Sobre los misterios del cristianismo
Revelar algo a alguien es descubrirle secretos que antes ignoraba. En el cristianismo, si se pregunta a los creyentes cuáles son los secretos importantes que exigían que Dios mismo se tomara la molestia de revelar, nos dirán que el más grande de estos secretos, y el más necesario para el género humano, es el de la unidad de la divinidad, secreto que, según ellos, los hombres hubieran sido incapaces de descubrir por sí mismos. Pero, ¿no tenemos derecho a preguntarles si esta afirmación es cierta? No puede dudarse de que Moisés anunciara un Dios único a los hebreos y que no hiciera todos sus esfuerzos para convertirlos en enemigos de la idolatría y el politeísmo de otras naciones, cuyos cultos y creencias les presentó como abominables a los ojos del monarca celeste que los había sacado de Egipto. Pero muchos sabios paganos, ¿no han descubierto también, sin la ayuda de la revelación judaica, un Dios supremo, señor del resto de dioses? Además, el destino al cual todos los demás dioses del paganismo estaban subordinados, ¿no era un Dios único cuya ley soberana experimentaría la naturaleza entera?
En cuanto a los rasgos con los que Moisés dibujó a la divinidad, ni judíos ni cristianos tienen motivo para enorgullecerse. En ella vemos sólo a un déspota extravagante, colérico, lleno de crueldad, injusticia, parcialidad y malignidad, cuya conducta debe conducir a todo hombre que medite en ello a la más terrible perplejidad. ¿Qué ocurriría si se le añaden los atributos inconcebibles que la teología del cristianismo se esfuerza en atribuirle? Conocer la divinidad, ¿es decir de ella que es un espíritu, un ser inmaterial que no se parece en nada a lo que los sentidos nos enseñan? El espíritu humano, ¿no ha sido confundido por los atributos negativos de infinidad, inmensidad, eternidad, omnipotencia, omnisciencia, etc., con los que se ha adornado a este Dios tan sólo para hacerlo más inconcebible? ¿Cómo conciliar la sabiduría, bondad, justicia y las otras cualidades morales que se atribuyen a este Dios con la conducta extravagante y muchas veces atroz que los libros cristianos y hebreos le atribuyen en cada página? ¿No hubiera valido más la pena dejar al hombre en la total ignorancia de la divinidad, en lugar de revelarle un Dios lleno de contradicciones, dispuesto siempre a la disputa y que le sirve de pretexto para perturbar su reposo? Revelar un Dios semejante consiste en descubrir a los seres humanos tan sólo el proyecto de arrojarlos a la mayor confusión e incitarles a pelearse, dañarse y volverse desgraciados.

La Trinidad
En cualquier caso, ¿es cierto que el cristianismo no admite más que un solo Dios, el de Moisés? ¿No vemos al cristianismo adorar a una divinidad triple bajo el nombre de Trinidad? El Dios Supremo genera desde toda la eternidad un hijo igual a sí, de uno y otro de estos dioses procede un tercero igual a los dos primeros. No obstante, estos tres dioses iguales en divinidad, perfección y poder no forman más que un solo Dios. ¿No basta con exponer este sistema para mostrar su absurdo? ¿Sólo para revelar parejos misterios se ha tomado la divinidad la molestia de instruir al género humano? Las naciones más ignorantes y salvajes, ¿han alumbrado opiniones más monstruosas y propicias al desvarío de la razón? (El dogma de la Trinidad ha sido tomado de las fantasías de Platón, o tal vez de las alegorías bajo las que intentaba esconder su doctrina ese filósofo novelesco. Parecer ser que el cristianismo le debe a él la mayor parte de sus dogmas. Platón admitía tres formas de ser de la divinidad. El Dios supremo constituye la primera; la segunda el Logos, el verbo, la inteligencia divina, engendrada por el primer Dios; la tercera es la mente o alma del mundo. Los primeros doctores del cristianismo parecen haber sido platónicos: su fervor hallaba en Platón una doctrina análoga, sin duda, a su religión.) Sin embargo, los escritos de Moisés no contienen nada que haya podido dar lugar a este sistema tan fantástico. Se pretende encontrar el dogma de la Trinidad en la Biblia sólo mediante explicaciones forzadas. En cuanto a los judíos, contentos con el Dios único anunciado por su legislador, jamás han pensado en triplicarlo.
El segundo de estos tres dioses o, siguiendo el lenguaje del cristianismo, la segunda persona de la Trinidad, se revistió de naturaleza humana, se encarnó en el seno de una virgen y, renunciando a su divinidad, se sometió a las debilidades características de nuestra especie e incluso a sufrir una muerte ignominiosa para expiar los pecados de la Tierra. Esto es lo que el cristianismo llama el misterio de la Encarnación. ¿Quién no ve que estas ideas absurdas están tomadas de los egipcios, los indios y los griegos, cuyas ridículas mitologías suponían dioses revestidos de forma humana y sujetos a las debilidades, al igual que los hombres? (Los egipcios fueron los primeros que pretendieron que sus dioses habían tomado cuerpo. Foé, el dios del pueblo chino, nació de una virgen fecundada por un rayo de sol. En el Indostán, nadie duda de las encarnaciones de Vishnú. Parece ser que los teólogos de todas las naciones, desesperados por no poder elevarse hasta Dios, lo han forzado a descender hasta ellos.)
De este modo, el cristianismo nos ordena creer que un Dios hecho hombre ha podido sufrir, morir y ofrecerse en sacrificio sin perjuicio de su divinidad, y no ha podido eximirse de una conducta tan insólita para calmar su propia cólera. Esto es lo que el cristianismo define como el misterio de la redención del género humano.
Es cierto que este Dios muerto es resucitado: de modo semejante en esto al Adonis de Fenicia, al Osiris de Egipto y al Atis de Frigia, que fueron antaño símbolos de una naturaleza que periódicamente muere y renace, el Dios del cristianismo renace de sus propias cenizas y sale triunfante de su tumba.
Tales son los secretos maravillosos o misterios sublimes que el cristianismo descubre a sus discípulos; tales son, unas veces grandes y otras abyectas pero siempre inconcebibles, las ideas que se nos dan de la divinidad. ¡He aquí las luces que la revelación proporciona a nuestro espíritu! Parece que la adoptada por los cristianos sólo se haya propuesto para aumentar las sombras que velan la esencia divina a ojos de los hombres. Se nos dice que Dios ha querido hacerse ridículo para confundir la curiosidad de aquellos a quienes, sin embargo se asegura que quería iluminar con una gracia especial. ¿Qué idea puede uno formarse de una revelación que, lejos de enseñar algo, se complace en confundir las nociones más claras?
No obstante, a pesar de la revelación, tan ensalzada en el cristianismo, su espíritu no arroja ninguna luz sobre el ser que sirve de base a toda religión. Al contrario, esa famosa revelación sólo sirve para oscurecer cualquier idea que nos pudiéramos formar acerca de él. Las sagradas escrituras lo llaman un Dios oculto. David nos dice que emplaza su retiro en las tinieblas, que las aguas tumultuosas y las nubes forman la tienda que le cubre. En suma, los cristianos, iluminados por Dios mismo, sólo tienen de él ideas contradictorias, nociones incompatibles que hacen su existencia dudosa, o incluso imposible, a los ojos de cualquier hombre que consulte su razón.
En efecto, ¿cómo concebir a un Dios que, no habiendo creado el mundo sino para la felicidad del hombre, permite que la mayor parte de la raza humana sea desgraciada en este mundo y en el otro? ¿Cómo puede ofenderse por los actos de sus criaturas un Dios que goza de la suprema felicidad? Este Dios es, pues, capaz de sentir dolor y su ser puede turbarse; es, por tanto, dependiente del hombre, que puede alegrarle o afligirle a voluntad. ¿Cómo un Dios poderoso permite a sus criaturas una libertad funesta de la que pueden abusar para ofenderle y perderse ellas mismas? ¿Cómo puede un Dios hacerse hombre, y cómo puede morir el propio autor de la vida y la naturaleza? ¿Cómo puede un Dios único llegar a ser triple sin perjuicio de su unidad? Se nos responde que todas estas cosas son misterios, pero estos misterios destruyen la existencia misma de Dios. ¿No sería más razonable admitir en la naturaleza, con Zoroastro o Manes, dos principios o dos fuerzas opuestas, que admitir, con el cristianismo, a un Dios todopoderoso que no posee el poder de impedir el mal, justo pero parcial, clemente pero implacable, que castigará por toda la eternidad los crímenes de un instante, un Dios simple que se triplica, un Dios, principio de todos los seres, que se deja morir sin satisfacer de otro modo su justicia divina? Si los contrarios no pueden existir al mismo tiempo en un mismo sujeto, la existencia del Dios de los judíos y los cristianos es, sin duda, imposible; por lo que es forzoso concluir que los doctores del cristianismo, con los atributos que han utilizado para adornar, o más bien desfigurar, la divinidad, en lugar de darla a conocer la han destruido o, al menos, la han vuelto irreconocible. De este modo, a fuerza de fábulas y misterios, la revelación no ha hecho sino enturbiar la razón de los hombres y volver inciertas las ideas simples que pueden formarse acerca del ser necesario que gobierna la naturaleza por medio de leyes inmutables.
Si no se puede negar la existencia de un Dios, es cierto al menos que no es posible admitir el que los cristianos adoran y cuya religión pretende revelarles su conducta, órdenes y cualidades. Si ser ateo es no tener idea alguna de la divinidad, la teología del cristianismo sólo puede ser considerada como un proyecto para aniquilar la existencia del Ser supremo.

Creo que cuando las nociones de justicia, conocimiento, revelación, amor, lealtad y otra serie de valores de la humanidad se vuelven incompatibles con los «actos de Dios», se le aplica convenientemente una cláusula de excepción llamándole MISTERIO. En esos casos desconcertantes a la lógica y el sentido común, el MISTERIO puede perfectamente tomar la antítesis de todos los valores que la humanidad considera positivos y útiles para el orden social y la felicidad del hombre, y todo buen creyente, debe creérselo a fe ciega o consolado en explicaciones sumamente forzosas. El MISTERIO, mientras lo siga siendo, aparentemente puede justificar cualquier cosa, cualquier absurdo, cualquier crueldad. Gracias al Silencio de Dios!
Si bien es cierto, a veces la realidad se presenta dura, difícil, hostil al bien común o personal del hombre, es peor cerrar los ojos y dejar todo en manos de la sabiduría divina y OSCURA de Dios, si acaso existe.
Hola Norwin
En esta semana he intercambiado una serie de comentarios en un blog de un católico. Entiendo por la dinámica de su sintaxis y sus argumentos que era alguien con el que pudiera tener una «conversación» razonada.
Sí es cierto que se razonaba y argumentaba. Pero en mi interior no llegaba a entender cómo alguien que indudablemente tiene nivel cultural alto pueda hablarme de que el espíritu santo bajó en forma de paloma….. De verdad Norwin creo que pertenecemos a especies distintas.
Pero bueno. Es cierto lo que dices. Los Misterios aparecen para explicar incógnitas pero sólo estos pueden ser inexplicables porque si fueran razonados no podrían explicar su fin primero: explicar lo inexplicable. Su propia naturaleza es ser irracionales.
Has de darte cuenta que es una historia pulida durante cientos de años por miles de personas. Monjes, teólogos y eclesiásticos de todo nivel han metido mano para ir puliendo imperfecciones. Así surgen dogmas, ritos y tradiciones.
Aún así. Razonar se me antoja que es el único elemento que puede dar luz a la humanidad. La oscuridad de la mentira no es solución para mí.
Saludos amigo Norwin