El primer mandamiento de 10… ¿Y porqué no 7, o 13, o 132?
Es curioso comprobar que esa mente divina se configura con la misma estructura cognitiva típica de cualquier humano al idear sus leyes con un número tan redondo. Imagino que, al ser tan pocas, determinen de forma magistral la sabiduría divina en cuanto al comportamiento humano y reflejará verdades inmutables en el tiempo. Pero a mí me da que no.
- I Amarás a Dios sobre todas las cosas.
- II No tomarás el nombre de Dios en vano.
- III Santificarás el día del Señor.
- IV Honrarás a tu padre y a tu madre.
- V No matarás.
- VI No cometerás adulterio.
- VII No robarás.
- VIII No levantarás falsos testimonios ni mentirás.
- IX No desearás a la mujer del prójimo.
- X No codiciarás los bienes ajenos.
La vanidad es el comienzo de todos los pecados- Papa Gregorio
Un mandamiento poco educativo
Si analizamos el primer mandamiento podemos extraer unas conclusiones interesantes. Ya he mencionado a lo largo del blog lo narcisista y egocéntrica que es la personalidad de este ente inteligente de ficción. Este mandamiento, el primer mandamiento, es el único en el que, siguiendo una lectura de la Biblia, no entra en contradicción con ella. En la Biblia en todo momento Dios exige ser amado y quien no lo hace es castigado. Y castigado contundentemente.
Así dice Jehová, Rey de Israel y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero y yo soy el último, y fuera de mí no hay Dios.- Isaías 44:6
Yo soy Jehová y no hay ningún otro. No hay Dios fuera de mí.- Isaías 45:5
Frente a estas formas de definirse no podemos negar que, por lo menos, se trata de alguien con una autoestima superlativa.
Yo no soy creyente, pero me pongo en una posición hipotética de creyente y aún así me es difícil imaginar la relación que pudiera tener con alguien que se describe como todopoderoso y con esa vanidad tan exaltada. Alguien que se expresa y comporta de esa manera sería la compañía menos recomendada para tenerla cercana. Sé que amo, sé que siento y que lo hago de una forma cercana, modesta e incluso vulnerable. Lo que no me imagino que pudiera surgirme un sentimiento de amor hacia un ente inmortal y que me exija amarle.
Los que no creemos nos es muy fácil explicar en qué creemos. Lo que no llego a entender es saber en qué creen los que creen, nunca he entendido a qué ser refieren.
Los no creyentes creemos en algo: en el valor de la vida, de la libertad y de la dignidad, y en que el la verdadera forma de disfrutar de la vida no es concevirla con fantasmas todopoderosos y con vidas futuras dignas de cuentos infantiles. Somos los hombres los que debemos afrontar la verdad y promover una vida plena para aprovecharla y dignificarla lo máximo posible. La inestabilidad da paso a la creación y a la libertad.
El dios de la Biblia es un Dios abstracto. Sin duda, una novedad. Unos dos mil años antes de Cristo, los dioses siempre habían sido animales, o árboles, o ríos, o piedras, o mares. Habían tenido cuerpo, habían sido dioses visibles. Entonces apareció un ser abstracto y se produjo una verdadera revolución.
Los romanos admitían los dioses de sus conquistados porque creían que los dioses de todos los pueblos eran tolerantes entre sí. Los romanos veían que los cristianos rechazaban a todos los dioses existentes. Resultaba una actitud incomprensible y sectaria, ya que había una gran variedad. Se les ofrecían los de Oriente, los de Occidente, los de forma animal, los de forma vegetal. Pero los cristianos los rechazaban a todos. No querían saber nada del culto al emperador, ni de las glorias de cada una de las ciudades. Por eso los seguidores de ese dios, que no se veía en ninguna parte, se les consideró ateos por los paganos de Roma.
Los cristianos traían la idea del monoteísmo, de un dios único, excluyente, infinito, abstracto e invisible, era lo normal para ellos, pero resultó sorprendente y revolucionario para el resto. Pero esa concepción religiosa ¿fue un retroceso o un avance en el desarrollo espiritual de la humanidad? Diría que en parte era positiva ya que fue un paso hacia una mayor universalidad, hacia una mayor abstracción conceptual. El dios se convirtió en un concepto, en una idea. Dejó de ser cosa. Pero era evidente que también se produjo una pérdida en lo que se refiere a la relación de los hombres con lo natural, con el mundo, con la realidad.
El monoteísmo tenía algo muy peligroso: era un dios celoso que no aceptaba competencias. Así que por un lado se adquirió una dimensión más espiritual y por otro, una gran intolerancia.
Los israelitas no siempre fueron monoteístas. Eran monólatras: creían que existían muchos dioses, aunque adoraban sólo a uno. Tras la invasión de los babilonios y la toma de Jerusalén, Nabucodonosor se los llevó como esclavos a Babilonia. Los judíos quedaron deslumbrados por el lujo de la capital de sus vencedores. Se preguntaron cómo podía ser que ellos, que se consideraban tan bien cuidados por Yahvé nunca hubieran conocido semejante nivel de vida. Pero en lugar de renegar de su dios, los cautivos llegaron a una conclusión que les sirvió para sentirse bien con ellos mismos: el dios de los Babilonios no existía, como tampoco existía ningún otro. Yahvé era el creador de todo, incluso de la belleza y el poder de Babilonia. Así convirtieron la tristeza del exilio en el orgullo de adorar al único dios vivo y duradero.
Otra prueba de que los judíos no fueron monoteístas antes de su cautividad en Babilonia es que la traducción literal del primer mandamiento es:
No tendrás otros dioses frente a mí.
Esto significaba que aceptaban otros dioses aunque deseaba imponerse sobre el resto.
El amor a lo infinito, a lo inabarcable ¿es incluyente o excluyente? ¿Se ama también a los que no veneran a ningún dios?.
Amo a todas las religiones, pero estoy enamorada de la mía.- Madre Teresa de Calcuta
Las religiones han sido fuente de animadversión, de persecución, de intolerancias, de guerras y de crímenes. A lo largo de los siglos los hombres han encontrado motivo de discordia echándose culpa unos a otros sobre reales o supuestas ofensas a sus respectivos dioses. Pero ¿por qué las religiones han sido incompatibles unas con otras? Todos los hombres de religión predican palabras hermosas de aceptación a los demás, pero pocas veces sus actos tienen que ver con lo que dicen. El ejemplo del catolicismo es evidente: las religiones se hacen tolerantes cuando se debilitan, cuando pierden poder terrenal. Mientras controlan los hilos de la política y la economía y tienen un brazo secular para poder hacer cumplir sus preceptos, rara vez son tolerantes. Este sentimiento aparece cuando los que controlan la práctica de una creencia tienen que ser aceptados, no cuando tienen que aceptar. Esto ocurre en casi todas las religiones.
Uno de los ejemplo más claros fueron las Cruzadas. A fines del siglo XI, Venecia, Génova y Pisa querían recuperar el control del comercio con Oriente. El problema eran los turcos, quienes controlaban los pasos marítimos y terrestres hacia los lugares santos y los centros de comercio más importantes. Así que habían intereses comerciales y políticos del papa Urbano II, que quería controlar Constantinopla. Así que el Papa con la magnífica excusa de recuperar los lugares sagrados de Oriente y proteger a los cristianos, promovió la Primera Cruzada. Hacia allí partieron miles de hombres para matarse con otros tantos miles de hombres al grito de Deus lo volt («Dios lo quiere»).
Dios nunca habla en forma directa con los humanos, o por lo menos no lo hace con la mayoría. Siempre hay alguien que se interpone. Nunca tenemos a Dios delante, sino a sacerdotes, obispos, muecines, rabinos, etc. Es decir, otras personas tan comunes como los demás, pero que hablan en su nombre. Cuando uno analiza las guerras de religión, Dios ha sido la coartada para justificar los odios que los hombres se tenían entre ellos, para impulsar los deseos de conquista.
Los mandamientos son imposiciones antiguas, pasadas de moda, y algunas hasta fuera de toda lógica, pero que, al igual que las leyes actuales, son fruto de convenciones sociales. Más allá del tiempo en que se dieron a conocer y fueron respetadas y temidas, no formaron parte inamovible de la realidad, como ocurre por ejemplo con la ley de la gravedad. Tampoco brotan de la voluntad de un dios misterioso. Las leyes han sido inventadas por los hombres, responden a designios humanos antiguos, algunos de los cuales nos cuesta entender hoy, y pueden ser modificadas o abolidas por un nuevo acuerdo entre humanos. Sin ir más lejos, los mandamientos originales fueron modificados por los católicos.
¿Los mandamientos respetan a los otros? ¿Yo me siento respetado cuando leo, uno por uno cada mandamiento?.
La única libertad que merece ese nombre es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro propio camino, en tanto no privemos a los demás del suyo o le impidamos esforzarse por conseguirlo. Cada uno es el guardián natural de su propia salud, sea física, mental o espiritual. La humanidad sale ganando más consintiendo que cada cual viva su manera antes que obligándose a vivir a la manera de los demás.
- John Stuart Mill
El primer mandamiento, como los otros nueve, lleva implícita la amenaza del castigo en caso de que no se cumpla. Yahvé había prometido proteger al pueblo judío, el elegido, con la condición de cumplir al pie de la letra el Libro de la Ley. La palabra de Dios daba lugar a pocas interpretaciones:
Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal, porque yo te mando hoy que ames a Jehová, tu Dios, que andes en sus caminos y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová, tu Dios, te bendiga en la tierra a la cual vas a entrar para tomarla en posesión. Pero si tu corazón se aparta y no obedeces, te dejas extraviar, te inclinas a dioses ajenos y los sirves, yo os declaro hoy que de cierto pereceréis; no prolongaréis vuestros días sobre la tierra adonde vais a entrar para tomarla en posesión tras pasar el Jordán.
- Deuteronomio 30:15-18
Cuando leo esto y pienso que hay gente que cree lógico que exista el castigo a estas cuestiones, lo primero que hay que dejar claro es que la ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos, ni con los premios repartidos por la autoridad, sea humana o divina, que para el caso es lo mismo.
El tema de las imágenes y los ídolos en la religión ha marcado una de las grandes diferencias entre católicos y judíos.
No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las honrarás, porque yo soy Jehová, tu Dios, fuerte, celoso, que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y hago misericordia por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos.
- Éxodo 20:3-6
Los católicos no hacen caso de este precepto envolviéndolo con la precisión de las palabras adorar o rendir culto.
Hay dos frases a las que se suele recurrir:
No trates a los demás como no quieres que te traten a ti.
o, en positivo,
Haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti.
Sin embargo George Bernard Shaw matiza esta idea:
No hagas a los demás lo que te guste que te hagan a ti, ellos pueden tener gustos diferentes.
Aquí hay que tener cuidado, porque es en estos casos cuando se corre el riesgo de toparse con aquellos para quienes la única verdad es la suya o la de su dios.
Durante la historia del hombre sobre la tierra, infinidad de ejércitos se han enfrentado en nombre de dioses o de creencias. En 5.500 años de historia se han producido 14.513 guerras que han costado 1.240 millones de vidas. En el momento en el que estás leyendo estos datos ya se habrán convertido en anticuados. Estas cifras tienen la particularidad de incrementarse minuto a minuto por obra y gracia de los propios hombres. De hecho, una gran parte de las guerras tuvieron su origen en desencuentros e intolerancias debidas a distintas creencias. pero también está claro que lo religioso fue una simple excusa para resolver diferencias territoriales o económicas. Nada ha cambiado.
Hoy en día podemos ver en nuestras casas, sentados cómodamente ante el televisor, a aquellos que mediante atentados tiran abajo edificios en nombre de una divinidad vengadora que persigue al Gran Satán Occidental. Y desde Estados Unidos se utiliza una frase arcaica: «Dios está con nosotros». Un lenguaje propio de la época de las Cruzadas. Nos encontramos en pleno auge de la justificación teológica de los enfrentamientos terrenos.
Casi todas las religiones han tenido una vertiente proselitista y misionera que trató de extender sus enseñanzas. El cristianismo y el islam son las más expansivas. La idea predominante a lo largo de la historia es que el hombre religioso tiene la obligación de llevar la buena nueva y tratar de imponerla. Y para lograr esos objetivos se ha recurrido tanto a mansos pastores como a promotores de la palabra de Dios, o a fieros soldados. Por supuesto que ofrecer y utilizar la persuasión para dar a conocer la buena nueva no es tan malo como cuando el mandato pasa a ser: «Conviértete o muere».
Es evidente que el proselitismo religioso está más acentuado en las religiones viajeras e itinerantes. El ejemplo más claro es el cristianismo con sus variantes, y el islam. Los conquistadores españoles impusieron sus verdades a los conquistados, pasando por sangre y fuego a quienes no querían aceptarla.
Pero esta forma de imponer la religión por la fuerza no es una característica exclusiva de las religiones. Hay doctrinas políticas, nacionalistas y raciales que practican los mismos métodos:
Debes pensar como nosotros o de lo contrario tu destino será la exclusión, la expulsión o la muerte, porque no podemos convivir con quien no comparte nuestras creencias.
Un ejemplo de esta concepción se dio entre 1482 y 1492, con uno de los tres confesores de la reina Isabel la Católica: Torquemada, el Inquisidor. Su nombre aparece ligado a tres mil ejecuciones en la hoguera, encarcelamientos, confiscaciones y torturas. Aquí estamos en presencia del misionero fanático, que va más allá de las obligaciones de su misión y se transforma en un ser absolutamente negativo para la sociedad.
Adolf Hitler, Francisco Franco, Josef Stalin, Augusto Pinochet y Jorge Rafael Videla, por mencionar sólo algunos, se consideraban misioneros que debían salvar al resto de los humanos obligando por la fuerza a adoptar sus convicciones a quienes no creían en ellas. Pero esta tendencia misionera suele tener sus tropiezos. Un libro delicioso, La Biblia en España, presenta un cuadro absolutamente fresco del país en los siglos XVIII y XIX, cuenta las peripecias de George Borrow, un evangelista inglés que recorrió la península vendiendo biblias protestantes. En un momento de su recorrido, Borrow llegó a Andalucía y se encuentra con un campesino que estaba arando la tierra.
Hubo cientos de miles de Borrows recorriendo el planeta y muchos más soldados tratando de imponer sus verdades por la fuerza. Pero ahora estamos además en presencia de una nueva situación que Yahvé y Moisés nunca imaginaron: la expansión de los medios de comunicación, lo cual ha creado nuevos campos de batalla donde los evangelizadores no se dan tregua ni cuartel. En el medievo los predicadores llenaban las iglesias y catedrales y hablaban como mucho para dos o tres mil personas. Un representante que hablase en la Asamblea de Atenas rara vez lo hacía para más de quince o veinte mil asistentes. El desafío de los telepredicadores y de los papas viajeros consiste en ser capaces de dirigirse a millones de personas; enfrentándose también, como contrapartida, al hecho de que las idolatrías tienen este mismo beneficio, y en este campo la competencia por la audiencia suele ser desfavorable para la divinidad, sea cual sea, frente a, por ejemplo, Gran Hermano o el Sálvame de Telecinco.
Como conclusión a la entrada dedicada a este primer mandamiento diré que poco futuro tiene este primer mandamiento en la sociedad actual y aún menos futuro. No se puede imponer el amor, ni el respeto, ni nada. Sólo la ignorancia.
