El timo de lo «paranormal»
El ansia de encontrar maravillas, frecuentemente, es secuestrado por el afán de lucro, de los proveedores de la superstición, lo paranormal y la astrología. Frases resonantes del estilo de «la cuarta casa de la era de Acuario», o «Neptuno retrocedió y se desplazó a Sagitario» excitan falsas ideas románticas, últimamente concentradas en la nocturnidad de las cadenas de televisión.
¿Cómo es que apenas ninguna de las principales religiones ha considerado la ciencia y ha llegado a la siguiente conclusión: «¡Esto es mejor de lo que pensábamos! El universo es mucho mayor de lo que dijeron nuestros profetas, más grandioso, más sutil, más elegante»? En vez de eso dicen: «¡No, no, no! Mi dios es un dios pequeño, y quiero que siga siéndolo». Una religión, vieja o nueva, que resaltara la magnificencia del universo tal como la revela la ciencia moderna podría ser capaz de movilizar reservas de reverencia y admiración que las confesiones convencionales apenas han explotado.
- Carl Sagan (Un punto azúl pálido)
La decadencia de las religiones occidentales tradicionales está dejando un hueco para que lo ocupen lo paranormal y la astrología. Se podría esperar que, ya en el siglo XXI, la ciencia se hubiera incorporado a nuestra cultura y nuestro sentido estético se hubiera ampliado para ir al encuentro de su poesía. Pero veo que estas esperanzas no se han materializado. Los libros de astrología se venden más que los de astronomía. La televisión facilita el camino a médiums y clarividentes.
Astrólogos de turno nos dicen que «el poderoso y lento Neptuno» está a punto de unir sus «fuerzas» con el igualmente poderoso Urano a medida que se desplaza hacia Acuario. Esto tendrá consecuencias espectaculares:
… el Sol se elevará. Y el cometa ha venido a recordamos que este Sol no es un sol físico, sino un sol espiritual, psíquico, interior. Por lo tanto, no tiene por qué obedecer a la ley de la gravedad. Puede elevarse sobre el horizonte de forma más rápida si suficiente gente se levanta para darle la bienvenida y animarlo. Y puede disipar la oscuridad en el momento en que aparece.
¿Cómo puede la gente encontrar atractivas estas simplezas, sobretodo cuando se las compara con el universo real revelado por la astronomía?
En una noche despejada y sin luna, las únicas nubes visibles son las manchas relucientes de la Vía Láctea. Sentid, en ese mismo momento, el escaso sentido de frases como «Neptuno se desplaza hacia Acuario». Acuario es un conjunto heterogéneo de estrellas, todas ellas a distancias variables de nosotros y desconectadas entre sí, excepción hecha de que constituyen un dibujo (sin sentido) cuando se las contempla desde cierto lugar (no particularmente especial) de la galaxia (aquí). Una constelación no es una entidad en absoluto y no es la clase de cosa hacia la que Neptuno, o lo que sea, puede decirse con propiedad que «se desplaza».
Además, el trazado de una constelación es efímero. Hace un millón de años, nuestros antepasados Homo Erectus miraban con curiosidad durante la noche a un conjunto de constelaciones muy distintas. Dentro de un millón de años, nuestros descendientes verán otras formas en el cielo, y ya sabemos exactamente qué aspecto tendrán. Éste es el tipo de predicción detallada que los astrónomos, pero no los astrólogos, pueden hacer. Y, a diferencia de las predicciones astrológicas, será correcta.
La astrología es un insulto estético. Degradan y rebajan la astronomía, como cuando se utiliza a Beethoven para estribillos comerciales. También degrada la ciencia de la psicología y para la riqueza de la personalidad humana. Estoy hablando de la manera frívola y potencialmente perjudicial que tienen los astrólogos de dividir a las personas en 12 categorías: Los escorpio son tipos alegres y comunicativos, mientras que los leo, con sus personalidades metódicas, compaginan bien con los libra…
La personalidad es un fenómeno real, y los psicólogos han desarrollado con cierto éxito modelos matemáticos para manejar su variación en muchas dimensiones. Hay una gran diferencia entre esto y la ridícula ficción de los 12 cubos de basura de la astrología de los periódicos. Se basa en datos genuinamente relevantes acerca de las personas, no en sus fechas de nacimiento. La escala multidimensional del psicólogo puede ser útil para decidir si una persona es adecuada para una determinada carrera, o si los miembros de una pareja de prometidos lo son el uno para el otro. Las 12 casillas del astrólogo son, en el mejor de los casos, una distracción irrelevante.
Además, contrastan con nuestros fuertes tabúes y leyes actuales contra la discriminación. Se inculca a los lectores de periódicos a verse a sí mismos, y a sus amigos y colegas, como escorpio o libra, o cualquier otro de los 12 signos míticos. Si se piensa en ello un momento, ¿no se trata de una forma de etiquetaje discriminador como los estereotipos culturales que muchos de nosotros encontramos hoy censurables? Algo así como:
- Alemanes: Forma parte de tu naturaleza ser trabajador y metódico, lo que hoy te será útil en tu trabajo. En tus relaciones personales, en especial esta noche, tendrás que refrenar tu tendencia natural a obedecer órdenes.
- Españoles: Tu caliente sangre latina puede conseguir lo mejor de ti, de modo que guárdate de hacer algo que puedas lamentar. Y mantente apartado del ajo a la hora de comer si tienes aspiraciones románticas para la noche.
- Chinos: La inescrutabilidad tiene muchas ventajas, pero hoy puede ser tu ruina…
- Ingleses: Tu obstinación puede servirte bien en los tratos comerciales, pero intenta relajarte y dejarte ir en tu vida social.
En webs dedicadas a la búsqueda de parejas hay perfiles que incluyen frases tales como «Escorpios abstenerse» o «No hace falta que los tauro escriban». Desde luego, esto no es tan malo que si dijera «Negros no», porque el prejuicio astrológico no influye de manera consistente sobre algunos signos zodiacales más que otros, pero el principio discriminación es evidente.
Además de la legislación contra la discriminación, hay leyes para protegernos de los fabricantes que publicitan engañosamente sus productos. Los astrólogos afirman que pueden predecir el futuro y adivinar las flaquezas personales, y son pagados por ello. Un fabricante de productos farmacéuticos que pusiera en el mercado una píldora anticonceptiva que no tuviera el menor efecto demostrable sobre la fertilidad sería procesado y demandado por las clientas que quedaran embarazadas. Aunque parezca una reacción excesiva, no entiendo por qué los astrólogos profesionales no son arrestados por fraude.
Recuerdo el caso de un supuesto exorcista, que había persuadido a una mujer para que tuviera relaciones sexuales con él prometiéndola expulsar espíritus malignos del cuerpo su cuerpo, fue encarcelado para cumplir 18 meses de condena. El hombre había enseñado a la mujer algunos libros de quiromancia y magia, y después le dijo que alguien le había echado mala suerte. Con el fin de exorcizarla, tenía que ungirla completamente con aceites especiales. Ella se quitó toda la ropa con este propósito. Finalmente, la convenció de que debía copular con él «para liberarla de los espíritus». Si es correcto encarcelar a este hombre por aprovecharse de una mujer crédula (mayor de edad), ¿por qué no enjuiciamos de la misma manera a los astrólogos que aceptan dinero de personas igualmente crédulas? Por el contrario, si se afirma que los necios deberían ser libres de dar su dinero a un charlatán si así lo desean, ¿por qué razón el «exorcista» sexual no podría aducir una defensa parecida, invocando la libertad de la mujer de ofrecer su cuerpo a una ceremonia ritual en la creía en aquel momento?
No existe mecanismo físico conocido por el que la posición de cuerpos celestes pueda ejercer influencia en nuestro nacimiento o nuestro destino. La inmensa mayoría de estudios científicos de la astrología no ha producido ningún resultado positivo. Unos (muy) pocos estudios han sugerido (débilmente) una influencia estadística entre el «signo» del zodiaco y el carácter. Estos pocos resultados positivos era por una evidencia interesante. Había personas a las que se les hicieron las pruebas y conocían los rasgos de que le relacionaban con su signo del horóscopo. Así tenían tendencia a vivir de acuerdo con esas expectativa. Lo suficiente como para producir los ligerísimos efectos estadísticos observados. (El famoso placebo)
El prestidigitador y racionalista James Randi ocupó en su juventud un puesto de astrólogo en un periódico bajo el seudónimo de Zoran. Su procedimiento consistía en hacerse con revistas de astrología viejas, recortar sus previsiones, mezclarlas en un sombrero, pegarlas al azar en los 12 «signos» y después publicarlas como sus propias «predicciones». Randi describe la conversación que oyó en un café entre una pareja de oficinistas que examinaban ansiosamente la columna de «Zoran» en el diario.
Emitían chillidos de gusto al ver su futuro tan bien explicado, y en respuesta a mi pregunta me dijeron que Zoran «las había acertado todas» la semana anterior. No revelé mi identidad… La reacción a la columna en el correo también había sido muy interesante, y suficiente para que yo decidiera que muchas personas aceptarán y racionalizarán casi cualquier afirmación hecha por alguien al que creen una autoridad con poderes místicos. En este punto, Zoran colgó sus tijeras, apartó el bote de pegamento y dejó el trabajo
- James Randi. Flim flam
Muchas personas que leen diariamente los horóscopos en realidad no creen en ellos. Sólo lo leen como «evasión». Pero hay un número significativo de personas que realmente cree en ellos y actúa en función de ellos, incluyendo, a Ronald Reagan durante su mandato como presidente. ¿Por qué debería uno hacer caso de los horóscopos?
En primer lugar, las predicciones o las descripciones de los caracteres son tan generales y vagos que encajan casi con cualquier persona y circunstancia. Por lo general, la gente se limita a leer su propio horóscopo en el periódico y si se hecha una ojeada al resto de los signos se comprueba que todos encajan en todos. En segundo lugar, la gente tiende a recordar los aciertos y olvidar los fallos. Si en un horóscopo de un párrafo hay una frase que parece acertar se valora mucho más que las otras frases que no dan ni una y se suelen explicar como una excepción o anomalía y no a la realidad: todo es una superchería.
Las visiones de un Elvis Presley resucitado son numerosas. El culto a Elvis, sus iconos y sus peregrinajes, parece una nueva religión con todas las de la ley, pero no deberá dormirse en sus laureles si no quiere que el culto a la princesa Diana, más reciente, le tome la delantera. Las multitudes que hacían cola para firmar en el libro de condolencia después de su muerte informaron a los periodistas de que se podía ver claramente su cara a través de una ventana, mirando desde un viejo retrato que colgaba de una pared. Numerosos testigos presenciales «vieron» el espectro de Diana, y la noticia se extendió como un reguero de pólvora entre las multitudes enfervorizadas por la prensa sensacionalista. La televisión es un medio de comunicación aún más poderoso que la prensa, y estamos viviendo una epidemia de programas dedicados a lo paranormal, como en Telecinco con Anne Germain. Esta señora, con aspecto angelical asegura ser la intermediaria en la comunicación de los muertos con sus respectivos familiares. Telecinco es la cadena de televisión cómplice del engaño enarbolando el mensaje: ¿Qué importa si realmente tiene lugar la reencarnación, mientras el curandero pueda ofrecer algún consuelo a sus pacientes?
Una cosa es que a la gente se le muestren en sus pantallas las creencias excéntricas de una individua fraudulenta. Quizá esto sea evasión, incluso comedia. Pero otra cosa muy distinta es que Telecinco utilice su garantía de televisión nacional para avalar la fantasía en el anuncio de la farsa.
Una fórmula barata pero efectiva de la televisión paranormal es emplear magos ordinarios, pero decir repetidamente a la audiencia que lo que está viendo es genuinamente sobrenatural. En una exhibición de desprecio cínico para el coeficiente de inteligencia del espectador, estas actuaciones están sujetas a menos control y precaución de lo que lo estarían normalmente en la actuación de un mago. Los prestidigitadores realizan al menos los movimientos oportunos para demostrar que no guardan nada bajo la manga, que no hay alambres bajo la mesa. Cuando un personaje se anuncia como «paranormal», se le perdona incluso esa demostración.
La mayoría de nosotros desconocemos cómo hacen sus trucos los magos. A veces nos dejan sin palabras. No comprendemos cómo extraen conejos de sombreros o sierran cajas por la mitad sin dañar a la dama que está dentro. Pero todos sabemos que existe una explicación lógica que el mago podría revelamos si quisiera, pero no hace y lo comprendemos. ¿Por qué cuando el mismo truco tiene la etiqueta de «paranormal» que le da una cadena de televisión, consideramos que se trata de un milagro genuino?
Anne Germain es una actuante que dice «sentir» la presencia de algún muerto de la concurrida audiencia y comienza a dar pistas como: «Veo una M. El nombre empieza por M, tenía un pequinés y murió de algo que tenía que ver con el pecho». Sin entrar en detalles, el truco se conoce en el mundo de la magia como lectura en frío. Se trata de una combinación de saber lo que es corriente (muchas personas mueren de fallo cardíaco o cáncer de pulmón) y de ir pescando pistas (la gente descubre involuntariamente las cartas cuando la cosa se va calentando) ayudado por la propensión de la audiencia a recordar los aciertos y olvidar los fallos. Los lectores en frío suelen utilizar soplones que escuchan conversaciones cuando el público entra en el teatro, o incluso interrogan a la gente, y después informan al actuante antes del espectáculo.
Si Anne Germain pudiera realmente hacer lo que dice hacer, sin duda merecería algún premio Nobel o se la utilizaría para descubrir casos policiales que a todos nos gustaría que salieran, por fin, a la luz. ¿Acaso no sería una buena aplicación de sus poderes el que esta mujer solucionara el caso de Marta del Castillo y que el «espíritu» de esta chica le hablara de dónde se encuentra el cuerpo? ¿No sería bueno que intentara escuchar los espíritus de los niños Ruth y José Bretón para encontrar sus cadáveres y tener la garantía que si no se ponen en contacto con ella es que aún viven? Sé que esta estafadora dirá que ella transmite lo que le dicen estos muertos que, curiosamente, lo único que dicen son vaguedades que enaltecen el recuerdo de familiares cercanos. El espíritu de Marta diría algo así como: «No os preocupeis que no sufrí. Recuerdo la bicicleta con la que aprendía a dar pedales o qué calentita estaba la zapatillas rosa que me ponía en casa». Una mujer con esos poderes que dice tener ¿Por qué malgastarlo en entretenimientos televisivos amañados? La respuesta está muy clara. No puede hacerlo. Es una farsante. Pero, gracias a los productores de televisión, crédulos o cínicos, una farsante adinerada.
Ya que la mayoría de los «paranormalistas» son lo bastante hábiles para engañar a la gente fuera de los círculos que manejan estos trucos. Estos son muy reacios, dan toda clase de excusas y rechazan subir al escenario si se enteran de que la primera fila está llena de magos profesionales. Varios buenos magos, entre ellos James Randi en Estados Unidos y lan Rowland en Gran Bretaña, montan espectáculos en los que duplican públicamente los «milagros» de famosos paranormalistas… y luego explican a la audiencia que sólo son trucos. Los Racionalistas de la India son jóvenes magos consagrados que viajan por los pueblos y desenmascaran a los llamados «hombres sabios» emulando sus «milagros». Por desgracia, algunas personas todavía creen en los milagros, aún después de conocer el truco.
Se puede ganar mucho dinero engañando a los crédulos. Un mago normal y corriente no puede esperar salir del mercado de las fiestas para niños y llegar a la televisión de alcance nacional. Pero si hace pasar sus trucos como fenómenos sobrenaturales, esto ya es otra cosa. Las compañías de televisión están dispuestas a colaborar en el engaño. Es bueno para los índices de audiencia. En lugar de aplaudir educadamente ante un truco de magia competente, los presentadores se quedan boquiabiertos e inducen a los televidentes a creer que acaban de presenciar algo que desafía las leyes de la física. Personas desequilibradas explican sus fantasías de fantasmas y duendes pero, en lugar de enviarlas a un buen psiquiatra, los productores de televisión las fichan para su programa y después contratan actores para que efectúen reconstrucciones espectaculares de sus ilusiones… con efectos predecibles sobre la credulidad de grandes audiencias.
Soy escéptico, es evidente. Pero creo no llegar al punto de negar por que sí. Sería demasiado fácil proclamar de forma autocomplaciente que nuestro conocimiento científico actual es todo lo que hay que saber, que podemos estar seguros de que la astrología y las apariciones son disparates, sin más discusión, simplemente porque la ciencia actual no puede explicarlos. Después de todo, ¿Cómo puedo estar seguro de que Elvis Presley no ha ascendido en gloriosa resurrección, dejando una tumba vacía? Cosas más raras se han visto. De hecho, cosas que hoy aceptamos como cotidianas, como la radio, les habrían parecido a nuestros antepasados tan improbables como las visitas espectrales. Para nosotros, un teléfono móvil puede no ser más que un fastidio en los trenes, pero para nuestros antepasados, un teléfono móvil habría parecido pura magia.
Cualquier tecnología lo bastante avanzada es indistinguible de la magia.
- Arthur C. Clarke
A William Thomson, uno de los más distinguidos físicos ingleses decimonónicos. Se le atribuyen las siguientes tres predicciones seguras: «La radio no tiene futuro»; «Las máquinas voladoras más pesadas que el aire son imposibles»; «Se demostrará que los rayos X son un fraude». He aquí un hombre que llevó su escepticismo hasta el punto de jugarse (y ganarse) el ridículo ante las generaciones futuras. El astrónomo Simón Newcomb tuvo la mala suerte de hacer la siguiente afirmación justo antes de la famosa hazaña de los hermanos Wright en 1903:
La demostración de que no hay combinación posible de sustancias conocidas, formas de maquinaria conocidas y formas de fuerza conocidas, que puedan unirse en una máquina funcional con la que los hombres puedan cubrir largas distancias por el aire, le parece a este autor todo lo completa que puede ser la demostración de cualquier hecho físico.
Otro célebre astrónomo norteamericano, William Henry Pickering, afirmó categóricamente que, aunque las máquinas voladoras más pesadas que el aire eran posibles (tenía que admitirlo, porque los hermanos Wright ya habían volado), nunca se convertirían en una propuesta práctica seria:
La mente popular se imagina a veces máquinas voladoras gigantescas que sobrevuelan el Atlántico transportando innumerables pasajeros de forma análoga a nuestros modernos buques de vapor… Parece prudente decir que tales ideas deben ser completamente visionarias, y aunque una máquina pudiera atravesar el océano con uno o dos pasajeros, el gasto sería prohibitivo… Otra falacia popular es esperar que se consiga una velocidad enorme.
Pickering «demostraba» mediante rigurosos cálculos sobre los efectos de la resistencia del aire, que un aeroplano no podría viajar nunca más rápido que los trenes expresos de su tiempo.
Estas anécdotas de patinazos mayúsculos son, en realidad, avisos de los peligros de un escepticismo en exceso celoso. La incredulidad como dogma ante cualquier cosa que parezca extraña o inexplicable no es una virtud. ¿Cuál es, pues, la diferencia entre ésta y mi escepticismo declarado ante la astrología, la reencarnación y la resurrección de Elvis Presley? ¿Cómo podemos diferenciar el escepticismo justificado de la miopía dogmática e intolerante? Pensemos en un espectro de relatos que podrían contamos y meditemos cuan escépticos deberíamos mostramos ante ellos. En el nivel más bajo están aquellas narraciones que podrían no ser ciertas, pero de las que no tenemos ningún motivo particular para dudar.
Si alguien nos dice que tiene dos ancianas tías, una vive en Lugo y otra en Albacete y en su lecho de muerte, confiesa que sólo tiene una tía. Hay muchas ancianas en Lugo y muchas en Albacete luego, al menos que tenga algún motivo especial para mentirnos, bien podemos creerle, aunque si de ello dependen muchas cosas será prudente comprobar la evidencia. Ahora supongamos que alguien nos dice que su tía puede levitar por meditación y fuerza de voluntad. ¿Por qué ser más escépticos de lo que seriamos si un hombre nos dijera simplemente que tiene una tía en Albacete? La respuesta evidente es que la levitación por el poder de la voluntad no es explicable por la ciencia. Pero esto sólo vale para la ciencia de hoy. Quizá, en algún momento del futuro, los físicos comprenderán completamente la gravedad y construirán una máquina antigravitatoria. Es concebible que las tías levitantes puedan llegar a ser algo tan común para nuestros descendientes como los aviones a reacción lo son para nosotros. Si un hombre afirma que ha visto a su tía levitando con las piernas cruzadas, ¿habremos de tragamos esa historia sobre la base de que aquellos de nuestros antepasados que dudaron de la posibilidad de la radio resultaron estar equivocados? No, por supuesto que éstos no son motivos suficientes para creer en la levitación. Pero ¿por qué no?
Unas cuantas cosas que nos sorprenderían en la actualidad probablemente se harán realidad en el futuro. Pero muchas más cosas que nos sorprenderían hoy no se harán realidad en el futuro. El truco consiste en separar la mena de la ganga de afirmaciones que permanecerán para siempre en el reino de la ficción y la magia.
Para ello menciono la lógica de un filósofo escocés llamado David Hume que dijo:
… ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro, a menos que el testimonio sea tal que su falsedad fuera más milagrosa que el hecho que trata de establecer.
La aparición de Nuestra Señora de Fátima fue presenciado por unas 70.000 personas. Cito a partir de un texto de una página de la Iglesia Católica Romana en la red mundial, que señala que, de las muchas apariciones marianas, ésta es insólita porque ha sido reconocida oficialmente por el Vaticano.
El 13 de octubre de 1917, había más de 70.000 personas reunidas en la Cova da Iria en Fátima, Portugal. Habían acudido allí para observar un milagro que había sido vaticinado por la Santísima Virgen a tres jóvenes visionarios: Lucía dos Santos y sus dos primos, Jacinta y Francisco Mario… Poco después del mediodía, Nuestra Señora se apareció a los tres visionarios. Cuando la Señora estaba a punto de irse, señaló al Sol. Lucía repitió emocionada el gesto, y la gente miró al cielo… Entonces un resuello de terror surgió de la muchedumbre, pues el Sol pareció desgajarse de los cielos y empezar a caer sobre la multitud… Justo cuando parecía que la bola de fuego iba a caer sobre ellos y destruirlos, el milagro cesó, y el Sol recuperó su lugar normal en el cielo, resplandeciendo de nuevo tan apaciblemente como siempre.
Si el milagro del Sol en movimiento lo hubiera visto sólo Lucía, la joven responsable del culto de Fátima en primera instancia, poca gente lo hubiera tomado en serio. Hubiera sido muy fácil que se tratara de una alucinación privada, o de una mentira. Son los 70.000 testimonios lo que impresiona. ¿Acaso podrían 70.000 personas ser víctimas simultáneamente de la misma alucinación? ¿Podrían 70.000 personas confabularse en la misma mentira? Y si nunca hubo 70.000 testigos, ¿podría el informador del acontecimiento haberse inventado tantos testimonios y salirse con la suya?
Por un lado, nos piden que creamos en una alucinación colectiva, un efecto luminoso o una mentira masiva que implica a 70.000 personas. Hay que admitir que esto es improbable. Pero es menos improbable que la alternativa: que el Sol se movió realmente. El Sol que pendía sobre Fátima no era un sol privado; era el mismo Sol que caldeaba a los millones de personas restantes en el lado iluminado del planeta. Si el Sol se hubiera movido realmente, pero el acontecimiento lo hubieran visto únicamente los presentes en Fátima, tendría que haberse consumado un milagro aún mayor: tendría que haberse escenificado una ilusión de no movimiento para todos los millones de testigos que no estaban en Fátima. Y esto supone ignorar el hecho de que, si el Sol se hubiera movido realmente a la velocidad reportada, el sistema solar se hubiera colapsado. No tenemos otra alternativa que elegir la menos milagrosa de las alternativas posibles y concluir, en contra de la doctrina oficial del Vaticano, que el milagro de Fátima nunca sucedió. Además, no tenemos la obligación de explicar de qué manera se engañó a los 70.000 testigos presenciales.
¿Existen especulaciones o alegaciones que podamos descartar de manera absoluta y para siempre? Los físicos están de acuerdo en que si un inventor solicita una patente para una máquina de movimiento perpetuo, se puede rechazar con toda seguridad sin siquiera examinar su proyecto. Ello se debe a que cualquier máquina de movimiento perpetuo violaría las leyes de la termodinámica. Sir Arthur Eddington escribió:
Si alguien os dice que vuestra teoría preferida del universo no está de acuerdo con las ecuaciones de Maxweil… entonces tanto peor para las ecuaciones de Maxweil. Si resulta que la observación la contradice… bueno, estos experimentadores a veces hacen chapuzas. Pero si resulta que vuestra teoría va contra la segunda ley de la termodinámica, no puedo daros ninguna esperanza; no le queda más que hundirse en la humillación más profunda.
- Sir Arthur Eddington. La naturaleza del mundo físico
Fraude, ilusión, embuste, alucinación, error honesto o mentiras descaradas. .. la combinación suma una alternativa tan probable que siempre dudaré de las observaciones o de los relatos de segunda mano que parecen sugerir el derrocamiento catastrófico de la ciencia actual. No hay duda de que la ciencia actual pueda variar, pero no por anécdotas casuales o por actuaciones en televisión, sino por la investigación rigurosa, repetida y repetida de nuevo.
Las hadas se situarían entre el ejemplo de las tías y la máquina de movimiento perpetuo. Si mañana se descubrieran seres humanos minúsculos, del tamaño de mariposas, con alas y portando ropas elegantes en miniatura, no se habrían violado grandes principios de la física. Pero los biólogos tendrían mucho trabajo intentando encajar las hadas en su esquema clasificatorio actual. ¿De dónde surgieron en la evolución? Ni el registro fósil ni la zoología actual nos muestran primate alguno dotado de alas batientes, y sería ciertamente sorprendente que hubieran evolucionado de forma súbita y única en una especie lo bastante cercana a la nuestra para haber elegido una vestimenta propia de los años veinte.
Criaturas hipotéticas del estilo del monstruo del Lago Ness, o el Yeti, se encuentran en el espectro en algún lugar más probable que las hadas. Realmente, no hay razón por la que una población de plesiosaurios no pueda sobrevivir en el Lago Ness. Seguro que biólogos y zoólogos estarían encantados si así fuera; o si se encontrara un dinosaurio auténtico. Tal descubrimiento no violaría principios biológicos ni físicos. La única razón para pensar que es improbable es que el último dinosaurio conocido vivió hace 65 millones de años, y 65 millones de años es un tiempo muy largo para que una población reproductora haya permanecido escondida. En cuanto al Yeti, la posibilidad de una población superviviente de Homo Erectus alegarían a antropólogos, si lo creyeran.
No olvidemos que Orson Wells provocó el pánico generalizado e incluso se rumoreó que hubo algunos suicidios entre los oyentes que creyeron una supuesta invasión marciana. Este relato suele aducirse como prueba de la ridícula credulidad de la gente, algo injusto porque una invasión procedente del espacio exterior no es imposible y, si ocurriese, un repentino avance informativo por la radio sería la forma más probable en enterarnos.
Los relatos de platillos volantes siempre han tenido gran popularidad, pero la comunidad científica tiende a ser incrédula. ¿Por qué? No porque una visita procedente del espacio exterior sea imposible. La razón, de nuevo, es que las explicaciones alternativas de fraude o ilusión son más probables. De hecho, se han investigado a fondo numerosos relatos de platillos volantes, con mucho detalle por parte de equipos de investigadores tanto aficionados como profesionales. Una y otra vez, dichos testimonios se vienen abajo después de investigados. Con frecuencia resultan ser fraudes directos o bien los «platillos» resultan ser aparatos aéreos, aviones o globos, vistos, o iluminados, desde un ángulo peculiar. A veces son espejismos u otros efectos luminosos, o avistamientos de aviones militares secretos.
Quizás un día nos visiten naves espaciales extraterrestres. Pero la probabilidad de que cualquier informe concreto sobre platillos volantes sea genuino es baja comparada con la probabilidad de las alternativas humanas de fraude o ilusión. Lo que realmente a mí me «mosquea» es el parecido casi cómico de los supuestos extraterrestres con los seres humanos ordinarios, o las últimas criaturas televisivas de ficción. Muchos de ellos se parecen lo bastante a los machos humanos como para desear copular con hembras humanas, e incluso producir descendientes fértiles.
Ayudados por el prestigio de la televisión y la prensa, la astrología, lo paranormal y las visitas de extraterrestres tienen una vía rápida hacia la conciencia popular. Si estoy en lo cierto en cuanto a que esta tendencia explota nuestro apetito natural y laudable de maravilla, tenemos aquí, paradójicamente, terreno para el estímulo. Se trata de una credulidad normal y, desde muchos puntos de vista, deseable en los niños, y que, si nos descuidamos, puede continuar en la edad adulta, con resultados catastróficos.
Recuerdo cuando era un niño la Noche de Reyes. Es un momento especial. Para quien no lo sepa la Noche de Reyes es similar a Papá Noel. Esa noche abandonaba el salón para dirigirme al salón unas horas antes de lo que era habitual y con nervios. ¡Mañana vería los regalos que dejarían esa noche!. Antes de irme dejaba unas onzas de chocolate, unas copitas de anís para que se sirvieran a gusto los reyes y unos vasos de agua para saciar la sed de los camellos.
Vivía en un primer piso en el centro de Madrid y dejábamos un poco la ventana abierta para facilitar la entrada de tan esperados visitantes.
A la mañana siguiente, apenas abiertos los ojos me dirigía corriendo al salón donde, de seguro, estarían los regalos. Y efectivamente. Allí estaban, mágicamente habían pasado de la nada a concretarse en cajas envueltas en papel de colores. Incluso al comprobar si habían probado lo que les pusimos para «recomponer» su cuerpo, efectivamente, habían comido unas onzas de chocolate y bebido el anís y los camellos el agua. ¡Incluso me parecía llegar a oler a camello en el salón! Ese día es, definitivamente, mágico.
Pasaron los años y la verdad aplastó esa magia. El truco era evidente, el engaño era motivado por aportar esa ilusión y magia aprovechando la inocencia y la credulidad de niño pequeño.
Esos años aportaron la madurez apropiada para ir apartando a un lado la credulidad y utilizar el razonamiento.
Veía que días antes, las jugueterías estaban repletas de gente y ¡estaban comprando! No lo entendía ya que en unos días podrían conseguir esos juguetes gratuitamente Además no llegaba a entender cómo hacían para entrar tres «machotes» con tres camellos en ese salón de 4×4. Ni qué decir que tampoco me encajaba la teoría logística para la entrega en tantos hogares en tan poco tiempo… Cuando les preguntaba a mis padres al respecto me decían que también los pages ayudaban. (Esto ahora me recuerda a las explicaciones que dan los exégetas bíblicos en cuanto a la interpretación de la Biblia)
Como niños crédulos y confiados que era, había esperado durante días ese día mágico. Nunca se me ocurrió preguntar siquiera que los reyes no podían entrar por esa ventana. La cabalgata de los reyes en la noche anterior, las televisiones hablando de esa noche evitando alusiones que pudieran provocar la idea luminosa en los críos de que son los padres los realmente generosos. Simplemente, no tenía la disposición mental del escéptico. Sabía que al día siguiente encontraría los regalos. Tal era la fe que tenía en mis padres.
Los niños son crédulos por naturaleza. No podría ser de otra manera. Llegan a este mundo sin saber nada, y están rodeados de adultos que, en comparación, lo saben todo. Es absolutamente cierto que el fuego quema, que las serpientes muerden, que si andamos sin protección bajo el sol del mediodía nos cocemos hasta enrojecer y, como ahora sabemos, nos arriesgamos a un cáncer. Además, la otra manera de obtener conocimientos útiles, el aprendizaje mediante ensayo y error, suele ser una mala idea, porque los errores son a veces demasiado costosos. Si nuestra madre nos dice que no vayamos nunca a chapotear al lago porque está profundo en la orilla, no es bueno adoptar una actitud escéptica, científica y «adulta» y responderle: «Gracias, mamá, pero prefiero verificarlo experimentalmente». Con demasiada frecuencia, tales experimentos serían fatales. Es fácil ver por qué la selección natural (la supervivencia de los mejor adaptados) podría penalizar una disposición mental experimental y escéptica y favorecer la credulidad ingenua de los niños.
Pero esto tiene un lamentable efecto secundario. Si nuestros padres nos dicen algo que no es cierto, también nos lo creemos. ¿Cómo podríamos evitarlo? Los niños no están equipados para conocer la diferencia entre una advertencia verdadera sobre un peligro genuino y una advertencia falsa de que nos quedaremos ciegos o iremos al infierno si «pecamos», por decir algo. Los padres y demás parientes adultos saben tanto que es natural suponer que lo saben todo, y es natural creerles. De modo que cuando nos cuentan que los Reyes Magos entran por la ventana y que la fe «mueve montañas», también nos lo creemos.
Los niños son crédulos porque tienen que serlo para desempeñar su papel de «oruga» en la vida. Las mariposas tienen alas porque han de encontrarse con miembros del sexo opuesto y diseminar su descendencia entre nuevas plantas comestibles. Tienen un apetito modesto, satisfecho por ocasionales libaciones de néctar. Ingieren poca proteína en comparación con las orugas, que constituyen el estadio de crecimiento en el ciclo biológico. En general, los animales en fase juvenil tienen que prepararse para convertirse en adultos reproductores. Las orugas están aquí para comer todo lo que puedan con el fin de transformarse en crisálidas, de las que saldrán los adultos reproductores alados. Por eso carecen de alas pero, en cambio, poseen robustas mandíbulas masticadoras y un apetito voraz e insaciable.
Los individuos juveniles humanos deben ser crédulos por razones parecidas. Son orugas de información. Están aquí para convertirse en adultos reproductores dentro de una sociedad refinada, basada en el conocimiento; y la fuente principal de su dieta de información son sus mayores, sobre todo sus padres. Por lo mismo que las orugas poseen mandíbulas masticadoras para ingerir, los niños poseen ojos y oídos bien abiertos, y mentes receptivas y confiadas para absorber el lenguaje y otras formas de conocimiento. Mareas de datos, gigabytes de sabiduría, entran a raudales al cráneo infantil, y la mayor parte se origina en la cultura que han construido los padres y las generaciones de antepasados. Pero es importante no llevar demasiado lejos la analogía de la oruga. Los niños se transforman en adultos gradualmente y no de golpe como las orugas que se metamorfosean en mariposas.
Cuando me preguntaba el porqué en las tiendas compraba la gente si unos días después les saldría gratis esos mismos juguetes, entendía que había un problema, pero esto no me preocupó ese año. Pregunté a mis padres «Mamá ¿lo reyes son los padres?» y como en ese momento dijo «No» no hubo más dudas y un año más esperé con ilusión la visita real. No indagué más. Nunca cruzó por mi mente la posibilidad evidente de que mi madre me hubiera mentido. Mis padres me dijeron todo lo necesario para que creyera en que los regalos fueron traídos por la comitiva real. Y tenía que ser así porque mi padre y mi madre así me lo dijeron.
Pienso que la candidez confiada puede ser normal y saludable en un niño, pero puede convertirse en credulidad enfermiza y censurable en un adulto. Crecer y convertirse en adulto, en el sentido más pleno de la palabra, debería incluir el cultivo de un saludable escepticismo. La predisposición a dejarse engañar puede calificarse de infantil, porque es común (y defendible) en los niños. Sospecho que su persistencia en los adultos surge del deseo de las seguridades y comodidades perdidas de la niñez. Este aspecto lo describió muy bien en Isaac Asimov: «Inspecciónese cada una de las muestras de seudociencia y se encontrará una manta de seguridad, un pulgar que chupar, una falda que agarrar». La infancia es, para muchas personas, una especie de cielo, con sus certezas y sus seguridades, sus fantasías de volar al País de Nunca Jamás con Peter Pan, sus cuentos a la hora de ir a dormir, antes de vemos arrastrados hasta el País del Sueño en los brazos del Osito de Peluche. En retrospectiva, los años de la inocencia infantil pueden pasar demasiado deprisa. Quiero a mis padres porque me llevaron a esa ilusión y tantos otros cuentos que hicieron mágica mi niñez pues hace que recuerde esa época como fascinante.
El mundo de los adultos puede parecer un lugar frío y vacío, sin hadas ni Reyes Magos, sin cuentos infantiles y sin ángeles (ni de la guarda ni de la variedad de jardín). Pero tampoco hay demonios, ni fuego del infierno, ni brujas malvadas, fantasmas, casas encantadas, posesión demoníaca, cocos ni ogros.
No crecer como es debido significa retener la calidad de «oruga» de la infancia (donde es una virtud) en la edad adulta (donde se convierte en un vicio). En la infancia nuestra credulidad nos es muy útil. Nos ayuda a tener la sabiduría de nuestros padres. Pero si no crecemos para salir de ella en la plenitud del tiempo, nuestra naturaleza de oruga nos convierte en un blanco fácil para astrólogos, médiums, gurús, evangelistas y charlatanes. El genio del niño humano, oruga mental extraordinaria, le sirve para empaparse de información e ideas, no para criticarlas. Si más tarde aparecen las facultades críticas será a pesar de las inclinaciones de la niñez, y no debido a ellas. El papel secante del cerebro del niño es la base sobre la cual posteriormente quizá podrá desarrollarse la actitud escéptica. Necesitamos sustituir la credulidad automática de la niñez por el escepticismo constructivo de la ciencia adulta.
Pero sospecho que hay un problema adicional. Nuestra visión del niño como oruga de información es demasiado simple. La programación de la credulidad del niño tiene una peculiaridad que resulta casi paradójica hasta que la comprendemos. Volvamos a nuestra imagen del niño que necesita absorber información de la generación previa lo más rápidamente posible. ¿Qué ocurre si dos adultos, por ejemplo nuestro padre y nuestra madre, nos facilitan opiniones contradictorias? ¿Qué ocurre si nuestra madre nos dice que todas las serpientes son mortíferas y no debemos acercamos nunca a ellas, y al día siguiente nuestro padre nos dice que todas las serpientes son letales excepto las verdes, y que podemos tener una serpiente verde como mascota? Ambos ejemplos de consejos pueden ser buenos. El consejo materno tiene el efecto deseado de protegemos contra las serpientes, aunque la generalización no sea aplicable a las serpientes verdes. El consejo más discriminatorio del padre tiene el mismo efecto protector y es mejor en algunos aspectos, pero podría ser fatal si se trasladara, sin revisión, a un país lejano. En cualquier caso, para el niño pequeño la contradicción entre ambos consejos podría ser desconcertante.
Así pues, los calificativos ingenuo y crédulo no son estrictamente aplicables a los niños. Las personas verdaderamente crédulas creen cualquier cosa que acaban de oír o leer, aunque contradiga lo que han oído o leído antes. La cualidad infantil que intento describir no es la pura ingenuidad, sino una combinación compleja de credulidad combinada con su opuesta: el tozudo mantenimiento de una creencia, una vez adquirida. Así, la receta completa es una credulidad temprana extrema seguida de un inmovilismo igualmente obstinado. Es fácil ver lo devastadora que puede ser esta combinación. Aquellos viejos jesuitas sabían lo que se hacían:
Dadme al niño durante sus siete primeros años, y os devolveré al hombre.
