En el año 2004, la cadena televisiva Discovery Channel preparó un experimento para comprobar si Natalya Nikolayevna de 17 años era capaz de hace lo que decía: ver el interior de las personas. Conocida como la chica con visión de rayos X, Natalya era capaz desde los 10 años de diagnosticar enfermedades, llegando a percibir problemas médicos a nivel celular. «Acierta en el 100% de los casos», afirma su madre.
La prueba fue diseñada por dos psicólogos y un periodista médico. Era sencilla: Natalya debe acertar cinco de los siete casos que se le presentan. Seis de los sujetos poseen alteraciones médicas fácilmente comprobables mediante una simple inspección de rayos X: desde la falta del apéndice a la presencia de una placa de metal en el cráneo. El séptimo está sano y sirve de control. Para que no se despiste buscando otras cosas, se le dice en qué partes del cuerpo debe fijarse y qué debe buscar.
Colocan a los sujetos detrás de una tela para que no puedan transmitir ningún tipo de información inconsciente a Natalya, pero ella exige verlos directamente. Una petición sorprendente, teniendo en cuenta que es capaz de ver a través de la ropa… Después de 4 horas de observación directa atina en cuatro sujetos: no ha conseguido pasar el test. La tasa de acierto ha caído del 100% al 57%. Otra pregunta queda en el aire. Si ha necesitado tantas horas para determinar el estado de salud de 7 personas, diciéndole encima dónde y qué debe mirar. ¿cómo es posible que en su consulta lo haga en 10 minutos y sin ninguna pista adicional? Consulta de los más crematística: 400 rublos por examen. Considerando que el salario medio en su ciudad natal es de 600 rublos, podemos imaginarnos el resto.
Esta prueba es un ejemplo magnífico del tipo de situaciones al que se enfrenta cualquier científico que quiera investigar los llamados poderes de la mente. Lo más habitual es que estos desaparezcan en cuanto el dotado se somete a un examen cuidadoso. Eso pasó en una investigación realizada a comienzos de los setenta por el Ministerio de Defensa británico. Convocó a más de 30 zahoríes para localizar minas y venas de agua en una serie de experimentos controlados. La búsqueda se hizo a distancia, lo que se conoce con el nombre de telerradiestesia -el vidente se sienta delante de un plano y, concentrándose, se trata de señalar los objetivos-, y sobre el terreno. Los resultados fueron negativos, pero eso no impidió que los ingleses siguieran apostando por la varita del zahorí: el deseo de creer siempre gana a las pruebas científicas.
La historia de la parapsicología está repleta de casos de científicos ilustres que, creyéndose capaces de investigar estos fenómenos, han sido engañados por los dotados.
Un ejemplo lo tenemos en Oliver Lodge, uno de los padres de la telegrafía sin hilos, que sometió a examen las habilidades clarividentes de David Devant y su hermana. Éste distribuyó 6 tarjetas de visita sin imprimir y otros tantos sobres entre los asistentes a la prueba. Una vez escritos fueron despositados en el interior de un bolsa junto con otro sobre que el propio Lodge trajo escrito de casa. Limpiamente, Devant extrajo uno a uno los sobres y su hermana, con los ojos vendados, describió el contenido de todos ellos, incluído el de Lodge. Tras verificar que todos los sobres estaban intactos, Lodge, asombrado, afirmó no encontrar ninguna explicación científica a tal fenómeno: era pura clarividencia. Años más tarde y ya retirado, el ilusionista David Devant publica cómo lo hizo en su libro Secrets of my magic.
En 1882, los jóvenes Douglas Blackburn y G.A. Smith fascinaron con sus demostraciones telepáticas a los investigadores más avezados de la época, miembros de la primera sociedad científica creada para investigar estos fenómenos, la Society for Psychical Research de Londres. Los resultados fueron sorprendentes: de 37 intentos solo 8 podían considerarse fallidos. La experiencia de los investigadores estaba fuera de toda duda y la posibilidad de un engaño era inconcebible: acababa de demostrarse la existencia de la telepatía. Así fue hasta que, en 1911, Blackburn, explicó el ardid utilizado. Y añadió: «Si dos jóvenes, con una semana de preparación, pudieron engañar a cuidadosos y entrenados investigadores bajo las más rígidas condiciones, ¿qué posibilidades de éxito tienen los científicos frente a sensitivos que nos aventajan en años de experiencia?»
Al parecer, sus palabras no sirvieron de mucho, pues poco más de medio siglo después un joven israelí llamado Uri Geller fascinaba a millones de personas con su don para doblar cucharas. En España, hizo gala de su poder metal en el programa Directísimo.
¿El esoterismo y la parapsicología funciona?
Pero todo es un truco como se ha revelado en multitud de ocasiones. Se trata de una artimaña tan sencilla que unos niños británicos consiguieron engañar con el mismo ejercicio a físicos de talla. Estaban convencidos que lo lograba gracias a manipulaciones misteriosas de los campos electromagnéticos. Fueron los psicólogos Brain Pamplin y Harry Collins quienes, en una carta publicada en la revista Nature en 1975, demostraron que usaban la paranormal técnica de aprovechar las distracciones de los vigilantes para doblar las cucharas, presionándolas contra mesas y sillas.
La primera investigación a gran escala sobre percepción extrasensorial se realizó en 1963 en los laboratorios de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Los investigadores del proyecto pensaban que era más importante descubrir cómo trabajaba la percepción extrasensorial que tratar de demostrarla. Diseñaron un máquina que generaba de forma aleatoria números del 0 al 9, registraba las predicciones y las comparaba con los números escogidos e imprimía los resultados. Intervinieron 35 voluntarios y se realizaron 55.500 ensayos. No se encontró prueba alguna de percepción extrasensorial.
También la NASA mostró interés por el tema para intentar determinar la capacidad clarividente de ciertas personas. En las primeras fases del experimento, donde los controles para impedir un acceso normal a la información eran bastante laxos, se obtuvieron resultados esperanzadores: de los 145 voluntarios, uno consiguió una alta puntuación. Sin embargo, en la fase principal de la prueba, cuando las condiciones de control eran más rigurosas, los 12 sujetos que habían obtenido las mejores puntuaciones no consiguieron resultados significativos.
Desde 1970 a finales de los ochenta, el estudio de lo paranormal vivió su edad de oro. Se realizaron multitud de ensayos encaminados a conseguir ese experimento que fuera reproducible por cualquier científico. Se probó con todo: estudiar a los sujetos en aislamiento sensorial, en estado hipnótico, mientras dormían…
Pero la ansiada prueba definitiva no llegó; todo se quedó en «interesantes resultados que merecen seguir siendo explorados». Mientras, en la calle se escuchaban historias sorprendentes de telepatía o precognición, casos que jamás pasaron los mínimos controles científicos y que se quedaron en meras historias que contar en las reuniones de amigos. Por más que les pese a sus defensores, las anécdotas personales no constituyen prueba de nada: marcan el inicio de una línea de investigación, no el final. Y cuando se llega a ese final, al estudio controlado, el fenómeno desaparece.
A pesar de las películas de Hollywood, la psicoquinesia a gran escala, como mover mesas y sillas, desapareció del mapa en los primeros años del siglo XX, cuando se perfeccionaron los métodos para impedir el fraude. En la década de 1960 se ideó una máquina que generaba ceros y unos al azar. Las leyes de la probabilidad nos dicen que, a largo plazo, aparecerá la mitad de cada uno. Luego si se consigue actuar sobre ella alterando esta proporción tendremos la esperada prueba. La mejor manera de probar la psicoquinesia es con esta simple prueba: intentar afectar con la mente a una microbalanza, capaz de registrar variaciones de millonésimas de gramo. El hecho de que nadie lo haya intentado es bastante llamativo.
En 1984, el Instituto de Investigación del Ejército encargó a la Academia Nacional de Ciencias un estudio de todas aquellas técnicas que permitieran aumentar el rendimiento de sus soldados: poderes psíquicos, visualización, aprendizaje durante el sueño, programación neurolingüística… El equipo encargado de evaluar estas técnicas, compuesto por 14 sabios, casi todos psicólogos, concluyó: «El comité no encuentra ninguna justificación científica en las investigaciones realizadas durante 130 años para considerar la existencia de fenómenos parapsicológicos».
En noviembre de 1995, salió a la luz la existencia de un proyecto de alto secreto, suspendido y desclasificado durante la primavera de ese año. Todo había comenzado a principios de los años 70, cuando el Gobierno norteamericano financió un programa para ver si era de interés estratégico la llamada visión remota: en una habitación aislada se coloca al dotado, se le pide que se concentre en la imagen que está mirando otra persona en otro lugar y la dibuje o la describa. Después se comprueba si ha dado una descripción acertada del objetivo.
Esta investigación fue realizada bajo la dirección de conocidos parapsicólogos y se trabajó con otros supuestos videntes para ver si podían proporcionar información real y de utilidad para Defensa. A finales de los setenta, el programa fue abandonado, pues no se le encontró interés alguno. Pero la CIA tomó el relevo, lo amplió y le puso el nombre clave de Stargate, (se invirtió 20 millones de dólares durante 20 años). «Estaba dividido en tres partes. La primera consistía en monitorizar lo que otros países estaban haciendo en el campo de la guerra psíquica y del espionaje. La segunda, el Programa de Operaciones, mantenía en nómina a seis psíquicos para que las diferentes agencias del Gobierno utilizasen sus servicios. La tercera era la investigación de laboratorio.
La desclasificación del programa permitió un análisis externo de sus resultados, que fue llevado a cabo por los American Institutes for Research. Estos concedían que los ensayos de laboratorio habían sido prometedores, pero que se necesitaba más investigación (la eterna cantinela). Sobre el trabajo de los videntes con objetivos reales, las conclusiones fueron devastadoras: «La visión remota no ha mostrado tener valor en operaciones de inteligencia» y » no hay motivo para seguir financiando este programa».
Hoy, la parapsicología está de capa caída. La mayoría de los laboratorios que se dedicaron a ella han cerrado o han visto muy mermados sus recursos. El tremendo esfuerzo realizado en tiempo y dinero no se ha visto recompensado; lo único que se ha conseguido en más de un siglo de investigación es una escasa colección de rarezas estadísticas. Ni siquiera se ha podido demostrar que su objeto de estudio exista. Eso sí, seguimos creyendo y aplicando la regla de oro: todo lo que yo no pueda explicar es paranormal.
El esoterismo como otro placebo…
