Estaña católica. Antes sí. Pero hoy en día la religión católica, en España, ya no define el credo básico de la sociedad, ni representa el repertorio de valores populares. Ni la Iglesia es ya la institución que confiere legitimidad al poder político, orienta el sentido principal de la cultura y señala el camino que las ciencias deben seguir, aunque lo intente. La opinión de los españoles, reflejada periódicamente en estudios del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y en otros trabajos demoscópicos sobre los valores morales, particularmente los relacionados con la vida amorosa y sexual que tanto preocupan a la Curia, muestra que las opiniones mayoritarias, y presumiblemente las conductas, van por un lado y las de los obispos, por otro. Incluso entre católicos, son minoritarias las opiniones de quienes comparten los criterios de la Conferencia episcopal, que reflejan, eso sí, al sector más intransigente de la feligresía. En asuntos más trascendentes, el credo católico tampoco está bien representado: según un trabajo del CIS del año 2002, sólo la mitad de los españoles cree en la vida eterna, y la cuarta parte en el infierno. Lo cual no es extraño si se tienen en cuenta las vacilaciones vaticanas sobre estas misteriosas regiones.
Tampoco la fe católica es la única, sino la mayoritaria, pues, en España, el catolicismo es una opción religiosa más, en competencia con otras que van en aumento –hay más de tres millones de creyentes no católicos–, en muchos casos a sus expensas.
Según el Ministerio de Justicia, están inscritas 1.293 entidades evangélicas, 406 musulmanas, 18 judías y 13 ortodoxas, que aglutinan a 1.200.000 cristianos evangélicos, 125.000 testigos de Jehová, 50.000 mormones, 48.000 judíos, 600.000 ortodoxos y 1.080.000 musulmanes, entre los que se cuentan 50.000 católicos españoles convertidos al Islam. Además de otras creencias más minoritarias como el budismo, el bahazismo o el hinduismo.
En la religión católica han cambiado las relaciones del creyente con el credo y del feligrés con el clérigo. Para la gran mayoría, pertenecer a la Iglesia exige poco compromiso personal: las expresiones populares de la fe son un conjunto de vistosos rituales que han devenido en meras costumbres; en factores de socialización exentos de sacralidad que ofrecen claros signos de paganismo. Y lo que los obispos estiman públicas expresiones de fervor, define más bien la colorista exhibición de prácticas idolátricas efectuada en ciertas fechas del año, que, por su facultad para movilizar multitudes periódicamente, sirve de estímulo al sector terciario de la economía y, en particular, a la industria turística y hostelera. Ante lo cual, de poco sirve el argumento episcopal aludiendo al número de católicos, porque tras el censo de católicos registrados –bautizados– se oculta una buena cantidad de aburridos -porque, según el teólogo Miret Magdalena, la religión que se enseña o se intenta que practiquen los cristianos es tan aburrida e infantil que repele a la mayoría de los creyentes-, y de indiferentes, no practicantes, agnósticos, ateos y descreídos, que no han formalizado su renuncia, entre otras razones, porque la Iglesia pone trabas continuas, incluso recurriendo a los tribunales.
¿España católica? Menos católicos y menos comprometidos
La alarma ante la escasez de vocaciones sacerdotales está justificada. Los seminarios se vacían, aunque no sólo por falta de fe y de adecuación al mundo de hoy, sino también porque han dejado de ser un camino, a veces el único, por el que algunos sectores de la población podían acceder a la enseñanza media o superior.
Según la Conferencia Episcopal, en los últimos dieciséis años el número de seminaristas ha descendido en más del 30%. Los datos son más alarmantes si tenemos en cuenta que casi la mitad de los educandos no concluye los estudios, pues descubre en el seminario que su vocación sacerdotal no estaba bien fundada.
Respecto a la feligresía, una encuesta del Instituto de la Juventud, de 2004, indica que, en los chicos comprendidos entre los 15 y los 29 años, el porcentaje de los que se declaran católicos practicantes ha pasado del 28% en el año 2000 al 14,2% en 2004, y que ha aumentado el de católicos no practicantes, que ha pasado en esos años, del 44% al 49%.
El informe Jóvenes españoles 2005 de la Fundación Santa María indica que, en sólo diez años, el número de jóvenes que se declaran católicos ha bajado del 77% al 49%. El porcentaje de los que se declaran agnósticos, indiferentes o ateos ha pasado del 22% en 1994 al 46% en 2004. El 79% de los consultados considera que la Iglesia es demasiado rica, mientras que para el 82% está demasiado anticuada en materia sexual. El 49% afirma que las clases de religión católica no le han servido; al 27% le han servido de algo y sólo al 9% le han sido de mucha utilidad. Ello no obsta para que el 43% indique su deseo de contraer matrimonio por el rito católico, mientras el 22% prefiere el matrimonio civil y el 16% las uniones de hecho.
Un informe del CIS (2005) revela el escaso papel que los preceptos de la Iglesia juegan en la vida de los católicos españoles, pues sólo el 17% acude a la misa dominical con asiduidad (en otros informes es el 12%) y el porcentaje de quienes confiesan y comulgan regularmente se expresa en cifras de un dígito. Datos de la Iglesia indican que, de quienes comulgaban semanalmente en su infancia (el 76%) sólo el 6% ha conservado esta práctica. Y la proporción de quienes no se confiesan nunca o casi nunca ha pasado del 9% al 72%. De cara al homenaje póstumo, ya es laico el 20% de las honras fúnebres (entierros e incineraciones) que se celebran en las grandes ciudades, aunque estamos lejos del promedio europeo, que está en el 40%.
Según se desprende del Estudio sobre las universidades españolas, realizado por la Fundación BBVA con alumnos en los dos últimos años de carrera, uno de cada dos estudiantes se define católico y el 56% afirma que nunca asiste a oficios religiosos. La misma fundación, en su estudio Actitudes sociales de los españoles, indica que el 74,1% de los encuestados se declara católico y que el 23,4% declara que no profesa ningún credo. Seis de cada diez encuestados acepta el matrimonio entre personas del mismo sexo y casi cinco de cada diez aceptan la adopción por homosexuales, frente a cuatro de cada diez que la rechazan.
El informe anual de la Fundación Encuentro señala que la religión es poco o nada importante para seis de cada diez ciudadanos, pero que un 39% de los encuestados confía en la Iglesia más que en el Parlamento, las empresas, el poder judicial, los sindicatos y la banca. De los encuestados, la mayoría se declara católica –79,7%–, el 6% ateo, el 11,5% no creyente, el 1,4% no contesta y el 1,4 profesa otros credos. No obstante, el 25,6% nunca acude a misa u otros oficios religiosos, el 25,2% acude varias veces al año, el 8,1% lo hace dos o tres veces al mes, el 6,7% una vez al mes, el 19,5% una vez a la semana y el 4,7% varias veces a la semana.
El incumplimiento de las obligaciones y el escaso compromiso financiero de los católicos alarma a los obispos y al Papa, quien ha señalado que los fieles viven en una cultura sin sentido del pecado, que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para comulgar dignamente. Pero de ahí no surge una reflexión sobre las insuficientes respuestas de la doctrina a los desafíos del mundo de hoy, en particular a los planteados en las sociedades desarrolladas, sino un extenso catálogo de preceptos de escasa utilidad, que los feligreses se saltan o cumplen a conveniencia, ni tampoco surge un examen de conciencia sobre los casos que muestran las distintas varas de medir que la jerarquía eclesiástica utiliza para juzgar la conducta ajena y la suya y la de sus servidores, que la presentan como una institución moralmente poco ejemplar. Y tampoco surge una reflexión sobre la falta de autenticidad que ofrece la Iglesia, cuyas actividades la muestran como una institución acomodaticia y enredada en estrechos compromisos con poderes políticos y económicos de este mundo, de los cuales obtiene notables prebendas y una capacidad para influir sobre las conciencias que la convierten en un poder fáctico.
En este aspecto, la Iglesia católica es la institución peor valorada por los universitarios, según se desprende de dicho Estudio sobre las universidades españolas. Opinión que coincide con el estudio Actitudes sociales de los españoles, donde la Iglesia, con un 4,4, aparece entre las instituciones peor valoradas, al lado de las empresas multinacionales, y los miembros de órdenes religiosas, con un 4,2, entre los grupos profesionales menos estimados, aunque por delante de los políticos, que merecen un 3,4 de nota.
Euros con poca fe
Si el credo se concreta en obras como señal de compromiso, en España la mejor prueba del descenso del número de católicos es el insuficiente aporte financiero a las arcas de la Iglesia, que necesita de un jugoso estipendio estatal para mantener sus actividades. Lo cual indica que las críticas de los obispos a las iniciativas gubernamentales no tienen sólo un fondo doctrinal, sino que han tenido la intención de presionar al Gobierno (quizá aún acomplejado por su moderado laicismo) para renegociar al alza la aportación económica del Estado, pues, hasta hoy, la Iglesia ha sido incapaz de cumplir el acuerdo suscrito en 1987 para financiarse con la entrega del 0,52% de la cuota del IRPF de los contribuyentes que lo deseen.
Como resultado de los acuerdos de 1979 con la Santa Sede, en 1980 el Estado español entregó a la Iglesia una suma equivalente a 44,83 millones de euros. En 1990, esta cantidad había ascendido a casi el doble -85,69 millones-, en el año 2000 fue de 128,01 millones, en 2006 ha sido de 144,24 millones y en 2007 de 150,01 millones, por la reciente revisión al alza del porcentaje del IRPF entregado por el Gobierno, que ha pasado a ser el 0,70%, aunque los obispos reclamaban el 0,8%. Pero eso, con ser ya mucho, no es todo.
Según el Ministerio de Hacienda, la Conferencia Episcopal y el CIS, la Iglesia percibe mucho más: 150 millones de euros de dotación (IRPF), 3.200 millones en subvenciones a colegios concertados, 517 millones para los sueldos de profesores de religión, 90 millones a organizaciones sociales, 60 millones a hospitales e instituciones de beneficencia, 30 millones a capellanías castrenses en cárceles y cuarteles, 200 millones para el patrimonio inmobiliario y artístico, 60 millones para otras actuaciones en el ámbito urbano. Si a eso se añaden unos 750 millones de euros de ahorro por desembolsos fiscales no realizados, tenemos que la Iglesia católica percibe anualmente una suma que ronda los 5.000 millones de euros. Elevadísima cifra que deja bien clara la demagogia de los obispos cuando hablan de persecución correspondiendo a la estrategia de atacar al Gobierno por todos los flancos y obtener, de paso, pingües ingresos sin rendir cuentas, y hasta ahora libres de impuestos, porque, según la doctrina financiera de la Iglesia, el paraíso fiscal parece la antesala del paraíso celestial.
Por lo dicho, la Iglesia católica disfruta de una consideración política que está muy por encima de la representación social que ella misma se atribuye y de la capacidad financiera para mantenerse; es en gran medida una organización religiosa subvencionada por un Estado no confesional, que sigue recibiendo un trato que responde más a funciones desempeñadas en un pasado bastante lejano que a las que cumple en el presente.
La conclusión de todo lo dicho no puede ser otra que señalar la incoherencia de mantener vigente el Concordato de 1953 con el Vaticano, prorrogado en los Acuerdos de 1979, negociados secretamente con el Gobierno (provisional) de UCD, mientras se discutía públicamente la Constitución, en la que tienen difícil cabida. Urge, también, derogar la Ley Orgánica de Libertad Religiosa de 1980, que debería sustituirse por una ley que amparase la libertad de conciencia, así como dejar sin efecto toda la normativa legal subsiguiente determinada por dichos acuerdos.
