Me he reído mucho leyendo Lamentaciones de un prepucio. Seguro que alguien religioso, no lo encuentra tan gracioso (y si es judío, aún menos).
El autor es Shalom Auslander y es terriblemente irónico y provocativo. El libro es una provocación constante hacia Dios, Auslander provoca a Dios y lo espera.
La narración gira entorno a esa relación Auslander-Dios: empieza con Auslander de niño y nos describe la vida en una familia judía ultra-ortodoxa de Nueva York. Esa parte es realmente interesante y divertida, por ejemplo, la primera experiencia del pequeño Shalom con la comida no kosher, cuando descubre sus primeras revistas porno, sus salidas de tono en clase, sus explicaciones de lo que es o no kosher…
Luego, sigue con el Auslander que se va a Israel a rehabilitarse como judío y acaba con el Auslander adulto que espera un niño y no se habla con su familia. Esta parte sigue teniendo momentos muy divertidos (por ejemplo la visita al muro de las lamentaciones o la excursión en Sabbath a ver un partido de los Rangers) y la narración mantiene un mismo nivel hasta el final.
Lamentaciones de un prepucio
Es provocadora, divertida, sarcástica, irreverente, original… porque al final la novela destila tanto humor negro, tanto pesimismo, enfado y mala uva de una manera tan exagerada que solamente se puede tomar con humor. Muy recomendable para pasar un buen rato y reflexionar a la vez sobre las religiones. Aconsejo su lectura sin dudas.
A Shalom Auslander le educaron en la creencia de un dios personal que creó el mundo y a los hombres en seis días, que mató a toda la Humanidad – menos a una familia – y a todo ser vivo en un diluvio porque se arrepintió de su creación, que cuando se cabrea destruye ciudades, que puede dejar que su pueblo sea conquistado o permitir que su pueblo conquiste a otros, decretando entonces la muerte para hombres, mujeres y niños del bando vencido y salvando solo a las vírgenes para disfrute de sus guerreros. Este dios decide cuando vamos a nacer y cuando nos va a matar. Tiene una enorme lista de prohibiciones y todos aquellos que no cumplan con su larga lista de prohibiciones serán condenados a castigos eternos. Ese dios es un cotilla que lo ve todo, que lo sabe todo, que está en todas partes.
Shalom Auslander narra sus vivencias de niño y adolescente en una comunidad de judíos ortodoxos haciendo uso de la ironía, del humor, pero sin olvidar que por patético que sean los episodios que describe, todo lo que cuenta es verdad y sigue sucediendo.
La rebeldía contra una educación angustiosa y el miedo permanente a dios (Auslander dice acertadamente que la educación religiosa consiste en una especie de “abuso teológico” a la infancia) tiene nombre de Slim Jim, una comida traif, prohibida. Traif es todo aquello que nop es kosher, comida permitida. Los animales que no tienen la pezuña hendida, es traif. Los animales que no rumian, es traif. Cualquier animal que no sea sacrificado de una manera específica, es traif. La carne y la leche y productos lácteos no se pueden comer juntar y no pueden tocarse ni estar en un mismo espacio. En su casa había dos frigoríficos, uno para la carne y otro para los productos lácteos.
Los sabios nos dicen que la Torá nos dice que cada día Dios nos pone a prueba. A veces la prueba es una rodaja de pizza no kosher. A veces son las habladurías. Y a veces la prueba es una revista llamada Orientales afeitadas.
Shalom cae en las tentaciones, y al tiempo que cae intenta, angustiosamente, redimirse. Le han dicho que dios le matará si no le obedece
Saqué las revistas al camino de cemento que había detrás de la casa, donde las deposité, las ungí con gasolina de mechero y las incendié, una ofrenda de porno duro XXX al Señor.
Hay 39 categorías de trabajo prohibidas durante el Shabbos. No se puede cocinar, pues eso es trabajo. No se puede conducir, no se puede encender el televisor ni emplear electrodomésticos, no se puede hacer deberes, solo estar en casa sin hacer nada, absolutamente nada.
Sentarse en el césped estaba prohibido porque la hierba podría teñir la ropa: teñir, categoría 15. Algunos sostenían que también violaría la categoría 2, arar, y en caso de que alguien arrancara un poco de hierba del suelo con el tacón del zapato, violaría la categoría 3, cosechar.
En Jerusalen, donde hoy gobiernan los ortodoxos, los sábados es una auténtica condena para cientos de judíos y los negocios están siendo perseguidos por incumplir cualquier minucia del Sabath. Y no es la única noticia de que Auslander no fantasea: hace poco en Israel cien mil fanáticos salieron a la calle para defender la segregación entre judíos askenazí y sefarditas, que estén en escuelas separadas, que no tengan los mismos derechos. Los judíos sefarditas procedentes de oriente y el mundo latino son, aparte de más morenos, más liberales en sus costumbres religiosas. Ni que decir tiene que juntar a niños y niñas es una blasfemia.
He descubierto – dice Auslander al final del libro – que casi todas las personas religiosas coinciden en una cosa: en que si conoces a uno de ellos y mantienes una pequeña conversación y dices, por ejemplo, Dios es un capullo, tienden a reaccionar mal. Cosa que me parece sorprendente.Porque fueron ellos los que dijeron que lo era. Fueron ellos los que me hablaron de Él: de los diluvios, las estatuas de sal, los asesinatos, las masacres, que era un genio vivo aunque estaba lleno de misericordia.
Ahora voy a transcribir el capítulo 6
Divertiros!!!!
Todo comenzó con un Slim Jim.
Slim Jim
Yo tenía nueve años. Era un domingo por la tarde de junio, y yo estaba en la piscina municipal de Rampo con mi madre y su bolsa habitual de fruta caliente, escalope frío, galletas kosher y un ejemplar de The Jewish Press. La piscina era mi evasión, un rectángulo fresco y azul libre de rabinos con dos rectángulos más pequeños en cada punta, uno de poca profundidad y otro de más profundidad. Allí podías relajarte, quitarte los Tzitzis, meter el Yarmulke dentro de las chanclas y olvidarte un rato de Dios. Los niños se lanzaban en plan bomba desde el trampolín más alto, gritando a todo pulmón al saltar; las niñas hacían el pino debajo del agua, y sus piernas relucían al sol mientras sus amiguitas chillaban y las vitoreaban. Los niños negros jugaban al baloncesto, los blancos al frisbee y los ultraortodoxos se quedaban en casa. Nadar, a no ser que niños y niñas estuvieran separados, estaba prohibido, pero ésa era una de las pocas concesiones de mis padres a su felicidad en este mundo por encima de su eternas recompensas en el próximo.
Alguien a quien yo llamaba Kevin gritó: «¡Marco!»; alguien a quien yo llamaba Johnny gritó: «¡Polo!»; y un tipo alto y flaco con el pelo rubio que le llegaba hasta los hombros -al que yo llamaba Vinnie- se nos acercó con un chica a la que llamaba Tiffany. Era más alta que Vinnie, tenía el pelo aún más largo y
Yarmulke
más rubio. La cubría un bañador diminuto, poco más que un par de yarmulkes blancos en miniatura atados a las puntas de su pechos y un reluciente Hamantash blanco incrustado entre las piernas. Vinnie tenía el brazo por el hombro de Tiffany; la mano de Tiffany estaba metida en el bolsillo trastero de los tejanos recortados de él. Mientras avanzaban hacia nosotros, el pelo del cogote les subía y bajaba, y cuando pasaron junto a los otros, vimos que el pelo de la coronilla se les movía a derecha e izquierda. Sus melenas parecían felices. Ellos parecían felices. Vinnie llevaba un collar largo y plateado, unas zapatillas de baloncesto sin cordones y una camiseta con las letras IRON MAIDEN en la perchera. Por detrás, una mujer desnuda lamía una espada larga y reluciente.
Yo tenía el pelo corto.
Calzaba unos mocasines baratos.
Mi camiseta proclamaba QUEREMOS AL MESÍAS AHORA.
– A feineh mensch, farfulló sarcástica mi madre en yiddish mientras se alejaban. Que joven tan guapo.
Hamantash
Aquel día el aire era seco, y yo me retorcía incómodo en mi tumbona, intentando ocultarme de la furiosa mirada del sol que caía a plomo. De repente, como saliendo de la nada, se levantó una brisa, y esa brisa transportó algo maravilloso, algo dulce y ácido, nauseabundo y delicioso al mismo tiempo, algo que me abrió las fosas nasales y con lo que se me hizo la boca agua. Me levanté y perseguí el aire con la nariz, intentando seguir ese olor hasta su lugar de procedencia, y entonces una segunda brisa se unió a la primera, y juntas inundaron mi nariz con el irresistible olor de la carne traif (no kosher) que se asaba en el Snack Shack que había al otro lado de la piscina.
-¿Me das un dólar?, le pregunté a mi madre.
– Tengo manzanas en la bolsa, me contestó desde detrás de su Jewish Press. «La OLP promete más ataques», prometía el titular.
– Pero quiero un refresco.
Suspiró profundamente, me entregó la cartera y me dijo que cogiera un dólar. Cogí dos y eché a correr.
– ¡El yarmulke!, gritó.
Volví corriendo, agarré mi yarmulke de la mano que me lo tendía, me lo coloqué en la pretina del bañador y me fui corriendo a unirme con Vinn y Tiff en el Snack Shack
– Tomaré una Coca-Cola, le dije al hombre que estaba detrás de la barra.
– ¿Algo más?
Vinnie estaba a mi lado, amontonando chucrut y pepinillos cortados muy finos sobre su perrito caliente de cerdo. Me quedé mirando con la boca abierta cuando se echó el pelo hacia atrás para dejar la vía libre hacia su boca y pegó un bocado. Fue como si nunca hubiera oído lo que dice el Levítico 11:7.
– ¿Qué pasa, chaval?, preguntó Vinnie. ¿Es que nunca has visto a nadie comerse un perrito caliente?
Cerdo era lo que nunca había visto comer a nadie.
– Bueno, chaval, preguntó el hombre del Snack Shack. ¿Qué va a ser?
Cuando el rabino Shimon bar Yochai se escondía en una cueva de los romanos, Dios le habló, y el rabino Shimon bar Yochai anotó todo lo que Dios le dijo. El libro de las cosas que Dios le contó es el Zohar, y es uno de los libros más sagrados de todo el judaísmo. Esto es lo que el rabino Simón bar Yochai dijo que Dios dijo de aquel que ingiere comida no kosher: «Dios le odia en este mundo y le trotura en el otro».
– No tengo todo el día, chaval, dijo el hombre del Snack Shack. ¿Algo más?
– Uno de ésos, dije señalando un balde de plástico blanco colocado en el borde del mostrador.
– ¿Un Slim Jim?, me preguntó.
Asentí.
El corazón se me aceleró mientras el hombre del Snack Shack extendía el brazo y sacaba un Slim Jim del balde. Ya había visto anteriormente Slim Jims, en la charcutería del barrio, y los había admirado de lejos.
«Imagínate», había pensado. «¡Un palito de carne!»
La comida kosher es muy complicada. Los animales que no tienen la pezuña hendida están prohibidos. Los animales que no rumian están prohibidos. Cualquier animal que no sea sacrificado de una manera muy específica está prohibido. Alguien tiene que verificar que el animal ha sido sacrificado de una manera muy específica, y tiene que haber una señal en el paquete que diga: «Este animal ha sido sacrificado de una manera muy específica». Si el paquete no lleva esta señal, está prohibido.
Un palito. ¡De carne! Cuando lo quisieras, donde lo quisieras. «Déme un tebeo, una botella de leche y un palito de carne.» Vaya vidorra.
– ¿Con queso o normal?, preguntó el hombre del Snack Shack.
¿Por qué tanto alboroto, de todos modos? Con su envoltorio rojo y amarillo brillante, el Slim Jim parecía más una golosina que comida prohibida. ¿Acaso Dios había visto esas cosas? ¿Por qué iba a alterarse tanto por una golosina? ¿Iba a torturar a un niño por culpa de una golosina? No era lo mismo que si pidiera un perrito caliente. Yo no estaba loco del todo. Los perritos calientes estaban al fondo de la piscina no kosher; intentaba evitar que Dios me odiara irremisiblemente en este mundo, y me decía que si empezaba por algo no tan al fondo de la piscina no kosher, un Slim Jim, a lo mejor sólo le desagradaría un poco, o simplemente preferiría la compañía de otros.
– ¿Y bien?, preguntó el hombre del Snack Shack.
Traif era algo más que una simple palabra que significaba comida prohibida. Traif denotaba alguien o algo desagradable, vil, repugnante, inmoral, retorcido, detestable. Ir al cine era traif, ver la televisión era traif. La ciudad de Nueva York era traif. Woody Allen era traif. Mi amigo Tzvi tenía un hermano mayor que no llevaba el yarmulke y que salía con un chica no judía. El hermano de Tzvi era muy traif. Pero nada, nada, era más traif que tomar comida traif.
– Vamos, chaval, dijo el hombre del Snack Shack. ¿Con queso o normal?
No había pecado alguno en el mero hecho de comprarlo, ¿no? Siempre podía tirarlo. Tampoco es que tuviera que comérmelo. Lo que quiero decir es que si el mero hecho de comprar algo que podría utilizarse para cometer un pecado era en sí mismo un pecado, entonces tampoco te podías comprar un coche, porque podrías llegar a conducir en Sabbath, ¿o no? Pero el rabino Kahn tenía coche; mis padres tenían dos coches. El rabino Shimon bar Yochai probablemente tenía coche.
– Pues de queso, dijo el hombre del Snack Shack.
Tomar comida no kosher ya era algo bastante malo; si la tomaba combinada con queso no kosher, Dios no me dejaría salir vivo de la piscina. Me daría con la cabeza contra el trampolín. Me provocaría un calambre cuando estuviera en el fondo, hubiera esperado media hora antes de zambullirme o no. ¿Tenía que esperar más rato después de comer traif?, me preguntaba. A lo mejor el cuerpo no lo consideraba comida, y ni siquiera tenía que esperar. Menuda vidorra. Fuera como fuese, Él encontraría la manera de ahogarme. Luego ahogaría a mi madre. Puede que incluso ya estuviera muerta.
– Normal, dije. Por favor, por favor, normal.
¿Qué estaba haciendo? ¿Qué me pasaba? ¿Por qué no podía ser como los demás chicos? Mis amigos eran todos kosher. Mi escuela era kosher. Mi hermana y mi hermano eran kosher. Íbamos a restaurantes kosher. Comprábamos en tiendas kosher. Nuestra pasta de dientes era kosher. Nuestro jabón de manos era kosher. Nuestro detergente lavavajillas era kosher. Teníamos fregaderos separados, uno para la carne y otro para la leche. Teníamos platos separados parra la carne y para la leche, ollas separadas para la carne y para la leche, utensilios separados para la carne y para la leche. Si un utensilio para la leche llegaba a rozar un utensilio para la carne, mi madre pegaba un grito y corría hacia la sala de estar donde los enterraba a los dos en la planta que había junto a la ventana. Sólo los extremos del mango sobresalían de la tierra, hasta unos días después, cuando no se sabe muy bien cómo volvían a ser kosher.
Yo estaba a punto de cruzar una línea que nadie que yo conociera había cruzado, una línea que, según decía el rabino Shimon bar Yochai que Dios decía, ya no tenía vuelta atrás. «El que ingiere comida prohibida», le dijo Dios al rabino Shimon bar Yochai, «nunca puede purificarse.» Una vez que habías ido al Snack Shack, ya no podías volver atrás.
Tenía la boca seca. Me temblaban las manos. Miré a Vinnie buscando un poco de apoyo en ese momento de necesidad, pero él estaba ocupado dándole de comer su perrito caliente a Tiffany. Ella dio un bocadito, lo masticó y no murió; de hecho, sonrió mientras la mostaza le caía por la barbilla y goteaba sobre el crucifijo que le golpeaba del cuello. Vinnie se inclinó y lo lamió.
Cristo bendito.
– Que sean dos, le dije al hombre del Snack Shack.
– Que sean dos, dijo él.
Yo estaba lanzado. Un minuto más y me zambulliría en un gran chile de vaca y en un plato de Super Nachos.
– Dos setenta y cinco, dijo el hombre del Snack Shack.
Me puse de puntillas y le entregué el dinero de mi madre, rompiéndole el corazón y quebrantando la ley y seis mil años de tradición en un solo instante.
– Te faltan setenta y cinco centavos, dijo el hombre.
Ése era Dios; Ése era Dios en Persona, interviniendo para protegerme, concediéndome una última oportunidad de apartarme del borde de…
– Elimine el refresco, dije.
Agarré mis dos Slim Jims y me senté en una mesa de picnic cercana. Abrí uno y me lo acerqué a la nariz, inhalando profundamente como le había visto hacer a mi abuelo cuando abría por primera vez un tarro de arenques. Así que era eso, me dije. Así era como te sentías al formar parte de ellos: de la gente que pasaba a nuestro lado mientras entrábamos en la sinagoga el sábado, la gente que veía la televisión el viernes por la noche, la gente que pdía comer palitos de carne, que vivía con una libertad estilo piscina de Ramapo cada bendito día de su vida de Pueblo No Elegido. Cerré los ojos, aspiré profundamente, y me metí en la boca todo lo que pude del Slim Jim, enrollándolo en el interior de mi boca como una manguera de jardín con sabor a cerdo, haciendo entrar las últimas pulgadas color marrón rojizo con las puntas de mis impuros y temblorosos dedos mientras intentaba en vano cerrar los labios.
– Hay hambre, ¿eh?, preguntó Vinnie.
Me encogí de hombros e intenté sonreír, pero los ojos se me llenaron de lágrimas mientras las fosas nasales se me llenaban del hedor de mil cerdos ahumados. No podía respirar. Un lodo espeso y marrón me rezumaba por las comisuras de la boca y alcanzaba la barbilla. Me golpeó sobre la camisa y aterrizó con un repugnante chof sobre la M de la palabra «Mesías».
Vinnie sonrió.
Tiffany puso una mueca de asco.
Sentí arcadas. Corrí hacia la papelera más cercana, un tambor metálico negro en el que revoloteaban abejas y moscas y hedor, y vomité en el interior.
– Puaj, le oí gemir a Tiffany. Qué asco, chico.
Unas avispas, que Dios envió para castigarme, rodearon mi cabeza, pero permanecí allí unos momentos más, intentando contener el aliento y con la esperanza de que todo el mundo acabara apartando la vista. Cuando por fin me enderecé, Tiff y Vinn me miraban fijamente.
Sonreí e intenté aparentar indiferencia, cruzando los brazos delante del pecho e inclinándome contra la papelera con mucha tranquilidad. Algo se movió dentro de mi bañador. Mi yarmulke resbaló y cayó al suelo.
Tiffany puso los ojos en blanco.
Vinnie sonrió y asintió.
– Son los Jimmies, dijo moviendo la cabeza como si supiera de qué hablaba. No hay quien pueda con los Jimmies.
Una semana más tarde estaba otra vez en el Snack Shack, y volví muchas veces más ese verano. Slim Jims normales, Slim Jims picantes, volví con mi hermana mayor, que quería una Coca-Cola y una bolsa de cacahuetes.
– ¿Un Jimmy?, preguntó el hombre del Snack Shack.
-¿Quién es Jimmy?, preguntó mi hermana.
– ¿Cómo voy a saberlo?, dije.
Vivía en un miedo constante a que me pillaran. Mis amigos de la yeshiva nunca lo entenderían. Tendría suerte si volvían a hablarme. Si sus padres averiguaban que yo era traif, les prohibirían a sus hijos que fueran amigos míos. Mis rabinos rezarían por mi perdón. Mi padre me echaría de casa. ¿Y mi madre? Mi madre me sepultaría en la tierra hasta que volviera a ser kosher.
Me gastaba la asignación en barritas de Mars que me comía oculto en lo alto de un pino, en el bosque que había detrás de nuestra casa. Ocultaba bollos con mermelada en el cajón de los calcetines. Escondía Doritos al Queso en el cajón de los calzoncillos. Iba en bici a un tienda de comida preparada, compraba un par de chocolatinas Moon Pie, y todo el camino volvía aterrado de que me atropellara un coche, muriera y mi madre me los encontrara en el bolsillo. Sería tan típico de Dios.
Intenté convencerme de que eso no era más que una fase pasajera. «Puedo dejarlo cuando quiera» Intenté sacármelo de la cabeza, intenté atiborrarme de challah y kasha, pero no sirvió de nada. En el supermercado, caminaba lentamente junto a mi madre a lo largo de los pasillos de los alimentos sin aletas, sin escamas, sin pezuñas hendidas, hileras e hileras de cosas hechas de cerdo, de grasa de cerdo, de gelatina, y hacía todo lo que podía para convencerla de que eran kosher.
– ¿Qué me dices de Franken Berry?, pregunté.
– No es kosher.
– Pero tiene un K.
-Aunque tenga un K no es kosher. Tiene que tener un OK, o un OU.
– ¿Y qué me dices de un TM? Franken Berry tiene un TM.
– Eso es símbolo que significa marca registrada.
– ¿Y un OC?
– Eso significa copyright.
– ¿Y qué me dices de Lucky Charms? ¿Podemos comprar Lucky Charms?
– No
– ¿Por qué no?
– Porque son traif, decía.
– ¿Y que tienen de traif?
– Tienen malvavisco.
– ¿De verdad? Uau. ¿Dónde?
– Esos trocitos, decía. son malvavisco.
– ¿Y los corazones color rosa?
– Sí, sí. Los corazones color rosa.
– Entonces no me comeré los corazones color rosa. ¿Podemos comprarlos si no me los como? Me comeré sólo las lunas amarillas, ¿vale?
– Deja de darme la lata. Las lunas amarillas también son malvavisco.
– ¿Las lunas amarillas también son malvavisco? ¿Estás segura? ¿Y los tréboles verdes? Creo que te equivocas con los corazones color rosa, mamá…
Pero no cedía.
Cuando Dios creó al hombre, colocó en su interior dos inclinaciones, una al bien y otra al mal. Se dice muy poco de la inclinación al bien, pero la inclinación al mal es más conocida: es la serpiente de Jardín del Edén, la desnudez de Lot delante de sus hijas, el visitante que anima a Sara a reír, el hombre que está al fondo de una multitud de israelitas aterrados y grita: «Construyamos un becerro de oro». La inclinación al mal es la que hace películas de Hollywood y música rock, la televisión del viernes por la noche y las galletas Oreo, la que hace que brille el sol en la calle cuando deberías estar en casa aprendiéndote la Torá, la que hace que las hojas tengan hermosos colores y te atraigan para que salgas de la sinagoga el Día de la Expiación. Es una instigadora, una embaucadora, una buscapleitos que tiene miles de años, y ahora, ésa era mi preocupación. La inclinación al mal, como una gran ballena blanca en las aguas turbias y hediondas de mi alma, olía a sangre.
Comencé a robar. Robé Twix. Robé barritas Mars. Cuando me enteré de que el centro líquido del chicle Freshen-Up estaba hecho de gelatina, robé un paquete de seis en el Pathmark y me pasé la noche en el suelo del cuarto de baño chupando el jugo de las cuarenta y dos piezas y escupiendo el chicle. Seguía dándole la tabarra a mi madre para que comprara Franken Berry y Lucky Charms -si de repente hubiera dejado de hacerlo habría despertado sus sospechas- y cuando mis incesantes peticiones de que comprara cereales para el desayuno prohibidos bíblicamente, se hicieron insoportables, comenzó a ir al supermercado si mí; yo esperaba a que se hubiera ido, cerraba la puerta del dormitorio, me sentaba con las piernas cruzadas delante del cajón de los calzoncillos abierto, y para cuando ella volvía a casa, ya se me había quitado el hambre de cenar.
«Dios mío, decía para mis adentros con la boca llena de Chuckles y Jelly Berries robados, ¿qué me pasa?»
Estaba enfermo. Estaba perturbado. Era un criminal. Era un sodomita, un amorita, un hitita, un sineo, un jivita. Era Caín. Era Esaú. era la mujer de Lot. Me pregunté por qué Dios tardaba tanto tiempo en castigarme, en arrojarme debajo de un autobús con los bolsillos llenos de Slim Jims, en provocarme un ataque al corazón mientras me comía una chocolatina Moon Pie, y cuando me parecía que estaba castigándome -cuando sentía una punzada de dolor en el pecho (ataque al corazón) o un agudo dolor en la cabeza (aneurisma cerebral)-, me iba corriendo al cuarto de baño y me metía los dedos en la garganta, intentando regurgitar los pecados que ya me había tragado, provocándome arcadas y vomitando con la esperanza de que aquella noche Dios se sintiera Totalmente Magnánimo, o al menos Parcialmente Magnánimo, o quizá solo Ligeramente Exculpatorio. Luego volvía a mi dormitorio, me golpeaba la barriga con los puños y me mecía al borde de la cama, sujetando una bolsa de ganchitos al queso que intentaba desesperadamente, no comerme.»

¡Increíble! Me he reído bastante.
Sin ser tan extremo, me recordó situaciones de mi infancia en la escuela de los «Hermanos Cristianos»
Comparte el libro 😀
Hola Martin
Mientras el cristianismo tiene al «comportamiento» como vía de salvación: No pensar en actos impuros, no hacer el mal, portarse bien con los demás, etc. Las concesiones hacia los ritos no son tan acuciantes. Si un domingo no vas a misa pues no pasa nada, si cometes un pecado una leve penitencia te es impuesta y se acabó lo que se dio.
El judaísmo tiene como camino los ritos y las obligaciones del hombre con Dios. La relación con Dios se basa en una serie de reglas, muchísimas, a cual más ridícula y cuanto más ridícula mejor. Además que las consecuencias de esas faltas son mucho más graves que las percibidas en el cristianismo. De esta forma es casi imposible no cometer pecados, así que es casi imposible no sentirse culpable, así que es casi imposible sentir que se es merecedor de los favores divinos. Figúrate que muchos judíos ultraortodoxos estiman que el Holocausto fue la respuesta de Dios hacia el mal comportamiento que tuvieron ellos… (Sin palabras)
Saludos Martin
Si pero puedo comentarte que en mi camino al ateísmo me he encontrado con especímenes «cristianos» de diversa denominación y lo más parecido a estos locos, según mi punto de vista son los Cretinos (ups cristianos) evangélicos.
Tengo un primo que fue católico de moral laxa, pero hoy que según él «ha renacido en Cristo» es un fanático completo llegando al punto que se ha aislado de la familia y los amigos que tenía, por cosas tan sencillas como hacer un brindis o gritar una palabrota viendo un partido de fútbol.
Un día por hablarle de evolución sonrió con esa sonrisa equiparable a la de los drogados, mientras decía como loro palabras que supongo salieron de la boca de su Pa$tor: «No eres vos quién esta hablando, es el Diablo Martín quien se expresa por medio de vos».
Bueno, respire hondo y lo ignoré por el bien de la familia
Hola Martin
Entiendo tu postura. Realmente se ponen muy pesados.
Un cuñado mío, norteamericano, incluso escribió un libro cristiano. Sus ideas eran de los más extravagantes y, a la vez, peligrosas si estas la tienen gobernantes con responsabilidad. Por ejemplo. Cree que USA es el país destinado a la salvación, que Europa la gobierna el diablo y que está cercano el fin del mundo.
También te diré que interpreta que la homosexualidad es una enfermedad. Curiosamente un hijo le salió homosexual… Como tú. Mejor es callar. Decir el más pequeño comentario significaría marcar unas tensiones innecesarias.
Y es cierto. Aunque hay de todo, en general a los católicos no les considero tan fanáticos como los adventistas, testigos de jehová o cualquier otro grupo cristiano.
Saludos Martin
Hola Andrés
Respecto a los católicos, parece que se han relajado y que ya no existe el mismo control que su jerarquía tenía sobre sus ovejas.
Es que hombre, se ve cada cosa. Ahora con eso de los animales del Belén (nacimiento, como le llamamos por acá) denota que cada vez pierden más adeptos y puedo decir como ex católico que nosotros somos los que menos conocemos de ese Manifiesto divino que dicen que es la biblia, cuando la leí de niño tapa a contratapa (sin los salmos) no dejaba de sorprenderme de la cantidad de estupideces y tramas de películas gore que guarda ese librito.
Es cierto, los llamados cristianos a secas, son los más locos y extremistas. No me sorprendería que con el tiempo se vuelvan la versión occidental de los talibanes.
PD. ya conseguí este libro, va a ser mi desestresante para el regreso a casa luego de la jornada laboral.
Hola Martin
Te va a gustar la lectura de este libro.
Si me permites y ya que dices que eres un ex-católico, te recomiendo que leas «El catolicismo explicado a las ovejas» de Juan Eslava Galán. Si tienes intención de leerlo y no lo encuentras por tu tierra me lo dices por si puedo proporcionártelo. Es de lectura muy recomendable.
Dos entradas del blog las dediqué a este libro.
El catolicismo explicado a las ovejas
Virgen o himenoplastia
En cuanto al nuevo aporte mundial del Papa lo abordé recientemente en esta entrada.
Me alegro haberte encontrado de nuevo y te animo a participar en el blog publicando tus propios artículos.
Saludos
Gracias Andrés, voy a revisar los artículos, en cuanto al libro, lo voy a buscar y darme un tiempito para revisarlo. Respecto a la invitación a tu blog, a pues hombre, me siento muy honrado, tengo unos bosquejos sobre mi camino al ateísmo que pensaba publicarlo en mi blog mesiánico (por que estaba muerto, y ha resucitado) y que en cuanto los pula los publicaré.
Finalmente te comento que incluí este fantástico blog en mi blog personal, y ya lo he recomendado entre el círculo hereje-blasfemo que frecuento.
Un buen día.
Hola Martin
Gracias por la inclusión entre tus preferidos y de comentar entre los herejes el nuevo espacio para aumentar su herejía.
Cualquier cosa… ya sabes.
Tengo en ciernes la creación de otro blog. En ese nuevo espacio tendrás un lugar entre las webs amigas.
Saludos Martin
[…] libro lo conocí gracias a Divino Placebo (Ver enlace en la barra de recomendados). En fin, en estos […]
Hola Andrés, te comento que estoy leyendo (casi terminando) este fabuloso libro que descubrí gracias a tu reseña.
Por ocupaciones de mi trabajo, no pude darle su tiempo a este fantástico relato en primera persona. Sólo resta decir: ¡Vaya con estos Judíos!
Un cordial saludo desde Ecuador.
Recuerdo esta publicación, Divino Placebo era un blog en blogger, yo buscaba el 4to capítulo del libro, imposible de encontrar, pues el libro de la web había pegado el 3er y 4to capítulo y borrado el número 4… y así, descubrí este blog ¿Quién lo diría? 🙂
Y como lo prometí, volví. Esperaba vacaciones porque el estudio me tenía bastante ocupada como para poder leer detenidamente las publicaciones y poder comentarlas objetivamente (o más bien, subjetivamente, pues hablar de religión es expresar lo que uno cree Y PUNTO).
Un blog muy bonito definitivamente…
A veces es triste el hecho de que te caiga tan bien alguien con quien no compartes en cierto modo sus creencias. Pero leer el blog es muy interesante, vale la pena.