El argumento ex silentio alega que algo no es cierto porque no existen datos que lo sostengan (silencio). Da por supuestas dos cosas: 1. que estamos hablando de datos que podemos buscar y, 2. que los hemos buscado adecuadamente. Estos dos supuestos constituyen sus premisas.
El argumento puede ser falaz por dos caminos:
Carlos no es un insensato: tiene un electroencefalograma normal.
- Si fuera un insensato lo sabríamos gracias al electroencefalograma.
- Pero no lo sabemos porque el E.E.G. es normal.
- Luego, no es un insensato.
El supuesto de la primera premisa es absolutamente falso. Tan falso como suponer que si existiera el alma humana podríamos verla en el quirófano. De premisas falsas resultan conclusiones falaces.
- Si fuera terrorista figuraría en los archivos de la policía.
- Pero no figura.
- Luego, no es terrorista.
- Si mi abuelo hubiera nacido en Numancia, probablemente constaría en algún archivo.
- Pero no consta.
- Luego, mi abuelo, sin duda, no nació en Numancia.
La conclusión hereda el carácter presuntivo de la primera premisa y debiera decir, más humildemente: Es probable que mi abuelo no naciera en Numancia.
No es raro encontrarse con falsos argumentos ex silentio que dan un salto hasta la falacia ad ignorantiam. En esta, característicamente, se traslada la carga de la prueba al interlocutor, es decir, con todo desparpajo se viene a decir: Pruebe usted que no es cierto lo que yo afirmo y no pruebo. Supongamos, por ejemplo, el siguiente falso argumento ex silentio:
- Si usted no fuera comunista habría constancia de ello en los archivos del FBI.
- No consta que no sea comunista
- Luego, no es cierto que usted no sea comunista.
- No consta que usted no sea comunista, luego debe serlo.
- Mientras no demuestre usted lo contrario hemos de considerar que es comunista.
Estamos ante un abuso que desarma a la víctima. Por eso se llama falacia ad ignorantiam porque explota nuestra incapacidad (ignorantiam) para demostrar lo que no nos corresponde demostrar.
En resumen: Cuando empleamos un argumento ex-silentio débil y, para compensar su debilidad, tratamos de imponerlo abusivamente como si fuera conclusivo, y trasladamos la carga de la prueba al oponente, incurrimos en una falacia ad ignorantiam.