El creyente cree en dios
El creyente se miente a así mismo para protegerse de una realidad que no es capaz de asumir. Es una defensa que les hace dar sentido a su vida de una forma no traumática para ellos. El miedo mueve al individuo hacia una protección, a buscar un placebo. Ver un fin existencial y asumirlo provoca miedo. Reconocer que nadie nos creó o que nada nos protege, o que nuestro organismo no es más que un cuerpo construido a lo largo de una muy larga evolución, significa que ellos son responsables en última instancia de sus propias acciones. El creyente lo es porque tiene miedo a la realidad ya que pone en peligro la concepción mental de su mundo, un esquema que garantiza su existencia una vez muerto cumpliendo un objetivo que cumplir en la tierra. Sin esto, su particular mundo se desmoronaría y perdería su sentido.
Cuando esta forma de concebir su mundo se ciñe a su privacidad, se interioriza, se asume y no tiene mayor consecuencia ni problema. Pero como el mundo creado es producto de una necesidad psicológica para protegerse y se produce un autoengaño, esta persona puede dudar de su creencia si no tiene a nadie que comparta sus temores, así se tiene la necesidad de difundir o compartir el autoengaño a otras personas. El punto de apoyo del creyente consiste en sentir avalado su mundo, compartiendo con otras otros creyentes sus inseguridades. Cuantas más personas se sientan vinculadas entre sí, más fuerza tendrá su razonamiento y más seguras se sentirán sin cuestionarse de si es razonable o no lo que sienten. Necesitan proteger de esos miedos a sus hijos y, por eso, sin plantearse si lo que les enseñan es verdad o no, se lo transmiten. Perteneciendo a una comunidad se convencen de vivir en una verdad incuestionable, aunque siempre se fundamenta en dogmas y no en evidencias. Si estos síntomas lo tuviera una sola persona, sería necesario que visitara un psicólogo para tratarse de un trastorno delirante de naturaleza psicótica. Si un creyente, cualquiera que sea su grado de creencia, fuera consciente realmente del grado alcanzado en su esquizofrenia, se daría cuenta que tiene un problema. Puede ser leve o grave… pero debería hacérselo mirar.
Dado que todo depende de su estado psicológico, sus problemas personales, sus variaciones químicas cerebrales, etc, cuanto más débil se encuentre necesitará una mayor seguridad, por lo que se sería más proclive al fanatismo. Y ya sabemos lo que esto quiere decir: mayor necesidad de imponer sus creencias a los demás, más cerrado a razonamientos distintos de los suyos y a ser más intolerante con quienes cuestionan sus ideas fanáticas. Normalmente, el creyente no se da cuenta hasta qué punto es intolerante con los que tienen otra opinión, es una reacción de defensa ante lo que percibe como amenaza, pues los que pongan en duda sus creencias, ponen en riesgo su propia estabilidad psicológica. Es como si atacara lo más íntimo de su estructura aunque sea errónea. De ahí que los símbolos religiosos son casi intocables y no se pueda criticar o dudar, pues lo consideran suyos aunque sean símbolos de naturaleza realmente ridícula.
Este mecanismo explica la mayoría de los conflictos religiosos que tantas vidas han costado.
Muchos se han dado cuenta, a lo largo de la historia, de este mecanismo de protección psicológica y lo han utilizado para dominar y controlar la conducta de las personas apelando a sus miedos. Las instituciones religiosas son los órganos más sofisticados de manipulación social. No solo estas instituciones han sabido manipular conciencias. También hay avispados que utilizan otra serie de fórmulas que consiguen una manipulación similar utilizando los mismos principios. Astrólogos, curanderos, homeópatas, futurólogos y toda esta serie de pseudocientíficos son a los que me refiero.
Pero la vida es tozuda. Aparecen acontecimientos que suelen cuestionar las creencias y se autoconvencen de que, a pesar de todo tienen que seguir bebiendo el placebo.
