Las falsas inducciones de algunas experiencias particulares, son una de las más comunes causas de los falsos juicios de los hombres.
- Port Royal
Surge este sofisma cuando hacemos una generalización a partir de casos que son insuficientes o poco representativos.
Se presentan las premisas como si aportaran un fundamento seguro a la conclusión, cuando, en realidad, ofrecen un sustento débil.
Si un sacerdote lascivo hace algo indecente, enseguida decimos: ¡Mira qué ejemplo nos da el clero! Como si aquel sacerdote fuera el clero.
- Tomás Moro
Con frecuencia los ejemplos que pecan de insuficientes no son ni típicos, ni siquiera representativos. Así ocurre con lo que podemos llamar el argumento de mis parientes basado en informaciones familiares:
A mi cuñada le robaron el bolso en la Gran Vía. Esa calle es muy peligrosa.
Se hacen generalizaciones extremas a partir de un caso aislado que no es típico. No toda familia representa bien al conjunto de familias españolas. Nuestro grupo de contertulios, aunque sea plural, tal vez no refleja los criterios predominantes del país… etc.
Las afirmaciones que carecen de soporte son simples anécdotas y, por lo general, basados en experiencias exclusivamente personales. Ilustran, pero no demuestran, porque ignoramos lo principal: Si dichas experiencias personales son comunes o muy raras
Cada vez que enfocan las cámaras de televisión al diputado Pérez lo cogen dormido. Ese hombre no hace más que dormir.
A lo mejor es verdad, pero no por este razonamiento que generaliza a partir de datos manifiestamente insuficientes y, además, poco representativos. Sin duda, el conjunto de la actividad parlamentaria del diputado no se limita a los debates que transmite la TV. Aquí se da un fenómeno frecuente en nuestras apreciaciones: sumamos los datos de las experiencias chocantes y no tomamos en cuenta las que no llaman la atención. Es posible que el Sr. Pérez haya aparecido más veces dormido que despierto, pero le ocurre como al que mató a un perro y se quedó con mataperros. Dicho de otra manera, con frecuencia las malas generalizaciones proceden de una selección de datos sesgada por exceso de confianza en nuestras dotes de observación.
Los prejuicios, en especial, sobre razas o naciones, tienen su origen en una mala generalización. Si nos molesta el vecino de arriba porque es un español alborotador, no generalizaremos que todos los españoles son alborotadores, ya que conocemos muchos que no lo son. Pero si nuestro vecino de arriba es marroquí, tal vez no concluyamos de la misma manera.
El odio extendido es igualmente fruto de una mala generalización, sin la cual no sería posible la guerra. Para que el deber consista en herir o matar sin saber quiénes son las víctimas, necesitamos generalizar el odio y que todos los enemigos parezcan similares. Es preciso uniformarlos, cosificarlos, convertirlos en cualesquiera.
La generalización del odio es tan fantasmal como el amor universal, siempre merecedor de la mayor sospecha. El amor es incompatible con la generalización. Se deposita en objetos singulares a los que se diferencia, se destaca del común, se particulariza: una esposa, un amigo, o un libro. Cosa distinta es la caridad.
Es posible que, pese a la indigencia de los datos, una generalización sea buena, esto es, que su conclusión sea verdadera. Habrá que atribuir la puntería al olfato, la intuición o la buena fortuna de quien la propone, pero nunca a la solidez de un argumento que, no por atinar, deja de ser falaz. ¿Y qué importa, si hemos acertado? Hemos acertado por casualidad, no por hacer las cosas bien. Si aquí ocurre como en la lotería, bien pudiera ser que la fortuna no regrese jamás. Lo malo de los aciertos casuales es que hipertrofian la confianza en los malos procedimientos.
Otras falacias que acompañan a las generalizaciones son: Conclusión desmesurada, Falacia casuística, Falacia del embudo, Falacia del Secundum quid.