
No es exagerado afirmar que si la ciudad de Nueva York fuera súbitamente reemplazada por una bola de fuego, un porcentaje significativo de la población usamericana vería un halo de esperanza en el subsiguiente hongo nuclear, pues sugeriría que iba a suceder lo mejor que jamás pudiera ocurrir: el regreso de Cristo… Imagínense las consecuencias si una parte significativa del gobierno de USA realmente pensara que el mundo está a punto de acabarse y que el fin va a ser glorioso. El hecho de que casi la mitad de la población usamericana aparentemente se lo cree, basándose simplemente en el dogma religioso, debería considerarse una emergencia moral e intelectual.
- Sam Harris
Imaginaros las consecuencias si una parte significativa del gobierno de Estados Unidos realmente pensara que el mundo está a punto de acabarse y que el fin va a ser glorioso. El que casi la mitad de la población norteamericana aparentemente se lo cree, basándose simplemente en el dogma religioso, debería considerarse una emergencia moral e intelectual.
Algunos, al leer esto, podríais pensar que es exagerado. ¡Ojalá que así lo sea!. Pero hemos de tener en cuenta que USA es una nación con gran poder político y económico y que muchos políticos, empresarios y líderes de opinión creen en el Arrebatamiento y que el fin de los tiempos está próximo. No hay que dejar de mencionar que este tiempo es muy esperado por ellos, ya que significa que con Jesús ascenderán a la vida prometida. Ronald Reagan comprobaba el número de ascensiones en el horóscopo.
En la historia de la humanidad siempre han existido fuerzas religiosas que han influido en la política obstaculizando la ciencia en todo momento. Y ahora no es un caso aislado. Ante esto los científicos han adoptado dos posiciones distintas ante este hecho:
- Los apaciguadores que identifican al fundamentalismo como el enemigo y hacen esfuerzos por apaciguar la religión moderada o sensata (obispos y teólogos desprecian a los fundamentalistas tanto como los científicos).
- Los beligerantes. Los que consideran la lucha de la evolución como algo a entablar tanto con los fundamentalistas como los moderados: Para ellos, los obispos y los teólogos están, junto con los fundamentalistas, en el bando de lo supernatural.
Los apaciguadores acusan a los beligerantes de mover la mesa demasiado. Sobre ello, el filósofo de ciencia Michael Ruse escribió:

Nosotros, que amamos la ciencia, tenemos que darnos cuenta de que el enemigo de nuestros enemigos es nuestro amigo. Es demasiado frecuente que los evolucionistas dediquen tiempo a insultar a quienes podrían ser sus aliados. Esto vale sobre todo para los evolucionistas laicos. Los ateos pasan más tiempo atacando a cristianos bien dispuestos que enfrentándose a los creacionistas. Cuando Juan Pablo II escribió una encíclica en la que aprobaba el darwinismo, la respuesta de Richard Dawkins se redujo a acusarle de hipocresía, a decir que era imposible que fuera sincero al referirse a la ciencia, y Dawkins afirmó que él prefería a un fundamentalista honrado
- Michael Ruse
Los apaciguadores mantienen que la ciencia y la auténtica religión no entran en conflicto porque habitan dimensiones del discurso totalmente separadas:
Se lo digo a todos mis colegas, y lo repito por enésima vez: sencillamente, la ciencia no puede zanjar con sus métodos legítimos la cuestión de la posible supervisión de la naturaleza por parte de Dios. Ni lo afirmamos ni lo negamos; sencillamente, no podemos pronunciarnos sobre ello como científicos.
Esto es algo estúpido, y me explico. Científicamente es imposible que se admita, sin más, a un dios creador del universo, siendo, la creación del universo, una hipótesis científica.
Dios podría resolver el asunto a su favor en cualquier momento montando una demostración espectacular de sus poderes, algo que pudiera satisfacer a científicos. Incluso la Templeton Foundation reconoció que Dios es una hipótesis científica: ¡Financiaba investigaciones para averiguar si las oraciones podían acelerar la recuperación de pacientes enfermos del corazón. Por supuesto, el resultado fue negativo. A pesar de esfuerzos como éstos, que tanta financiación reciben, no se han hallado pruebas de la existencia de Dios.
Lo que pasa es que los creyentes actúan hipócritamente. Y me explico.
Afirman, por un lado, que no pueden ser explicados sus principios religiosos sobre Dios y todos los hechos transcendentes por la ciencia, pero por otro lado se agarran a un clavo ardiendo escudriñando cualquier cosa que pueda avalar su postura (sólo las que lo avalan). Por ejemplo, con la Sábana Santa que se especuló con que fue el lienzo que envolvió a Jesucristo y que con las pruebas del Carbono 14 se demostró que no fue así, enseguida advirtieron del error de los científicos al realizar las pruebas. ¿Hubieran dicho lo mismo si las pruebas dieran como tiempo el siglo I de nuestra era?
Es irrelevante. Las pruebas científicas no tienen ninguna relación con las cuestiones teológicas.
Vamos a imaginar que unos arqueólogos encuentran muestras de ADN en algún sitio donde descubrieran que Jesús nació de una mujer pero sin la participación de ningún hombre. Los creyentes deberían rechazar el ADN como prueba pues siempre alegan, sin dudar que las pruebas científicas no tienen relación con la religión.
¿A que no dirían eso? Podemos apostar a que no sólo los fundamentalistas, sino todos los profesores de teología y todos los obispos del país proclamarían a los cuatro vientos la evidencia arqueológica. O bien Jesús tenía padre o no lo tenía. La cuestión es una cuestión científica, y se usarían pruebas científicas, de haberlas, para zanjarla.
La probabilidad de la creación divina se redujo considerablemente en 1859 con la publicación de El origen de las especies, y a lo largo de las décadas ha seguido reduciéndose, mientras la evolución se consolidaba en el siglo XIX como teoría plausible, hasta llegar a convertirse en un hecho demostrado.
La táctica de ponerse a buenas con la religión razonable, para presentar un frente unido frente a los creacionistas (diseño inteligente), no es mala si la preocupación central fuera la batalla por la evolución. Se trata de una preocupación válida y aplaudo a quienes la defienden frente a Creacionismo. Pero si nos preocupa si el universo fue o no creado por una inteligencia supernatural, los fundamentalistas están en el mismo bando que la religión moderada y yo comparto esto.
Si quieres decir que «Dios es energía» entonces puedes encontrar a Dios en un pedazo de carbón
- Steven Weinberg
Otro tema es la definición de dios. Si por Dios entendemos amor, naturaleza, bondad, el universo, las leyes de la física, el espíritu de la humanidad o la constante de Planck, todo lo anterior carece de sentido. Si al decir yo que me emociono contemplando la naturaleza, si eso es lo que se entiende por religión, yo soy un hombre religioso. Pero si tu Dios es un ser que diseña universos, escucha plegarias, perdona pecados, hace milagros, lee tus pensamientos, se preocupa por tu bienestar y resucita de los muertos, entonces no estoy en ese bando.
Cuando Einstein dijo:
¿Tenía Dios una opción cuando creó el universo?
Lo que quería decir es “El universo, ¿se podría haber iniciado de más de una manera?”
Dios no juega a los dados
Fue una expresión poética de Einstein para mostrar su duda sobre el Principio de indeterminación de Heisenberg. Einstein se molestó muchísimo cuando los teístas interpretaron esta afirmación como creencia en un Dios personal. Pero, ¿qué esperaba Einstein? ¿qué estaba pensando cuando lo dijo?. Los creyentes están ávidos de encontrar palabras que avalen sus ilusiones y se agarran a cualquier cosa, incluso tergiversando palabras. Los físicos religiosos normalmente resulta que lo son sólo en el sentido einsteiniano: son ateos con un temperamento poético. También yo lo soy. Pero no hay que confundir el panteísmo con la religión sobrenatural es un acto intelectual de alta traición.
Si aceptamos que la hipótesis de Dios se puede demostrar o no científicamente, ¿cuál debería ser nuestra mejor estimación de la probabilidad de que Dios existe, dadas las pruebas de las que disponemos en estos momentos? Está claro que la probabilidad es bastante reducida. ¿Por qué?
Argumento de la primer causa
La mayoría de los argumentos tradicionales a favor de la existencia de Dios, desde Tomás de Aquino, son fáciles de desmontar. Varios de ellos, como El argumento de la primera causa, se basan en que si realizamos una regresión infinita llegaríamos como fin a Dios. Pero curiosamente se queda ahí, no nos explica: ¿De donde sale Dios?.
Necesitamos algún tipo de explicación para el origen de todas las cosas. Los físicos y los cosmólogos se dedican a esta labor (una fluctuación cuántica aleatoria, o una singularidad Hawking/Penrose o como quiera que acabemos llamándola). Por definición, las cosas complejas, estadísticamente improbables, no ocurren así sin más; necesitan ser explicadas. La primera causa no puede haber sido una inteligencia, por no hablar de una inteligencia que responde a plegarias y le gusta ser adorada.
Las cosas inteligentes, creativas, complejas, estadísticamente improbables aparecen tardíamente en el universo, como producto de la evolución o de algún otro proceso de escalada gradual a partir de un principio simple. Aparecen tardíamente en el universo y por tanto no pueden ser responsables de su diseño.
Los grados de perfección
Otro de los esfuerzos de Tomás de Aquino evidencia la debilidad del razonamiento teológico. Tomás de Aquino dijo que nosotros percibimos grados, de bondad o temperatura, y los medimos por referencia a un máximo:

El máximo de cualquier género es la causa de todo en dicho género; así el fuego, que es el máximo del calor, es la causa de todas las cosas calientes . . . Por tanto, debe existir algo que sea para todos los seres la causa de su ser, bondad, y cualquier otra perfección; y eso es lo que llamamos Dios.
- Santo Tomás de Aquino
Con este razonamiento podemos decir cualquier cosa: que la gente varía en cuanto a su alitosis y que solo podemos juzgarlos como referencia al peor aliento inimaginado. Así debe existir un ser con un olor de aliento sin parangón, y lo llamamos Dios. Se puede utilizar cualquier otra comparación que queramos, para derivar una conclusión sin sentido. A eso lo llaman teología.
El argumento del diseño
Es el único de los argumentos tradicionales a favor de Dios que se emplea en la actualidad.
Se trata del familiar argumento del relojero. Básicamente quiere decir que los aparatos construidos por humanos tienen apariencia de haber sido diseñados, han sido diseñadas. Así se puede deducir que las cosas del mundo natural también complejas, como ojos o corazón, parecen diseñadas, luego han sido diseñadas. Si barajamos un millón de veces al azar los fragmentos de un ojo o de un corazón, tendríamos suerte en dar con una sola combinación capaz de ver o bombear. Esto demuestra que estos dispositivos no podrían haberse constituido al azar. Así la única alternativa al azar es el diseño.
Pero ¿Cómo puede ser una buena idea dar como explicación para la existencia de cosas improbables, a un diseñador que tendría que ser más improbable aún?.
La selección natural es tan deslumbrantemente poderosa y elegante que no sólo explica la totalidad de la vida, sino que eleva nuestra conciencia e impulsa nuestra confianza en la capacidad de la ciencia para explicar todo lo demás.
Como especularon Francis Crick y Leslie Orgel medio en broma, si vida hubiera sido sembrada deliberadamente en nuestro planeta por un cargamento de bacterias procedentes de un cohete, habrá que hallar una explicación para los alienígenas inteligentes que lanzaron el cohete.
Al contrario de lo que alegan los creacionistas, la selección natural es un proceso anti-aleatorio que va construyendo gradualmente la complejidad, paso a paso. El producto final de este efecto cremallera es un ojo, o un corazón, o un cerebro; un dispositivo cuya complejidad es absolutamente desconcertante hasta que vemos la suave rampa de la evolución.
Actualmente no se está en condiciones de saber cómo se originó la vida en el Universo, y que conste que cuando no se sabe lo mejor es admitirlo, no como hacen los creyentes, pero sí se sabe la explicación de la vida en este planeta. La evolución es un hecho, y está entre los hechos más comprobados que conoce la ciencia. Pero tuvo que empezar de alguna manera. La selección natural se produce si no existen ciertas condiciones mínimas, de las cuales la más importante es un sistema de duplicación fiable; el ADN o algo que funcione como el ADN.
El origen de la vida en nuestro planeta, es decir, el origen de la primera molécula capaz de autoreproducirse, es difícil de estudiar, pues (probablemente) sólo sucedió una vez, hace 4.000 millones de años en condiciones muy distintas de las que ahora prevalecen. Tal vez nunca lleguemos a saber cómo ocurrió. A diferencia de los sucesos evolutivos que le siguieron, debe haber sido un suceso poco improbable; demasiado poco, quizás, como para que los químicos lo reproduzcan en el laboratorio o desarrollen siquiera una teoría plausible de lo que ocurrió. Esta conclusión tan extrañamente paradójica, el que una explicación química del origen de la vida, para ser plausible, tiene que ser inverosímil, sería la conclusión correcta si la vida en el universo fuera extremadamente rara. Y de hecho nunca nos hemos topado con ningún atisbo de vida extraterrestre.
Supongamos que el origen de la vida en un planeta tuvo lugar por un golpe de suerte improbable, tan improbable que únicamente sucede en un planeta por cada 1.000 millones de planetas. La Fundación Nacional de Ciencia se reiría del químico que propusiera una investigación que sólo tuviera una probabilidad de éxito del 1/100, por no hablar de 1/1.000.000.000.
Sin embargo, dado que hay al menos un trillón de planetas en el universo, incluso con unas probabilidades tan reducidas se llega a que hay vida en mil millones de planetas. Y uno de ellos (aquí es donde entra en juego el principio antrópico) tiene que ser la Tierra, puesto que aquí estamos. El principio antrópico nos permite postular una buena dosis de suerte a la hora de explicar la existencia de vida en nuestro planeta. Pero hay límites. Se nos permite un golpe de suerte para el origen de la evolución, y quizás por unos cuantos sucesos únicos más, como el origen de la célula eucariota y el origen de la conciencia. Pero con eso se acaba nuestro derecho a postular la suerte a gran escala. La evolución de la vida es un proceso general y continuo, que da lugar al mismo resultado en todas las especies, aunque los detalles varíen.
Si se toma una especie hasta ahora no estudiada y se la somete a un minucioso examen, cualquier evolucionista podrá predecir que cada individuo que se observe hará todo lo que esté en su poder, a la manera propia de su especie para sobrevivir y propagar el ADN que alberga. No estaremos aquí el tiempo suficiente para poner a prueba la predicción, pero podemos decir, con gran confianza, que si un cometa alcanza la Tierra y extermina los mamíferos, una nueva fauna surgirá para ocupar su lugar, igual que los mamíferos ocuparon el de los dinosaurios hace 65 millones de años. Y los roles que desempeñarán los nuevos actores en el drama de la vida serán a grandes rasgos, aunque no en los detalles, similares a los roles que desempeñaron los mamíferos y los dinosaurios antes que ellos, y antes que los dinosaurios los reptiles que se asemejaban a los mamíferos. Es de esperar que las mismas reglas se sigan en millones de especies en todo el globo, y durante cientos de millones de años.
Nosotros explicamos nuestra existencia combinando el principio antrópico y el principio de selección natural de Darwin. Esta combinación proporciona una explicación completa y satisfactoria de todo lo que vemos y sabemos. La hipótesis divina no sólo es innecesaria. No solo no necesitamos a Dios para explicar el universo y la vida. Dios aparece en el universo como algo superfluo. Por supuesto, no podemos demostrar la inexistencia de Dios, como tampoco podemos demostrar la inexistencia de los duendes y el Monstruo Espagueti Volador. Pero, como mínimo, al igual que ocurre con esas otras fantasías que no podemos desmentir, podemos decir que Dios improbable.
Ciencia y religión
