Corán y la Biblia
Sabemos que cuando en los periódicos nos encontramos textos entrecomillados en una entrevista pensamos que esas palabras son exactamente las que pronunció el entrevistado ante el periodista y, sin embargo, con demasiada frecuencia, el protagonista no reconoce al leerlas su propio discurso, lo encuentra cambiado, de algún modo orientado a un fin que no estaba en su mente y que posiblemente ha salido de la del periodista que ha plasmado por escrito lo que se dijo. Los malentendidos y las tergiversaciones, maliciosas o no, parecen inmunes a la experiencia del profesional entrevistador y a la tecnología moderna que permite grabar sonido e imagen.
Vamos a ir catorce siglos hacia atrás, a una zona árida, a las puertas del desierto, donde la cultura y la tecnología no era la característica sobresaliente en la vida social. En ese ambiente habla Mahoma, un profeta, según parece analfabeto, lo más común en el lugar y el tiempo, o que, en todo caso, nunca escribió nada. Algunos de los que le escuchan, fascinados por su palabra, y conocedores de la técnica de la escritura, toman notas de sus enseñanzas. Lo hacen en hojas de vegetales o trozos de piel. Como los escribas escasean, existen otros individuos que memorizan palabra por palabra, lo que después alguien puede poner por escrito. Sus fieles conservaron así la doctrina revelada. Andando el tiempo, el califa Utman, cuando ya el islam se había convertido en un poder en la región, reunió los fragmentos y elaboró con ellos un libro: El Corán, en su versión canónica, que no ha sido puesto en discusión posteriormente y que ha sido unánimemente aceptado como la palabra del profeta inspirada por Dios mismo (los textos discrepantes habrían sido destruidos oportunamente). Si Mahoma pudiera leerlo ¿lo reconocería como su propia palabra y como compendio de sus enseñanzas? La respuesta que daría un musulmán es obvia, la que daría un infiel, puede ser considerada blasfema, ya que la revelación es un dogma y El Corán un libro sagrado para los islamitas. No entro en la veracidad de la revelación misma, que según nos cuentan era recibida en accesos que la ciencia médica actual, libre de prejuicios religiosos, consideraría episodios de un síndrome de epilepsia alucinatoria.
La razón no es un arma eficaz contra las creencias, porque éstas se sitúan fuera de su alcance; sin embargo, es lícito su uso en este caso ya que es la herramienta, específicamente humana, más fiable para el conocimiento y, los que consideramos que no hay ámbito del mismo que no pueda explorar, no tenemos por qué restringir su utilización.
Seis siglos antes de estos sucesos se redactaron otros textos que contaban las acciones y la palabra de Jesús, un personaje cuya existencia histórica no ha logrado ser probada. También fueron escritos tardíamente por individuos que no conocieron ni escucharon al protagonista y después de que Pablo de Tarso, un epiléptico víctima de alucinaciones (no en balde fue llamada enfermedad sagrada) hubiera dado un giro a las enseñanzas del Nazareno sistematizando su doctrina y convirtiendo en cristianismo lo que no parecía más que un intento de renovación del judaísmo de la época. También estos textos sufrieron una purga, en este caso por parte de la Iglesia, seleccionando unos pocos como canónicos y convirtiéndolos en palabra de Dios; aunque para los cristianos su sacralidad no alcanza a la materialidad del libro como en el caso del Corán, seguramente porque sus templos están llenos de otros objetos materiales sagrados.
El Antiguo Testamento, básicamente la Toráh judía, su antigüedad y la diversidad de su procedencia y fines lo convierten en un galimatías, en donde junto a prescripciones incoherentes y caprichosas encontramos relatos inverosímiles sólo asumibles como mitos, justificaciones y recomendaciones o exigencias de comportamientos éticos que hoy se consideran aberrantes.
Si todos los hombres nos guiáramos sólo utilizando premisas racionales, hace tiempo que tales textos habrían quedado desechados como testimonios fiables de lo que cuentan o se dice que representan, porque no resisten el mínimo análisis científico, ni siquiera el que un lector crítico hace cada día sobre lo que lee en la prensa. Pero en el terreno de las creencias el pensamiento mágico convive y se impone sobre el racional ¿Cómo esperar racionalidad en los que han hecho de tan rancias enseñanzas guía de sus vidas?
