¿Por qué existe la enfermedad y morimos?
¿Por qué existe la enfermedad? Si la evolución es capaz de construir órganos complejos como el ojo, el corazón y el cerebro, ¿por qué no ha encontrado la manera de evitar la miopía, los infartos y la demencia? La respuesta de que la vejez, la enfermedad y la muerte son necesarias para preservar la especie porque es preciso reemplazar a los individuos viejos por jóvenes no es correcta. La selección natural no se desarrolla en el plano de la especie sino del individuo y de sus genes. Así, aplazar o evitar la vejez debería ser un premio evolutivo para el individuo. Un individuo que tenga poco o ningún desgaste, tendrá una gran ventaja reproductiva frente a individuos que sufran achaques.
También es enigmático que la edad máxima sea específica de las especies. Algunos insectos viven un sólo día, un ratón puede vivir 2 o 3 años, y una persona alcanza en los casos más longevos el siglo de vida. ¿Por qué no puede la evolución crear ratones que vivan 100 años y seres humanos 1.000? Es probable que el límite de edad esté programado genéticamente por la evolución. Desde el punto de vista evolutivo no es sensato dejar que un organismo viva mucho más de lo que es estrictamente necesario. Se trata de un análisis de costes y beneficios: permitir que un organismo viva más de lo necesario es malgastar el esfuerzo.
Si miramos la vida desde la perspectiva del gen, el material hereditario, vemos que los organismos sólo son máquinas de supervivencia, vehículos provisionales de genes potencialmente inmortales. Por consiguiente, el vehículo no tiene por qué durar demasiado, pues de lo que se trata es que la información genética sea transmitida a los siguientes herederos. La salud, la vitalidad y la fertilidad sólo son importantes durante la fase de reproducción. Si pensamos en la vejez dentro de la evolución comprobamos que se solucionan algunos enigmas tenaces.
El deterioro físico y mental en la vejez es el precio que pagamos por la fuerza y la vitalidad de nuestra juventud. En la década de los cuarenta del pasado siglo se demostró que la selección natural deja en paz a los genes que conllevan efectos perjudiciales siempre y cuando estos efectos aparezcan solo después de la última fase de la reproducción. Así, todavía existe un gen para la enfermedad de Huntington, una afección mortal del sistema nervioso central. El gen no ha sido eliminado por la selección natural porque la enfermedad se manifiesta tan sólo después de los cuarenta años de edad. La evolución no controla este tipo de enfermedades porque los afectados ya han tenido hijos antes de que se manifiesten los primeros síntomas.
La pleiotropía es el fenómeno por el que un único gen es responsable de efectos distintos y no relacionados. Por ejemplo, un gen que aumenta la cantidad de calcio en el cuerpo y hace que los huesos se curan antes en caso de fractura, pero al mismo tiempo provoca la obstrucción de las arterias. Semejante gen será recompensado por la selección natural porque muchos individuos en su juventud se beneficiaron de las ventajas del mismo, mientras que pocos individuos vivieron los suficiente para sufrir sus inconvenientes en su vejez. En este caso, las ventajas superan con creces los inconvenientes. Sólo si la expectativa de vida aumenta de forma dramática, empezarán a pesar más los efectos perjudiciales del gen, en este caso la arteriosclerosis.
Por otra parte, no todos los genes que provocan achaques en la vejez tienen ventajas en la juventud. Algunos de estos genes nunca estuvieron expuestos a la selección porque los individuos no vivían lo suficiente. La «enfermedad de la vejez» actual, como el cáncer, la demencia y las dolencias cardíacas, están extendidas porque en los últimos siglos la duración media de la vida se ha alargado. En el pasado, estas enfermedades aparecían menos porque los individuos morían antes a causa de la peste, la viruela, el cólera o la difteria, enfermedades que prácticamente han desaparecido hoy en día en el mundo occidental. Los mecanismos que provocan las enfermedades asociadas con la vejez no son tanto fallos de diseño, sino más bien soluciones de compromiso sopesadas por la selección natural.
Has dos formas de plantearse nuestra vulnerabilidad a determinadas enfermedades.
Hay una explicación próxima que observa las causas de una determinada enfermedad. Así las afecciones cardíacas pueden explicarse por una dieta rica en colesterol, por disposición genética, etc.
La explicación última busca causas que se remontan en el tiempo y que explican por qué estamos diseñados de una determinada manera. ¿Por qué la selección natural no ha eliminado determinados genes, en este caso los genes que provocan obesidad? ¿Por qué algunas partes del cuerpo humano son tan propensas a fallar, y por qué padecemos determinadas enfermedades mientras que otras no nos afectan? Las enfermedades de la vejez son a menudo el resultado de un pacto, una compensación evolutiva entre ventajas en la juventud y desventajas en la vejez.
Pondré el ejemplo de la anemia de células falciformes. Pongo este caso como uno donde se evidencia claramente este compromiso.
Las personas que padecen esta enfermedad hereditaria tienen glóbulos rojos en forma de hoz que causan una grave anemia. Estos glóbulos rojos no pueden circular adecuadamente por los vasos sanguíneos, y el resultado es que los pacientes sufren hemorragias y dolores óseos y musculares, así como daños en órganos como los riñones. Hasta hace poco, las personas que padecían anemia falciforme no solían llegar a la madurez sexual, y no obstante, el gen responsable de esta enfermedad no ha desaparecido. Es más, en África ecuatorial la frecuencia del gen que provoca la anemia falciforme puede llegar al 40% de la población. ¿Cómo puede explicarse este fenómeno?
La respuesta es que el gen que provoca la enfermedad también es útil a veces. En determinados casos, el gen de la hemoglobina falciforme ofrece protección contra la malaria. Los parásitos de la malaria prefieren multiplicarse en glóbulos rojos de forma normal redonda. Así, los glóbulos rojos anómalos con forma de hoz no son infectados. Las personas que han heredado el gen falciforme de uno de sus progenitores y un gen normal del otro no padecen anemia falciforme, pero tienen bastantes menos probabilidades de padecer malaria. El gen cambia la estructura de la hemoglobina, por lo que las células infectadas por la malaria son eliminadas del sistema. El portador desarrollará la enfermedad de la anemia falciforme sólo si hereda el gen falciforme de ambos padres. Como no tiene anemia falciforme y está protegido contra la malaria, es favorecido frente a las otras dos combinaciones. Al fin de cuentas el gen de anemia falciforme está en desventaja porque sufren anemia, mientras que el gen normal está en desventaja porque no tiene resistencia a la malaria. La consecuencia es que el gen de la anemia falciforme no desaparecerá, pero tampoco se propagará por toda la población. La frecuencia del gen quedará equilibrada, por lo que la ventaja de la protección contra la malaria supera la desventaja de la grave anemia durante la niñez. Cuando una relación tan clara entre las diferentes formas genética se mantiene durante muchas generaciones, se habla de polimorfismo equilibrado.
La teoría de la evolución predice que la frecuencia del gen de la anemia falciforme disminuirá gradualmente en las zonas donde la malaria sea poco frecuente. Y esto es lo que vemos que sucede en la realidad. Un buen ejemplo de selección natural en acción.
Pero hay múltiples ejemplos de la acción de la selección natural. Y esto lo podemos observar mucho más claramente en las bacterias, virus y demás organismos unicelulares. Dada que su reproducción es exponencialmente mayor que en los organismos pluricelulares se observa continuamente cambios en su biología.
La enfermedad producida por infecciones surgen porque los virus, bacterias y otros microorganismos entran en nuestro cuerpo y luego se reproducen de forma exponencial. Estamos en desventaja porque los organismos que provocan la infección evolucionan tanto como nosotros en mil años. Debido al tiempo de generación relativamente largo, nuestra propia evolución genética no puede seguir el ritmo de mutación de estos intrusos. Así durante la evolución, los humanos y otros vertebrados desarrollaron un mecanismo de defensa avanzado y adaptable, capaz de reaccionar con la misma rapidez con la que evolucionan los virus y las bacterias: el sistema inmunológico.
Algunos intrusos han encontrado maneras astutas para sortear el sistema inmunológico, como es el caso de los tripanosomas que se atrincheran en la corriente sanguínea y pueden causar afecciones mortales. El tripanosoma que causa la enfermedad del sueño engaña al sistema inmunitario cambiando continuamente de aspecto. El cuerpo humano tarda cerca de diez días en generar suficientes anticuerpos para combatir al intruso, que aprovecha este dato para cambiar repentinamente de aspecto al noveno día, por lo que el sistema inmunológico ya no lo reconoce. La administración de medicamentos sale en la ayuda de nuestro sistema inmunológico, pero esto no significa que la batalla la tengamos ganada.
Cuando Alexander Fleming descubrió por casualidad que las bacterias son sensibles al Penicillium, nos encontramos con años de ventaja frente a los patógenos que nos amenazan constantemente. La Penicilina y otros antibióticos parecían la panacea. Muchos médicos lanzaron la hipótesis de que enfermedades infecciosas, como la tuberculosis, pertenecerían pronto al pasado. Ahora no pensamos lo mismo ya que los patógenos nos han adelantado. Hemos perdido la ventaja que teníamos porque no hemos sido cautelosos a la hora de administrar los antibióticos. La mayoría de las bacterias se han vuelto resistentes a las medicinas pues han sido utilizadas con demasiada frecuencia y durante un tiempo demasiado largo. Esto ha dado a nuestros adversarios oportunidad para experimentar con nuevas técnicas de invasión. Las bacterias no necesitan más que algunas semanas para desarrollar una resistencia considerable a los antibióticos. Hasta hace algunas décadas, la gonorrea, podía tratarse bien con penicilina, actualmente en algunas partes del mundo el 90% de las bacterias de la gonorrea son resistentes a los antibióticos.
En las cárceles rusas, la situación es alarmante. La enfermedad es crónica en las prisiones mugrientas y abarrotadas, donde hasta hace poco se administraban antibióticos a la ligera, son un vivero para nuevas cepas de bacterias de la tuberculosis que son resistentes a uno o varios tipos de antibióticos. La creciente resistencia mundial de las bacterias se debe también a prácticas cuestionables en el sector agrícola y la industria alimentaria.
En el caso de los virus la historia es parecida aunque estas infecciones no pueden combatirse con antibióticos. Afortunadamente hay otros medicamentos que pueden combatir las infecciones virales, pero no por ello deja de haber una carrera armamentista. Un ejemplo es el SIDA. Esta enfermedad es causada por el virus del VIH que afecta al sistema inmunológico. Así los enfermos de SIDA son sensibles a muchas enfermedades que, en circunstancias normales, un sistema inmunológico puede reprimir sin problemas. Al principio, los medicamentos como el AZT parecían retrasar la proliferación del virus. En unos años, el virus del VIH consiguió desarrollar una resistencia al medicamento. Hoy en día, se administra un cóctel de inhibidores del VIH en la esperanza de que quizá alguno de ellos sea eficaz.
Los virus que atacan al sistema inmunológico no solo se encuentra entre los humanos sino también en los monos, los gatos y las vacas. Se sospecha que le virus se transmitió del mono al hombre en algún lugar de África. En los simios el virus se presenta en una variante VIS que se parece mucho al VIH. Además, la diversidad del VIH en África occidental es mayor que en el resto del mundo, esto indica que el virus lleva allí mucho más tiempo. Es curioso que los simios no suelen estar enfermos cuando son portadores del virus del VIS. Es posible que antes, el VIS fuera tan mortal como lo es actualmente el VIH para los seres humanos, pero la selección natural diezmó una y otra vez la población hasta que sólo quedaron los primates resistentes. Así, las epidemias producen individuos resistentes. Así hay fuertes indicios de que algunas personas son menos vulnerables al VIH porque provienen de poblaciones que en el pasado sobrevivieron a otras pandemias. Así, la población procedente de Europa occidental parece mejor protegida contra el VIH que los africanos y los asiáticos. Ello se debe a que poseen una mutación en la proteína CCR5, una mutación que no aparece en otras partes del planeta. Las personas que tienen esta mutación, cerca del 10% de la población europea, son insensibles al VIH. Se sabe que la inmunabilidad hacia esta enfermedad del SIDA ha de atribuirse a la viruela. La viruela fue erradicada tan sólo en la década de los setenta del siglo pasado. A diferencia de la peste, la viruela atacaba a personas jóvenes que nunca antes habían estado expuestas al virus. Por ello, la enfermedad tuvo un impacto considerablemente mayor que la peste sobre la capacidad de reproducción de la población europea.
Otra razón evolutiva de por qué enfermamos es que a menudo la enfermedad es útil. La enfermedad es necesaria. Una existencia sin dolor puede parecer atractiva, pero no lo es. Las personas que no pueden sentir dolor, no se percatan de que su cuerpo está dañado y no suelen superar los treinta años de edad. El dolor, la fiebre, el abatimiento y otras dolencias son alarmas de que algo le pasa al cuerpo o a la mente. Así, una sensación de malestar general nos vuelve inactivos, nos quedamos en casa y nos metemos en cama. La inactividad aumenta nuestra resistencia inmunológica y permite que los tejidos dañados se recuperen antes. Toser es molesto y a veces doloroso pero tiene la función de eliminar sustancias y organismos peligrosos, evitando la enfermedad. Lo mismo puede decirse del catarro nasal. Cuando nuestras vías respiratorias están irritadas por una infección bacteriana o viral, se pone en marcha un mecanismo de defensa y nuestro cuerpo produce grandes cantidades de mucosidad para eliminar intrusos.
La fiebre es una molestia, pero es muy útil. Es una adaptación modelada por la selección natural que lucha contra las infecciones. Es probable que la fiebre exista desde hace algunos cientos de millones de años en el reino animal. Hasta hace poco la ciencia médica dedicaba poca atención a esta compleja adaptación. Como la tos, la fiebre se consideró durante mucho tiempo un síntoma secundario inútil de las infecciones, un fenómeno que podía reprimirse con medicamentos. Se aconseja a la gente tomar unas aspirinas, pero hay que considerar si esto no es un error ya que la fiebre es un mecanismo de defensa. Un estudio realizado con niños con varicela consistió en administar a un grupo un antitérmico y a un segundo grupo un placebo. El primer grupo tardó por término medio un día más que el segundo en recuperarse. En otra investigación, se contagió deliberadamente un resfriado a 56 voluntarios. Este grupo se dividió en dos: uno recibió un placebo y el otro tomó aspirina. Los individuos del primer grupo no sólo tenían la nariz menos taponada, sino que tenían más anticuerpos en su cuerpo que el segundo grupo.
Por supuesto, los medicamentos que inhiben la fiebre pueden ser muy útiles. La fiebre no sólo tiene ventajas, sino también inconvenientes. Si no los tuviera, nuestro cuerpo podría poner el termostato continuamente a 40º o mas para acabar con las infecciones. Pero la cosa no funciona así. La fiebre tiene un precio. Con una temperatura corporal de 40º, las reservas corporales se agotan mucho más rápido de lo normal y la alta temperatura provoca infertilidad temporal en los hombres. Si la temperatura está por encima de esos 40º el paciente delira, tiene convulsiones y sus tejidos corporales pueden tener daños permanentes.
Vomitar y tener diarrea es muy molesto pero tiene su valor adaptativo. Cuando nuestro cuerpo nota que han llegado sustancias dañinas al estomago reacciona provocándonos náuseas para que vomitemos. Si estas sustancias han pasado al estómago, el cuerpo reacciona con cólicos intestinales y diarrea. Si eliminamos los mecanismos de defensa, quitamos a nuestro cuerpo la posibilidad de abordar la causa de los síntomas.
Un último motivo evolutivo de por qué enfermamos tiene que ver con el hecho de que ya no vivimos en el entorno para el que fuimos diseñados: no sólo nuestra psique, sino también nuestro cuerpo es del Pleistoceno, el período que se extiende desde hace 2 millones de años hasta cerca de 10 mil años, mientras que todos los cambios culturales y tecnológicos drásticos proceden del Holoceno tardío, unos miles de años. Para la escala evolutiva, unos miles de años es un período demasiado corto para cambiar un diseño probado. Así que el diseño de nuestro cuerpo y el nuevo entorno no están adaptados entre sí. La selección natural no ha tenido tiempo de modificar nuestro cuerpo, por lo que no estamos preparados para los peligros de los tiempos modernos. Hoy en día, las adaptaciones que eran funcionales en la sabana africana nos perjudican muchas veces.
Este desajuste entre cuerpo y entorno es responsable de muchas de las enfermedades actuales. Así enfermedades como la adiposis, el cáncer y el fallo cardíaco son más evidentes en nuestra época. Nuestros antepasados lejanos quizá no disponían de muchas calorías a su disposición, pero seguramente tenían un menú variado que aparte de carne también incluía tubérculos y frutas. Al pasar a una existencia agraria, el trigo y el arroz son la principal fuente de calorías y proteínas. Y aunque esta dieta se complete con lácteos y carne, sigue existiendo el peligro de un déficit de vitamina C.
Hoy en día hay una abundancia de determinados tipos de alimentos. La adiposis en el mundo occidental adquiere formas epidémicas. Muchas personas están demasiado gordas pero siguen comiendo alimentos ricos en calorías. Este deseo de azúcar, grasas y sal no es casual, pues es una disposición innata que en otra época fue funcional. Nuestros antepasados en África nunca estaban seguros de conseguir una comida diaria. Nuestros ancestros se habrían beneficiado de tener cantidades más grandes de estas sustancias y desde el punto de vista adaptativo era lógico querer más alimentos e intentar conseguirlos. Pero ahora que podemos conseguir alimentos dulces y salados en cada esquina, a menudo comemos hasta reventar. Una dieta rica en sal y grasas provoca a la larga todo tipo de enfermedades como la tensión alta, cáncer y fallo cardíaco. Lo mismo puede decirse de dulces que antes se encontraban en frutas y ahora se puede conseguir en todas partes, la predilección por los dulces provoca caries, obesidad y diabetes.
El cáncer de mama, ovario y cuello uterino tienen relación con que las mujeres aplazan cada vez más su primer embarazo, tienen menos hijos o no los tienen. Esta conducta modificada produce consecuencias imprevistas ya que estos tipos de cáncer tienen relación con el número de ciclos menstruales que ha tenido durante su vida.
Las mujeres que viven en poblaciones de cazadores-recolectores que aún existen no tienen este problema. Estas mujeres suelen quedarse embarazadas durante la adolescencia y con más frecuencia. Además estas mujeres amamantan a sus hijos durante más tiempo que las mujeres modernas, a veces durante dos o cuatro años por hijo. Así el número de de ciclos menstruales de esta mujeres es mucho menor que el de las mujeres modernas. La píldora anticonceptiva imita las circunstancias hormonales de las mujeres de la Edad de Piedra, por lo que es eficiente en la prevención de los cánceres mencionados.
La evolución nos envuelve completamente y es un hecho que sólo los ignorantes la niegan. Estos ignorantes suelen estar contagiados por un virus extendido por todo el mundo. Esa sí que es una enfermedad. En este vídeo, Richard Dawkins nos expone del peligro del Virus de la Fe.
