otras, y con ingenuo aplomo los presenta como flamantes inspiraciones de lo alto. Le pedimos prestada a Confucio su Regla de Oro, después de que hubiera servido durante siglos, y le ponemos nuestro copyright sin sonrojarnos. Cuando nos hace falta un Diluvio, nos remontamos a la antigua Babilonia y lo cogemos, y nos quedamos tan orondos y satisfechos como si realmente hubiera valido la pena. Lo admiramos y lo veneramos todavía hoy, y sostenemos que nos vino directametne de la boca de la Deidad, cuando en realidad sabemos que el Diluvio de Noé nunca ocurrió ni pudo ocurrir. El Diluvio es un tema predilecto de quienes hacen Biblias. Cuando una Biblia -o una tribu de salvajes- carece de un Diluvio Universal, es porque el sistema religioso carente del mismo no tenía a mano ninguna fuente a la que pedirlo prestado.
Otro gran tema predilecto de los autores de la literatura religiosa y de los fundadores de religiones en la Inmaculada Concepción. Gastada hasta la trama ya antes de que la adoptáramos como idea novedosa, la admiramos tanto hoy como su inventor cuando la gestó hace un millón de años. Eras atrás la apreciaban los hindúes cuando Krishna fue obtenido por el Inmaculado método. Los budistas fueron felices cuando Gautama fue obtenido por el mismo procedimiento hace dos mil quinientos años. Por la misma época, los griegos gozaban la mar cuando su Ser Supremo bajaba con Su gabinette para repoblar Grecia con párvulos mitad hombre y mitad dios. Los romanos le pidieron prestada la idea a los griegos y fueron dichosos con los productos inmaculadamente concebidos por Júpiter. A nosotros la Inmaculada Concepción nos vino directamente del Cielo, vía Roma. Y seguimos encantados con ella. Hace un par de semanas, cuando un religioso episcopal de Rochester tuvo que comparecer ante el comité directivo de su iglesia para justificarse por haber insinuado que no creía que el Salvador hubiese sido milagrosamente concebido, el reverendo Dr. Briggs, que quizá sea el religioso de mente más osadamente abierta en los púlpitos americanos, salió en defensa de la Inmaculada Concepción con un artículo en la North American Review, y a juzgar por el tono es evidente que estaba seguro de haber zanjado la espinosa cuestión de una vez por todas. Su punto de vista era que no se podían abrigar dudas sobre el tema, pues la Virgen María sabía que el asunto tenía autenticidad, puesto que se lo dijo a ella el Ángel de la Anunciación. Además, debió de ser cierto puesto que Judá -otro hijo de María, éste nacido de tálamo- aún vivía y frecuentaba a los secuaces de la iglesia primitiva muchos años después de los hechos, sosteniendo decididamente que, en efecto, se trató de un caso de Inmaculada Concepción; o sea que debía de ser cierto, cierto ya que Judá era de la familia y debía estar enterado.
Si hay algo más divertido que la doctrina de la Inmaculada Concepción son los extraños razonamientos con que gentes ostensiblemente inteligentes se persuaden de que lo imposible queda demostrado.
Si se le pidiera al Dr. Briggs que creyera en el procedimiento inmaculado, tal como fue usado con Krishna, Osiris, Buda y los demás de la tribu, diría no, gracias, y probablemente quedaría ofendido. Si se le presionara, diría probablemente que es pueril creer en cosas garantizadas meramente por el testimonio humano: aunque la humanidad entera hubiera presenciado un caso de Inmaculada Concepción nadie podría decir exactamente cuándo tuvo lugar ni si realmente tuvo lugar. Y sin embargo, este hombre inteligente, con la mente provisionalmente entrubiada, es perfectamente capaz de creer en un imposible cuya autenticidad descansa por entero en un testimonio humano, el testimonio de un solo ser humano, el de la misma Virgen, testigo nada desinteresado sino al contrario; testigo incapaz de haber conocido el hecho como hecho sino habiéndose enterado de todo lo que creía saber de ello de segunda mano -la segunda mano de un extraño, supuestamente ángel, que pudo quizá haber sido un ángel, pero que pudo también haber sido un recaudador de impuestos-. No es probable que hubiera visto nunca un ángel, ni que conociera sus señas de identidad. Era un forastero. No traía credenciales. Sus pruebas no valían nada para ningún otro miembro de la comunidad. Nada valen hoy para nadie, salvo para mentes como la del Dr. Briggs, mentes que perdieron la lucidez de tanto rumiar absurdideces con el piadoso deseo de desentrañar alg ode cuero y racional. La Inmaculada Concepción depende de la declaración de un único testigo -un testigo cuyo testimonio carece de valor-, un testigo cuya existencia misma reposa únicamente sobre la afirmación de una joven campesina a cuyo marido había que apaciguar. El testimonio de María lo dejó tranquilo, pero eso le pasó por vivir en Nazareth en lugar de vivir en Nueva York. Ningún carpintero neoyorquino tomaría a la pr ese testimonio. Si la Inmaculada Concepción pudiera repetirse hoy en Nueva York no habría hombre, mujer o niño de esos cuatro millones de habitantes que se lo creyera -salvo quizá algunos chiflados feligreses de los Christian Scientists-. Una persona capaz de creer en la Madre Eddy no tendría problemas con la Inmaculada Concepción ni con seis de ella puestas en fila. La Inmaculada Concepción no tendría éxito hoy en Nueva York. Produciría risa, no reverencia ni adoración.
Quien no cree en ella la ve como una invención de las más pueriles. Solamente a un dios se le podría ocurrir que la Inmaculada Concepción fuera una providencia amplia e ingeniosa y llena de dignidad. Solamente a un dios se le podía ocurrir que un Hijo divino obtenido mediante relaciones promiscuas con una familia campesina de pueblo podía mejorar la pureza del producto -empero esa es, precisamente, la intención-. El producto adquiere pureza -pureza absoluta, pureza sin mancha- mediante la grosera violación de las leyes humanas y divinas, tal como las expresan la constitución y los estatutos de la Biblia. Así, la religión cristiana, que requiere que todos seamos morales y obedezcamos a las leyes, tiene su propio punto de partida en la inmoralidad y en la desobediencia de la ley. Mediante la Inmaculada Concepción no se podría purificar ni a un gato.
Según parece, el decorado sigue siendo útil, sigue funcionando, doblegado por la edad y agotado por haber trabajado tanto. Es un caso más del «concibió»: Fulano concibió a Krishna, Krishna concibió a Buda, Buda concibió a Osiris, Osiris concibió a las deidades babilónicas, éstas concibieron a Dios, Él concibió a Jesús, Jesús concibió a la señora Eddy. Si ésta quier continuar el linaje y llevar a cabo su lote de concepción, ha de ponerse manos a la obra, pues ya tiene los años de una antigualla.
Hay una cosa notable en nuestro cristianismo: por malo, sangriento, despiadado, ávido de dinero y depredador que sea -particularmente en nuestro país y, en grado algo distinto, en los demás países cristianos-, sigue siendo cien veces mejor que el cristianismo de la Biblia, con su prodigioso crimen: la invención del Infierno. Según los criterios del cristianismo de hoy, por malo que sea, por hipócrita que sea, por vacío y hueco que sea, ni la Deidad ni Su Hijo son cristianos, ni están calificados para ocupar ese puesto relativamente alto. Nuestra religión es terrible. Las flotas del mundo podrían navegar con espaciosa comodidad en la sangre inocente que ha derramado.
Acabas de leer esta entrada. ¿Qué opinas? ¿Te parece interesante? ¿No tiene sentido lo que se dice en ella o todo lo contrario? ¿Te ofende, o no le das importancia? Como sea… Si reaccionas ¡¡Es que tienes opinión!! ¿Vas a pasar desapercibido? ¡A qué esperas!. Lee, piensa, reacciona y escribe un comentario… Haz que tu voz sea protagonista.

la inmaculada concepcion, es un dogma que viene por el magisterio de la iglesia, y por ende yo lo creo y lo acepto como catolico que soy. ahora la palabra es perfecta e infalible, por que fue inspirada por Dios; por lo tanto debemos aceptar como niños, la leche espiritual pura. en palabras de gabriela mistral, no me fatigas como me fatigan los poemas de los hombres.