La brujería, excusa perfecta
Hubo una etapa en la historia donde unos creían a pie juntillas las valoraciones de religiosos para imponer su modelo social.
En el período que va desde 1450 a 1750 Europa había sido arrasada por la peste negra, y en 1494 apareció una nueva epidemia que infectaría a un millón de ciudadanos: la sífilis. Mientras reyes y gobernantes embarcaban a sus estados en un ciclo contínuo de conflictos. A la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra le siguieron las sangrientas luchas entre católicos y protestantes y la Guerra de los Treinta Años, que destrozó Centroeuropa entre 1616 y 1648. A eso hay que sumar sequías y hambrunas, muertes por falta de higiene…, un cuadro desolador para una población dominada por el miedo a unas penurias y desastres sin explicación razonable.
En ese contexto, la Reforma religiosa sirvió de trampolín para eliminar los restos de paganismo que pervivían en el medio rural y de los que se alimentaba la hechicería. En lugar de reciclar esas creencias, como hizo el cristianismo primitivo, tanto católicos como protestantes decidieron atacarlas declarándolas herencia de Satanás. Lutero abogó por quemar a sus practicantes y los luteranos extendieron por Alemania la caza de brujas, mientras el calvinismo impulsó en Escocia la primera ley antibrujería en 1563.
¿Y qué ocurrió en aquella época que podamos destacar sobre todos estos acontecimientos?
En Suiza, el fuego purificador de la hoguera acababa con los brujos y brujas. Suiza posee el honor de ser el país con más víctimas acusadas de brujería en proporción a su población: una por cada 250 habitantes. Un total de 4.000 personas fueron condenadas y asesinadas porque legisladores, jueces, políticos, curas e intelectuales consideraban que habían hecho un pacto con el diablo. En Alemania se lleva el record con 25.000 ejecuciones. Se estima que fueron ejecutadas en Europa en este período 100.000 personas.
En Alemania, un juez, rechazado por una mujer a la que había hecho proposiciones deshonestas, acusó a su hermana de brujería y la torturó y quemó en el mismo día; en Boston, una inmigrante que sólo hablaba gaélico irlandés y rezaba en latín era ahorcada por no saber rezar el padrenuestro en inglés.

Auto de Fe
Las supuestas brujas (el 80% de las víctimas fueron mujeres), para clérigos legisladores eran diabólicas y pertenían a una organización que trabajaba para subvertir la religión y acabar con el reino de Dios. Con anterioridad, había brujos y hechiceros que ejercían de curanderos, dada la falta de médicos, y vivían de vender pociones amatorias y amuletos de la suerte. No tenían preparación intelectual y sus conocimientos procedían de la tradición y la experiencia.
Al tratarse de un concepto ideológico difícil de demostrar, se declaró la brujería como un delito al margen de las garantías procesales. Era una traición a Dios y como tal debía ser penada:
Ningún castigo que impongamos a las brujas, aun asarlas y cocerlas a fuego lento, es excesivo.- Jean Bodin, siglo XVI
hay que obligar a los niños a declarar contra sus padres- Jean Bodin, siglo XVI
la sospecha es base suficiente para la tortura- Jean Bodin, siglo XVI
nunca se debe absolver a una persona una vez que haya sido acusada- Jean Bodin, siglo XVI
Para él, la mejor manera de infundir temor de Dios era con
hierros al rojo para arrancar la carne putrefacta
Tal era la justicia que se implantó en esa época que las hijas de un terrateniente inglés causaron la ruina al matrimonio formado por John y Alice Samuel y a su hija Agnes. Estas monstruitas fingían ataques de epilepsia cuando aparecía Alice y convencieron a los jueces, con el apoyo de un médico, de que esta les aplicaba un conjuro de brujería. Las niñas acusaron también a la familia Samuel de causar la muerte de Lady Cromwell, casada con el hombre más rico de Inglaterra. John, Alice y Agnes fueron declarados culpables de asesinato mediante hechicería. Este caso se conoció como Las brujas de Warboys y contríbuyó a impulsar la ley que fijaba la pena de muerte para la brujería.
En Francia, el fenómeno estuvo más relacionado con el sexo. El episodio de las monjas de Louviers se debió a los excesos de los capellanes de un convento de franciscanas. Cuando la joven Madeleine Bavent ingresó, descubrió que el padre espiritual participaba de una herejía que defendía que a Dios había que adorarlo desnudo, como Adán y Eva.
Las monjas se desnudaban y bailaban ante él. Nos obligaba a darnos abrazos lujuriosos, presencié la circuncisión de un enorme falo que unas monjas cogieron a continuación para satisfacer sus caprichos- Madeleine
Ella se negaba a participar en esas prácticas, pero el cura la violó y la dejó embarazada. Las orgías continuaron hasta la muerte del padre. Temerosas las monjas de que se descubriera el asunto, 14 de las 52 monjas del convento empezaron a fingir posesión demoníaca y acusaron a Madeleine de haberlas hechizado. Esta fue torturada y condenada a cadena perpetua en una mazmorra donde sólo recibía pan y agua cada tres días. En 1647 murió en prisión.
¿Por qué fue posible que se creyeran esas cosas? ¿Cómo personas ilustradas podían creer semejantes tonterías? El juez papal Paulo Grillandi llegó a explicar por qué una bruja, capaz supuestamente de cambiar de forma y de pasar por el ojo de una cerradura, no podía escapar de la prisión:
Una vez que el demonio se ha apoderado de ella, Satanás desea que sea ejecutada, porque así no podrá liberarse de él arrepintiéndose
La brujería también fue un buen negocio. Como los tribunales de principios del XVII se autofinanciaban, los condenados por hechicería, o sus familiares, pagaban cada acto de castigo y cada banquete de los jueces. Incluso aunque fueran declarados inocentes, como le pasó a Chatrina Blanckenstein, que fue torturada salvajemente en el potro, los borceguíes ya las cuerdas de despellejar. Pese a ello, la mujer no confesó y el caso fue sobreseído, pero antes tuvo que pagar las costas de su calvario.
No es de extrañar que en Alemania, donde la confiscaión de bienes fue sistemática, se incoaran procesos contra mujeres acaudaladas. Cuando Fernando II prohibíó las confiscaciones por considerarlas negocio sucio, disminuyeron las ejecuciones. Aun así, hubo casos sangrantes como el de Johannes Junius, víctima de la caza de brujas. Antes de morir en la hoguera, Junius escribió a su hija contándole cómo fue atormentado y como el verdugo le rogaba que confesase algo, aunque fuese inventado, porque no pararían hasta que admitiera practicaba la brujería.
Durante el Medievo, la hechicería se consideraba el arte de hacer maleficios y encantamientos, y sólo se castigaba con la muerte si producía daño, pero luego se identificó como traición a Dios. Quien inventó y propagó la brujería fue la Inquisición, que necesitaba una nueva herejía una vez liquidados los albigenses y otros disidentes del sur de Francia, creándose la brujería para llenar ese hueco. Así aumentó el número de herejes y de ingresos. Sin embargo, la Inquisición perdió pronto el control procesal contra la brujería herética, salvo en España e Italia, donde era una potente organización centralizada que sorprendentemente actuó más en defensa de las supuestas brujas que como parte acusadora.
Lo que legitimó la caza de brujas fue la bula Summis desiderantes affectibus de Inocencio VIII. Este papa, que en los últimos meses de su vida vivió amamantándose de la leche de una mujer y al que sus médicos intentaron rejuvenecer con transfusiones de sangre que llevaron a la muerte a tres jóvenes, dio el paso para expresar la postura oficial de la Iglesia de que la brujería era una superstición y creer en ella, una herejía. Con Inocencio VIII pasó a ser hereje quien no creyera en estos asuntos.
La bula reforzó el poder de dos inquisidores alemanes, Heinrich Kramer y Jakob Sprenger, que estaban dispuestos a acabar con la secta de los valdenses. Tuvieron libertad legal para castigar ese movimiento herético. Publicaron el libro que era lectura obligada durante 200 años: Malleus Maleficarum (El martillo de las brujas) en femenino, pues se consideraba asunto de mujeres.
El teólogo alemán Johannes Nider, en su libro Formicarius, insistió en el papel central de la mujer en la brujería y describió con detalle los medios que usaba, inspirada por el demonio, para hacer pecar al hombre. El antifeminismo medieval tiene sus raíces en una honda tradición cristiana.
Son más ordinarias las mujeres, por la ligereza y fragilidad, por la lujuria y por el espíritu vengativo que en ellas suele reinar
La muerte de la razón que provocaron los juicios por brujería tiene su vertiente más dolorosa en esta confesión de un torturado a la mujer a la que acusó:
Jamás te he visto en un aquelarre, pero tuve que acusar a alguien para acabar con los tormentos. Se me ocurrió tu nombre porque cuando me llevaban a la cárcel nos encontramos y me dijiste que nunca hubieras creído una cosa así de mí. Te pido perdón, pero, si volvieran a torturarme, volvería a acusarte.
Son más ordinarias las mujeres, por la ligereza y fragilidad, por la lujuria y por el espíritu vengativo que en ellas suele reinar
- San Agustín
Quizá podríamos pensar que la barbarie fue sólo producto de la ignorancia de aquellos tiempos oscuros, pero no es así. En efecto, la caza de brujas a la hipotética brujería, ha continuado activa bajo otras formas hasta tiempos recientes. En ningún momento de la historia el ser humano ha estado libre de ponerle un cerrojo a la razón. Si no estamos alerta, cualquiera de nosotros, en cualquier momento, puede acabar creyéndose la mayor locura.
[contentblock id=1 img=form.png]