En la entrada anterior hemos visto lo que fue el cristianismo para el ciudadano pagano de Roma y como encajó el ideario cristiano en la mente y, por supuesto, en la ambición política de Constantino.
¿Qué pasó con la mitología griega con la llegada del cristianismo?
Para comenzar me veo obligado a describir una breve historia del inicio según la mitología griega. Quiero hacer constar, por un lado, la belleza conceptual de la historia mítica y, por otro, es necesario describir el orden de aparición y comportamiento de estos mitos para comprender el pensamiento griego. Con la descripción que voy a mostrar a continuación deseo mostrar, por un lado, las similitudes con el modelo bíblico y por otro la influencia posterior en la literatura y tradiciones del mundo actual. El que muestre y relate las historias de estos mitos no quiere decir, por supuesto, que comulgue con algún asomo de verosimilitud.
¿Qué enseñaba la mitología griega en cuanto a la salvación? El primer mensaje de la mitología es que el mundo no es un caos, sino un orden, un cosmos, un mundo armonioso, justo, bello y bueno. Hay un inicio de los dioses y del mundo, la primera entidad divina es el Caos. Luego vienen Gea (la tierra), y Urano (el cielo). Ambos engendran hijos terribles: los Titanes, los Cíclopes y los Centimanos. Siguen siendo dioses caóticos, poderosos, violentos e inmortales. Son seres conflictivos y guerreros.
El último hijo de los Titanes, Cronos (el tiempo) consiguió con la ayuda de Gea, su madre, sacar a sus hermanos y su hermana del vientre de la Tierra donde Urano pretendía mantenerlos porque temían que lo suplantaran. Cronos cortó el sexo de su padre y así dio nacimiento al tiempo y al espacio: al espacio porque Urano, bajo el efecto del dolor, se separó de Gea, a quien cubría como una segunda piel, y se desplazó «hacia arriba», donde está el cielo que actualmente conocemos; y al tiempo, porque los hijos de Gea y Urano pudieron salir del vientre de su madre de tal modo que las generaciones comenzaron a sucederse, creando así la historia, la vida, el movimiento… Cronos, por su parte, también tendría hijos: son los Olímpicos, la tercera generación de los dioses. Fue el pequeño, Zeus, quien se rebeló contra su padre, Cronos. Ahí comienza la guerra de dioses entre los Olímpicos y los Titanes, es decir, entre los dioses de la segunda generación, caóticos y conflictivos y los de la tercera que pretenden armonía y paz, es decir, la construcción de un bello orden cósmico.
Cuando Zeus ganó la guerra contra los Titanes los encerró en el subsuelo, en el infierno. Poseidón (dios del mar) fabricó grandes puertas de bronce y los Centimanos serán sus guardianes. En ese momento sucedió algo decisivo que toda la tradición de la filosofía cosmológica retomará secularizadamente. Existen dos tradiciones opuestas en la filosofía griega: la de las sabidurías cosmológicas y las deconstructivas de los sofistas y atomistas como Epicuro.
Volvamos a nuestra construcción del cosmos. Recordemos que Zeus no sólo ganó esta guerra por la fuerza, sino gracias a la astucia y a la justicia que simbolizan en esta historia sus dos primeras mujeres: Metis (la astucia e inteligencia) y Temis (la justicia). Zeus tuvo el acierto de liberar a los Cíclopes y a los Centimanos. Agradecidos, se volvieron aliados en la guerra. Los Cíclopes ofrecieron a Zeus sus armas favoritas: el rayo, el relámpago y el trueno. Pero, sobre todo, Zeus prometió a todos los que le ayudaran en ese combate tratarlos según Temis, es decir, con justicia. Así, una vez ganada la guerra, lleva a cabo un reparto. A Poseidón, Zeus le entregó el mar; a Hades, el mundo subterráneo; a Gea, la tierra; a Urano, el cielo, etc. Cada dios recibió su justa parte. Esa será la fórmula del derecho romano: dar a cada uno lo suyo. Cada divinidad tendrá que recibir los cultos que le corresponden pero también su región del mundo. Como un gobierno cada dios tendrá sus funciones que cumplir, como si fueran «ministerios».
Gracias a este reparto justo y bueno, garantizado por el poder y sabiduría de Zeus, el mundo se convertirá en cosmos, es decir, en un orden armonioso, bello, justo y bueno, que será un modelo de conducta para los humanos, ya que es un modelo de justicia y, en definitiva, algo divino, theion. ¿Por qué divino? Porque hay, en este orden del mundo, algo que supera a los humanos: ellos lo descubren, no lo inventan. Y es por esto por lo que el mayor pecado concebido es la hibris, la arrogancia de quienes no permanecen en su sitio y desafían a los dioses, amenazando al mismo tiempo con destruir el bello orden cósmico tan bien elaborado por Zeus. Y es por eso por lo que Zeus necesita representantes del orden en la Tierra, para combatir a los promotores de disturbios: ésa era la tarea de los héroes como Heracles, Perseo, Jasón o Teseo, capaces de castigar la hybris en el mismo momento en el aparece.
Este es el primer mensaje de la mitología del que se apropiará la filosofía con los estoicos. La filosofía tendrá que hablar de Gea y de la tierra; ya no de Urano, sino del cielo, etc. Así, Hades será el mundo subterráneo y Poseidón el agua. Basta con transformar los dioses en elementos para pasar de la mitología a la filosofía.
El segundo mensaje de la mitología que la filosofía griega secularizó fue Homero de la Odisea. Ulises logró la victoria en la guerra de Troya por el caballo famoso. La guerra duró 10 años, durante los cuales Ulises combatió al lado de los griegos; más o menos amigos. Ulises pretende regresar a casa tras la guerra. Pero le será difícil. Primero porque los griegos devastaron de tal forma Troya que los dioses están disgustados con ellos; les reprochan su hybris en la victoria: la matanza de los troyanos fue excesiva. Pero también Poseidón siente una cólera especial con Ulises por clavar una estaca en el ojo del Cíclope. Ulises regresará en este viaje cargado de sentido. Va del caos (guerra) al cosmos, a la paz que simboliza el regreso a Ítaca. Y entre las pruebas que tendrá que pasar, todas con un sentido filosófico, hay una que parece agradable: Calipso. Calipso es una divinidad menor. Es una ninfa de una belleza sublime que enamoró a Ulises. Pasaba el tiempo haciendo el amor con él. Y la isla era radiante, frondosa, y colmada de comidas maravillosas. Todo esto no parece desagradable pero Ulises sólo tenía en la cabeza regresar a su casa y encontrarse con su hijo Telémaco, su esposa Penélope y su ciudad Ítaca.
¿Qué hacía Calipso para retenerlo? Lo ocultaba. Con el tiempo Zeus, a petición de su hija Atenea, ordenó a Calipso que dejara que Ulises regresara de su viaje. ¿Qué hizo ella entonces? Para intentar retenerlo a su lado, le prometió algo inaudito y que ningún mortal recibió: si permanece con ella, le promete la inmortalidad y la juventud eterna. ¿Por qué la juventud eterna? Por que hay un mal precedente en la mitología. Una hija de Titán, Aurora, por miedo de no poder disfrutar bastante de este amor, concedió la inmortalidad de su amante, sólo la inmortalidad. Por lo que se encogía hasta ser inservible. Al final se convirtió en cigarra.
Calipso no cometió ese error. Pero Ulises rechazó su oferta. El significado de este rechazo es abismal: revela en el fondo que el sentido de la existencia humana no es y no debe ser la búsqueda de la vida eterna. Este es un mensaje anticristiano, pero es necesario ver con que doctrina romperá el cristianismo. En opinión de Ulises, la finalidad de la existencia no es la salvación como conquista a cualquier precio de la inmortalidad. Reside en la búsqueda de la armonía, en la unión de uno mismo con el orden cósmico garantizado por Zeus: esa es la meta última del viaje de Ulises. Para él una vida realizada de mortal es preferible a una vida fracasada de inmortal. ¿Y en qué consiste una vida mortal realizada? Es una vida que primero admite su mortalidad pero que intenta lograr una armonía, una vida en la que uno ha encontrado su lugar. Y para Ulises este lugar natural de orden estaba en su ciudad con su mujer y su hijo. Con lo que se entrevé una sabiduría laica, una sabiduría no religiosa, una espiritualidad destinada a los mortales que no deben esperar la salvación de los dioses. Al contrario, una vida fracasada para Ulises es llorar en una roca con una ninfa que es mucho más bella que su mujer, pero con quien no se encuentra en su lugar.
Esos son los dos grandes mensajes de los que la filosofía griega se apropia: el mundo es un cosmos y el hombre ha de aceptar la muerte para ocupar su lugar.
¿Cómo y porqué el cristianismo rompe con este mensaje que es lúcido y poderoso? Esta ruptura se referirá a tres puntos de la filosofía griega: la teoría, la moral y la salvación o sabiduría.
- Primera interrogación: ¿Qué aspecto tiene el mundo en la existencia humana? ¿Es hostil? ¿Es comprensible? ¿Es bello o feo?
- Segunda interrogación: ¿Cuáles son las reglas del juego? Esto es ética o moral.
- Tercera interrogación: ¿Cuál es el propósito del juego? ¿A qué jugamos? ¿Qué hacemos aquí? Es posible que el juego no tenga finalidad, que la vida no tenga sentido.
El análisis del campo de juego se le llama teoría; las reglas del juego son la ética o la moral; y la finalidad del juego es la sabiduría o salvación. Sabiduría en el sentido de salvación del miedo a la muerte.
Para los griegos hay tres formas de afrontar la muerte.
- La primera es tener hijos, que hagan que persista algo de nosotros tras nuestra desaparición. Pero eso no impedía el tener miedo a la muerte.
- La segunda es el heroísmo guerrero cuya finalidad es la gloria. Todo lo que decimos y hacemos está abocado a la desaparición. Todo en nosotros es perecedero, mortal. El único medio para escapar de esta condición es convertirse en objeto de una novela histórica. La escritura es perenne. Pero también esta solución es limitada ya que el estar en los libros no impidió a nadie morir.
- La tercera forma es la filosofía. El sabio, cuando ha encontrado su lugar natural es un átomo de cosmos, un fragmento de eternidad. Es el pasado y el futuro lo que asolan la existencia humana. El pasado nos arrastra hacia atrás mediante dos sentimientos terribles: la nostalgia de cuando se ha sido feliz y el arrepentimiento cuando se ha sido desdichado. Y cuando se escapa al peso del pasado, es para precipitarse en los espejismos del futuro. Y uno se imagina que cambiando de imagen, de coche, de marido, de mujer, etc., todo irá mejor. Hay que desconfiar de los espejismos del futuro y de las pasiones tristes del pasado. A fuerza de pensar en el futuro o de lamentar el pasado, dejamos de vivir.
¿Qué es lo que nos salva de la muerte cuando uno intenta salvarse por su propia cuenta y por la razón, y no por otro dios y por la fe? Esta es la pregunta que diferencia entre filosofía y religión.
El cristianismo propuso tres rupturas poco creíbles para los que no tienen fe.
I. Una revolución teórica
El primer rasgo es que el logos y el cosmos se hace carne, se encarna en una persona, en Jesús. ¿Qué quiere decir eso? Pues toda una revolución pues, para los griegos, el logos y el cosmos no puede reducirse a una persona por maravillosa que sea. Es la armonía del mundo y no puede ser una persona. Es, por ejemplo, el movimiento de los planetas y no un individuo.
Por esto si se acepta la hipótesis cristiana nos conduce a una consecuencia gigantesca y es la segunda característica de esta ruptura cristiana. El modo de captación de lo divino. Ya no es la razón, sino la fe. El problema no es saber si puedo comprender a Cristo, sino que es si confío en él. El problema no es: ¿puedo conocerlo? ¿es un ser racional?, ¿es demostrable lo que dice?, sino: ¿es creíble su testimonio? ¿Y siendo apóstol soy yo creíble para los demás?
Se produce una doble revolución:
- El ser supremo, lo divino, deja de ser una estructura anónima y ciega para ser una persona.
- El conocimiento de lo divino no es la razón, sino la fe.
La tercera es la crítica a los filósofos. Los filósofos siempre arrogantes con la pretensión de pensar siempre en sí mismo. Sin embargo, un dios que se deja crucificar es un escándalo para los judíos que no pueden aceptar que un dios sea tan débil como para dejarse martirizar por simples humanos, y es la locura de los griegos ya que lo divino no puede reducirse a un individuo. Hay, por tanto, una humildad que no es sólo la humildad del creyente sino la humildad de Jesús que se deja crucificar. Así el escándalo es la debilidad. Y además los cristianos tienen la desfachatez de pretender que su dios es el único dios. ¿Y qué pasa entonces con los astros, Gea y Urano?
La cuarta característica es que la filosofía se hace sierva de la religión. Jesús hablaba mediante parábolas. Eso da pie a que existan parábolas fáciles de comprender pero otras no tanto, por lo que hay una filosofía interpretativa de sus palabras. Por otro lado hay un segundo uso de la razón. Y es que quiere comprender la naturaleza de Dios. La naturaleza debe llevar la huella de dios.
II. Una revolución en la salvación
Lo divino ya no es el cosmos, algo anónimo y ciego y el logos se ha hecho carne, así que la salvación se convierte en una promesa de un individuo, Cristo. En vez de una providencia ciega, Cristo se ocupa de cada uno personalmente. Los estoicos griegos prometen que seremos una parte del cosmos, un grano de polvo en un conjunto inmenso. Pero lo que desearían es mantenerse eternamente con vida y recuperar a los que hemos querido tras la muerte. Lo que Cristo promete no es la supervivencia en el cosmos impersonal, sino que nos garantiza que mediante la fe viviremos y estaremos con nuestros seres queridos. Esta promesa es grandiosa con la condición de que se crea en ella. Ahí reside el atractivo cristiano en la sociedad griega y romana.
Pero no se queda ahí el atractivo de la oferta, ¿qué edad y con qué cara nos encontraremos con los seres queridos? La respuesta del cristianismo es que lo que encontraremos es un cuerpo de amor, la voz que se ha amado, la mirada o la sonrisa que se han amado. Poco importa la edad.
Por otro lado el mensaje estoico es el que desde el mismo momento en que nacemos, comenzamos a morir y la doctrina estoica, como la budista es «No os apeguéis» pero no significa «sed indiferentes». Los cristianos comulgan con los mismos pensamientos pero añade un tercer valor que es el de Dios. Si se apegan a él ya no sufrirán y no se sentirán desdichados.
Todas estas diferencia son las que cautivaron a las gentes de la época que junto a grandes aprovechados vieron esta religión como «pegamento» de sus políticas de poder.
