En los primeros siglos de la Iglesia, los textos cristianos se copiaron sin demasiada «profesionalidad», lugares distintos desarrollaban distintos tipos de tradición textual. Es decir, los manuscritos de Roma compartían muchos de sus errores copiados uno del otro, sin la influencia de los manuscritos que se estaban copiando en Palestina que tenían sus propias características, y que, a su vez, los diferenciaban de los textos copiados en Alejandría o Egipto. Además, en los primeros siglos de la Iglesia, algunas localidades tenían mejores copistas que otras. Así, por ejemplo, los de Alejandría eran muy escrupulosos incluso durante estos primeros siglos.
Hacia el año 312 e.c. tuvo lugar un gran cambio cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo. Así el cristianismo pasó de ser una religión de marginados sociales a ser fundamental en la religiosidad del Imperio. La Iglesia comenzó a beneficiarse del favoritismo de la que era la mayor potencia del mundo occidental. Como consecuencia de ello, se produjeron conversiones en masa, ya que ser seguidor de Cristo, en una época en la que el emperador mismo había proclamado públicamente su lealtad a la fe cristiana, se había vuelto algo muy popular.
Constantino deseaba que las principales iglesias que estaba construyendo tuvieran Biblias magníficas, y solicitó la producción de 50 ejemplares. Estamos en una época muy diferente en comparación con lo que ocurría uno o dos siglos atrás, cuando lo único que podían hacer las iglesias locales era solicitar a alguno de sus miembros que se las ingeniara para reunir el tiempo necesario para hacer una copia de un texto determinado.
Desde el siglo IV, las copias de las Escrituras empezaron a estar a cargo de profesionales, esto redujo el número de errores que se colaban en el texto. Y cuando las décadas se convirtieron en siglos, la copia del texto griego de las Escrituras pasó a ser una labor encomendada a los monjes que pasaban sus días en los monasterios, dedicados a copiar con cuidado los textos sagrados. Esta práctica continuó a lo largo de la Edad Media hasta la invención de la imprenta en el siglo XV. La mayoría de los manuscritos griegos que se conservan hoy en día proviene de escribas medievales que vivieron y trabajaron en la parte oriental del Imperio en lo que se conoce como el Imperio bizantino. Por esto los manuscritos griegos del siglo VII en adelante se denominan manuscritos «bizantinos».
Cualquiera que esté familiarizado con la tradición manuscrita del Nuevo Testamento sabe que estas copias bizantinas del texto tienden a ser muy similares entre sí, mientras que las copias anteriores difieren de manera significativa, tanto entre unos y otras, como de la forma del texto que contienen esas copias posteriores. Es una consecuencia de quiénes se encargaban ahora de copiar los textos (profesionales) y del dónde trabajaban (en un área restringida). No obstante, sería una grave equivocación pensar que por el hecho de diferir menos entre sí estos manuscritos tardíos son mejor testimonio del texto «original» del Nuevo Testamento. ¿De dónde sacaron los escribas medievales los textos que copiaron de forma tan profesional? Sus copias tuvieron como modelo textos más antiguos, que eran copias de otros textos aún más antiguos, también ellos de copias de copias. La conclusión es que los textos más cercanos a los originales del Nuevo Testamento son esas copias variables realizadas por aficionados en los primeros siglos del cristianismo, no las copias profesionales y estandarizadas de épocas posteriores.
La Vulgata Latina
Los cristianos que vivían en regiones en las que no se hablaba griego querían tener versiones de los textos sagrados en sus propias lenguas locales. El latín era el idioma de gran parte de occidente del Imperio; el siríaco se hablaba en Siria, el copto en Egipto. En cada una de estas áreas se tradujeron a las lenguas locales y estas versiones traducidas fueron a su vez copiadas por escribas locales.
Las traducciones al latín tienen una importancia particular para la historia del texto del Nuevo Testamento porque ésta era la lengua principal de un gran cantidad de cristianos en Occidente. Sin embargo, las traducciones latinas de las Escrituras pronto se convirtieron en una fuente de problemas, pues había muchas y éstas podían ser muy diferentes entre sí. La cuestión llegó a su punto crítico hacia finales del siglo IV, cuando el papa Dámaso encargó al mayor erudito de la época, Jerónimo, que realizara una traducción latina «oficial» que todos los cristianos que hablaban el idioma, tanto en Roma como en otros lugares, pudieran aceptar como texto autorizado.
Conocida como la Vulgata, la traducción latina de Jerónimo se convirtió en la Biblia de la cristiandad latina y sería copiada y vuelta a copiar una y otra vez a lo largo de los años. La Vulgata fue la Biblia de la Iglesia occidental hasta la época moderna, el libro que durante siglos leyeron los cristianos, estudiaron los expertos y usaron los teólogos.
La primera edición impresa del texto griego del Nuevo Testamento
La primera gran obra que se imprimió en la imprenta de Guttenberg fue una edición de la Vulgata latina. En la segunda mitad del siglo XV se realizaron unas cincuenta ediciones de la Vulgata en diversas imprentas europeas. Aunque puede parecer extraño que en estos primeros años de la imprenta nadie se haya sentido impulsado a imprimir una copia del texto griego del Nuevo Testamento, la razón no es difícil de adivinar. Después de casi mil años, los estudiosos de toda Europa se habían acostumbrado a pensar que la Vulgata de Jerónimo era la Biblia de la Iglesia (algo similar a lo que hoy ocurre en las comunidades cristianas de lengua inglesa que conocen la Biblia del rey Jacobo como la «verdadera»). En el Occidente latino, la Biblia griega no era relevante y se pensaba que pertenecía a los ortodoxos griegos. Además, en Europa occidental eran pocos los estudiosos que podían leer griego. Y, por tanto, nadie sintió la necesidad de imprimir la Biblia griega.
Al primero que se le ocurrió la idea fue al español Francisco Jiménez de Cisneros. Bajo su dirección, se emprendió la realización de una edición de la Biblia en varios volúmenes. El Antiguo Testamento se presentaba en tres versiones, el original hebreo, la Vulgata latina y la Septuaginta griega, en columnas paralelas.
La obra se imprimió en Alcalá y se la conoce como la Biblia Políglota Complutense, por el nombre latino de la ciudad, Complutum.
Sin embargo fué Desiderio Erasmo el primero en publicar el Nuevo Testamento en griego, la editio princeps (la primera edición publicada). Confió en un único manuscrito del siglo XII para su edición de los evangelios y de otro para el libro de los Hechos de los Apóstoles y las epístolas, aunque consultó también otros textos e hizo correcciones. Para el Apocalipsis tuvo que pedir prestado un manuscrito que le faltaba varias página y, con las prisas para conseguir ser impresa antes que la Complutense simplemente recurrió a los pasajes de la Vulgata latina, cuyo texto retradujo al griego. Y esta fue la versión griega del Nuevo Testamento que, a efectos prácticos, usaron los traductores de la Biblia del rey Jacobo un siglo más tarde.
La edición de Erasmo se convirtió en la fuente de la forma estándar del texto griego que los impresores de Europa occidental publicarían durante más de 300 años. Después de la edición de Erasmo aparecieron varias más, obra de editores: Theodore Beza y Bonaventura, Stephanus y Abraham Elzevir. Sin embargo el texto de todas estas ediciones se basaba en mayor o menor medida en las versiones de sus predecesores y todas, al final, se remontaban a la de Erasmo, con todos sus fallos, establecida a partir de un puñado de manuscritos tardíos producidos en la Edad Media. La mayoría de los impresores no se preocuparon por buscar manuscritos más antiguos o de mejor calidad como base para sus textos y se contentaron con imprimir y reimprimir el mismo texto realizando sólo modificaciones de menor importancia.
Algunas de estas ediciones fueron significativas. Por ejemplo, la tercera edición de Stephanus incluyó notas en las que documentaba las diferencias entre algunos de los manuscritos consultados; su cuarta edición fué más importante por ser la primera que lo presenta dividido en versículos. Hasta ese momento el texto se había impreso de corrido, sin ninguna división.
Lo que quiero destacar es que todas las ediciones posteriores a Erasmo se fundan en su editio princeps, que utilizaba como fuentes unos pocos manuscritos griegos tardíos y no confiables: los que pudo encontrar en Basilea y que le prestó un amigo. No había ninguna razón para pensar que esos manuscritos fueran de buena calidad. Eran, sencillamente, los que había podido conseguir. De hecho, eran copias realizadas once siglos después de que se hubieran escrito los originales. Por ejemplo, el principal manuscrito que Erasmo utilizó para establecer el texto de los evangelios contenía tanto el relato de la mujer adúltera de Juan como los doce versículos finales de Marcos, pasajes que no formaban parte de los evangelios originales.
Sin embargo, había un pasaje clave que los manuscritos utilizados por Erasmo no contenían. El pasaje en cuestión, un inciso de la Primera Epístola de Juan que los estudiosos denominan el «Comma Johanneum«, se encuentra en los manuscritos de la Vulgata, pero no en la enorme mayoría de los manuscritos griegos, y era uno de los pasajes preferidos de los teólogos cristianos, pues era el único de toda la Biblia que explícitamente esbozaba la doctrina de la Trinidad, a saber, que la divinidad son tres personas distintas, pero que todas ellas constituyen un solo Dios verdadero. En la Vulgata, el pasaje dice:
Pues tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno; y tres son los que dan testimonio en la tierra: el Espíritu, el agua y la sangre, y estos tres son uno
- 1 Juan 5:7-8
Se trata de una pasaje misterioso, pero que apoya totalmente la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre «el Dios trino que es uno». Sin este versículo, la doctrina de la Trinidad ha de inferirse a partir de un abanico de pasajes que demuestran que Cristo es Dios, como lo son el Espíritu y el Padre, y que, no obstante, hay un solo Dios. Este pasaje, en cambio, afirma la doctrina de forma directa, segura y clara.
Erasmo no halló este pasaje en los manuscritos que utilizó, en los que simplemente se leía: «Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y estos tres son uno». ¿A dónde habían ido a parar el Padre y el Verbo? No se encontraban en el principal manuscrito que Erasmo usó como fuente, ni en cualquier otro de los que consultó, y por este motivo omitió el pasaje de su primera edición del texto griego.
Fue esta omisión lo que indignó a los teólogos de la época, que acusaron a Erasmo de falsificar el texto en un intento de eliminar la doctrina de la Trinidad, la doctrina de la plena divinidad de Cristo.
La historia cuenta que Erasmo accedió a insertar el pasaje omitido en una futura edición de su obra con una condición: que sus adversarios encontraran un manuscrito griego del Nuevo Testamento que lo contuviera (hallarlo en escritos latinos no era suficiente). Y el manuscrito griego apareció. De hecho, fue producido para la ocasión. Alguien copió el texto griego de las epístolas y, cuando llegó al punto en que debía aparecer el pasaje en cuestión, tradujo al griego el texto latino para ofrecer el Comma Johanneum en su forma conocida y teológicamente útil. En otras palabras, el manuscrito presentado a Erasmo era un copia realizada por encargo en el siglo XVII.
A pesar de sus recelos, Erasmo mantuvo su palabra e incluyó el Comma Johanneum en su siguiente edición y en todas las posteriores. Estas ediciones se convirtieron en la base de las ediciones del texto griego del Nuevo Testamento realizadas por Stephanus, Beza y los Elezevir, ediciones que proporcionaron el texto que utilizarían los traductores de la Biblia al inglés y otros idiomas occidentales. Fue de este modo como pasajes como el de la mujer adúltera, los doce últimos versículos de Marcos y el Comma Johanneum llegaron a ser conocidos por los lectores de la Biblia en la actualidad, a pesar de no estar presentes en los manuscritos griegos del Nuevo Testamento más antiguos y de mejor calidad. Tales pasajes entraron en las lenguas vernáculas europeas debido a un accidente histórico: estaban en los manuscritos que Erasmo tenía a mano y en uno especialmente compuesto para su uso.
Las distintas ediciones del Nuevo Testamento griego de los siglos XVI y XVII se parecen tanto entre sí que los impresores podían asegurar que el texto que publicaban era el aceptado universalmente por todos los estudiosos y lectores del Nuevo Testamento en su lengua original, y de hecho, así era, pues no había competencia. La afirmación más citada se encuentra en una edición de 1633 realizada por Bonaventura y Abraham Ezevir, quienes cuentan a sus lectores, en una fórmula que luego se haría famosa entre los especialistas, que «ahora tenéis el texto recibido por todos, en el que nosotros no hemos introducido cambio o corrupción alguna». Esta frase, y en particular las palabras «texto recibido por todos», nos proporciona la expresión Textus Receptus con la que los críticos textuales designan al texto griego basado no en los mejores y más antiguos manuscritos, sino en al versión del texto originalmente publicada por Erasmo y transmitida por los impresores posteriores durante más de 300 años, hasta que los expertos en crítica textual empezaron a insistir en que el texto neotestamentario debería establecerse a partir de principios científicos y empleando los manuscritos más antiguos y de mejor calidad a nuestra disposición, en lugar de simplemente reimprimirse de acuerdo con la costumbre. Pese a ser una forma textual de calidad inferior, el Textus Receptus fue el que siguieron los primeros traductores de la Biblia a las lenguas europeas y la fuente de posteriores ediciones hasta finales del siglo XIX.
John Mill, el crítico
De vez en cuando, los investigadores hallaban manuscritos griegos y comprobaban que diferían del texto tal y como se solía imprimir. Como hemos visto, Stephanus incluyó notas marginales donde identificaba los lugares en los que los distintos manuscritos que consultó proponían lecturas diferentes. Posteriormente, en el siglo XVII, eruditos ingleses publicaron ediciones que mostraban un mayor interés en las variaciones que había entre los manuscritos conservados. Pero casi nadie pareció darse cuenta de la complejidad hasta la edición del Nuevo Testamento griego de John Mill. Invirtió 30 años reuniendo el material en el que basó su edición. El texto que imprimió era la versión de Stephanus de 1550, pero lo valioso de su publicación no era el texto empleado sino las diferentes versiones de ese texto que citaba en su aparato crítico. Mill había tenido acceso a un centenar de manuscritos griegos del Nuevo Testamento, pero asimismo había examinado los escritos de los padres de la Iglesia para ver cómo citaban el texto, partiendo de la hipótesis de que era posible reconstruir qué manuscritos habían tenido a su disposición a partir del examen de sus citas. Además, pese a que no estaba capacitado para leer muchas otras lenguas antiguas, con excepción del latín, utilizó la edición de Walton para identificar en qué lugares las primeras versiones en siríaco y copto diferían del texto griego.
Mill identificó los lugares en los que el texto difería en todas las fuentes que tuvo a su disposición. Para asombro y consternación de los lectores, Mill identificó unos 30.000 lugares de variación en los testimonios conservados, donde los manuscritos, citas patrísticas y versiones en otras lenguas proponían una redacción diferente de pasajes del Nuevo Testamento.
Su presentación de los datos no era exhaustiva. Mill realmente había hallado mucho más de 30.000 lugares pero no citó todo cuando descubrió y descartó variaciones como las que implicaban cambios en el orden de las palabras. Aún así consiguió que el público no tuviera al Textus Receptus como guía ya que se daba por sentado que difería del original. Si no se sabía cuáles eran las palabras originales del Nuevo Testamento, ¿cómo se podría decidir cuáles eran la doctrina y la enseñanza cristianas correctas?
Curiosamente Mill murió dos semanas después de la aparición de su monumental obra. Curiosamente murió de una forma prematura provocada por ¡»beber demasiado café»!. Tres años después de su muerte, en 1710, se publicó el ataque más fuerte hacia su obra por parte de Daniel Whitby donde publicó notas a las correcciones realizadas por Mill. Whitby era un teólogo protestante conservador que defendía que, aunque Dios no había evitado que se colaran errores en las copias del Nuevo Testamento realizadas por los escribas, a la vez no permitiría nunca que el texto se corrompiera hasta el punto de que no pudiera realizar, de forma adecuada, su propósito divino. Y no perdió la oportunidad de lamentarse: «Me AFLIGE y me irrita haber hallado tantas cosas en los Prolegómenos de Mill que parecen, de forma bastante clara, volver inseguro el estándar de la fe, o en el mejor de los casos, proporcionar a otros una oportunidad óptica para dudar».
Whitby insinúa que los estudiosos católicos, a quienes se refiere como «los papistas», debían de estar muy contentos por poder demostrar según el fundamento incierto del texto griego del Nuevo Testamento, que las Escrituras no tenían autoridad suficiente en el ámbito de la fe, lo que implicaba que, en su lugar, la autoridad suprema correspondía a la Iglesia.
En algo si tuvo razón. La edición de Mill enfatizó el que muchos afirmaban que no podía confiarse en el texto de las Escrituras debido a su carácter incierto. Entre los que sostuvieron este punto de vista ocupa un lugar principal el deísta inglés Anthony Collins que defendía la primacía de la lógica y los hechos sobre la revelación y las historias de milagros. Incluso hace notar que el clero cristiano (esto es, Mill) había reconocido «la precariedad del texto de las Escrituras» para referirse a las 30.000 variantes de Mill.
Como respuesta a ello, Bentley, señaló que siempre que existen un gran número de manuscritos, es de esperar que haya una multitud de variantes textuales. Si de una obra sólo se conoce un manuscrito, no existen variantes textuales. Sin embargo, una vez que se descubre un segundo manuscrito, es seguro que diferirá del primero en diversos lugares. Así, cuantos más manuscritos se descubran, más variantes aparecerán, pero también más probable será hallar entre esas lecturas discordantes la que corresponde al texto original. Así esas variantes no reducían la integridad del Nuevo Testamento, sino que proporcionaban el tipo de información que los especialistas necesitaban para fijar el texto, un texto que estaba más documentado que cualquier otro del mundo antiguo.
La situación actual
Mientras que Mill examinó aproximadamente un centenar de manuscritos griegos para descubrir sus 30.000 variaciones, en la actualidad se han catalogado más de 5.700 manuscritos griegos del Nuevo Testamento que incluyen desde fragmentos del tamaño de una tarjeta de crédito hasta libros completos. Algunos de ellos contienen sólo uno de los libros neotestamentarios, otros una pequeña colección, unos pocos contienen el Nuevo Testamento en su totalidad.
Estos manuscritos fueron realizados desde comienzos del siglo II hasta el siglo XVI. Algunos de esos manuscritos fueron copias baratas, realizadas de forma apresurada sobre páginas reutilizadas. Otros, en cambio, fueron volúmenes lujosísimos muy costosos de producir, como los escritos con tinta de plata u oro sobre pergaminos teñidos de púrpura.
Por regla general, los especialistas distinguen entre cuatro tipos de manuscritos griegos:
- Los más antiguos de todos son los papiros, escritos sobre láminas hechas a partir de tallos de papiro, estos manuscritos provienen desde el siglo II al VII
- Los manuscritos unciales hechos en pergaminos que deben su nombre a la letra grande que empleaban, similar a nuestra mayúscula; éstos, en su mayoría, fueron hechos entre el siglo IV y el IX
- Los manuscritos cursivos o minúsculos, también de pergamino, pero escritos en letra pequeña que con frecuencia iba ligada (sin levantar la pluma de la página), en lo que parece el equivalente griego de la caligrafía cursiva; éstos se producen desde el siglo IX en adelante.
- Los leccionarios, escritos en letra pequeña pero que en lugar de contener los libros del Nuevo Testamento reúnen lecturas neotestamentarias para su uso en la iglesia cada semana o festividad.
Además de estos manuscritos griegos, hay cerca de 10.000 manuscritos de la Vulgata latina, por no hablar de las versiones en siríaco, copto, armenio, georgiano antiguo, eslavo eclesiástico y demás. A todo ello hay que sumar los escritos de padres de la Iglesia como Clemente de Alejandría, Orígenes y Atanasio, entre los griegos y Tertuliano, Jerónimo y Agustín, entre los latinos, todos citan pasajes del Nuevo Testamento, lo que nos permite reconstruir cómo eran los manuscritos que utilizaban.
Entonces ¿cuántas variantes conocidas han en la actualidad? Algunos hablar de unas 200.000 variantes, otros de 300.000, otros 400.000 o más. No lo sabemos con certeza porque aún no se ha sido capaz de contarlas todas.
Si hay inconvenientes para hablar de número total de cambios encontrados, ¿qué podemos decir de los tipos de cambios identificados en esas fuentes? Los estudiosos diferencian entre los cambios que parecen haber sido realizados de forma accidental, por equivocación del escriba y los intencionados. Los límites entre unos y otros no son fijos, pero la distinción sigue considerándose apropiada: es posible entender que un escriba omitiera una palabra mientras copiaba un texto (cambio accidental), pero resulta difícil de explicar que los doce versículos finales de Marcos pudiera colarse en el texto en un momento de descuido.
Cambios accidentales en la Biblia
El que los manuscritos griegos se escribieran en scriptio continua, sin puntuación y sin espacios entre las palabras, incrementó las equivocaciones accidentales de los escribas. Algunas palabras se confundían con términos que se escribían de forma similar. Por ejemplo, Pablo dice a los lectores que deben participar de Cristo, el cordero pascual y no alimentarse:
vieja levadura, ni con la levadura de la malicia y del mal- 1 Corintios 5:8
Esta última palabra, mal, se escribe en griego PONERAS, lo que la hace muy parecida a la palabra PORNEIAS, que significa «inmoralidad sexual». Es posible que la diferencia de significado no parezca abrumadora, pero no deja de ser llamativo que en un par de manuscritos conservados Pablo prevenga a los cristianos no contra el mal en general, sino contra los vicios sexuales en particular.
El hecho de que en ocasiones los escribas abreviaran ciertas palabras para ahorrar tiempo y espacio facilitaba el que se cometieran este tipo de errores de escritura. La palabra griega para la conjunción «y», por ejemplo, es KAI, y algunos escribas la abreviaban escribiendo la letra inicial (K) con una especie de trazo hacia abajo al final para indicar que se trataba de una abreviatura. Otras abreviaturas comunes se referían a lo que los estudiosos denominan los nomina sacra (nombres sagrados), un grupo de palabras como Dios, Cristo, Señor, Jesús y Espíritu, que se abreviaban bien fuera porque aparecían con demasiada frecuencia o porque así se mostraba que se les prestaba especial atención. Estas abreviaturas en ocasiones complicaban el trabajo de los copistas posteriores, que confundían una abreviatura con otra o bien un término abreviado como si se tratara de una palabra completa. Así en Romanos 12:11, Pablo insta al lector a «servir al Señor». Pero la palabra Señor, KURIW, se acostumbraba abreviar como KW, letras que algunos de los primeros escribas interpretaron erróneamente como abreviación de KAIRW, que significa «tiempo». Por tanto, en sus manuscritos, Pablo exhorta a sus lectores a «servir al tiempo».
Hemos sido todos bautizados para formar no más que un cuerpo- 1 Corintios 12:13
De esta forma Pablo señala que en Cristo «todos hemos bebido de un solo Espíritu». La palabra Espíritu, PNEUMA, se abrevia en muchos manuscritos como PMA, fórmula que confundida, con la palabra griega para «bebida», POMA; por lo que en algunos testimonios Pablo comenta que todos han «bebido de una sola bebida».
Un tipo de error común en los manuscritos griegos se produce cuando dos renglones del texto que se copiaba terminaban con las mismas letras o las mismas palabras. En tales casos, el escriba podía copiar el primer renglón en cuestión y luego cuando volvía los ojos a la página que le servía de modelo, se fijaba, no en las palabras del renglón que acababa de copiar, sino en las mismas palabras del renglón siguiente y seguía copiando desde allí, omitiendo las palabras o renglones que hubiera entre unas y otras. A este tipo de error se le llama una parablepsis (salto visual) ocasionada por un mismo final. Podemos poner un ejemplo de esto:
Os digo que todo aquel que me confiese delante de los hombres, también el Hijo del hombre lo confesará delante de los ángeles de Dios, pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.
- Lucas 12:8-9
El manuscrito en papiro más antiguo que se conserva del pasaje omite por completo el versículo 9; y no es difícil de apreciar cómo se cometió el error. El escriba copió las palabras «ante los ángeles de Dios» del versículo 8, luego volvió su mirada a la página que le servía de modelo, encontró las mismas palabras al final del versículo 9 y dio por sentado que éstas eran las que había acabado de copiar; por tanto, siguió con el versículo 10 y eliminó todo el 9 del manuscrito.
En ciertas ocasiones errores de este tipo pueden ser aún más desastrosos para el significado del texto. En Juan, por ejemplo, en su oración a Dios, Jesús dice a propósito de sus seguidores:
No te pido que los apartes del mundo, sino que los apartes del Maligno.Sin embargo, en uno de los mejores manuscritos que se conservan (el Codex Vaticanus) se omiten las palabras «mundo… del», por lo que Jesús pronuncia un ruego muy poco afortunado: «No te pido que los apartes del Maligno».- Juan 17:15
En otras ocasiones se producían cambios accidentales no porque las palabras se escribieran de forma similar, sino porque sonaban de forma similar. Esto podría ocurrir, por ejemplo, cuando un escriba copiaba un texto que se le estaba dictando, esto es, cuando alguien se encargaba de leer el manuscrito mientras uno o más copistas se encargaban de pasar las palabras a la copia en la que trabajaban. Si dos palabras tenían una misma pronunciación, podía ocurrir que el copista escribiera la equivocada sin darse cuenta, en especial si la frase pudiera tener algún sentido. Esto parece haber sucedido, por ejemplo, en:
El que nos liberó de nuestros pecados.- Apocalipsis 1:5
La palabra para «liberó» (LUSANTI) suena exactamente igual que la palabra que significa «lavó» (LOUSANTI), y por tanto sorprende que en un buen número de manuscritos medievales el autor se refiera a «el que lavó nuestros pecados».
Encontramos otro ejemplo en la Epístola a los Romanos, en la que Pablo declara que
Habiendo recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios- Romanos 5:1
Pero, ¿fue eso lo que dijo? En griego, lo que se traduce como «estamos en paz», una afirmación, suena igual a lo que se traduce como «estemos en paz», una exhortación. Y resulta que en un buen número de manuscritos, entre ellos algunos de los más antiguos, Pablo no sostiene con seguridad que él y sus seguidores están en paz con Dios, sino que insta a todos a buscar esa paz. Éste es un pasaje en el que los especialistas en crítica textual consideran difícil decidir cuál es la lectura correcta.
En otros casos existe muy poco ambigüedad, porque el cambio introducido en el texto, aunque comprensible, resulta absurdo en lugar de tener sentido. Esto ocurre en muchísimas ocasiones. Un ejemplo de ello lo vemos en Juan 5:39 , donde Jesús dice a sus adversarios «Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí». En un manuscrito antiguo, el último verbo se cambió por uno que sonaba de forma similar, pero que en este contexto carecía de sentido. En ese manuscrito Jesús dice «vosotros investigáis las Escrituras … ellas son las que están pecando contra mí». Un segundo ejemplo nos lo proporciona el libro del Apocalipsis donde el profeta tiene una visión del trono de Dios, alrededor de cual ve «un arco iris de aspecto semejante a la esmeralda» 4:3 . Debido a un cambio, en algunos de los manuscritos más antiguos se lee que alrededor del trono había, por extraño que parezca, «sacerdotes de aspecto semejante a la esmeralda».
De los miles de errores accidentales introducidos en los manuscritos del Nuevo Testamento, probablemente el más grotesco sea el que recoge un manuscrito cursivo de los cuatro evangelios, producido en el siglo XIV y oficialmente clasificado como el número 109. Su peculiar error está en Lucas 3, en la sección de la genealogía de Jesús. El escriba que copió el texto debió usar como modelo un manuscrito que ofrecía la genealogía en dos columnas. Por alguna razón, en lugar de copiar una columna y después otra, lo que hizo fue copiarlas como si se tratara de un único párrafo, por lo que los nombres de la genealogía se presentan en completo desorden y la mayoría de las personas mencionadas termina siendo hija del padre equivocado. Peor aún, la segunda columna del texto que el escriba copiaba no tenía tantos renglones como la primera, por lo que en su versión el padre de la raza humana (esto es, el último personaje mencionado) no es Dios sino un israelita llamado Fares; ¡y Dios mismo aparece en medio del texto como hijo de un hombre llamado Aram!
Cambios intencionados
Estos cambios tienden a ser algo más difíciles de identificar porque habiendo sido hechos de forma deliberada, pueden parecer coherentes. Y dado que son coherentes, siempre habrá críticos que arguyan que son la opción más coherente, esto es, que no son cambios sino las palabras originales. Este no es un debate entre los estudiosos que creen que el texto ha sido alterado y quienes piensan que no lo ha sido. Todos los expertos saben que el texto ha sido modificado y lo único que se discute es cuál es una alteración y cuál puede considerarse la forma más antigua del texto a nuestra disposición. Al respecto, hay ocasiones en las que las opiniones de los estudiosos no coinciden.
En la mayoría de los casos, los especialistas suelen ser de la misma opinión. En este punto, quizá lo más conveniente para nosotros sea examinar una muestra de los tipos de cambios intencionados que es posible hallar en los manuscritos conservados, ya que ello nos permitirá apreciar las razones que los escribas tenían para introducirlos.
Algunas veces los escribas cambiaban sus textos porque pensaban que contenían un error factual. Esto parece haber sido lo que ocurrió en el caso del mismísimo comienzo de Marcos, donde el autor introduce su evangelio diciendo:
Conforme está escrito en Isaías el profeta: Mira, envío mi mensajero delante de ti … enderezad sus sendas
- Marcos 1:2-3
El problema es que el comienzo de la cita no es en absoluto de Isaías, sino que es una mezcla de un pasaje de Éxodo 23:20 y uno de Malaquías 3:1. Hubo escribas que reconocieron que esto planteaba un problema y optaron por cambiar el texto de manera que dijera: «Conforme está escrito en los profetas». Así el problema desaparecía. Actualmente hay pocas dudas sobre lo que el autor de Marcos escribió originalmente: la atribución a Isaías aparece en los testimonios más antiguos y de mejor calidad que se conservan.
En otras ocasiones el «error» que el escriba se proponía corregir no era factual, sino interpretativo. Un ejemplo muy conocido lo vemos en Mateo 24:36, donde Jesús predice el fin de los tiempos y señala que «de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre». A los escribas este pasaje les parecía problemático: ¿Cómo era posible que Jesús, hijo de Dios, no supiera cuándo iba a llegar el fin? ¿No era acaso omnisapiente? Para resolver este asunto, los escribas decidieron omitir las palabras «ni el Hijo». Así, los ángeles ignoraban cuándo se produciría la venida, pero no el Hijo de Dios.
En otros casos los escribas cambiaron un pasaje no porque pensaran que contenía un error sino porque querían evitar que se tergiversara. Jesús identifica a Juan el Bautista con Elías, el profeta que había de venir al final de los tiempos:
Os digo, sin embargo: Elías vino ya, pero no le reconocieron sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del Hombre tendrá que padecer de parte de ellos.» Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista.
- Mateo 17:12-13
Este pasaje representaba un problema en potencia porque, en su forma original, podía interpretarse como si afirmara no que Juan el Bautista era Elías, sino que Juan era el Hijo del Hombre. Los escribas sabían muy bien que esto no era así, y por esta razón modificaron el texto para que la frase «los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista» apareciera antes de la referencia al Hijo del Hombre.
En ciertas ocasiones, los escribas cambiaban sus textos por razones teológicas más patentes, con el propósito de impedir que pudieran ser utilizados por los «herejes» o para garantizar que dijeran lo que (según los escribas) se suponía que debían decir. Hay numerosos ejemplos de este tipo de cambios y examinaremos algunos de forma más detenida en un capítulo posterior. Por el momento, bastará con comentar un par de ejemplos.
En el siglo II había cristianos que estaban convencidos de que la salvación que Cristo había traído era algo absolutamente nuevo, superior a cuanto el mundo hubiera conocido en épocas anteriores y por encima, era evidente, de la religión judía en cuyo seno se había originado el cristianismo. Algunos de estos cristianos llegaron al extremo de sostener que el judaísmo, la antigua fe de los judíos, había sido superada por completo gracias a la aparición de Cristo. Para algunos escribas que defendían estas ideas, la parábola del vino nuevo y los odres viejos resultaba problemática:
Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos … sino que el vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos. Nadie, después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: «El añejo es el bueno»
- Lucas 5:37-39
¿Cómo era posible que Jesús afirmara que lo viejo era mejor que lo nuevo? ¿No era acaso la salvación que él traía superior a cualquier otra religión? Los escribas prefirieron eliminar la última parte de manera que Jesús no apareciera diciendo en ningún momento que lo viejo era preferible a lo nuevo.
En otras ocasiones los escribas alteraron sus textos para garantizar que su doctrina preferida recibiera el énfasis que se merecía. Esto puede advertirse en la sección dedicada a la genealogía de Jesús en el Evangelio de Mateo que comienza con el padre de los judíos, Abraham, y continúa de padre a hijo hasta llegar a Jesús: «y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo» Mateo 1:16 . Tal y como está, la genealogía presenta a Jesús como un caso excepcional, ya que no dice que sea «hijo» de José. Sin embargo, para algunos escribas esto no era suficiente, así que cambiaron el texto para que se leyera: «y Jacob engendró a José, con quien se prometió la Virgen María que engendró a Jesús, llamado Cristo». Así a José ni siquiera se le califica de esposo de María, sino de prometido, mientras que la virginidad de ésta se afirma con claridad, algo importantísimo para muchos de los primeros copistas cristianos.
Ocasionalmente, los escribas modificaban los textos no por razones teológicas sino por motivos litúrgicos. Por ejemplo, en Marcos 9 , Jesús, tras haber expulsado a un demonio que su discípulos no podían doblegar, les dice a ellos que «esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración» Marcos 9:29 . Sin embargo, algunos escribas posteriores creyeron apropiado realizar una adición en sus copias donde Jesús sostiene que «esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración y el ayuno».
Uno de los cambios litúrgicos mas famosos está en la versión que Lucas ofrece del Padrenuestro. La oración se encuentra también en Mateo que es la que conocen hoy la mayoría de los cristianos. En comparación con ella, es inevitable que la oración recogida en Lucas suene truncada.
Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación
- Lucas 11:2-4
Algunos escribas resolvieron el problema añadiendo a la versión abreviada de Lucas las peticiones incluidas en el pasaje equivalente de Mateo 6:9-13 para que se leyera igual que éste:
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino, hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.
Esta tendencia de los escribas a «armonizar» los pasajes de los evangelios se encuentra en dondequiera que distintos evangelios cuentan la misma historia, un escriba u otro intentaba hacer que los relatos estuvieran en armonía, eliminando las diferencias a golpe de pluma.
En otras ocasiones los escribas actuaron no bajo la influencia de pasajes paralelos, sino de las tradiciones orales que circulaban acerca de Jesús y los relatos que se contaban sobre él. Ya hemos visto casos importantes de interpolaciones de este tipo cuando nos referimos al episodio de la mujer adúltera y los doce versículos finales del Evangelio de Marcos. En ejemplos más breves también es posible apreciar cómo las tradiciones orales afectaron la transmisión del texto de los evangelios. Un caso destacado es el memorable relato de Juan 5 sobre la curación de un inválido en la piscina de Betesda. Al comienzo de la historia se nos dice que una multitud de enfermos, inválidos, ciegos, cojos y paralíticos, esperaban justo a la piscina y que Jesús decide curar a un hombre que llevaba 38 años esperando que las aguas le sanaran. Cuando Jesús le pregunta al hombre si quiere curarse, éste responde que no hay nadie que le meta en la piscina, por lo que, «cuando el agua se agita», siempre hay alguien que consigue adelantársele.
El porqué este hombre quiere entrar en la piscina cuando el agua se agita lo soluciona la tradición oral en una adición a los versículos 3 y 4 del capítulo que recogen muchos manuscritos tardíos. Allí se nos dice que «un ángel descendía en ocasiones a la piscina y agitaba el agua, y el primero que entraba a la piscina después de que las aguas se hubieran agitado se curaba».
Los ejemplos que sufrieron cambios son miles. Hay montones de diferencias entre los manuscritos que se conservan del Nuevo Testamento, diferencias creadas por los escribas encargados de reproducir los que consideraban, eran sus textos sagrados.

😮 muy interesante, toca leerse todas las partes…
Entiendo que los monjes acomodaran la oración como mejor se entendiera, pero que quitaran o agregaran partes, bueno… eso no es bueno, incumple la última frase (y mandamiento por decirlo así) de la biblia: «Yo, por mi parte, advierto a todo el que escuche las palabras proféticas de este libro: «Si alguno se atreve a añadir algo, Dios echará sobre él todas las plagas descritas en este libro. Y si alguno quita algo a las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte en el árbol de la vida y en la Ciudad Santa descritos en este libro.»»» (Ap 22, 18-19)».
:S Es raro, se acomodan a las reglas, y al tiempo sería injusto que los monjes pagarán una penitencia cuando están proclamando la palabra del Señor.
La Biblia definitivamente, tiene algo raro….