En casa de unos amigos su hijo, de 4 años de edad, me dijo: «El ratón Pérez me ha dejado 10€ debajo de la almohada»
Hubiera sido un cretino si le hubiese dicho: «No, no ha sido el ratón Pérez. Han sido tus padres. Ya que te podrías asustar cuando se te cae algún diente, se utiliza este truco para que tú normalices este hecho e incluso lo veas como algo bueno. Así que te cogen el diente en la noche y te lo cambian por dinero o regalos».
¿A qué viene esta anécdota que nos podemos encontrar muy corrientemente? Pues porque algunos, al saber que escribo este blog interpretan que yo estoy actuando como este señor que estropea la ilusión del niño. Que no tengo ni el derecho ni muchos menos la obligación de «abrir» los ojos a los creyentes sobre el divagar onírico de sus creencias.
«¡Qué ganas de decirle a la gente que su dios no existe!, ¡Que cada uno crea lo que quiera! ¡Dejen en paz!». Son comentarios que he tenido que leer o escuchar al menos una decena de ocasiones, últimamente. Y se trataría de comentarios razonables, si en nuestros países el laicismo se respetara.
Si las creencias religiosas formaran parte de la esfera privada de cada uno, si esas creencias se quedaran en las reuniones de sus fieles, en sus iglesias, en sus congregaciones… yo estaría de acuerdo con ese comentario: ¡que cada uno crea lo que quiera!
Y si, ante una desgracia familiar, alguien me dice: «lo único que me tranquiliza es saber que mi marido, mi madre, mi hija… está con Dios», yo no seré tan desalmado como para contestarle a esa persona: «no, el ratón Pérez no existe»; «no, tu dios no existe». Los dioses juegan ese papel de servir de consuelo, de alivio para mucha gente y buscan en seres y paraísos imaginarios consuelo a sus miedos más íntimos. Que así sigan si lo desean.
Pero el asunto no es tan sencillo… El ratón Pérez y las hadas madrinas no tienen ningún peligro. ¿Para qué decirles a esos niños la verdad? ¿Qué sacaríamos fastidiándoles sus juegos, bombardeando su capacidad de imaginar? Por el contrario, las creencias religiosas, ésas que constantemente se salen de la esfera privada para invadirnos a todos, sí tienen peligro. El gran problema con las religiones es que acaparan espacios que van mucho más allá de los consuelos metafísicos…
El Islam no sólo ofrece alivio espiritual en las mezquitas, sino que los imanes pretenden imponer a las mujeres sumisiones que en Occidente ha costado mucho superar. Las mujeres en Arabia Saudí no pueden conducir. Son varios los lugares del mundo dominados por integristas en los que las niñas tienen prohibido ir al colegio. Y no olvidemos que la gran aspiración de muchos musulmanes es extender sus dogmas por el mundo.
Los jerarcas del catolicismo escudan a violadores de niños. Sí, ya sé que queda menos ofensivo llamarlos pedófilos, pero, en este caso, no me apetece suavizar mi tono. Se trata de violadores. Y los protegen. Los envían a monasterios apartados, en un intento de que el mundo se olvide de ellos. Les castigan sin postre, pobrecitos pecadores. Les amparan, les libran de la cárcel, con el pueril argumento de que ya se las apañarán con Dios. ¡Muy útil, eso de compartir padre imaginario con gente poderosa! Y no me sirve que, para defender su institución, los católicos de buena fe me digan que se trata de casos excepcionales, que la mayoría de sacerdotes católicos no hacen esas barbaridades. No se trata de eso. Se trata de que los que lo hayan hecho, pocos o muchos, tengan que vérselas con un juez. Uno real.
Si los católicos, no es que opinen, sino que desean influir para que el aborto sea abolido, están en su derecho de opinar. Pero ya no desean no abortar ellos. Lo que desean es que la gente que no piensa como ellos tampoco tengan ese derecho. Eso hace que sus creencias sean tan criticables como cualquier otra cosa. Si expanden su opinión e influencia a algo más que la esfera privada entonces se hace tan criticable como cualquier otro estamento social. La religiones, ninguna, se queda en lo privado. Todas traspasan esa frontera. Todas son criticables
Nuestros concejales, ministros, presidentes de gobierno, jueces, juran su cargo sobre la Biblia y ante un crucifijo. De acuerdo, comparado con los dos puntos anteriores, éste parece menos grave. Pero, muchas veces, ¡los simbolismos son tan importantes!
Señores creyentes, ¿qué pensarían si, a pesar de ser evidente para ustedes que los superhéroes son fruto de la imaginación humana, la mayoría de la población creyera en ellos y vieran jurar a sus dirigentes sobre un cómic y ante un frasco de criptonita?… «¿Estamos todos locos o qué sucede?», se dirían. ¡Que guarden sus creencias para sus reuniones privadas de admiradores!
¿Por qué no el laicismo?
¿Por qué no dejar que cada cual crea lo que quiera tranquilamente?
Pues porque, de creencias irracionales sin aparente peligro, es de donde acaban naciendo los fanatismos insensatos. Porque si sus creencias íntimas «transcienden» ha escenarios públicos ya son susceptibles de ser opinadas, de ser criticadas o de ser negadas.
Y porque las instituciones religiosas tienden a crear y a querer imponer sus propias reglas de juego, al margen de las reglas civiles.
En una sociedad laica las creencias son íntimas, personales. No intentan invadir espacio de nadie porque el espacio común de todas es un espacio limpio de demostraciones hipócritas o de discursos que influyen en la sociedad civil.
