¿Gracias a Dios? Tú, ateo. ¿Diciendo gracias a dios?
Cuando un creyente conoce mi posición de ateo me observa como si fuera un bicho raro. Esta reacción creo que es producida porque no le cuadra en sus esquemas. Es como si una monja dijera que le gusta el sexo: algo que no se espera oír. Tienen el esquema de un ateo como una persona malvada o por lo menos no igual a ellos, sin normas éticas y de conducta reprobable y el que yo me confiese así, pues es algo que creo que se dicen: «Este está tonto. ¡¡qué sabrá él lo que es eso de ser ateo!!»
El siguiente paso que da es realizar la pregunta del millón:
Entonces ¿tu no crees en nada?
Antes de contestar, he de confesar que me quedo callado y pienso. ¿Es que esta persona no entiende que hay algo más allá de esa fantasía autocomplaciente?
Es triste, pero es así. En muchos casos, esas personas que no se consideran seguidoras de una religión en concreto, sí se muestran creyentes de un dios que les satisface. Muchas no son capaces de debatir conmigo diversos argumentos y, antes admitir que está atascada y sentirse sin salida en la calle de su ignorancia, escapan diciendo algo así como: «Bueno. Yo creo en Dios, es lo único que se…»
Nunca he negado el valor real que tiene un placebo en un paciente convencido. Lo que ocurre es que si a ese paciente le hacemos saber que la composición de su brebaje es algo así como un engaño, sienten que no puede ser que, desde hace tanto tiempo, toda su vida, tomara agua con limón para prevenir la caída del pelo y sentir que le funciona. Y, señores, el agua con limón no evita la caída del pelo ni cura el cáncer. Por mucho que se sugestionen.
Gracias a Dios, soy ateo. Gracias a Dios
