No sólo el texto cambió por errores en las copias, también lo hizo por razones teológicas. Esto ocurrió siempre que los escribas que se encargaban de copiar se propusieron garantizar que los textos dijeran lo que ellos querían que dijeran; y algunas veces el motivo para actuar de esta forma se encuentra en las disputas teológicas de la época. ¿Cuáles eran estas disputas teológicas en los primeros tiempos del cristianismo?
Concepción teológica de la transmisión de los textos
Los siglos II y III es la época entre la finalización de los libros del Nuevo Testamento y la conversión a la fe de Constantino, un acontecimiento que lo cambió todo. Entre los cristianos había tal diversidad teológica que muchos de los grupos que se autodenominaban cristianos defendían creencias y prácticas que los cristianos de hoy en día no consideraría cristianos en absoluto.
En esa época había cristianos que creían que había un solo Dios pero otros, que se llamaban a sí mismos cristianos, insistían en que había dos dioses diferentes: uno, el del Antiguo Testamento (un Dios de la ira), y otro, el Dios del Nuevo Testamento (un Dios del amor y misericordia). Según ellos estas no eran facetas de un mismo dios, sino que eran dioses distintos. Y es de destacar que los grupos que defendían estas ideas insistían en que sus opiniones eran las verdaderas enseñanzas de Jesús y sus apóstoles. Otros grupos, como los gnósticos, creían que no había sólo dos dioses, sino doce. Otros sostenían que los dioses eran treinta. Y otros, que eran trescientos sesenta y cinco. Todos estos grupos afirmaban ser cristianos y profesar las auténticas enseñanzas de Jesús y sus seguidores.
¿Por qué no se limitaban a leer el Nuevo Testamento y comprobar que sus conceptos era erróneos? Sencillamente porque no existía ningún Nuevo Testamento. Para entonces, los libros que forman el actual Nuevo Testamento ya se habían escrito, pero también había muchos otros libros, cada uno de los cuales proclamaba también ser obra de los apóstoles de Jesús: evangelio, hechos, epístolas y apocalipsis con enfoques muy diferentes de los que hay en los libros que finalmente formarían el canon neotestamentario. De hecho, el Nuevo Testamento surgió de estos conflictos sobre Dios (o los dioses) cuando un grupo de creyentes consiguió más conversos que todos los demás y decidió qué libros debían incluirse en el canon de las Escrituras. Sin embargo, durante los siglos II y III no había un canon acordado. Lo que había era una gran diversidad de creencias: grupos distintos que afirmaban teologías distintas basadas en textos distintos, todo ellos escritos, supuestamente, por los apóstoles de Jesús.
Algunos de estos grupos cristianos insistían en que Dios había creado este mundo; otros aseguraban que el Dios verdadero no lo había creado: el mundo, en su opinión, era un lugar maligno, resultado de un desastre cósmico. Algunos de estos grupos insistían en que las Escrituras judías habían sido entregadas por el único Dios verdadero; otros sostenían que las Escrituras judías eran obra del Dios inferior adorado por los judíos y que éste no era el único Dios verdadero. Algunos de estos grupos insistían en que Jesucristo era el Hijo de Dios, completamente divino y humano al mismo tiempo; otros creían que era completamente divino, pero en ningún sentido humano; otros incluso afirmaban que Jesucristo era en realidad dos: un ser divino (Cristo) y un ser humano (Jesús). Algunos de estos grupos pensaban que la muerte de Cristo había traído la salvación al mundo; otros que la muerte de Cristo no tenía relación con la salvación de este mundo; y otros que Cristo en realidad no había muerto.
Todos y cada uno de estos puntos de vista (y otros que no menciono) tuvieron discusiones y debates constantes en los primeros siglos de la Iglesia, en un momento en que quienes defendían estas distintas doctrinas cristianas intentaban convencer a los demás de la verdad de su perspectiva. Al final, sólo uno de estos grupos «triunfó» en dichos debates. Fue este grupo el que decidió cómo serían los credos cristianos. Declararían que había un único Dios, el creador del universo; que Jesús, su Hijo era humano y divino; y que su muerte y resurrección habían traído la salvación al mundo. También fue este grupo el que decidió qué libros habrían de incluirse en el canon de las Escrituras. Hacia finales del siglo IV, la mayoría de los cristianos coincidían en que ese canon debía incluir los cuatro evangelios, el libro de Hechos, las epístolas de Pablo, una colección de otras cartas como la Primera Epístola de Juan y la Primera Epístola de Pedro y, por último, el Apocalipsis de Juan. ¿Quién se encargó de copiar estos textos? Miembros de las congregaciones: cristianos que conocían y estaban involucrados en los debates sobre la identidad de Dios, el estatus de las Escrituras judías, la naturaleza de Cristo y los efectos de su muerte.
El grupo que consiguió establecerse como «ortodoxo» (en el sentido de defender lo que se consideraba «creencia correcta») determinó luego lo que las futuras generaciones de cristianos habrían de creer y lo leerían como Escrituras. ¿Cómo debemos denominar el punto de vista «ortodoxo» antes de que sus ideas se convirtieran en la opinión de la mayoría de los cristianos? Lo mejor es llamarlo proto-ortodoxo, ya que representa las concepciones de los cristianos «ortodoxos» antes de que este grupo hubiera resultado vencedor de esas disputas hacia principios del siglo IV.
¿Afectaron estos enfrentamientos a los escribas que se encargaban de reproducir los libros de las Escrituras? Por supuesto que sí. Y para documentarlo vamos a centrarnos en la discusión sobre la naturaleza de Cristo. ¿Era humano? ¿Era divino? ¿Ambas cosas? Y si era ambas cosas ¿era dos seres separados, uno humano y otro divino? ¿O era un único ser, a la vez humano y divino? Antes de que quedara estipulado que era Dios y humano, los desacuerdos eran muchos, y las disputas afectaron las copias de los textos de las Escrituras.
Consideremos tres aspectos sobre la naturaleza de Cristo, atendiendo a las formas en que los libros que se convertirían luego en el Nuevo Testamento fueron modificados por escribas bienintencionados que alteraron deliberadamente sus textos para adecuarse mejor a sus opiniones teológicas y resultaran menos favorables a las de sus adversarios.
ALTERACIONES ANTI-ADOPCIONISTAS
Los cristianos adopcionistas
Había diversos grupos cristianos de los siglos II y III que tenían una concepción «adopcionista» de Cristo. Esta concepción recibe este nombre porque sus partidarios sostenían que Jesús no era un ser divino, sino un hombre de carne y hueso a quien Dios había «adoptado» como hijo suyo, en el momento del bautismo, según se creía usualmente.
Entre los grupos que afirmaban una cristología adopcionista destaca una secta de cristianos judíos conocidos como los ebionitas. No sabemos por qué recibían este nombre, que quizá fuera una derivación de la palabra hebrea Ebyon, que significa «pobre». Es posible que estos seguidores de Jesús imitaran a los discípulos originales y hubieran renunciado a todas sus pertenencias en nombre de la fe, comprometiéndose a vivir en la pobreza por el bien de los demás.
Cualquiera que fuera el origen de su nombre, las opiniones de este grupo se recogen con claridad en fuentes antiguas, escritas por los enemigos del movimiento, que lo consideraban herético. Estos seguidores de Jesús eran, como él, judíos; y diferían de otros cristianos en su insistencia en que para seguir a Jesús era necesario ser judío. En el caso de los hombres, eso significaba circuncidarse. Y para hombres y mujeres, significaba cumplir con la Ley de Moisés, lo que implicaba seguir una dieta kosher, guardar el sábado y celebrar las fiestas judías.
Con todo, lo que los apartaba de los demás cristianos era su forma de entender a Jesús como el mesías judío. Pues tratándose de monoteístas estrictos, que creían que sólo podía haber un único Dios, los ebionitas creían que Jesús no era un ser divino, sino un ser humano, no diferente en de los demás seres humanos. Producto de la unión sexual de sus padres, José y María, Jesús había nacido como cualquier otra persona (su madre no era virgen) y se había criado en un hogar judío normal. Lo que le distinguía del resto de sus correligionarios era su mayor rigor en el cumplimiento de la ley judía; y por esa razón Dios le había adoptado como hijo suyo en el momento del bautismo, cuando una voz procedente del cielo anunció que él era el hijo de Dios. Desde ese momento Jesús se sintió llamado a cumplir la misión que Dios le tenía reservada: morir en la cruz, sacrificándose por los pecados de la humanidad. Jesús obedeció fielmente este llamamiento y luego Dios honró su sacrificio resucitándole de entre los muertos y elevándole a los cielos, donde todavía aguardaba el momento de regresar a la tierra como juez del mundo.
Según los ebionitas, Jesús no había sido engendrado por una virgen y no era divino en sí mismo. Era un ser especial, un hombre justo a quien Dios había elegido y con quien había establecido una relación particular.
En respuesta a esta concepción adopcionista, los cristianos proto-ortodoxos subrayaban que Jesús no era solo humano, sino que en realidad era divino, que era Dios mismo en cierto sentido. Había nacido de una virgen, había sido más justo que cualquier otro hombre porque su naturaleza era diferente y en el bautismo Dios no lo había convertido en su hijo (en adopción) sino que confirmó que él era su hijo, como lo había sido desde el eterno pasado.
¿Como influyó este enfrentamiento en los textos de las Escrituras que circulaban en los siglos II y III, textos reproducidos por copistas no profesionales implicados en la controversia? Existen pocas variantes que parezcan haber sido creadas por escribas que defendían un punto de vista adopcionista. El motivo de esta ausencia no debería sorprendernos. Si los cristianos adopcionistas consiguieron introducir sus ideas en los textos de las Escrituras, es seguro que escribas posteriores, afines a la visión ortodoxa, se encargaron de corregirlas. Por el contrario, lo que sí tenemos son casos en los que los textos fueron alterados de manera que se opusieran a la cristología adopcionista. Estos cambios subrayan que Jesús nació de un virgen, que no fue adoptado en el bautismo y que él mismo era Dios.
Cambios anti-adopcionistas
En el Codex Alexandrinus, en 1 Timoteo 3:16 , donde muchos manuscritos posteriores se refieren a Cristo como «Dios manifestado en la carne», aquí habla de Cristo «quien ha sido manifestado en la carne». En griego este cambio es mínimo, se trata de la diferencia entre una zeta y una ómicron, dos letras muy parecidas (ΘΣ y ΟΣ). Un escriba había alterado el texto original de manera que en lugar de decir «quien» dijera «Dios» (manifestado en la carne). En otras palabras, este corrector modificó el texto para subrayar la divinidad de Cristo. Es llamativo que esta misma corrección aparezca en otras cuatro copias antiguas de la Primera Epístola a Timoteo, todas pasaron por manos de correctores que cambiaron la palabra del mismo modo, consiguiendo que el pasaje se refiriera explícitamente a Jesús como «Dios». Éste llegaría luego a convertirse en el texto de la mayoría de los manuscritos bizantinos (medievales) y, después, de la mayoría de las primeras traducciones a las lenguas vernáculas.
Ya que los testimonios más antiguos con los que contamos hablan de Cristo quien se manifestó en la carne, sin llamar Dios a Jesús explícitamente, resulta claro que el cambio que terminaría siendo dominante en los manuscritos de la Edad Media fue realizado con el fin de hacer hincapié en la divinidad de Jesús en un texto que, en el menor de los casos, era ambiguo. Éste sería un ejemplo de cambio anti-adopcionista, una alteración textual diseñada para rebatir la afirmación de que Jesús era plenamente humano pero no en sí mismo divino.
Hay otros cambios anti-adopcionistas en los manuscritos que tratan de los primeros años de la vida de Jesús en el Evangelio de Lucas. En una parte se nos dice que cuando José y María llevaron a Jesús al Templo y Simeón, el hombre santo, lo bendijo,
su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él- Lucas 2:33
¿Su padre? ¿Cómo podía el texto llamar a José padre de Jesús si había nacido de una virgen? No sorprende entonces que un gran número de escribas cambiaran el texto para eliminar el problema en potencia, la versión enmendada dice: «José y su madre estaban admirados… «. Este cambio garantizaba que los cristianos adopcionistas no pudieran utilizar el texto para respaldar su idea de que José era el padre de la criatura.
Algo similar ocurre unos cuantos versículos después, en el relato sobre Jesús perdido en el Templo a la edad de 12 años. José, María y Jesús viajaron a Jerusalén para celebrar la Pascua, pero luego, cuando la familia regresa a casa en la caravana, Jesús se queda en la ciudad, sin que ellos lo noten. Como dice el texto: «sin saberlo sus padres» Lucas 2:43 . Pero, ¿por qué insiste el texto el hablar de padres si José no es realmente el padre de Jesús? Un buen número de testimonios «corrigen» el problema haciendo que el pasaje rece: «sin saberlo José y su madre». Lo mismo sucede un poco más adelante, cuando tras regresar a Jerusalén y buscar a Jesús por todas partes, María lo encuentra en el Templo, tres días después, y lo regaña: «tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando» Lucas 2:48 . De nuevo, algunos escribas prefirieron solventar el inconveniente alterando el texto para que dijera: «nosotros, angustiados, te andábamos buscando».
Una de las variantes anti-adopcionistas más intrigantes que se preserva en los testimonios que conservamos se halla en el relato sobre el bautismo de Jesús, el momento en el que, según opinión de los adopcionistas, Dios le había elegido y adoptado como hijo suyo. En el Evangelio de Lucas, al igual que en el de Marcos, cuando Juan bautiza a Jesús, los cielos se abren, el Espíritu desciende sobre Jesús en forma de paloma y se oye una voz procedente del cielo. Pero en los manuscritos del Evangelio de Lucas están divididos respecto a qué fue exactamente lo que dijo esta voz. Según la mayoría de los testimonios conservados, la voz pronuncia las mismas palabras que encontramos en Marcos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» Marcos 1:11; Lucas 2:22 . Sin embargo, en un antiguo manuscrito griego y varios latinos, la voz dice algo asombrosamente distinto: «Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado». ¡Hoy te he engendrado! ¿No insinúa esto que el día de su bautismo fue el día en el que Jesús se convirtió en el Hijo de Dios? ¿No era posible que los adopcionistas emplearan este texto para defender su idea de que Jesús se convirtió en Hijo de Dios sólo en este momento?.
La primera cuestión que es necesario resolver es la siguiente: ¿cuál de estas dos formas del texto es la original y cuál la alteración? La enorme mayoría de los manuscritos griegos conservados recogen la primera variante («Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco») y, por tanto, uno podría sentirse tentado a concluir que la otra variante es la alteración. El problema en este caso es que los padres de la Iglesia citaron en muchísimas ocasiones este versículo en el período anterior a aquel en que se produjeron la mayoría de los manuscritos con los que contamos hoy en día. Se lo citó en los siglos II y III en muchos lugares, en Roma, Alejandría, el norte de África, Palestina, Galia, España. Y casi en todos los casos, la que se citó fue la otra forma del texto («yo hoy te he engendrado»).
Además, otro hecho significativo es que esta forma del texto sea distinta del pasaje equivalente en Marcos. Como hemos visto antes, los escribas tendían a armonizar los textos, no a diferenciarlos; y por ello el que la segunda alternativa sea diferente de la que recoge el Evangelio de Marcos es un ridículo de que es más probable que sea original de Lucas. Estos argumentos sugieren que la versión que cuenta con menos testimonios, «yo hoy te he engendrado», es en realidad la auténtica, y que fue modificada por escribas que temían sus connotaciones adopcionistas.
No obstante, algunos estudiosos opinan lo contrario y señalan que el autor de Lucas no pudo escribir que en el bautismo de Jesús la voz procedente del cielo dijo «yo hoy te he engendrado» porque, para ese momento de su evangelio, ya es claro que Jesús es el Hijo de Dios. Así, en Lucas 1:35, antes del nacimiento de Jesús, el ángel Gabriel anuncia a la madre de Jesús que «el Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios». En otras palabras, según Lucas, Jesús ya era el Hijo de Dios antes de nacer. De acuerdo con esta argumentación, decir luego que Jesús se convierte en el Hijo de Dios al bautizarse no sería coherente y, por tanto, lo más probable es que la versión más difundida del versículo, «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» sea la original.
El inconveniente de este razonamiento, pese a lo convincente que resulta a primera vista, es que pasa por alto el modo en que el autor de este evangelio usa las designaciones de Jesús a lo largo de toda su obra.
Lo que Lucas dice a propósito de Jesús como el «Mesías» (palabra hebrea para el término griego Cristo). Según Lucas 2:11, Jesús nació como el Cristo; pero en uno de los discursos de Hechos, se dice que Jesús se convirtió en el Cristo durante el bautismo Hechos 10:37-38 y en otro pasaje se afirma que Jesús se convirtió en el Cristo en el momento de la resurrección (Hechos 2:36). ¿Cómo puede todo esto ser cierto? Parece ser que, para Lucas, era importante hacer incapié en los momentos clave de la existencia de Jesús y subrayar lo vitales que éstos eran para su identidad (por ejemplo, como Cristo). Lo mismo puede decirse de la concepción que Lucas tiene de Jesús como el «Señor». Dice que Jesús nació como el Señor en Lucas 2:11 , y le llama el Señor en vida en Lucas 10:1 ; pero en Hechos 2:36 indica que se constituyó en el Señor en la resurrección.
Para Lucas, la identidad de Jesús como Señor, Cristo e Hijo de Dios es importante, pero es evidente que no piensa lo mismo del momento en que la adquirió. Jesús es todas estas cosas en momentos cruciales de su vida: el nacimiento, el bautismo y la resurrección, por ejemplo.
Originalmente, en el relato del bautismo de Jesús que ofrece Lucas, la voz procedente del cielo declaró: «Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado». El autor del evangelio no pretendía que se lo interpretara desde una perspectiva adopcionista pues antes de ese episodio había narrado (en los primeros dos capítulos) el nacimiento virginal de Jesús. No obstante, después de él, los cristianos que leían este pasaje quizá se sintieran desconcertados por sus posibles implicaciones, ya que parecía abierto a una interpretación adopcionista. Para garantizar que nadie fuera a entender el texto de ese modo, los escribas proto-ortodoxos cambiaron su redacción para hacerlo conforme con Marcos 1:11 . Así, en lugar de decir que Jesús había sido engendrado por Dios, Lucas 3:22 pasó a decir simplemente: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco». Ésta es otra alteración anti-adopcionista del texto.
Un cambio más, Al igual que 1 Timoteo 3:16 , éste involucra un texto que un copista modificó para que afirmara en términos contundentes que Jesús había de ser considerado Dios en todos los sentidos. El texto se encuentra en el Evangelio de Juan, un evangelio que se esfuerza más que cualquier otro de los incluidos en el Nuevo Testamento por describir a Jesús como un ser divino (por ejemplo, Juan 8:58; 10:30; 20:28 ). Esta identificación se realiza de forma notablemente particular en un pasaje cuya autenticidad es debatida con vehemencia.
Los primeros dieciocho versículos de Juan se denominan en ocasiones su Prólogo. En ellos es donde Juan habla de «la Palabra» que en el principio «estaba con Dios» y «era Dios» Juan 1-3 . Esta Palabra de Dios hizo todas las cosas que existen. Además, es el modo en que Dios se comunica con el mundo; la Palabra es la forma en que Dios se manifiesta a otros. Y en un momento se nos dice que «la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros» Juan 1:14 . En términos distintos, la Palabra de Dios se convirtió en un ser humano. Éste ser humano fue «Jesucristo» Juan 1:17 . Por tanto, según esta concepción, Jesucristo representa la «encarnación» de la Palabra de Dios, que estaba con Dios desde el principio y era en sí misma Dios, a través de la cual Dios había creado el mundo.
Este prólogo termina con unas frases llamativas, de las que existen dos versiones: «A Dios nadie le ha visto jamás: [el Hijo único/el Dios único] que está en el seno del Padre, él lo ha contado» Juan 1:18 .
El problema textual tiene que ver con la identificación de este «único». ¿Se trata de «el Dios único que está en el seno del Padre» o de «el Hijo único que está en el seno del Padre»? La primera alternativa es la que recogen los manuscritos más antiguos que se conservan y a los que, por lo general, se considera los mejores, los de la familia del texto Alejandrino. Sin embargo, llama la atención el que sólo en raras ocasiones se lo encuentre en manuscritos no vinculados con Alejandría. ¿Es posible que sea ésta una variante textual creada por un copista en Alejandría y popularizada allí? De ser así, eso explicaría por qué la enorme mayoría de los manuscritos procedentes de otros lugares recogen la segunda lectura, en la que no se llama a Jesús único Dios, sino único Hijo.
Hay otras razones para afirmar que esta última versión es la correcta. El Evangelio de Juan usa la expresión «único Hijo» en varias oportunidades Juan 3:16, 18 ; mientras que en ningún lugar hace referencia a cristo como «el Dios único». Además, ¿qué sentido tendría llamarlo así? El término único en griego significa «único de una especie». Sólo puede haber uno que sea único de una especie. El término Dios único ha de referirse a Dios Padre mismo, pues de otra manera sería único. Pero si el término se refiere al Padre, ¿cómo puede usarse para hablar del Hijo? Dado el hecho de que la expresión más común (y más comprensible) en el Evangelio de Juan es «Hijo único», pareciera ser que eso era lo que decía originalmente el texto de Juan 1:18, un versículo que ya es de por sí una visión exaltada de Cristo como «el Hijo único que está en el seno del Padre» y aquel que explica el mensaje de Dios a todos los demás.
Seguramente algunos escribas no se sintieran satisfechos con esta visión exaltada de Cristo y hubieran decidido hacerla aún más exaltada alterando el texto. En su versión, Cristo no es simplemente el Hijo único de Dios, sino que es el mismísimo Dios único. Esto quizá sea un indicio de que éste también fue un cambio anti-adopcionista realizado por escribas proto-ortodoxos en el siglo II.
ALTERACIONES ANTI-DOCÉTICAS
Los cristianos docetas
En el extremo opuesto a los cristianos judíos ebionitas y su cristología adopcionista, se encontraban los grupos de cristianos partidarios de lo que se conoce como docetismo. El nombre proviene de la palabra griega DOKEO, que significa «parecer» o «tener apariencia». Los docetas aseguraban que Jesús no fue un ser humano de carne y hueso, sino única y exclusivamente un ser divino que «parecía» ser un hombre capaz de sentir hambre, sed y dolor, de sangrar y de morir. Dado que Jesús era Dios, no podía en realidad ser humano; había venido a la tierra con la «apariencia» de un hombre, pero no lo era.
El doceta más famoso de los primeros siglos del cristianismo fue el filósofo y maestro Marción.
Marción consideraba que sus ideas se inspiraban en las del apóstol Pablo, en su opinión, el único verdadero seguidor de Jesús. En algunas de sus cartas, Pablo diferenciaba entre la ley judía y evangelio, al insistir en que lo que hacía a alguien estar en paz con Dios era la fe en Cristo y no la observancia de la Ley de Moisés. Para Marción, este contraste entre el evangelio de Cristo y la Ley de Moisés era absoluto, tanto que el Dios que había entregado la ley a los judíos no podía ser el mismo que había traído la salvación a través de Cristo. En otras palabras, había dos dioses diferentes. El Dios del Antiguo Testamento era el creador de este mundo, que había elegido a Israel para que fuera su pueblo y le había dado una ley severa. Cuando los judíos quebrantaban su ley (como todos lo hacían), los castigaba con la muerte. Jesús, en cambio, había sido enviado por un Dios superior para salvar a la gente de la ira del Dios de los judíos. Ahora bien, dado que Jesús no tenía relación con este Dios que había creado el mundo material, resultaba obvio que no podía formar parte de este mundo material. Esto significaba que no podía en realidad haber nacido, que no había tenido un cuerpo material, que no había sangrado y que no había muerto. Todas estas cosas había sido aparentes. Pero como Jesús parecía haber muerto, el Dios de los judíos había aceptado su muerte como pago por los pecados. Y cualquiera que creyera en ello se salvaría de este Dios.
Autores proto-ortodoxos como Tertuliano se ponían enérgicamente a esta teología y subrayaban que si Cristo no hubiera sido un ser humano real, no habría podido salvar a los demás seres humanos, que si no había de verdad derramado su sangre, ésta no habría podido traer la salvación, que si de verdad no había muerto, su muerte «aparente» no habría servido para nada. Tertuliano y otros autores que pensaban como él adoptaron una postura firme y defendieron que Jesús, pese a ser divino, era también completamente humano. Era un hombre de carne y hueso; podía sentir dolor; había sangrado de verdad; había muerto de verdad; y de verdad había resucitado físicamente de entre los muertos y ascendido físicamente al cielo, donde se encontraba ahora esperando el momento en que habría de regresar, físicamente, en toda su gloria.
Cambios anti-docéticos
El debate sobre las cristologías docéticas incidió sobre los escribas que copiaron los libros que se convirtieron en el Nuevo Testamento. Como ejemplo vemos unos capítulos del Evangelio de Lucas que era el único evangelio que Marción aceptaba dentro de su canon de las Escrituras.
La primera es un pasaje que describe el «sudor de sangre» de Jesús. Como vimos allí, los versículos no pertenecían al Evangelio de Lucas original. Describe hechos que ocurren justo antes del arresto de Jesús, cuando se aparta de sus discípulos para orar; Jesús pide que se aparte de él la copa de su pasión, pero que se haga la voluntad de Dios. Algunos manuscritos recogen los versículos que son objeto de discusión: «Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra» (vv. 43-44).
Como comenté en una entrada anterior, estos versículos desbaratan la estructura de este pasaje de Lucas, que sin ellos se organiza como un quiasmo que centra la atención del lector en la oración de Jesús para que se haga la voluntad de Dios. Los versículos presuponían una teología ajena a la que encontramos en la narrativa de la pasión que nos ofrece este evangelio. En todo ese relato, Jesús se muestra calmado y es quien controla la situación. Lucas se esforzó por eliminar todo indicio de su texto. Estos versículos no sólo no están presentes en los testimonios más importantes y antiguos, sino que contradicen la descripción de Jesús ante la muerte tal como aparece en el resto del Evangelio de Lucas.
¿Qué razón animó a los copistas a añadir estos versículos? Una particularidad notable de estos versículos es que los citan tres autores proto-ortodoxos de mediados del siglo II (Justino Mártir, Ireneo de Galia e Hipólito de Roma); y aún más llamativo es que todos ellos los mencionan para refutar la idea de que Jesús no era un ser humano real. Esto es, la terrible angustia que Jesús experimenta en estos versículos se considera una prueba de que en verdad era un ser humano, capaz de sufrir como el resto de los mortales. Así tenemos que Justino, tras anotar que «su sudor cayó a la tierra como gotas de sangre mientras estaba orando», asegura que eso demuestra que «el Padre deseaba que su Hijo padeciera tales sufrimientos en nuestro nombre», por lo que «no podemos decir que él, siendo el Hijo de Dios, no sintió lo que le estaba ocurriendo ni el daño que se le infligía».
En otras palabras, Justino y los proto-ortodoxos entendían que los versículos mostraban que Jesús no solo «parecía» un ser humano, sino que era un ser humano en todos los sentidos. En vista de que estos versículos no pertenecían originalmente al Evangelio de Lucas, se introdujeron con el fin de rebatir las opiniones docéticas, ya que conseguían representar muy bien la naturaleza humana de Jesús.
Para los cristianos proto-ortodoxos, era importante hacer hincapié en que Cristo era un hombre real de carne y hueso capaz de sangrar, porque lo que traía la salvación era el sacrificio de su cuerpo y el derramamiento de su sangre, no en apariencia sino en realidad. Otra variante textual del relato de Lucas sobre las últimas horas de Jesús subraya esta realidad. La encontramos en el relato de la última cena de Jesús y sus discípulos. En uno de los manuscritos griegos más antiguos que se conservan, así como en varios testimonios latinos, se dice:
Y recibiendo una copa, dadas las gracias, dijo: «tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios». Tomó luego el pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Éste es mi cuerpo. Pero la mano del que me entrega está aquí connmigo sobre la mesa.
- Lucas 22:17-19
Sin embargo, la mayoría de los testimonios que tenemos recogen una adición al texto. En donde Jesús dice «éste es mi cuerpo», el texto continúa con: «que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío». De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros».
Estas palabras son familiares para los cristianos porque son las de la «institución» de la Eucaristía, palabras de las que encontramos una versión muy similar en la Primera Epístola a los Corintios de Pablo 1 Corintios 11:23-25 . A pesar del hecho de que nos resulten tan familiares, estos versículos no pertenecían en un principio al Evangelio de Lucas y que se introdujeron en él para subrayar que era el cuerpo y la sangre de Cristo los que traían la salvación «por vosotros». En el caso de ser originales, es difícil explicar por qué un escriba habría omitido esos versículos, en especial si tenemos en cuenta que el pasaje resulta muy coherente cuando se lo añade. De hecho, cuando se prescinde de estos versículos, la mayoría de las personas siente que el texto resulta algo truncado. Y quizá la falta de familiaridad con la versión truncada (sin los versículos) haya sido uno de los factores que impulsó a los escribas a ampliar el pasaje.
Por otro lado, los versículos por más famosos que sean, no representan la forma en que Lucas entiende la muerte de Jesús. Pues una característica sorprendente de la descripción que este evangelio nos ofrece de Jesús es que -por extraño que pueda parecer en un primer momento- nunca, en ningún otro lugar, indica que su muerte sea lo que salva al mundo del pecado. En ningún lugar de la obra de Lucas (Lucas y Hechos), se dice que la muerte de Jesús sea «por vosotros». Es más, en las dos ocasiones en las que su fuente (Marcos) indica que la muerte de Jesús trae la salvación Marcos 10:45; 15:39 , Lucas modificó la redacción del texto (o lo eliminó). En otras palabras, Lucas no compartía la concepción que tenía Marcos sobre cómo la muerte de Jesús conducía a la salvación.
Es fácil conocer cuál era su opinión repasando lo que dijo al respecto el libro de Hechos, donde los apóstoles pronuncian una serie de discursos con el fin de convertir a otros a la fe. A pesar de ello, en ninguno de estos discursos se indica que la muerte de Jesús suponga la expiación de los pecados capítulos 3, 4 y 13 . No es que la muerte de Jesús carezca de importancia. Es extremadamente importante, pero no es acto de expiación. En Lucas, la muerte de Jesús es lo que lleva a la gente a advertir su culpa ante Dios (ya que murió a pesar de ser inocente). Una vez la gente reconoce su culpa, se dirige a Dios, arrepentida, y entonces él perdona sus pecados.
En otras palabras, para Lucas la muerte de Jesús impulsa a la gente a arrepentirse y es este arrepentimiento el que trae la salvación. Ahora bien, ésta es la concepción expuesta en la obra de Lucas excepto en los versículos que estamos discutiendo, versículos que no están presentes en los testimonios más antiguos que se conservan y en los que la muerte de Jesús se describe como una expiación «por vosotros».
Si estos versículos no pertenecían originalmente al Evangelio de Lucas, ¿por qué se le añadieron? En su obra contra Marción, Tertuliano subraya:
Jesús declaró con suficiente claridad el significado que daba al pan, cuando dijo que el pan era su propio cuerpo. De igual modo, cuando mencionó la copa e hizo que la nueva alianza se sellara con su sangre, afirmó la realidad de su cuerpo. Un cuerpo que no está hecho de carne no puede tener sangre. Así, de la prueba de la carne obtenemos la prueba del cuerpo, y la prueba de la carne la obtenemos de la prueba de la sangre
- Contra Marción 4:40
Los versículos se añadieron para hacer hincapié en que el cuerpo y la sangre de Jesús eran reales y que él se había sacrificado en verdad por el bien de la humanidad. Esto quizá no fuera lo que Lucas quería subrayar, pero sí lo que querían subrayar los escribas proto-ortodoxos que alteraron el texto de su evangelio para rebatir cristologías docéticas como la propuesta por Marción.
Otro versículo que fue introducido en el Evangelio de Lucas por escribas proto-ortodoxos es Lucas 24:12 , que tiene lugar justo después de la resurrección de Jesús. Algunas de las mujeres que seguían a Jesús acuden a la tumba, descubren que su cuerpo ha desaparecido y se les dice que ha resucitado. Al regresar junto a los discípulos, les cuentan lo ocurrido, pero éstos se niegan a creerlas porque les parece que lo que dicen no son más que «desatinos». A continuación muchos manuscritos recogen el relato del versículo 24:12: «Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por los sucedido».
Este pasaje no formaba parte del Evangelio de Lucas original. Contiene un gran número de características estilísticas que no se encuentran presentes en ningún otro lugar del texto, entre ellas la mayoría de las palabras clave del versículo, como las traducidas aquí por «se inclinó» y «vendas» (antes se ha usado un término diferente para describir la ropa fúnebre de Jesús). El versículo parece una especie de resumen de un relato recogido en el Evangelio de Juan 20:3-10 , en el que Pedro y el discípulo «a quien Jesús amaba» corren a la tumba para encontrarla vacía. ¿Es posible que alguien haya añadido un episodio similar, en versión reducida, al Evangelio de Lucas?
De haber sido así, la adición es muy llamativa, pues ofrece un sólido respaldo a la idea proto-ortodoxa de que Jesús no era simplemente una especie de fantasma sino que tenía un cuerpo físico. Además, según el versículo, quien reconocía este hecho no era otro que Pedro, el principal de los apóstoles. Con ello se conseguía que el relato de la tumba vacía no fuera sólo un «desatino» de algunas mujeres poco dignas de confianza; la historia era ahora creíble y, sobre todo, verdadera: había sido verificada por nadie más y nadie menos que Pedro (un hombre de confianza). Aún más importante es el hecho de que el versículo subraya el carácter físico de la resurrección, pues lo único que queda en la tumba son las pruebas físicas de ésta: las vendas que cubría el cuerpo de Jesús. No hay duda de que se trataba de la resurrección en carne de una persona real. Tertuliano es, de nuevo, quien subraya la importancia de este hecho:
Ahora bien, si la muerte [de Cristo] se niega, porque se niega su carne, no habría certeza alguna de su resurrección. Pues él no puedo resucitar por la misma razón que no puedo morir, porque si no poseía la realidad de la carne, que hace la muerte posible, otro tanto ocurre con la resurrección. Y si la resurrección de Cristo se anula, la nuestra queda también destruida
- Contra Marción 3:8
Cristo tenía que haber poseído un cuerpo de carne y hueso real, que pudiera en verdad resucitar, físicamente, de entre los muertos.
Pero los proto-ortodoxos no sólo creían que Jesús había sufrido, muerto y resucitado físicamente, sino que también habías ascendido al cielo físicamente. La última variante textual que vamos a comentar en esta sección se encuentra al final del Evangelio de Lucas, después de que la resurrección haya tenido lugar. Jesús se dirige por última vez a sus seguidores y a continuación se aparta de ellos:
Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos; y ellos se volvieron a Jerusalén con gran gozo
- Lucas 24:51-52
Es interesante destacar que en algunos de los testimonios más antiguos contienen una adición al texto. Después de que se indique que Jesús «se separó de ellos», en estos manuscritos se lee: «y fue llevado al cielo». Ésta es una adición muy significativa, que remarca el carácter físico de la ascensión de Jesús. Esta variante es intrigante en parte porque el mismo autor, en su segundo volumen, el libro de Hechos, vuelve a narrar la ascensión de Jesús al cielo; lo curioso es que allí se indica que ésta tuvo lugar «cuarenta días» después de la resurrección Hechos 1:1-11 .
Esto hace que resulte difícil de creer que Lucas escribiera la frase en cuestión en Lucas 24:51 , pues es muy improbable que pensara que Jesús ascendió al cielo el mismo día de la resurrección si, como indica al comienzo de su segundo libro, creía que había ascendido cuarenta días después. Por otro lado, es importante señalar que la palabra clave en la frase en cuestión («llevado») no aparece en ningún otro lugar del Evangelio de Lucas ni en Hechos de los Apóstoles.
¿Para qué querría alguien añadir estas palabras? Los cristianos proto-ortodoxos deseaban subrayar la naturaleza física, real, de la partida de Jesús: Jesús había partido físicamente y volvería físicamente trayendo consigo una salvación física. Ésta era su posición contra los docetas, que aseguraban que todo ello era sólo una apariencia. Es posible que un copista involucrado en estas controversias decidiera modificar el texto con el propósito de reforzar sus argumentos.
ALTERACIONES ANTI-SEPARACIONISTAS
Los cristianos separacionistas
Una tercera preocupación de los cristianos proto-ortodoxos de los siglos II y III consistía en los grupos cristianos que entendían a Jesucristo no exclusivamente como un ser humano (como los adopcionistas) ni como un ser divino (como los docetas), sino como dos seres distintos, uno completamente humano y otro completamente divino. Podemos denominar «separacionista» a esta cristología, ya que dividía a Jesucristo en dos: el Jesús hombre (por completo humano) y el Cristo divino (por completo divino). Según la mayoría de los que promovían esta concepción, el Jesús hombre había sido habitado temporalmente por un ser divino, Cristo, lo que le había permitido realizar milagros e impartir sus enseñanzas; sin embargo, antes de la muerte de Jesús, Cristo lo había abandonado, por lo que tuvo que padecer la crucifixión solo.
Esta cristología separacionista era defendida comúnmente por aquellos grupos de cristianos a quienes los estudiosos denominan gnósticos. El término gnosticismo deriva de la palabra griega gnosis, que significa conocimiento, y se aplica a una amplia variedad de grupos de cristianos primitivos que subrayaban la importancia del conocimiento secreto para la salvación. De acuerdo con la mayoría de estos grupos, el mundo material en el que vivimos no era realmente la creación del único Dios verdadero, sino una consecuencia de un desastre en el ámbito divino, en el que uno de los (muchos) seres divinos terminó, por alguna razón misteriosa, viéndose excluido de los lugares celestiales. El mundo material fue creación de una deidad menor, que aprovechó la caída de esa divinidad para capturarla y aprisionarla en cuerpos humanos aquí en la tierra. De acuerdo con esto, algunos seres humanos poseen una chispa de la divinidad dentro de sí, y necesitan aprender la verdad sobre quienes son, de donde vienen, cómo llegaron aquí y cómo pueden regresar. Aprender esa verdad es lo que los conducirá a la salvación.
Esta verdad consiste en las enseñanzas secretas, el «conocimiento» (gnosis) misterioso, que sólo está en condición de impartir un ser divino procedente del reino celestial. Para los cristianos gnósticos, Cristo es este ser divino, encargado de revelar las verdades de la salvación; en muchos sistemas gnósticos, el Cristo se introdujo en el hombre Jesús en el bautismo, le dotó de los poderes para llevar a cabo su ministerio y luego, al acercarse el final, le abandonó para que muriera en la cruz. Es por esta razón que Jesús grita: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?». Para estos gnósticos, el Cristo había literalmente abandonado a Jesús. No obstante, después de la muerte de Jesús, Cristo le había resucitado de entre los muertos para recompensar su devoción y, a través de él, había continuado enseñando a sus discípulos las verdades secretas que permiten alcanzar la salvación.
Los cristianos proto-ortodoxos pensaban que estas ideas eran ofensivas desde todo punto de vista. Para ellos, el mundo material no era un lugar maligno resultado de un desastre cósmico, sino la creación bondadosa del único Dios verdadero; la salvación se conseguía mediante la fe en la muerte y resurrección de Cristo, no aprendiendo una gnosis secreta capaz de descubrir a los hombres la verdad de la condición humana; y, lo más importante para nuestros propósitos en este capítulo, Jesucristo no era dos seres distintos sino un único ser, divino y humano al mismo tiempo.
Cambios anti-separacionistas del texto
Las controversias alrededor de las cristologías separacionistas incidieron de algún modo en la transmisión de los textos que luego se convertirían en el Nuevo Testamento. En la entrada anterior hemos visto un ejemplo de ello, en la variante textual de Hebreos 2:9 en la que se dice que Jesús murió «aparte de Dios», que era lo que decía el original de la epístola. La mayoría de los escribas habían preferido la variante en la que Cristo murió «por la gracia de Dios», a pesar de no ser eso lo que el autor escribió. ¿Por qué los escribas consideraban que el texto original era potencialmente peligroso y había que modificarlo?. Según las cristologías separacionistas, Jesús en realidad había muerto «aparte de Dios», en el sentido de que fue mientras estaba en la cruz cuando el elemento divino que había habitado en él le abandonó para que muriera solo. Conscientes de que el texto podía ser utilizado para respaldar esta perspectiva, los escribas cristianos realizaron un cambio simple pero con profundas implicaciones. Así, el texto dejaba de señalar que su muerte se había producido «aparte de Dios» y pasaba a afirmar que la muerte de Cristo había sido «por la gracia de Dios». Ésta es una alteración anti-separacionista.
Un segundo e intrigante ejemplo de este fenómeno lo encontramos casi exactamente donde hubiéramos esperado hallarlo, esto es, en el relato evangélico de la crucifixión de Jesús. En el Evangelio de Marcos, Jesús permanece en silencio a lo largo de todo el proceso de crucifixión. Los soldados le crucifican, la gente y los líderes judíos se burlan de él y lo mismo hacen los criminales crucificados a su lado; pero Jesús no pronuncia una sola palabra hasta el último instante, cuando al acercarse la muerte grita las palabras del Salmo 22:
¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?
- Marcos 15:34
Según un autor proto-ortodoxo, Ireneo, el Evangelio de Marcos era el elegido por aquellos que «separaban a Jesús de Cristo», esto es, por los gnósticos partidarios de una cristología separacionista. Los gnósticos interpretaban esta última frase de Jesús literalmente: el grito indicaba el momento preciso en que el Cristo divino había dejado al Jesús hombre (ya que la divinidad no podía ser mortal y, por ende, no podía experimentar la muerte). La prueba de ello es, por ejemplo, el Evangelio de Pedro, un texto apócrifo en el que algunos advierten una cristología separacionista, nos ofrece una versión de sus palabras finales algo diferente: «Mi potencia, mi potencia, me has abandonado». Aún más asombroso es el texto gnóstico conocido como Evangelio de Felipe, en el que se cita el versículo para darle una interpretación separacionista:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué, Señor, me has abandonado?» Esto lo dijo en la cruz, pues se había separado de allí.
Los cristianos proto-ortodoxos sabían de la existencia de estos dos evangelios y de la interpretación que proponían de este momento cumbre de la crucifixión de Jesús. Quizá no sea entonces tan sorprendente que algunos escribas hayan alterado el texto del Evangelio de Marcos para impedir que se prestara a explicaciones gnósticas. En un manuscrito griego y varios testimonios latinos, Jesús no pronuncia el «grito de abandono» del Salmo 22, sino que dice: «¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué te burlas de mí?».
Este cambio crea una lectura fascinante y que se adapta muy bien al contexto literario que la antecede, pues para este momento de la historia prácticamente todos los demás personajes involucrados se han burlado de Jesús: los sacerdotes judíos, la gente que pasa por allí y ambos ladrones. y ahora, en esa variante, se insinúa incluso que Dios mismo se burla de Jesús. Después de ello, Jesús prefiere un último grito desesperado y muere.
Pero esto no era lo que afirmaba el texto original ya que todos los mejores textos conservados no recogen la variante, sino también el que ésta no se corresponda con las palabras en arameo pronunciadas por Jesús en el versículo precedente: «lema sabactaní» («por qué me has abandonado» y no «por qué te burlas de mí»).
¿Por qué los escribas alteraron el texto? A los escribas proto-ortodoxos les inquietaba garantizar que el texto no pudiera ser empleado en su contra por sus adversarios gnósticos, y para ello realizaron un cambio significativo, y apropiado desde el punto de vista del contexto en el que Dios, en lugar de abandonar a Jesús, se burla de él.
Podemos encontrar un último ejemplo de cambios realizado para oponerse a la cristología separacionista en una variante a un pasaje de la Primer Epístola de Juan. En la forma del texto más antigua, leemos que:
Podéis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ése es el del Anticristo
- 1 Juan 4:2-3
Este es un pasaje claro y directo: quien reconoce que Jesús se encarnó pertenece a Dios; pero quien no lo acepta se opone a Cristo (es un anticristo). Pero existe una variante textual de la segunda mitad de este pasaje. En varios testimonios que la recogen, en lugar de aludirse a aquel «que no confiesa a Jesús», se hace referencia a aquel «que suelta a Jesús». ¿Suelta? ¿Qué significa eso? ¿Y por qué semejante variante textual consiguió introducirse en ciertos manuscritos?
Esta variante no está en muchos manuscritos. De hecho, entre los testimonios griegos sólo uno la recoge, un manuscrito del siglo X en el que la variante aparece como nota marginal. No obstante éste es un manuscrito copia de uno del siglo IV, y en sus márgenes aparecen los nombres de los padres de la Iglesia que proponían lecturas diferentes de ciertas partes del texto. En este caso la nota marginal indica que varios padres de la Iglesia de finales del siglo II y comienzos del siglo III como Ireneo, Clemente y Orígenes conocían la variante «que suelta a Jesús». Además aparece en la Vulgata latina. Esto demuestra que se trataba de una variante popular en la época en que los cristianos proto-ortodoxos se dedicaban a discutir con los gnósticos cuestiones de cristología.
Pero es probable que la variante no pertenezca al texto: no se la encuentra en los mejores manuscritos y, salvo la de las anotaciones al margen, ningún texto griego las recoge. Entonces ¿cuál es la intención del copista cristiano que la creó? Fue creada para proveer a quienes atacaban las cristologías separacionistas de una argumento «bíblico»: según esta variante, quienes «sueltan» a Jesús son los que lo distinguen de Cristo y quien tenga esta creencia no pertenece a Dios, sino que es un anticristo. Así estamos de nuevo ante una variante producida en el contexto de las disputas cristológicas de los siglos II y III.
