Cuando he leído sobre el origen del cristianismo siempre me he encontrado con historias relativas a persecuciones, Constantino, San Pablo, etc… Pero me faltaba algo. Me faltaba el porqué la gente dejaba unas creencias por otras de una forma tan fácil.
Sé que los creyentes hablarán de conceptos como el espíritu, la fuerza, el poder del mensaje de amor que inspiró a los hombres que iluminaron las mentes paganas…
Vale, pero eso explica una parte. No me explica el porqué los dioses romanos se desvanecieron por otro dios, a primera vista bastante inferior. Mi inquietud se refería a qué hizo realmente que alguien que tiene el convencimiento de que su mundo se rigen por los caprichos de unos dioses cambien de convicciones a pensar que es otro el dios y el mensaje lo aportan una serie de fieles que dicen que el dios estuvo entre ellos… Seguramente les parecería unos locos pero, entonces, ¿por qué triunfó el cristianismo?
Para esto debería ponerme en la piel de la gente que vivía en aquella época en la Roma imperial o en Grecia.
En aquellos días en el que los cristianos datan la vida de Jesús, en Roma vivían ajenos en un paganismo y no sabían lo que se cocía al otro lado del Mediterráneo. Pero ¿por qué comenzó a existir el cristianismo? y ¿por qué existió el paganismo?
Me voy a vincular en esta entrada a los hechos objetivos en la historia y evolución de estos pensamientos religiosos a pesar de que ya conocéis mi postura con todos los dioses.
Cuando me deseo referir a la historia del inicio de los primero cristianos, realmente ¿a qué primeros cristianos he de referirme? ¿A los primeros cristianos que comenzaron a vivir entre los romanos o a los cristianos de los siglos IV y V, un nido de grillos en el que se excomulgaban mutuamente nicenses, arrianos, donatistas, etc.? Y si nos referimos a los paganos. ¿A qué paganos nos referimos a los ilustrados filósofos como Cicerón o al paganismo vivido por el pueblo?
En aquel imperio romano había templos, estatuas, sarcófagos, textos de toda clase que muestran que los dioses, semisioses, diosas y ninfas siempre han estado en su historia. Era un número inmenso. Roma era una ciudad abierta y a medida que se extendía en sus conquistas, se integraban muchas más divinidades de Grecia, Egipto y Oriente. Roma era una civilización totalmente abierta a cultos de dioses extranjeros.
En aquella época era necesario que todo tuviera una explicación y justificación: la vida, la muerte, el más allá, el amor, la política. Y que se supiera qué hacer y qué no hacer ya que todo dependía de esos poderes que vivían en el cielo y el mundo subterráneo. Posteriormente vendría la filosofía, pero durante mucho tiempo lo maravilloso acechó la conciencia antes de que las luces de la razón diera otros tipos de sueños.
Había que mantener las mejores relaciones posibles con el cielo. Cada dios tenía su especialidad y sus exigencias y por eso tenían que asegurarse los favores de todas, y sobre todo de no enemistarse con ninguna. Sin contar que los dioses no siempre se llevaban bien entre ellos. Los romanos ¿qué pedían a los dioses? «Que los favorecieran y tranquilizaran». De ahí esa obsesión por el sacrilegio: cometerlo era exponerse a represalias celestes o infernales. Así que el ritual tuvo una gran importancia para contentar a los dioses y requería ser seguido literalmente, aunque ya se hubiera olvidado el sentido que tenían esos gestos o palabras. Por ejemplo, cuando consagraban al dios Marte, ni los celebrantes entendían una sola palabra de lo que cantaban en esa «misa» danzante. Pero daba igual, al practicar el ritual literalmente se ponía al dios de su lado, y eso era lo importante. Según los gobernantes la práctica ritual perfecta daba como consecuencia la grandeza de Roma y la estabilidad de sus conquistas. Veremos que siglos más tarde esto mismo se realiza pero el rito es el cristiano.
Así que la oración en el mundo romano no tenía nada de místico, sino era muy formal y parecía una demanda judicial. Por otro lado no se decía lo que se debería adorar, a tal o cual dios o diosa, mientras que se adorase a algo para conseguir su favor. Había como tres «teologías»: una poética, otra civil y la filosófica. La poética se ocupaba de relatar las rocambolescas historias literarias. La civil es la que creía el pueblo en su vida diaria y la filosófica es la que exponían los filósofos de la época.
Con esta visión podemos ver que lo que rechazaban los paganos en el cristianismo era su negación a participar en participación de los actos de culto. Roma permitía la incorporación de todo tipo de dioses pero no entendía como no los adoraban ya que de eso dependía el favor de los dioses. Así que el ciudadano romano veía en el cristiano a un rebelde que al negarse a adorar a los dioses provocaban su ira. Así los cristianos fueron acusados de las desgracias naturales.
Desde el punto de vista romano, esos cristianos era gente como el resto pero se atrevían a no orar como todo el mundo. No se les reprochó adorar a Cristo aunque les parecía insólita su figura.
Jesús era un judío crucificado, la pena de los esclavos Incluso había nacido de una virgen como Justino dijo: «Es lo que tiene en común con vuestro Perseo» (no olvidemos las similitudes con Jesús , que había nacido de la virgen Dánae. Los paganos se decían que los dioses estaban en el cielo y los cristianos dicen que vivió entre ellos. ¿Un dios vivir entre ellos? ¿y que murió crucificado? ¡imposible!
Pero lo inadmisible era oír a esos cristianos sostener que no había otro dios que Cristo. Este sacrilegio escandalizaba a quienes por tradición lo esperaban todo de sus dioses, empezando por la seguridad. ¡Los dioses siempre velaron por la ciudad! ¿Quién se ha creído estos cristianos? ¡Atreverse a decir que nuestros dioses no existen! Así que los primeros cristianos (paradójicamente) se les trataba de ateos. Aunque los cristianos pagasen impuestos, recen por César, no les serviría de nada. Porque al negarse a cumplir (aunque no creyeran en ello) los actos sacrificiales que se consideraban indispensables para la grandeza de Roma. ¿Acaso esta gente no exponía al Imperio a la ira de los dioses? Así que se les consideraron desertores y, como tales, perseguidos. Si incumplían un deber cuando un emperador apelaba a su civismo religioso de todos y cada uno de los ciudadanos del Imperio.
Si resumiera lo que escandalizaba a los paganos de la religión cristiana, era su pretensión de ser la única. Sin embargo, lo que desconcertaba a los paganos era que esa religión parecía implicar al ser humano en su totalidad, cuerpo y alma, y no sólo al ciudadano.
La civilización romana había arrinconado lo religioso a lo doméstico, y sobre todo a lo político. La religión de los romanos y estaba por encima del sentimiento individual. ¿No sería ésta la razón del nacimiento del sentimiento de un vacío, de una carencia? Algunas personas encontraban en la filosofía el complemento anímico que la religión al modo romano no proporcionaba. Pero la filosofía sólo interesaba a un pequeño grupo de gente cultivada. Así, al oír a los cristianos que rendían culto a un dios cercano les resultaba más cercano. Por otro lado, al hablar con los cristianos se presentía como otra manera de ver, de verse a sí mismo, de ver a los otros y de entrever lo divino. Uno no cambia por sí solo un buen día de visión del mundo: se hace preguntas, intercambia puntos de vista. Había algo en ellos que acabó produciendo envidia. Los cristianos sentían una presencia que les inspiraba su comportamiento global y no solo religioso. Como si no estuvieran solos. Por supuesto que los cultos conocidos ya prometían la inmortalidad y el cristianismo era uno más.
Evidentemente, como todos los dioses, el dios de los cristianos había realizado milagros, resucitado muertos, etc. En pocas palabras, este Cristo tenía de maravilloso lo estrictamente necesario como para acreditarlo como un dios clásico. Pero además tenía otra cosa. Si se hacía caso a los cristianos su dios se había mezclado con los humanos como ningún otro dios hasta ese momento. Y en aquel tiempo el concepto de haber sufrido y muerto en esas condiciones no se llegaba a entender. Y para ese dios el ser humano contaba. La idea de una fraternidad adquiría forma. La idea de un dios de amor implicaba la de amor sin límite. Así que pasar del ideal a la práctica le correspondía a cada uno. Había que ofrecerse a dios, pero también a los otros que se convertían en hermanos y hermanas a los que había que amar como a uno mismo. No era fácil, sino desconcertante.
Esta valoración que se hacía cualquier persona tenía motivos para ejercer fascinación. Eso no quiere decir que todos los cristianos se comportaran ejemplarmente y, según decía Eusebio de Cesarea: «Acumulamos pecados sobre pecados».
A partir del siglo III una serie de batallas perdidas produjo que los ciudadanos romanos se sintieran menos seguros, hasta el punto de preguntarse qué es lo que podían hacer los dioses. A causa de ello, iban perdiendo clientela y la adquirían otros cultos exóticos y de Cristo.
En el momento en que se convirtió Constantino, los cristianos apenas eran un 5 o 10% de la población del imperio. Las dos sociedades: pagana y cristiana, se veían incompatibles. Con su conversión al cristianismo, las cosas cambiarían completamente. Constantino era muy religioso y creía en todas y cada una de las apariciones de dioses, y no eran escasas. El dios Apolo se le apareció prometiéndole poder y gloria. Así mismo verá en el cielo el famoso monograma de Cristo que le garantizaba la victoria decisiva. Unas cuantas visiones más y será él quien reunificará el Imperio, y el único señor después de Dios. Digo bien: el único. Cristiano, lo era, pero no solicitó el bautismo hasta el final de su vida. Esto presentaba desde su punto de vista una ventaja. Primero religiosa: purificado in extremis de todos sus pecados, incluidos sus asesinatos, iría directamente al cielo. Constantino era un hombre de fe. Segundo política: en esta tierra, no tendría que rendir cuenta a la Iglesia. Se llamaría hermano de los obispos, no hijo. ¡Un pequeño matiz! En la Iglesia vio un poder más en el que ejercer su autoridad. Se garantizó su colaboración por subvenciones y favores. El asunto valía la pena pues cristianizar el Imperio era una forma de reforzar su unidad. La buena marcha de los asuntos políticos están en proporción directa con la calidad del culto rendido a Dios. Desde un punto de vista político, se pasaba a Cristo el conformismo religioso de siempre: los cielos solo habían cambiado de propietario.
La conversión de Constantino al cristianismo hizo que proliferaran las conversiones y no eran solo evangélicas. Con los emperadores cristianos, aumentaron las riquezas pero sus virtudes menguaron. El cristianismo se fue convirtiendo en religión de Estado. Poco a poco se instalará en el hueco dejado por los dioses muertos: las robigalia se convertirán en las rogativas; el dies natalis solis invicti, será la Navidad. Y el largo listado de dioses y diosas serán santos y santas.
He plasmado lo ocurrido con el cristianismo desde la perspectiva romana. En la siguiente entrada lo trataré desde el punto de vista griego.
El éxito del cristianismo sólo fue posible gracias a Constantino
