Me sorprendió descubrir varias citas de Mark Twain haciendo una crítica sin excusas hacia el cristianismo.
Siempre había creído que el escritor era un creyente o, por lo menos, no un descreído pero al descubrir la cita anterior indagué algo más sobre él. Siendo escritor posiblemente nos hubiera dado mayor testimonio que una simple cita de sus creencias en cuanto a la religión.
Y así fue. Aunque era un cristiano creyente tuvo una reacción profunda en contra de la iglesia cristiana debido a conflictos con la forma de interpretar la Biblia por parte de su Iglesia. Encontré una serie de cartas que, entre Mark Twain y su hija, han quedado en la incógnita durante años. La historia es curiosa.
Haré una serie de entradas donde irán apareciendo esta sucesión de cartas donde se comprueba claramente esta insatisfacción. Expondré estas cartas en su versión íntegra.
El descreimiento de Mark Twain
Martes, 19 de junio de 1906
Nuestra Biblia nos revela el carácter de nuestro Dios con exactitud minuciosa y cruel. Se trata, claramente, del retrato de un hombre -si es que un hombre tan cargado y sobrecargado de impulsos, cuya maldad va más allá de todo lo humano, es imaginable en un personaje ahora que Nerón y Calígula están muertos- con quien quizá nadie desearía alternar. En el Antiguo Testamento sus actos revelan, una y otra vez, su naturaleza vindicativa, injusta, avarienta, despiadada y vengativa. Siempre castiga -castiga delitos insignificantes con una severidad mil veces superior; castiga a niños inocentes por la culpa de sus padres; castiga a poblaciones inofensivas por las culpas de sus gobernantes; y llega a rebajarse y desencadenar venganzas sangrientas sobre terneras y ovejas y cabras y bueyes inocuos, castigándoles por las transgresiones de poca monta de sus propietarios. Quizá nunca se haya puesto en tipos de imprenta una biografía más lapidaria. En comparación, Nerón es un ángel de la luz y una guía.
Todo comienza con una inexcusable traición que da la tónica para toda la biografía. Por lo malvado y pueril, este comienzo ha de haber sido inventado en una guardería de piratas. A Adán se le prohíbe el fruto de cierto árbol, informándole solemnemente de que si desobedece morirá. ¿cómo es posible haber pensado impresionar a Adán de ese modo? De hombre, Adán sólo tenía la estatura: por sus conocimientos y experiencia, en nada superaba a un bebé de dos años; no podía tener ni idea del significado de la palabra «muerto»; no había oído decir nunca que algo estuviera muerto. La palabra no podía querer decir nada para él. Si se le hubiera advertido al niño Adán de que, de comer la manzana, se convertiría en un meridiano de longitud, la amenaza habría sido la misma, pues en ninguno de los dos casos podía comprender su significado.
Con toda confianza habríamos podido afirmar que el mismo intelecto que pergeñó la memorable amenaza la supliría con otras banalidades y otras nociones baratas de justicia y ecuanimidad. Y bien, eso es precisamente lo que ocurrió. Se decretó que todos los descendientes de Adán, hasta el último día, pagarían por las transgresiones a esa ley de guardería con que fue fulminado el bebé en pañales. Durante miles y miles de años, su descendencia, individuo por individuo, ha sido presa de caza, acosada por mil calamidades en castigo por esa fechoría juvenil que, grandilocuentemente, se llama el Pecado de Adán. Y a lo largo de ese vasto lapso no han escaseado rabinos, ni papas, ni obispos, ni curas, ni párrocos ni esclavos laicos para aplaudir la infamia, sostener su justicia y rectitud intachables y alabar a su Autor en términos tan grosera y extravagantemente aduladores que nadie, sino un Dios, sería capaz de escucharlos sin esconder la cara y sumirse en el disgusto y la turbación.
Encallecidos por una larga experiencia de adulaciones, ni siquiera nuestros potentados orientales serían capaces de tolerar la refinada adulación que nuestro Dios recibe complacido y satisfecho, tal como se vuelca de nuestros púlpitos cada domingo.
Decimos desfachatadamente que nuestro Dios es fuente de toda misericordia, pero sabemos perfectamente que no hay un solo caso auténtico en la historia en que Él haya mostrado esa virtud. Decimos que es fuente de toda moral, pero sabemos por Su historia y por Su conducta diaria, tal como la perciben nuestros sentidos, que Él no tiene absolutamente nada que se parezca a la moral. Lo llamamos Padre, sin escarnio, pero detestaríamos y denunciaríamos a un padre terrenal que infligiera a su hijo la milésima parte de los dolores y miserias y angustias que Él dispensa a sus hijos cada día -y que ha venido dispensando cada día, a lo largo de todos los siglos, desde que tuvo lugar el crimen de crear a Adán.
Nos manejamos con una curiosa y cómica mezcla de ideas acerca de Dios. Lo dividimos en dos, hacemos bajar una mitad a un oscuro e infinitésimo rincón del mundo para que otorgue la salvación a una pequeña colonia de judíos -y sólo de judíos, de nadie más-, y dejamos la otra mitad entronizada en el cielo, mirando hacia abajo, anhelante y ansiosa esperando resultados. Con reverencia estudiamos la historia de la mitad terrenal y, con todo aplomo, deducimos que la mitad terrenal se ha reformado, que está dotada de moral y de virtudes y que en nada se parece a la mitad malvada que mora, abandonada, en el trono. Concebimos la mitad terrenal como justa, misericordiosa, caritativa, benévola, clemente, llena de simpatía por los sufrimientos de la humanidad y deseosa de eliminarlos. Es como si dedujésemos su carácter no mediante el examen de los hechos, sino haciendo todo lo posible por no buscarlos, rehusando medirlos y pesarlos. La mitad terrenal nos exige ser misericordiosos, y nos da el ejemplo inventándose un lago de fuego y azufre en el que todos quienes rehusemos reconocerlo y adorarlo como Dios nos consumiremos para siempre. Y no sólo nosotros, a quienes se nos fijan estas condiciones, nos consumiremos quemados si no las cumplimos, sino que sufrirán este destino atroz también los miles de millones de seres humanos que vinieron antes, aunque nunca hayan oído hablar de Él ni hayan llegado a conocer las condiciones. Semejante muestra de generosidad sólo puede ser calificada de magnífica. Nada se le aproxima, ni entre los salvajes ni entre las fieras de la selva. Se requiere de nosotros que sepamos perdonar a nuestro hermano setenta veces siete, y que nos demos por satisfechos y contentos en nuestro lecho de muerte si, al cabo de una vida piadosa, escapa nuestra alma del cuerpo antes de que el cura se precipite para proveerla de un pase mediante barboteos y velas y conjuros. También este ejemplo de clemencia puede calificarse de magnífico.
Se nos dice que las dos mitades de nuestro Dios están divididas e inconexas sólo en apariencia; que en realidad las dos son una, igualmente poderosa pese a la separación. Siendo así, la mitad terrenal -que llora por los sufrimientos de la humanidad y querría eliminarlos, y que está perfectamente capacitada para hacerlo en el momento que le plazca- se satisface devolviéndole la vista a algún que otro ciego, y no a todos los ciegos; curando a algún que otro tullido, y no a todos; proveyendo una comida a cinco mil hambrientos, mientras que los millones de hambrientos siguen hambrientos. Y, a todo ello, exhorta al ineficiente ser humano a curar estos males que Dios mismo le ha infligido y que Él podría hacer desaparecer con una palabra, si así lo quisiera, cumpliendo de ese modo un deber desatendido desde el principio y que seguirá desatendido por siempre jamás. Evidentemente lo consideró signo de bondad. Si lo fuera, no fue justo restringirlo a media docena de personas. Debió devolver la vida a todos los muertos. Yo, personalmente, no lo haría, pues para mí los muertos son los únicos afortunados -sólo lo menciono al pasar como una de esas curiosas incongruencias de que nuestra historia bíblica está llena.
Si bien el Dios del Antiguo Testamento es un ser terrible y repelente, por lo menos es coherente. Es franco y habla claro. No presume de moral o virtud alguna, más que con la boca. Nada se traduce en sus actos. Creo que es infinitamente más merecedor de respeto que Su yo reformado tal como lo describe, con todo candor, el Nuevo Testamento. Nada hay en la historia -ni en toda Su historia junta- que remotamente se acerque a la atrocidad de la invención del Infierno.
Su ser Celestial, Su ser del Antiguo Testamento, en comparación con Su ser Terrenal reformado, es la encarnación de la dulzura y de la delicadeza y la respetabilidad. En el Cielo no reivindica el menor mérito, ni lo tiene -sino de labios afuera-; mientras que en la tierra reivindica todos los méritos del catálogo de méritos, íntegro, aunque no los lleva a la práctica, sino de cuando en cuando, y ello no tacañería, terminando por conferirnos el Infierno, con lo que borra de un plumazo todos sus méritos ficticios, de una vez.

Qué curioso que un «creyente cristiano» considere más digno más digno de respeto al Dios furioso e irascible del Antiguo Testamento, en lugar del buen Dios Padre del Nuevo…que ha tenido la magnífica idea de inventar el castigo brutalmente desporporcional de lo que dicen es el Infierno. Al menos Mark no tenía una «fe ciega», como la de muchos.
Te felicito por el material del blog, siempre es interesante.
Saludos Andrés
Hola Norwin
Efectivamente me sorprendió el leer estas cartas de Mark Twain (las iré publicando en el blog). Sabía de la religiosidad existente en la familia de Mark Twain, incluso entendía que él era bastante religioso. En sus obras, desde luego, no se capta este descreimiento evidente que se lee en ellas. Por las fechas, muy cercanas entre sí, no sé si se debió a cierta circunstancia particular que le motivó a escribirlas. Lo que sí es destacable es que, a pesar de tener a su hija totalmente en desacuerdo con estas cartas, que se pudieran conservar para publicarse posteriormente.
Aún tengo algún problema en las suscripciones, pero teniendo ya tu contacto, en cuanto funcione tendrás la oportuna actualización de las publicaciones.
Saludos.
(p.d.: Publicada tu entrada aportada)
Hablando de «circunstancias particulares», como la que sospechas de Mark Twain, algunas personas a las que les he hablado sobre mi posición respecto a las religiones y los dioses, creen que solamente se trata de una crisis existencial, que tarde o temprano volveré a creer. Esto me conduce a tres interrogantes:
1) Realmente será considerable el número de creyentes que dejan de creer y después se arrepienten?
2) Será que la gente no puede concebir sus vidas sin tener una relación social con algún dios? Al parecer, el niño ya ha crecido pero sigue «jugando» con sus amigos imaginarios.
3) ¿Es demasiado duro y decepcionante saberse solos en el mundo? Necesitan desahogarse de todas sus penas con alguien que siempre los pueda escuchar, y sobre todo, que haga algo al respecto, si no en este mundo, al menos sí en el próximo, si es que existirá.
Al parecer, la solución simple de estas personas es: «Tienes que creer en algo». Pienso que más que recetar esta idea, deberían cuestionarse un poco sobre lo que piensan y creen ellos mismmos. ¿Creo tales ficciones porque realmente me lo he planteado y he concluido sí creerlo, o porque me lo heredaron, o peor todavía, porque «la mayoría sí las cree».
Hola Norwin
Así es. Y me resulta curioso comprobar que realmente creen que, al igual que tener 36º de temperatura es lo normal y sano, el estado saludable es ser creyente. Todo lo que se salga de ese status es anómalo. En esa línea argumental, siempre que hablas con ellos, se entrevé su deseo de que vuelvas a ese estado de gracia en el que se encuentran ellos y que yo por cabezonería, o por llevar la contraria, me he alejado. En definitiva, como si fuera un capricho.
Me voy a referir ahora a una película, The firm, que protagoniza Tom Cruise. No sé si la habrás visto o la recuerdas pero el hilo argumental es el de una firma prestigiosa de abogados y Tom Cruise entra a forma parte de ellos. Son abogados de éxito y quieren a Tom Cruise. Le agasajan con regalos y le incluyen entre los afortunados residiendo en una lugar prestigioso, cerrado del «imperfecto e inseguro» mundo exterior, con todos los lujos… ¿Quién no quiere algo así? Sin embargo, sospechan. Observan a otros vecinos y, por diversas circunstancias, entienden que tanta bondad, tanta perfección, tanta protección es un cáncer para ellos.
Salvando las diferencias entiendo que los creyentes convencidos están en ese mundo. Entienden que en ese placebo todo es ideal. Curiosamente, en esta película, como en otras que he visto con argumentos similares en todas, repito, en todas, hacen hincapié en que ese tipo de sociedad «perfecta» es realmente la anómala: la peligrosa.
Efectivamente. Una sociedad que te dice que comas pero no te permite saber de dónde proviene esa carne, ni siquiera de que te lo preguntes, es una sociedad enferma y, de forma comprensible, falta de la libertad básica tal y como interpretamos que ha de ser una sociedad en nuestros días.
Así estamos amigo Norwin. Somos unos maravillosos enfermos. Nos dicen que nuestras preguntas, nuestros cuestionamientos y nuestra rebeldía es producto de un bajón, de una enfermedad o de una rebeldía. Pero no te preocupes. Los enfermos son ellos.
Un saludo
Si Dios fuera un Dios tan cruel como dices, ¿como es que sigues tan altiva y orgullosamente hablando mal de el y no te a consumido el fuego o no te caído un rayo?
Y si me dices que no existe entonces que fue lo que creó la especie humana? Una explosión que por sin razón hizo seres pensantes y con sentimientos si es así entonces miserable de mi porque nunca le podré dar gracias por lo bello que he vivido.
Si Dios fuera un Dios tan cruel como dices, ¿como es que sigues tan altiva y orgullosamente hablando mal de el y no te a consumido el fuego o no te caído un rayo?
Y si me dices que no existe entonces que fue lo que creó la especie humana? Una explosión que sin razón hizo seres pensantes y con sentimientos si es así entonces miserable de mi porque nunca le podré dar gracias por lo bello que he vivido.
Efectivamente sus propias preguntas tienen la respuesta oportuna. No hay dios…. por eso ocurre lo que se está preguntando.
En cuanto a sus siguientes reflexiones sería largo de responder y, a la vez, creo que no entendería nada. Por ello le invito a que lea libros distintos de los religiosos para que entienda en qué mundo vive. Aunque creo que está en el nivel Hooligan y no entendería nada…. De todas formas le animo a ello.