1. La cuestión
¿Qué es lo más importante al comenzar una discusión?
Saber de qué se discute.
Seguro que habéis tenido conversaciones de las que habéis sentido que os desviabais de la cuestión principal. Tan absurdo como encargar un traje sin conocer quién lo vestirá es argumentar antes de saber qué debemos defender. Así que lo primero es precisar:
- ¿Cuál es el desacuerdo?
- ¿Dónde está la discrepancia?
- ¿Qué me niegan?
- ¿Qué pretendo rechazar?
— Debieras pensar en tu futuro y tomarte más en serio los estudios.
— Pero, papá, si tú a mi edad pasabas más tiempo en el bar que en clase.
— Mira, hijo, si quieres discutir conviene no mezclar las cosas. ¿Está bien o mal lo que yo te digo? ¿Estuvo bien o mal lo que yo hice? ¿Justifican mis errores los que tú cometas? Son tres cosas distintas: ¿Cuál quieres que discutamos?
Cuando no están claros los límites en los que se está disconforme, nadie se entiende porque cada uno trata sobre cosas diferentes.
Hay controversia cuando existen dos opiniones encontradas sobre una misma materia, por ejemplo: La TV es buena para los niños/ la TV es mala para los niños. A lo que se discute, a lo que se cuestiona, lo llamamos cuestión, porque suele plantearse como una pregunta: ¿Es buena o mala la TV para los niños?
Una mujer dijo: Mi hijo es el vivo y tu hijo es el muerto. Pero la otra replicó: No; tu hijo es el muerto y mi hijo es el vivo.
La cuestión es, pensó Salomón, saber cuál de ellas dice la verdad.
2. ¿Cómo delimitamos la cuestión?
Todo lo que se discute se reduce a tres cuestiones: Si existe, qué es y cómo es.
- Cicerón
Aunque puede parecer que las posibilidades de controversia son infinitas, todas las cuestiones se reducen a tres variedades porque sólo son tres las cosas dudosas sobre las que podemos discutir:
Si algo es cierto o posible: Si ha ocurrido o no, si es como se cuenta o de otra manera. Es decir, se discute sobre los hechos y sus circunstancias.
- Si Greenpeace ha paralizado, o no, la producción de una empresa en Alicante.
- Si en la clínica X se han hecho abortos.
- Si el Madrid ganará la liga de fútbol.
A este tipo de cuestión la llamaremos de hechos, porque faltos de evidencias, discutimos sobre conjeturas para saber si algo se da o pudiera darse.
Aceptando que los hechos han ocurrido, o que pueden ocurrir, se discute sobre qué nombre ponerles.
- Si cuando Greenpeace recurre a la fuerza contra las empresas debemos considerarlo un rasgo de altruismo, un exceso juvenil o una forma de terrorismo.
- Si el aborto de la clínica X es un acto médico normal, o un asesinato.
Aquí se debaten los nombres de las cosas, para conocer qué son, en qué consisten.
Estando de acuerdo en que los hechos son ciertos, e independientemente de la denominación que merezcan, se puede discutir si están bien o mal y si convienen o perjudican.
- Si lo que hace Greenpeace es útil, o representa una amenaza para la industria.
- Si en la clínica Gutiérrez se hizo lo mejor que se podía hacer dadas las circunstancias.
- Si el triunfo del Madrid lo estimaremos como una bienaventuranza o una calamidad.
A este tipo de cuestión la llamaremos de valoración, porque en ella establecemos si las cosas son buenas o malas y en qué grado.
Estas son las tres posibilidades de debate que ofrece cualquier asunto. Se llaman cuestiones de conocimiento porque sirven para explicar y juzgar los hechos. Se pueden tocar una o todas seguidas según sea nuestro grado de información. Así podemos discutir sucesivamente: Si la cosa ha ocurrido (cuestión conjetural), cómo la llamaremos (cuestión nominal) y qué nos parece (cuestión de valoración).
- Si Greenpeace ha paralizado o no una empresa en Alicante;
- Si hemos de considerarlo una hazaña o un sabotaje;
- Si, pese a todo, nos parece que estuvo bien o mal hecho.
Si lo hechos no se rechazan, el debate comienza en la cuestión nominal, y si ésta tampoco se discute, se podrá valorar. Del mismo modo se abordan las cosas del futuro: si son posibles, cómo se llaman y qué nos parecen.
3. Los debates que suscita la acción
Nada impide polemizar sobre una o varias de las cuestiones básicas, pero lo habitual es que nuestros debates no se limiten a ellas, esto es, al análisis de los hechos. Queremos dejar sentado cómo son las cosas porque nos esperan preguntas adicionales: ¿Hay que hacer algo? ¿qué es lo que habría que hacer? ¿cómo conseguirlo? Estamos hablando de cuestiones de acción. Nos interesan las cuestiones de conocimiento para fundamentar nuestras decisiones.
Aquí los debates imaginables son infinitos pero sus variedades se reducen a dos:
En la deliberación nos ocupamos del futuro para escoger cómo nos conviene actuar.
- Si se debe invitar a Greenpeace a visitar todas las empresas del país.
- Si el Estado debe cerrar la empresa contaminante.
- Si el Estado debe compensar a la empresa perjudicada.
Son cuestiones de acción que no podremos resolver sin repasar antes las cuestiones de conocimiento en cada una de las alternativas disponibles.
En el enjuiciamiento discutimos sobre personas para delimitar responsabilidades, lo que nos obliga a tocar cuestiones conjeturales (¿intervino?), de nombre (¿imprudencia temeraria o accidente?), y de valoración (hizo bien, hizo mal, hizo lo que pudo), para concluir con una deliberación (¿merece un premio o un castigo?).
Tanto la deliberación como el enjuiciamiento pueden tener muchas discrepancias.
- ¿Qué hizo Pinochet?
- ¿Cómo lo llamaremos?
- ¿Qué juicio nos merece?
- ¿Qué procede hacer con él?
- ¿Quién debe hacerlo y dónde, cuándo, cómo…?
Todas estas cuestiones, y algunas más, rondan (y embrollan) el caso Pinochet. Es obvio que no se pueden discutir al mismo tiempo, salvo que deseemos (cosa frecuente) confundir al auditorio.
Los que disputan han de convenir primero en lo que tratan, que es lo que llaman estado de la causa, o el punto de que principalmente se duda.
- Fray Luis de León
El primer paso en toda polémica tiene que servir para precisar la cuestión: ¿qué es lo que se discute? ¿sobre qué asunto y sobre qué aspecto de dicho asunto? Esto es centrar el debate.
Vosotros pensáis que lo que se trata es si se ha de hacer la guerra o no: y no es así. Lo que se trata es si esperaréis al enemigo en Italia, o si iréis a combatirlo en Macedonia, porque Filipo no os permite escoger la paz.
- Tito Livio
Hay que cuidar dos cosas:
A – Que el debate no se desvíe de lo que está en cada momento sobre la mesa.
—Que no me den a mi a entender que ésta no sea bacía de barbero y ésta albarda de asno.
—Bien podría ser de borrica — dijo el cura.
—Tanto monta, que el caso no consiste en eso, sino en si es o no es albarda.
B – Que al tratar diversas cuestiones se guarde el orden lógico
Cuando un asunto nos obliga a considerar varias cuestiones es una locura confundirlas o mariposear sobre ellas. Hemos de impedir desviarnos de la cuestión: ¡Eso NO es lo que estamos discutiendo!. Ya llegará el momento de tratarlo. Es importante ordenar el debate para solventar todas las diferencias sucesivamente.
Me plantea usted la cuestión de si en el ingenio hay exceso de unas naciones a otras, y, en caso de haber desigualdad, a cuál o cuales se debe adjudicar la preferencia. La cuestión consta, como se ve, de dos partes. En la primera se da por sentada aquella desigualdad, pues la suponen quienes plantean la segunda: conceder ventaja a esta o aquella nación.
- Feijoo
Llamamos división a la tarea de señalar y ordenar todas las cuestiones que pueden intervenir en un debate. Una buena división asegura tres cuartas partes del éxito porque despliega con claridad lo que está en juego, lo que debemos defender y lo que será preciso refutar. De ella brotan los argumentos, porque ella misma los exige y en buena parte los sugiere.
El cuidado de establecer bien las cuestiones, de plantearlas con exactitud y acierto, y de no permitir que salgan de su terreno, es de mayor interés para el que habla el último, porque a veces con sólo este trabajo fácil y sencillo, desvanece cuanto se ha dicho antes, e inclina a su favor la balanza sin otros esfuerzos ni fatiga. Suele ocurrir que el que habla primero apela al medio de desnaturalizar la cuestión para mirarla bajo el aspecto que más le conviene. No se necesita, pues, entonces otra cosa que traerla a sus verdaderos términos, y con esto sólo vendrá a tierra todo el edificio y toda la gran balumba que haya podido levantar un adversario diestro y poco escrupuloso.
- Joaquín María López
Delimitadas así las cuestiones posibles, vamos a tratarlas un poco más despacio, porque cada una de ellas tiene modos peculiares para la defensa y la refutación. Comenzaremos por la primera, es decir: La cuestión de los hechos.