Para los católicos, Martín Lutero fue el hereje por excelencia, culpable de la división de la cristiandad en el siglo XVI. Para los protestantes, en cambio, Lutero fue una mezcla de héroe de la fe, profeta y maestro. En las últimas décadas su figura ha sido recuperada al servicio del extendido ecumenismo centroeuropeo, mientras que los historiadores rescataban el auténtico perfil histórico del monje alemán.
Martín Lutero nació en 1483 en la región de Turingia. Su padre, de origen campesino pero enriquecido gracias a su trabajo de contratista de minas, quiso encaminar a su hijo hacia los estudios de leyes. Pero sus esperanzas se vieron frustradas cuando el joven Martín entró en el monasterio agustino de Erfut en julio de 1505. Lutero fue un monje ejemplar, que se plegaba a todos los rigores de la regla agustina. Pero, a medida que pasaba el tiempo, Lutero se inquietaba cada vez más al comprobar que, a pesar de todos sus esfuerzos, de sus disciplinas y ayunos, vivía completamente aniquilado por el terror del infierno y la duda sobre la salvación. Una visita a Roma a finales del año 1510 le convenció de la necesidad de proceder a una reforma de la Iglesia.
Su superior consideró necesario un cambio de aires para aquel joven atormentado, así que le ordenó que se preparara para enseñar la Sagrada Escritura en la Universidad de Wittenberg. En dicha universidad, Lutero se doctoró en teología. Fueron el estudio asiduo del texto bíblico y la docencia diaria lo que empezó a sugerirle nuevos caminos a su propia angustia interior.
En esos años, Lutero se dedicó a dar clases sobre los Salmos y las epístolas de san Pablo a los Romanos, los Gálatas y los Hebreos. La relectura que el monje alemán hizo de estos textos le condujo a una nueva certeza, a suscribir las palabras del apóstol Pablo:
El justo por la fe vivirá.
Para la salvación no eran necesarias las buenas obras sino la fe en el sacrificio de Jesús en la cruz, un sacrificio realizado para beneficio de todos los hombres que quisieran aceptar ese regalo de amor de Dios padre. Lutero había descubierto el amor de Dios.
A partir de ese momento defendería como su objetivo fundamental una reforma de la teología que tuviese la Sagrada Escritura como fuente y como norma, frente al método escolástico heredado de la Edad Media. Dicho de otra forma, la iluminación del creyente por medio de la lectura directa de la Sagrada Escritura, que proponía Lutero, se oponía a la mediación de la Iglesia romana, para la que el sentido de los libros sagrados venía dado por la interpretación que de su texto daban los Padres de la Iglesia, en especial santo Tomás de Aquino.
Las 95 tesis de Lutero
El detonante de la confrontación con la Iglesia fue el gesto de Lutero de fijar sus 95 tesis, el 31 de octubre de 1517, en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg. El documento contenía una violenta crítica del sistema de venta de indulgencias, cuestión que en esos años era un problema candente en Alemania. El arzobispo de Maguncia tras ofrecer al papa 24.000 ducados, había obtenido de León X el permiso para predicar la indulgencias en sus territorios, un negocio del que también sacaban tajada la banca de los Fugger, el emperador Maximiliano y el propio papa. ¿Quién podía sustraerse a la tentación de comprar aquellos títulos de indulgencias para alcanzar un lugar en el cielo?

Xilografía de Lucas Cranach, el Viejo, para una de las obras de Lutero. El Papa cabalga sobre un cerdo, con un excremento humeante en la mano
La violenta inquina de Lutero contra el papado no dejó de aumentar a lo largo de toda su vida. Para Lutero el papa era el Anticristo, el tirano que tenía cautiva a la Iglesia culpable de la corrupción de la cristiandad. Lutero promovió estas ideas con abundante apoyo de grabados como los de Lucas Cranach el Viejo, en textos de lenguaje directo e imágenes obscenas que hicieron las delicias de un público analfabeto. Fueron muy comunes los grabados que reflejaban al papa como un burro erguido defecando un dragón. El «papa-asno» sería el insulto preferido entre un rosario de improperios soeces. El título de su último texto sobre el tema fue Contra el papado de Roma, creación del diablo. Pero ya antes había escrito, estando enfermo, un posible epitafio para su tumba muy expresivo de la fobia de Lutero:
Durante mi vida fui tu peste, papa; con mi muerte será tu muerte
Así nacieron las 95 tesis de Lutero, que tuvieron un éxito inmediato porque, más allá de la crítica a una práctica concreta, conectaban con un fuerte sentimiento alemán y antirromano. Al principio, el papa León X se mostró indiferente a la predicación de Lutero: a sus ojos, no se trataba más que de las opiniones de un desconocido monje alemán. Pero la presión de la orden de los dominicos, directamente implicados en la práctica de la venta de indulgencias, y las alarmantes noticias sobre la rápida difusión y aceptación de los escritos de Lutero llevaron a León X a condenar sus doctrinas en el años 1520. Lutero contestó quemando públicamente la bula condenatoria y otros textos canónicos en Wittenberg, en diciembre de ese mismo año. La reacción de Roma no se hizo esperar: Lutero fue excomulgado en enero de 1521.
Gracias a la imprenta, que difundió miles de ejemplares de sus 95 tesis, Lutero se había ganado el favor de la opinión pública y de algunos príncipes que buscaban debilitar la influencia del papa en la política interna del Sacro Imperio, entre los que se encontraba el príncipe elector de Sajonia, Federico el Sabio.
Proscrito por Carlos V
Carlos V aprovechó la celebración de la Dieta (parlamento imperial) de Worms para invitar al monje rebelde. El viaje de Lutero se convirtió en una marcha triunfal. Ante el emperador fue instado a retractarse de sus escritos y enseñanzas. Lutero no vio ninguna razón para ello. Sólo se plegaría ante los «testimonios de la Escritura y claros argumentos de la razón», pues tanto el papa como los concilios podían equivocarse.
Estoy sometido a mi conciencia y ligado a la palabra de Dios, añadió. Por eso no puedo ni quiero retractarme de nada, porque hacer algo en contra de la conciencia no es seguro ni saludable. ¡Dios me ayude, amén!
Ante esta negativa, el emperador tuvo que reaccionar, así que publicó el edicto que proscribía al reformador y eximía de consecuencias penales a quien lo matase.
Durante el viaje de regreso a Wittenberg, Lutero fue conducido secretamente al castillo de Wartburg en una operación montada por el príncipe elector Federico. Lutero permaneció allí diez meses bajo la falsa identidad de un caballero llamado Jorge. Durante ese tiempo de soledad, y a pesar de sufrir dolencias físicas y depresiones profundas, se aplicó a una gran actividad literaria, intentando dar respuesta a todos los problemas teológicos y litúrgicos a los que se enfrentaba el movimiento de reforma: los votos monásticos, la oración, la misa, el sacramento de la Santa Cena, etc. Destaca especialmente la traducción al alemán que realizó del Nuevo Testamento y que obtuvo un extraordinario éxito popular. En los años siguientes completó la traducción de toda la Biblia, cuya publicación salí a la luz en 1534.
La imprenta tuvo para Lutero una importancia básica en la predicación de su Evangelio. Su objetivo era hacer llegar el mensaje de la salvación al mayor público posible. Por ello no aceptó nunca honorarios y veló porque sus escritos fueran económicos y de formatos accesibles. Publicó hojas volanderas que pasaban de mano en mano, tratados breves escritos en un alemán popular, con las expresiones más coloquiales y vulgares.
Organizaba sus discursos alrededor de unos pocos conceptos, de apariencia sencilla pero de fuerte contenido teológico («sola fe», «sola Scriptura», «sola gracia», «todos sacerdotes», «hombre total») para facilitar su memorización e impacto. No rehuía la sátira feroz (se ha dicho de él que fue «el más grande y el más grosero de los escritores de su tiempo»), ni las caricaturas burlescas en forma de grabados, para lo que contó con la colaboración de Lucas Cranach el Viejo. Todo ello hizo de las obras de Lutero auténticos best-sellers, por lo menos hasta 1525. El público lector hacía correr esas hojas o panfletos y los impresores, con permiso o sin él, imprimían los textos que literalmente les quitaban de las manos, haciendo con ellos un gran negocio. Ya en febrero de 1519, Froben, el impresor de Basilea, anunciaba la publicación de varios panfletos luteranos dirigidos a los cantones suizos, Italia, Francia y España, afirmando: «Venta tan afortunada jamás tuvimos con ninguna otra obra». Más de un tercio de los libros vendidos en Alemania entre 1518 y 1525 eran de Lutero. Con este enorme éxito literario, no es de extrañar que las ideas luteranas se extendieran con una rapidez asombrosa.
La crisis de 1525
Los años que van de 1522 a 1525 son esenciales para Lutero y la Reforma. Ante las disidencias que surgieron entre sus seguidores, Lutero se dio cuenta de que la reforma no podía instaurarse desde abajo, sino que era necesaria la implicación de príncipes y magistrados. A la vez, el reformador se lanzó a la tarea de organizar la nueva Iglesia en expansión: la liturgia, con un peso muy importante de los cantos en lengua vulgar, las relaciones entre la Iglesia y la autoridad civil, la cuestión del comercio y la usura, la enseñanza obligatoria de los niños, etc.
Pero el año de 1525 supuso un punto de fractura en el luteranismo. Hubo tres razones para que esto sucediera. En primer lugar, Lutero decidió casarse con la monja exclaustrada Katharina von Bora, lo que hizo que le llovieran las críticas de adversarios y amigos. Mayor trascendencia tuvo la actitud de Lutero frente a la guerra de los campesinos y, sobre todo, su ruptura con el humanismo y su máximo representante en esas décadas: Erasmo de Rotterdam.
En 1525, la guerra de los campesinos supuso un momento difícil en la vida de Lutero. Un antiguo adepto suyo, el sacerdote Thomas Münzer, se puso al frente del movimiento de rebeliones rurales iniciado en el sudoeste alemán el año anterior. Los campesinos habían enarbolado la bandera de la reforma para legitimar su sentimiento antiseñorial y anticlerical, creando un ambiente apocalíptico y de terror. Lutero no podía tolerar la violencia de ningún tipo en nombre del Evangelio y escribió uno de sus libelos más violentos. Contra las hordas ladronas y asesinas de los campesinos, en el que incitaba a acabar físicamente con los rebeldes. Se ha dicho que con este texto Lutero perdió definitivamente a las masas campesinas para su causa. Lo que sí dejó entrever en este episodio fue su mentalidad feudal, ajena a las inquietudes sociales de una nueva época.
La ruptura con los humanistas
Otro episodio revelador es el de su ruptura con los humanistas, y especialmente con Erasmo. Lutero y él coincidían en la crítica a las formas de religiosidad exterior o la escolástica, así como en la defensa de un nuevo estilo de cristianismo, basado en la figura central de Cristo. Pero Erasmo no pensó nunca en la ruptura con Roma, y su acercamiento a la Biblia no fue tanto el de un teólogo como el de un filólogo. Tras la excomunión de Lutero las diferencias empezaron a pesar más que las coincidencias. La ruptura llegó entre 1524 y 1525. Erasmo publicó su De libero arbitrio, un ataque frontal a la esencia del luteranismo: la justificación por la fe. Lutero replicó con Sobre el siervo arbitrio. El divorcio entre el humanismo y el luteranismo estaba servido y trajo consigo el desprestigio de Lutero entre buena parte de la intelectualidad europea.
Desde 1525 y hasta su muerte en 1546, Lutero continuó con labores de reorganización de la Iglesia reformada y siguió publicando textos que afianzaban sus posiciones y rechazos. En 1543 daba a luz su airado libro Contra los judíos y sus mentiras. Pero para entonces la Reforma ya había tomado distancia respecto a su primer líder. El ala radical criticó su actitud frente al campesinado y su compromiso con los príncipes. Las disputas teológicas se sucedieron y provocaron dolorosas rupturas, como la de Lutero y Zwinglio. En realidad, toda esa tarea organizadora desbordó al propio Lutero, que tuvo durante su vida una sola obsesión, la respuesta a un problema acuciante y personal: el de la salvación por la fe.
Luteranos frente a católicos
La imprenta desempeñó un papel crucial en la expansión de la Reforma luterana durante sus primeros años. Los textos escritos en hojas pequeñas, de fácil distribución y, sobre todo, las imágenes asociadas a los mismos contribuyeron de forma poderosa a dar a la Reforma un apoyo popular que fue una de las claves de su éxito inicial. Lutero, decidido partidario de este método para dar a conocer sus ideas, contó con el apoyo incondicional de su gran amigo Lucas Cranach el Viejo, pintor de la corte de Federico el Sabio, el príncipe elector de Sajonia que tanto apoyó a Lutero. La amistad entre ambos se fundaba sobre las mismas convicciones religiosas. Por ello los grabados y pinturas de Cranach reflejan el espíritu de la Reforma. Los grabados satíricos contra el papado, por ejemplo, ilustran las feroces y cáusticas críticas de Lutero, en el grabado que aquí reproducimos, obra de Cranach, queda patente la diferencia entre la virtuosa Iglesia protestante y un corrupta Iglesia católica. En sus pinturas, en cambio, los temas bíblicos y religiosos son tratados desde el punto de vista reformado.
