A pesar de encontrarnos en pleno siglo XXI se hace evidente nuestro pasado. No nos es difícil visitar Roma y toparnos con bellísimas construcciones romanas, si nos dirigimos a España o Turquía podemos ver construcciones pertenecientes a esta civilización. Si me dirijo a Granada podré apreciar la Alhambra como resto del paso de los árabes o si me dirijo a Escocia podré apreciar monumentos celtas. Es decir, hay vestigios de nuestro pasado rodeándonos.
Los cuerpos vivos también tienen su historia escrita en ellos. Cuando tenemos frío o estamos asustados, cuando oímos admirados una obra de Mozart, se nos pone la carne de gallina. ¿Por qué? Porque nuestros antepasados eran mamíferos normales con pelo por todo el cuerpo, y reaccionaba a la temperatura. Si hacía demasiado frío los pelos se erizaban para aumentar la capa aislante de aire caliente. Si hacía calor la capa se aplanaba para permitir que el calor del cuerpo escapara más fácilmente. Más tarde en la evolución, el sistema de erizado sirvió para la expresión de emociones. La maquinaria que eriza el pelo es un vestigio, una reliquia no funcional de algo que desempeñó un trabajo útil para nuestros antepasados remotos. Constituyen una evidencia de que la evolución ocurrió sin provenir de los fósiles, sino de los animales modernos.
La evidente evolución
En la entrada anterior hablé de los delfines describiendo la forma vertebrada de nadar. El delfín tiene entretejido en su interior a un mamífero. Tiene pulmones, no agallas aunque puede aguantar la respiración mucho más tiempo que un mamífero terrestre. En vez de respirar a través de dos pequeños orificios localizados al final de su nariz, como cualquier mamífero, tiene un único orificio en la parte superior de la cabeza, lo que le permite respirar en la superficie. Los delfines y ballenas tienen muchos vestigios de su pasado terrestre. Las ballenas no tienen extremidades traseras pero hay unos huesos pequeños ocultos a cierta profundidad que son restos de la cintura pélvica y las patas traseras de sus antepasados que caminaban, lo mismo ocurre con los sirenios o vacas marinas. Éstos son muy diferentes de las ballenas y delfines pero son el otro grupo de mamíferos completamente marinos que nunca salen a la orilla. Si los delfines son carnívoros rápidos e inteligentes, los manatíes y los dugongos son herbívoros lentos y perezosos. Flotan sin esfuerzo en equilibrio no mediante una vejiga natatoria como hacen los peces, sino porque están equipados con huesos pesados que sirven de contrapeso a la flotabilidad de su grasa. La precisión de su control de flotabilidad aumenta por la posición de una cavidad separada para cada pulmón: tiene dos diafragmas.
Los delfines, ballenas, manatíes y dugongos paren a sus crías vivas como todos los mamíferos. No es una práctica exclusiva de los mamíferos. Muchos peces son vivíparos, pero lo son de manera muy distinta. La placenta del delfín es inconfundiblemente de mamífero, y también lo es su hábito de dar de mamar leche a las crías. Su cerebro es sin duda el cerebro de un mamífero y, de hecho, un mamífero muy avanzado en ese aspecto. El cortex cerebral de un mamífero es una hoja de materia gris que envuelve el exterior del cerebro. Ser más listo consiste en aumentar el área de esta hoja. Esto se podría hacer ampliando el tamaño total del cerebro y del cráneo que lo aloja. Así, los mamíferos inteligentes se las ingenian para aumentar el área de la hoja dentro de los límites del cráneo y lo hacen en grandes pliegues. El cerebro de una delfín o una ballena es parecido al de un humano, nada que ver con el cerebro de un pez que no tienen esos pliegues. La historia de mamífero del delfín está íntimamente ligada a la rugosa superficie del cerebro. Es una parte de su carácter de mamífero, junto a la placenta, la leche, un corazón de cuatro cavidades, una mandíbula inferior con un único hueso, la sangre caliente y muchas otras características específicas de los mamíferos.
Los mamíferos son de sangre caliente. Pero lo que realmente tienen es la habilidad de mantener su temperatura constante. Los animales de sangre fría no tienen necesariamente la sangre fría. Un lagarto tiene la sangre más caliente que un mamífero si ambos se encuentran a mediodía, a pleno sol, en el desierto. Un lagarto tendrá la sangre más fría que la de un mamífero si ambos están sobre la nieve. El mamífero tiene la misma temperatura todo el tiempo, y tiene que trabajar duro para mantenerla constante, recurriendo a sus mecanismos internos. Una vez más, su historia de mamíferos está escrita en ellos, aun cuando hayan vuelto a la vida marina, donde la mayoría de las criaturas no mantienen una temperatura constante.
Los cuerpos de las ballenas tienen abundantes reliquias que vemos fácilmente porque viven en un entorno muy diferente del de sus antepasados terrestres. Se puede aplicar un principio similar a las aves que han perdido el hábito y el equipamiento para volar. No todas las aves vuelan, pero todas mantienen al menos reliquias de sus aparatos de vuelo. Los avestruces y los emúes son corredores muy rápidos que nunca vuelan, pero tienen muñones de las alas como herencia de sus antepasados remotos, que sí lo hacían. Los muñones de las alas del avestruz no han perdido completamente su utilidad. Aunque demasiado pequeños para volar, conservan el papel en el control del balanceo y la dirección, y también en exhibiciones sexuales y sociales. Las alas del kiwi son demasiado pequeñas como para ser vistas por fuera de su capa de plumas, pero allí hay vestigios de los huesos de las alas. Los moas perdieron sus alas completamente.
Mientras que los avestruces, los emúes y los ñandúes son grandes corredores, los pingüinos y los cormoranes no voladores de las Galápagos son grandes nadadores. Pero todas las aves que no vuelan descienden de antepasados que las utilizaban para volar. Ningún observador razonable dudaría de que esto fue así, lo que significa que, a cualquiera que lo piense, le debería resultar muy difícil dudar del hecho de la evolución.
Muchos grupos de insectos han perdido también sus alas o las han reducido. A diferencia de la mayoría de los insectos que tienen cuatro alas, los dípteros solo tienen dos. El segundo par de alas se ha reducido a un par de halterios que oscilan velozmente y que hacen la función de giroscopios. ¿Cómo sabemos que los halterios descienden de alas ancestrales? Por varias razones. Ocupan exactamente el mismo lugar, se mueven con el mismo patrón que las alas de los dípteros, tienen la misma embriología que las alas y durante su desarrollo se puede apreciar que son alas atrofiadas.
¿Qué aspecto habrían tenido los estadios intermedios entre las alas y los halterios? Y ¿por qué habría favorecido la selección natural esos estadios intermedios?¿Qué utilidad tiene medio halterio? Todas las alas de los insectos tienen en la base pequeños órganos que detectan la torsión y otras fuerzas. Los órganos sensoriales en la base de los halterios son muy similares. Mucho antes de que los halterios evolucionasen, la información llegaba al sistema nervioso proveniente de esto órganos sensoriales habría permitido que las alas, mientras vibraban rápidamente al volar, actuasen como giróscopos rudimentarios.
Muchos tipos diferentes de animales que viven en cuevas donde no hay luz han reducido o perdido sus ojos y son ciegos. Los troglobitas son animales que sólo viven en cuevas y no pueden vivir en otro sitio. Entre los troglobitas hay salamandras, peces, gambas, cangrejos de río, arañas, grillos y otros animales. A menudo son blancos por haber perdido todo el pigmento y ciegos. Normalmente mantienen vestigios de ojos. Los ojos vestigiales son una evidencia de la evolución. Ya que una salamandra de cueva vive en permanente oscuridad y no necesita ojos, ¿por qué un creador divino la dotaría con ojos de imitación relacionados con los ojos pero no funcionales?
Los evolucionistas necesitan llegar a una explicación para la pérdida de los ojos cuando ya no se necesitan. ¿Por qué mantenerlos aun cuando nunca se usen? ¿No podrían resultar útiles en algún momento en el futuro? ¿Cómo beneficia la pérdida de los ojos a una salamandra de cueva, de tal forma que tiene más probabilidades de sobrevivir y reproducirse que una salamandra rival que mantiene un par de ojos perfectos, aun cuando no los usa?
Los ojos no son gratuítos. Una cuenta de un ojo húmeda que tiene que estar abierta al mundo para acomodar la bola ocular con su superficie transparente podría ser vulnerable a una infección. Así una salamandra de cueva que sellara sus ojos detrás de la piel fuerte del cuerpo podría sobrevivir mejor que una que mantuviera sus ojos.
Pero hay otra forma de responder a la pregunta y no requiere utilizar el lenguaje de las ventajas. Cuando hablamos de selección natural pensamos en términos de mutaciones raras beneficiosas que aparecen y son favorecidas por la selección. Pero la mayoría de las mutaciones son perjudiciales, aunque solo sea porque son aleatorias y hay muchas más formas de empeorar que de mejorar. Los individuos que las tienen presentan más posibilidades de morir y menos de reproducirse y esto elimina mutaciones del acervo genético. Cada genoma de animal o planta está expuesto a un bombardeo de mutaciones dañinas. Con raras excepciones, cada vez que un gen relacionado con un ojo, por ejemplo, es alcanzado por una mutación perniciosa, el ojo se hace menos funcional, un poco menos capaz de ver. En un animal que vive a la luz y utiliza el sentido da la vista, estas mutaciones dañinas son eliminadas rápidamente del acervo genético por selección natural.
Pero en la oscuridad total, las mutaciones perniciosas que bombardean los genes que fabrican ojos no son penalizadas. La visión es imposible en cualquier caso. Por supuesto, la historia del ojo de los habitantes de cuevas no es solo negativa: la selección positiva también toma parte para favorecer el crecimiento de la piel protectora sobre las vulnerables cuentas oculares.
Entre las reliquias históricas más interesantes están las que se utilizan para algo pero parece que están muy mal diseñadas para ese propósito. En el mejor de los casos, el ojo de los vertebrados en un instrumento de precisión. Pero por otro lado el ojo no es tan preciso como parece ya que el cerebro se encarga de limpiar las imágenes. En lo que se refiere a la óptica el ojo humano consigue calidad solo en la fóvea, la parte central de la retina que utilizamos para leer. Cuando capturamos una escena movemos la fóvea sobre diferentes partes mirando a cada una de ellas con el máximo detalle y precisión y el cerebro nos engaña para hacernos pensar que estamos viendo toda la escena con la misma precisión.
Así, lo que le falta al ojo en la parte óptica, el cerebro lo fabrica. Pero aún no he mencionado el ejemplo más deslumbrante de imperfección en la parte óptica: la retina está situada al revés.
Imaginaros que os muestran una cámara digital con su pantalla de minúsculas fotocélulas preparada para capturar imágenes y proyectarlas directamente sobre la superficie de esa pantalla. Esto tiene sentido y cada fotocélula tiene un cable que la conecta a un dispositivo donde se integran las imágenes.
Pero ahora os digo que las «fotocélulas» de los ojos están mirando hacia atrás apuntando hacia el lado contrario al de la escena. Los «cables» que conectan las fotocélulas al cerebro pasan por la superficie de la retina, por lo que los rayos de luz tienen que pasar a través de un denso entramado de cables antes de alcanzar las fotocélulas. Esto no tiene sentido. Una consecuencia de que las fotocélulas estén mirando hacia atrás es que los cables que transportan los datos tienen que pasar de alguna manera a través de la retina y volver al cerebro. Lo que ocurre en el ojo de los vertebrados es que todos esos nervios convergen en un agujero en la retina a través del cual pasan al otro lado. El agujero repleto de nervios se llama «punto ciego» porque es ciego pero punto es un hombre algo halagador ya que es bastante grande. No solo es un mal diseño, es el diseño de un idiota.
¿O no lo es? Si lo fuera, el ojo sería fatal para ver y no es así. De hecho es muy bueno porque la selección natural, trabajando como limpiadora consiguió arreglar el gran error inicial de instalar la retina hacia atrás. Esto recuerda al fallo que se descubrió en el telescopio espacial Hubble. Debido a un error de calibración que no fue detectado en el aparato cuando estaba siendo pulido, el espejo principal quedó ligera pero seriamente deformado. El telescopio fue puesto en órbita y luego se descubrió que era defectuoso. Se adoptó la resolución de enviar astronautas al telescopio y lograron colocarle lo que resultaron ser unas gafas. A partir de entonces el telescopio funcionó bien. Lo que sugiero es que caba la posibilidad de que un fallo importante de diseño sea corregido mediante arreglos posteriores. Generalmente las grandes mutaciones de la evolución requieren muchos ajustes posteriores.
Desde luego es difícil concebir un diseñador inteligente cometiendo fallos de diseño garrafales.
El nervio laríngeo recurrente es una rama de uno de los nervios craneales, los que van directamente al cerebro en lugar de pasar por la médula espinal. Uno de los craneales, el vago, tiene varias ramos, dos de las cuales llegan al corazón y otras dos van a cada lado de la laringe. En cada lado del cuello, una de las ramas del nervio laríngeo va sin rodeo alguna a la laringe, siguiendo una ruta directa como la que habría elegido un diseñador. El otro va a la laringe trazando una desviación sorprendente. Baja hacia el pecho, da la vuelta alrededor de una de las arterias principales que sale del corazón y luego se dirige hacia el cuello para llegar a su destino.
Si se piensa esto como resultado de un diseño, se dará cuenta de que el nervio laríngeo recurrente es un desastre. Pero como ocurre con el ojo, todo se explica a la perfección en el momento en que se olvida el diseño y se piensa en la historia. Para entenderlo, necesitamos volver al tiempo en que nuestros antepasados eran peces. Los peces tienen un corazón con dos cavidades, a diferencia del nuestro, que tiene cuatro. El corazón bombea sangre hacia delante por una gran arteria llamada aorta ventral. Esta se bifurca en seis pares de ramas que conducen a seis agallas a cada lado. La sangre pasa a través de las agallas donde se carga de oxígeno. Por encima de las agallas es recogida por otros seis pares de vasos sanguíneos que confluyen en otro gran vaso denominado aorta dorsal que alimenta al resto del cuerpo. Los seis pares de arterias de las agallas son una evidencia del plano corporal segmentado de los vertebrados que es más claro y obvio en los peces que en nosotros. Es fascinante lo obvio que resulta en los embriones humanos, cuyos arcos faríngeos derivan de las agallas ancestrales, como se puede ver al observar detalladamente la anatomía. Por supuesto que no funcionan como agallas, pero los embriones humanos de cinco semanas se pueden ver como pequeños peces rosas con agallas.
Los embriones humanos también tienen vasos sanguíneos que alimentan sus «agallas» que son muy similares a las de los peces. Hay dos aortas ventrales, una en cada lado, con arcos segmentales aórticos, uno para cada «agalla» de cada lado, que conectan con las aortas dorsales correspondientes. La mayoría de estos vasos sanguíneos desaparecen al final del desarrollo embrionario, pero se puede ver cómo el patrón en el adulto está derivado del plano embrionario, y también del ancestral. Si observamos un embrión humano unos 26 días después de la concepción, podríamos ver que el suministro sanguíneo a las «agallas» se parece mucho al suministro sanguíneo segmental de las agallas de los peces. En las siguientes semanas de gestación, el patrón de los vasos sanguíneos se simplifica paso a paso y pierde su simetría original, y cuando el niño ya ha nacido, su sistema circulatorio se ha desviado hacia la izquierda.
Lo que necesitamos saber para comprender la historia de nuestros nervios laríngeos recurrentes es que, en los peces, el nervio vago tiene ramificaciones que alcanzan a las tres últimas de las seis agallas y que es natural para ellos, por tanto, pasar detrás de las arterias correspondientes de las agallas. Buscan sus órganos finales, las agallas, por la ruta más directa y lógica.
Durante la evolución de los mamíferos, el cuello se alargó (los peces no tienen cuello) y las agallas desaparecieron, convirtiéndose algunas en cosas útiles, como la tiroides y en partes y componentes que se combinan para formar la laringe. Esas otras partes útiles recibían su suministro desangre y sus conexiones nerviosas de los descendientes evolutivos de los vasos sanguíneos y nervios que alimentaron las agallas en una secuencia ordenada. A medida que los antepasados de los mamíferos evolucionaron más y más a partir de sus ancestros, los nervios y los vasos sanguíneos fueron estirados y empujados en distintas direcciones, lo que distorsionó sus relaciones espaciales relativas. El pecho y el cuello de los vertebrados acabaron siendo un gran lío, a diferencia de la repetitividad clara y simétrica de las agallas de los peces. Y los nervios laríngeos recurrentes fueron víctimas muy exageradas de esta distorsión.
En una persona, el desvío que toma el nervio laríngeo recurrente es de unos pocos centímetros. Pero en una jirafa llega a ser de hasta cinco metros en un adulto de gran tamaño.
Es imposible ver un diseñador inteligente en fallos tan de bulto como estos. Es la inercia evolutiva la que da una explicación coherente a la vida en la tierra.
