Reflexión sobre la Biblia
La única forma de copiar un libro en el mundo antiguo era hacerlo a mano, letra por letra y palabra por palabra. Esto era lento y arduo que exigía mucho cuidado, pero era la única forma de hacerlo. Estamos habituados a ver muchos ejemplares de un título en las librerías y damos por sentado que una copia de El tiempo entre costuras, por ejemplo, es la misma coja el libro que coja de la pirámide de ellas expuesta. No importa cual elijamos, ninguna de las palabras de la novela cambiará de una a otra. En el mundo antiguo la situación era muy diferente. Además de que los libros no podían distribuirse de forma masiva con facilidad, tampoco se los podía producir en masa (no había imprentas). Como tenían que copiarse a mano, uno a uno, con lentitud y cuidado, de la mayoría de los libros no se realizaban copias en serie. De los pocos que se producían múltiples copias, no todas éstas eran iguales, pues era inevitable que los escribas que reproducían el texto introdujeran cambios en él y alteraran las palabras del original, ya fuera por accidente o intencionadamente (cuando modificaban las palabras que copiaban a propósito). Cualquiera que leyera un libro en la Antigüedad nunca podía estar completamente seguro de que los que estaba leyendo era lo que el autor había escrito. Las palabras podían haber sido alteradas, aunque sólo fuera mínimamente.
En nuestros días, un editor hace llegar su libro al público enviando determinado número de copias a las librerías. En el mundo antiguo era diferente. Por lo general, el autor que escribía un libro tenía un grupo de amigos que lo leía o que escuchaba su lectura en voz alta. Esto le daba alguna oportunidad de editar los contenidos del texto. Luego, cuando el autor había terminado su obra, encargaba que se hicieran copias para unos pocos amigos o conocidos. En ese momento el libro dejaba de estar bajo el control exclusivo de su autor y pasaba a estar en manos de otros.
Hoy sabemos que este proceso podía ser lento hasta la exasperación y muy inexacto, por lo que las copias producidas en ocasiones terminaban siendo muy diferentes de los originales. Algunos escritores de la Antigüedad nos dejaron su propio testimonio sobre esta experiencia. En un célebre ensayo sobre la ira, Séneca señala que existe una diferencia entre la ira dirigida a lo que nos ha causado daño y la ira dirigida a lo que no puede herirnos. Para ilustrar esta última categoría, el pensador menciona
ciertas cosas íntimas, como los manuscritos que tiramos porque han sido escritos con letra demasiado pequeña o que destrozamos por estar repletos de errores
Leer un texto plagado de erratas debía de ser una experiencia frustrante, suficiente para sacar de quicio al lector.
Un ejemplo cómico nos lo proporcionan los epigramas de Marcial, un agudo poeta romano que en una de sus composiciones hace saber a su lector:
Si algo te parece en estas páginas, lector, o muy oscuro o poco latino, el error no es mío; lo ha tergiversado el copista con las prisas por cargar versos a tu cuenta. Pero si crees que no es él, sino yo, quien ha caído en falta, entonces yo creeré que tú no tienes ni pizca de inteligencia. «Pero esos versos son malos» ¡Como si yo negara lo evidente! Estos son malos, pero tú no los haces mejores.
- Epigramas de Marcial
Uno de los problemas con los textos griegos antiguos (incluidos los escritos de los primeros cristianos) es que los copistas no empleaban signos de puntuación, no distinguían entre mayúsculas y minúsculas y ni siquiera usaban espacios en blanco para separar las palabras. Esta clase de escritura seguida se denomina scriptio continua, y dificultaba la lectura y comprensión de un texto.
Un ejemplo fácil de comprender. Por ejemplo esta secuencia: «Adelaidanoespía» ¿Se refiere a que Adelaida no es una persona devota o que Adelaida no es alguien que espíe?
Fuera de las comunidades cristianas, en el mundo romano en general, de la copia de textos se encargaban escribas profesionales o esclavos alfabetizados a los que se asignaba este trabajo dentro de las tareas domésticas. Esto significa que las personas encargadas de reproducir los textos en el Imperio no eran, por regla general, quienes querían leerlos. Los copistas, normalmente, reproducían los textos para otros. Eso sí, uno de los hallazgos más importantes realizados por los expertos que se dedican al estudio de los primeros escribas cristianos es que, en su caso, ocurría lo contrario. Al parecer, los cristianos que copiaban los textos eran quienes querían leerlos, es decir, los copiaban para su uso personal o comunal o para beneficio de otros miembros de la comunidad. Así, quienes copiaban los primeros libros cristianos no eran escribas profesionales que se ganaban la vida copiando textos; eran personas instruídas pertenecientes a las congregaciones cristianas.
Algunas de estas personas eran líderes de sus comunidades.
Ya que durante los dos o tres primeros siglos de la historia de la Iglesia los textos cristianos no fueron copiados por escribas profesionales, sino por miembros instruidos de las congregaciones. Hay pruebas de que los errores de transcripción eran comunes. Esto provocó quejas ocasionales por parte de los cristianos que leían esos textos y se esforzaban por descifrar cuáles habían sido las palabras originales de sus autores. En el siglo III, Orígenes se quejaba de las copias de los evangelios que tenía a su disposición:

Las diferencias entre los manuscritos se han vuelto muy grandes, ya sea por negligencia de algunos copistas o por la audacia perversa de otros; o bien se despreocupan de comprobar lo que han transcrito, o bien, al realizar la comprobación, añaden u omiten según les place.
- Orígenes
Orígenes no fue el único que advirtió este problema. Celso, su adversario pagano, lo había hecho también unos 70 años antes. En su ataque contra el cristianismo y su literatura, Celso había acusado a los copistas cristianos por sus prácticas transgresoras:
Algunos creyentes, como si hubieran estado bebiendo, llegan al punto de oponerse a sí mismos y alterar el texto original del evangelio tres o cuatro o varias veces más, y cambian su carácter para poder negar las dificultades que les plantea la crítica
- Contra Celso 2.27
Es curioso que, al tener que hacer frente a las acusaciones de un pagano sobre las deficiencias de las copias realizadas por los escribas cristianos, Orígenes niega que éstos hubieran alterado el texto, mientras que en otras de sus obras condena este problema. La única excepción que menciona en su réplica a Celso afecta a varios grupos heréticos, los cuales, asegura Orígenes, alteraban de forma malévola los textos sagrados.
Por otro lado los herejes modificaban en ocasiones los textos que copiaban con el objetivo de que parecieran estar más de acuerdo con los puntos de vista que defendían: ésta fue la acusación que se lanzó contra Marción, el filósofo y teólogo del siglo II que presentó como canon de las Escrituras once textos de los que había eliminado todos aquellos pasajes que contradecían su concepción de que el Dios del Antiguo Testamento no era el Dios verdadero, una idea que atribuía al apóstol Pablo. Irenero, uno de los adversarios de Marción, sostuvo que lo que el filósofo había hecho era lo siguiente:
descuartizó las epístolas de Pablo al quitar de ellas todo cuanto decían sobre el Dios creador en el sentido de que Él es el Padre de nuestro señor Jesucristo, y también aquellos pasajes de los libros proféticos que el apóstol cita para demostrar que anunciaban la llegada del Señor
- Contra las herejías 1.27.2
Marción no era el único culpable. Más o menos por la misma época en que vivió Ireneo, había un obispo de Corinto llamado Dionisio que se quejaba de que falsos creyentes sin escrúpulos habían modificado sus propios escritos, de la misma forma en que lo habían hecho con los textos sagrados.
Cuando mis hermanos cristianos me invitaron a escribirles cartas lo hice. Pero estos apóstoles del demonio las han llenado de cizaña, omitiendo ciertas cosas y añadiendo otras. La miseria les aguarda. Poco me sorprendería que se hubieran atrevido a desfigurar incluso las palabras del Señor, cuando han sido capaces de conspirar para mutilar mis humildes esfuerzos.
- Dionisio
Los primeros autores cristianos acusaron con frecuencia a los herejes de alterar el texto de las Escrituras para conseguir que dijera lo que querían que dijera. Sin embargo, se ha demostrado que las pruebas aportadas por los testimonios conservados hasta nuestros días apuntan en la dirección contraria, esto es, que los escribas vinculados a la tradición ortodoxa también optaron por alterar los textos sagrados para impedir que cristianos con creencia heréticas pudieran abusar de ellos, en ocasiones para acercarlos a las doctrinas defendidas por cristianos con convicciones similares a las suyas.
La posibilidad de que los textos fueran modificados a voluntad por escribas que estaban en desacuerdo con lo que decían era un peligro muy real. Es importante que sepamos que los copistas de los primeros cristianos trabajan en un mundo en el que no sólo no había imprentas ni editoriales, sino en el que tampoco había algo semejante a una ley de derechos de autor. ¿Cómo podía un autor garantizar que su texto no iba a sufrir modificaciones una vez entrara en circulación? No había modo de hacerlo. Por esto los autores formulaban maldiciones contra cualquier copista que alterara sus textos. Podemos encontrar un ejemplo de esto en el Apocalipsis:
Yo advierto a todo el que escuche las palabras proféticas de este libro: «Si alguno añade algo sobre esto, Dios echará sobre él las plagas que se describen en el libro. Y si alguno quita algo a las palabras de este libro profético, Dios le quitará su parte en el árbol de la Vida y en la Ciudad Santa, que se describen en este libro
- Apocalipsis 22:18-19
Aunque con frecuencia se interpreta como una fórmula destinada a que el lector acepte o crea todo cuanto se dice antes en el texto, este pasaje es una amenaza típica contra los copistas del libro, escrita con el fin de impedir que añadan u omitan cualquiera de sus palabras. Es posible hallar párrafos similares en otros escritos lanzadas por Rufino, un erudito cristiano latino, con respecto a su traducción de una de las obras de Orígenes:
Ante Dios el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, en verdad insto e imploro a cualquiera que pudiera transcribir o leer estos libros, por su fe en el reino que vendrá, por el misterio de la resurrección de los muertos y por el fuego eterno que aguarda al demonio y sus ángeles que dado que no desea por herencia eterna ese lugar en el que hay llanto y rechinar de dientes y en el que el fuego no se apaga y el espíritu no muere, no añada ni quite nada a lo que está escrito, que no inserte o altere nada, y que en lugar de ello compare su transcripción con las copias a partir de las cuales la ha hecho.
- Rufino
Como condena a quien simplemente cambiara algunas palabras de un texto, el fuego y el azufre son sin duda un castigo extremo. Algunos autores estaban decididos a utilizar todos los medios a su alcance para garantizar que sus palabras se transmitieran intactas, y en un mundo sin leyes sobre derechos de autor ninguna amenaza era lo bastante seria para disuadir a aquellos copistas que cambiaban los textos a su antojo.
Pero no sólo los copistas eran responsables de los cambios que se producían. La mayor parte de los cambios fueron resultado de equivocaciones, lapsus, omisiones accidentales, adiciones por descuido, palabras mal escritas, meteduras de pata de un tipo u otro. Hemos de recordar que la mayoría de quienes copiaron los textos cristianos en los primeros siglos de la Iglesia no habían sido formados para desempeñar este tipo de labor y sólo eran miembros instruidos de las congregaciones. Incluso después, desde los siglos IV y V, cuando los escribas cristianos eran profesionales dentro de la Iglesia, y más tarde aún, cuando los encargados de copiar los manuscritos eran monjes dedicados a este trabajo en los monasterios, algunos escribas seguían siendo más hábiles que otros.
Incluso aquellos escribas que eran competentes, con formación adecuada y siempre estaban atentos cometían errores. Y a veces cambiaban el texto porque pensaban que era necesario hacerlo. No obstante, tales cambios no se debían sólo a razones teológicas. Había otros motivos que animaban a los escribas a introducir modificaciones de forma intencionada como cuando se topaban con un pasaje que parecía contener un error que requería de alguna corrección, tal vez una contradicción presente en el texto, una referencia geográfica equivocada o una alusión a las Escrituras mal situada. Por tanto, cuando los escribas realizaban cambios de manera voluntaria sus razones podían ser tan puras como la nieve. Pero la cuestión es que introducían cambios y que, como consecuencia, las palabras originales del autor pudieron alterarse y perderse.
Un ejemplo interesante del cambio intencional de un texto está en uno de los cuatro mejores manuscritos antiguos que se conservan, el Codex Vaticanus del siglo IV. Al comienzo de la Epístola a los Hebreos hay un pasaje en el que, de acuerdo con la mayoría de los manuscritos, el texto dice en Hebreos 1:3 que Cristo
Sin embargo, en el Codex Vaticanus, el escriba copió un texto algo diferente al usar un verbo griego que sonaba parecido, por lo que allí se lee que Cristo
Algunos siglos después un segundo escriba leyó este pasaje en el manuscrito y decidió cambiar la palabra inusual (manifiesta) por la redacción más común (sostiene) y para ello borró un término y escribió otro. Luego, varios siglos después, un tercer escriba leyó el texto y advirtió la alteración que su predecesor había realizado, y optó por borrar la nueva redacción (sostiene) y reescribir la antigua (manifiesta).
En este caso estamos frente a un cambio que sólo afecta a una única palabra y, por tanto, podríamos preguntarnos si lo ocurrido tiene verdadera importancia. La respuesta es afirmativa: lo ocurrido tiene importancia porque la única forma de entender lo que un autor quería decir es saber cuáles fueron en realidad sus palabras, todas y cada una de ellas. (Pensad en todos los sermones en los que la argumentación se basa en una única palabra del texto: ¿qué ocurre cuando ésa no fue en realidad la palabras empleada originariamente por su autor?) ¡Decir que Cristo revela todo con el poder de su palabra es muy diferente de decir que mantiene el universo mediante el poder de su palabra!
Y así, los escribas encargados de copiar los manuscritos de las Escrituras introdujeron toda clase de cambios en ellos. Una de las principales cuestiones con las que ha de tratar la crítica textual es la de cómo reconstruir el texto original, el texto como su autor lo escribió en primera instancia, dada la circunstancia de que los manuscritos con los que contamos están plagados de errores. El hecho de que, una vez se ha cometido, un error puede arraigarse en la tradición textual, e incluso imponerse con mayor firmeza que el original, viene a agravar este problema.
Esto significa que, una vez que un escriba ha alterado un texto, por equivocación o intencionadamente, sus cambios se vuelven permanentes en su manuscrito y el siguiente escriba que copie ese manuscrito copiará también esos errores (pensando que no son tales) y probablemente añadirá algunos nuevos de su propia cosecha. El tercer escriba que copie el nuevo manuscrito copiará los errores de sus dos predecesores y aportará sus propios errores, y lo mismo ocurrirá con el siguiente y con todos sus sucesores. El único modo en que es posible corregir el texto es que un escriba advierta la equivocación de su predecesor e intente enmendarla pero no hay garantía de que el escriba que ha reconocido un error pueda corregirlo de manera adecuada. De esta forma, los errores se multiplican y se perpetúan; en ocasiones se consigue corregirlos, en ocasiones se los agrava. Y así sucesivamente. Durante siglos.
Algunas veces un escriba puede contar con más de un manuscrito a su disposición y corregir los errores de uno con la redacción correcta de otro. Esto mejora la situación pero también es posible que el escriba enmiende el manuscrito correcto a la luz de las palabras del texto equivocado.
En vista de estos inconvenientes, ¿cómo podemos esperar remontarnos a las palabras del texto original, el texto tal y como lo escribió su autor? Éste es un problema enorme. De hecho, es un problema de tales proporciones que un buen número de críticos textuales han empezado a sostener que quizá deberíamos dejar de referirnos al texto «original», pues éste no existe. Esto probablemente sea ir demasiado lejos, pero uno o dos ejemplos concretos del Nuevo Testamento nos permitirán entender las dificultades.
Para nuestro primer ejemplo, tomo la Epístola a los Gálatas de Pablo. Galacia no era una única ciudad con una única iglesia, era una región de Asia Menor (la moderna Turquía) en la que Pablo había fundado varias iglesias. Cuando el apóstol se dirige a los Gálatas, ¿se dirige a una de sus iglesias en particular o a todas? En vista de que en el texto no se identifica a una ciudad en particular, podemos dar por sentado que la carta se escribió para todas las iglesias de la región. Pero ¿significa esto que Pablo escribió varias copias de la misma carta o que escribió una sola carta para que ésta circulara por las distintas comunidades? No lo sabemos.
Supongamos, que realizó múltiples copias. ¿Cómo las hizo? Para empezar, parece que esta carta, como otras de Pablo, no fue escrito a mano por él, sino dictada a una escriba que hacía las veces de secretario. La prueba de ello la encontramos al final de la epístola, donde Pablo añadió una coletilla en su propia caligrafía, de manera que sus destinatarios supieran que era en verdad el remitente de la carta (una técnica usada comúnmente en la Antigüedad en el caso de las cartas dictadas):
Mirad con qué letras tan grandes os escribo de mi propio puño- Gálatas 6:11
En otras palabras, su caligrafía era más grande y probablemente de apariencia menos profesional que la del escriba a quien había dictado la epístola.
Pero si Pablo no escribió sino que dictó la carta, ¿la dictó palabra por palabra? ¿O señaló los puntos básicos y dejó que el escriba completara el resto? Ambos métodos eran comunes entre los autores de la Antigüedad. En caso de que el escriba fuera el encargado de completar la carta, ¿podemos estar seguros de que escribió lo que el apóstol quería? Si no, ¿tenemos en realidad las palabras de Pablo o las de un escriba desconocido?
Pero supongamos que el escriba anotó correctamente el 100% de las palabras de la carta. Si se enviaron varias copias de la epístola, ¿podemos estar seguros de que todas las copias eran también 100% correctas? Existe por lo menos la posibilidad de que, incluso si las copias se realizaron en presencia de Pablo, en alguna de las copias una o dos palabras aquí y allá resultaran modificadas. Y si esto fue así, ¿qué ocurre si sólo una de las copias sirvió como fuente de todas las copias que se hicieron después, en el siglo I, en los siglos II y III y así sucesivamente? En tal caso, la copia más antigua que sirvió como modelo a todas las copias posteriores de la carta no era exactamente igual a la que Pablo escribió o quería escribir.
Una vez la copia empezaba a circular, es decir, una vez llegaba a su destino en una de las ciudades de Galacia, copiaban nuevas copias y nuevos errores. Algunas veces los escribas alteraban el texto a propósito; algunas veces lo hacían de forma accidental. Estas copias plagadas de errores se copiaban a su vez; y las copias plagadas de errores de las copias plagadas de errores volvían a copiarse; y así sucesivamente. En algún momento en medio de todo esto, la copia original terminaba perdiéndose, se desgastaba o se destruía. Y así, en algún punto, dejó de ser posible comparar determinada copia con el original para asegurarse de que era «correcta», por más que alguien tuviera la brillante idea de hacerlo.
Lo que ha sobrevivido hasta nuestros días no es la copia original de la epístola, ni una de las primeras copias que Pablo mandó hacer, ni ninguna de las copias que se realizaron en las ciudades de Galacia a las que esas copias llegaron, ni ninguna de las copias de esas copias. La primera reproducción razonablemente completa de la Epístola a los Gálatas que tenemos es un papiro llamado P46 que data aproximadamente del año 200 e.c., unos 150 años después de que Pablo escribiera o dictara el original de la carta. Antes de que se produjera cualquiera de las copias que han sobrevivido hasta nuestros días, el texto de Gálatas había estado circulando durante 15 décadas, a lo largo de las cuales fue copiado una y otra vez, en ocasiones fielmente, en ocasiones no. Ahora bien, no tenemos forma de reconstruir la copia que sirvió de modelo a P46 . ¿Era una copia fiel? Y si lo era, ¿qué tan fiel? Es casi seguro que contenía errores de algún tipo, como los contenía la copia que le sirvió de fuente, y la copia de la cual ésta era copia y así sucesivamente.
En resumen, hablar del texto original de Gálatas es complejo. No disponemos de ese original y lo mejor que podemos hacer es remontarnos a una etapa temprana y esperar que lo que podamos reconstruir a partir de las copias realizadas en esa etapa refleje de modo razonable lo que Pablo en verdad escribió, o al menos lo que pretendía escribir cuando dictó la carta.
Como segundo ejemplo de los problemas a los que nos enfrentamos, tomemos el Evangelio de Juan. Este Evangelio es bastante diferente de los otros tres evangelios del Nuevo Testamento, ya que cuenta varias historias que no figuran en ellos y emplea un estilo muy distinto. En Juan, los dichos de Jesús son discursos largos en lugar de sentencias concisas y directas; además, Jesús no explica en él ninguna parábola, a diferencia de lo que ocurre en los otros tres. Por otro lado, los acontecimientos narrados en Juan con frecuencia sólo se cuentan en este evangelio: es el caso, por ejemplo, de las conversaciones de Jesús con Nicodemo capítulo 3 y con la mujer samaritana capítulo 4 y de milagros como la conversión del agua en vino capítulo 2 y la resurrección de Lázaro capítulo 11 . El retrato que su autor nos ofrece de Jesús también es bastante diferente del de Mateo, Marcos y Lucas, pues aquí Jesús pasa buena parte del tiempo explicando quién es y dando «señales» con el fin de probar que lo que dice sobre sí mismo es cierto.
No hay duda de que Juan utilizó otras fuentes para su relato, posiblemente una fuente que contaba las señales ofrecidas por Jesús y, quizá, fuentes que describían sus discursos. El autor unió estas fuentes en un único relato de la vida, ministerio, muerte y resurrección de Jesús. No obstante, existe la posibilidad de que hubiera compuesto varias versiones distintas de su evangelio. Los lectores han advertido desde hace mucho tiempo, que el capítulo 21, por ejemplo, parece ser una adición posterior. Juan ciertamente parece terminar en 20:30-31 , mientras que los acontecimientos narrados en el capítulo 21 parecen una especie de ocurrencia tardía, acaso añadida para completar los relatos sobre las apariciones de Jesús resucitado y explicar que la muerte de el discípulo a quien Jesús amaba, el responsable de transmitir las tradiciones recogidas en este evangelio, no era un suceso imprevisto cf. 21:22-23
Otros pasajes de este evangelio tampoco encajan del todo con el resto. Incluso los versículos introductorios, 1:1-18 , que forman una especie de prólogo, parecen ser diferentes del relato al que anteceden. Este celebradísimo poema habla de la «Palabra» de Dios, que existía con Dios desde el principio, era lla misma Dios y se hizo carne en Jesucristo. El pasaje está escrito en un estilo muy poético, sin igual en el resto del evangelio; además, aunque algunos de sus temas centrales se repiten en la narración, no sucede lo mismo con parte de su vocabulario más importante. Por ejemplo, aunque Jesús es descrito como alguien venido de lo alto, nunca se lo vuelve a llamar la Palabra en todo el evangelio. ¿Es posible que el poema inical de Juan provenga de una fuente diferente al resto del libro y fuera añadido por el autor como un comienzo apropiado después de haber difundido una primera versión de su libro?
Supongamos que el capítulo 21 y el poema de 1:1-18 no eran componentes originales del Evangelio de Juan. ¿Qué debemos entender como original, el inicial o el inicial con los añadidos? Y en caso de que quisiéramos reconstruir esa versión anterior, ¿es justo detenernos en ese punto, satisfechos de haber reconstruido, por llamarla de algún modo, la primera edición del Evangelio de Juan? ¿Por qué no ir todavía más lejos e intentar reconstruir las fuentes que subyacen a este evangelio, de las que tomó las señales y discursos, e incluso las tradiciones orales en las que, en última instancia, esas fuentes se basaban?
Ésta es la clase de preguntas que se hacen los críticos textuales, y que ha llevado a algunos de ellos a proponer que deberíamos abandonar la búsqueda del texto original, dado que no podemos ponernos de acuerdo en qué significa hablar del original de la Epístola a los Gálatas o del Evangelio de Juan. Creo que a pesar de que no podemos estar al 100% seguros de hasta dónde podemos llegar, sí tenemos la certeza de que todos los manuscritos conservados tuvieron como modelos otros manuscritos, que a su vez fueron copiados de otros manuscritos, así estamos en condiciones de remontarnos a la etapa más antigua de una tradición manuscrita para cada uno de los libros del Nuevo Testamento. Por ejemplo, todos los manuscritos de Gálatas que han sobrevivido se remontan a algún texto que les sirvió de modelo; todos los manuscritos de Juan que tenemos incluyen el prólogo y el capítulo 21. Por tanto, deberíamos sentirnos satisfechos sabiendo que remontarnos a la versión más antigua asequible es lo mejor que podemos hacer, trátese o no del texto «original». Esta versión más antigua del texto está muy ligada a lo que el autor escribió en su momento, y por tanto constituye el fundamento de la interpretación de su intención.
Todos los escritos de los primeros cristianos nos plantean problemas similares, tanto los que entraron a formar parte del Nuevo Testamento como los que quedaron fuera de él, bien sean evangelios, libros de hechos, epístolas, Apocalipsis o cualquier otra clase de textos. La tarea del crítico textual es determinar la forma más antigua de todos esos escritos.
Los críticos textuales han conseguido determinar con relativa certeza cierto número de lugares en los que los manuscritos conservados no han transmitido el texto original del Nuevo Testamento.
Pongo ahora dos ejemplos de pasajes que hoy sabemos con bastante certeza que no pertenecían al texto original, pero que después de su introducción se convirtieron en partes populares de la Biblia a lo largo de los siglos y continúan siendo importantes para los cristianos en nuestros días.
La mujer adúltera
El episodio de Jesús y la mujer adúltera es una de las historias más conocidas de los evangelios. Sin embargo, a pesar de su popularidad, el episodio sólo se encuentra en un pasaje del Nuevo Testamento, en Juan 7:53-8:11 , y al parecer ni siquiera formaba parte del original de este evangelio.
El argumento del relato es conocido. Jesús se encuentra enseñando en el Templo y un grupo de escribas y fariseos, sus enemigos jurados, se le acercan trayendo a una mujer sorprendida en flagrante adulterio. Su propósito es someter a Jesús a una prueba. La Ley de Moisés exige que la mujer sea apedreada hasta la muerte; pero ellos querían saber qué opinaba él de esta cuestión. ¿Deberían lapidarla o perdonarla? Era una trampa. Si Jesús les decía que dejaran ir a la mujer, se le acusaría de violar la Ley de Dios; si les decía que la apedrearan, se le acusaría de pasar por alto el amor, la compasión y el perdón que predicaba.
Jesús no responde de inmediato; en lugar de ello, se inclina para escribir con el dedo en la tierra. Pero dado que se le continúa preguntando, finalmente responde diciendo que «aquel de vosotros que esté sin pecado, que arroje la primera piedra», después de lo cual sigue escribiendo en la tierra. Aquellos que habían traído inicialmente a la mujer empiezan a marcharse conscientes de sus propias culpas, hasta que no queda nadie más que la mujer. Alzando la vista, Jesús le pregunta: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?». A lo que ella responde: «Nadie, Señor.» A lo que Jesús replica: «Tampoco yo te condeno. Vete y en adelante no peques más».
La historia es brillante, está llena de patetismo y contiene un giro inteligente cuando Jesús usa su ingenio para librarse de la situación y salvar a la mujer. Pero para un lector atento al relato plantea muchas preguntas. Por ejemplo, si la mujer fue sorprendida en el acto de adulterio, ¿dónde está el hombre con el que fue sorprendida? De acuerdo con la Ley de Moisés ambos debían ser lapidados
Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos
- Levítico 20:10
Además, cuando Jesús escribe en la tierra, ¿qué escribe exactamente? (Según una antigua tradición, escribe los pecados de los acusadores que al advertir que sus propias transgresiones eran conocidas abandonan la escena avergonzados) Y aunque Jesús predicara un mensaje de amor, ¿realmente pensaba que la Ley de Moisés había dejado de estar vigente y no era necesario obedecerla? ¿Pensaba que los pecados no debían castigarse en absoluto?
La historia plantea un problema adicional pues resulta que no se encontraba originalmente en el Evangelio de Juan. De hecho, no formaba parte originalmente de ninguno de los evangelios canónicos, sino que fue añadida por un escriba posterior.
¿Como sabemos esto? Los estudiosos no tienen duda. El relato no aparece en el manuscrito más antiguo y mejor conservado del Evangelio de Juan; su estilo es muy diferente al del resto del evangelio y emplea un gran número de palabras y expresiones ajenas al resto del texto. La conclusión es inevitable: este episodio no formaba parte de la versión original del evangelio.
¿Cómo fue posible que se lo añadiera? La mayoría de los expertos piensa que probablemente era un relato muy conocido que circulaba en las tradiciones orales de Jesús y que en algún momento se transcribió al margen de un manuscrito. Después de ello, algún escriba o lector pensó que la nota al margen formaba parte del texto y la insertó después de terminar el episodio narrado en Juan 7:52 . Es importante destacar que otros escribas insertaron el relato en posiciones diferentes del Nuevo Testamento, algunos después de Juan 21:25 y otros lo que es interesante, después de Lucas 21:38 . En cualquier caso, quienquiera que haya escrito el relato, la cuestión es que no fue el autor de Juan.
Esto plantea a los lectores un dilema: si la historia no formaba inicialmente parte de Juan, ¿debe considerársela parte de la Biblia? No todas las personas responderán lo mismo, pero para la mayoría de los críticos textuales, la respuesta es no.
Los últimos 12 versículos de Marcos
El segundo ejemplo a comentar ha tenido gran influencia en la historia de la interpretación bíblica y plantea problemas comparables a los estudiosos de la tradición textual del Nuevo Testamento. Este ejemplo proviene del Evangelio de Marcos y afecta a su final.
En la narración de Marcos, se nos dice que Jesús es crucificado y luego enterrado por José de Arimatea la víspera del sábado
Cuando llegó la noche, porque era la preparación, es decir, la víspera del sábado, José de Arimatea, miembro noble del Concilio, que también esperaba el reino de Dios, vino y entró osadamente a Pilato, y pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión, le preguntó si ya estaba muerto. E informado por el centurión, dio el cuerpo a José el cual compró una sábana y, bajándolo, lo envolvió en la sábana, lo puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña e hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro. María Magdalena y María madre de José miraban dónde lo ponían.
- Marcos 15:42-47
El día siguiente del sábado, María Magdalena y otras dos mujeres regresan a la tumba para embalsamar el cuerpo como es debido
Cuando pasó el sábado, María Magdalena, María la madre de Jacobo, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirlo. Muy de mañana, el primer día de la semana, vinieron al sepulcro, recién salido el sol
- Marcos 16:-12
Cuando llegan, descubren que la piedra que cubría la entrada de la tumba ha sido retirada, y al entrar en el sepulcro se encuentran con un joven vestido con una túnica blanca que les dice: «no os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron». A continuación ordena a las mujeres que digan a los discípulos que Jesús se dirige a Galilea y que allí lo verán «como os dijo». Pero las mujeres salen huyendo de la tumba y no dicen nada a nadie, «porque tenían miedo»
Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, aunque era muy grande. Y cuando entraron en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, cubierto de una larga ropa blanca, y se asustaron. Pero él les dijo:
—No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el que fue crucificado. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar en donde lo pusieron. Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os dijo. Ellas salieron huyendo del sepulcro, porque les había entrado temblor y espanto; y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.
- Marcos 16:4-8
Luego vienen los últimos doce versículos de Marcos que aparecen en la mayoría de las traducciones modernas, versículos que continúan la historia. Allí se dice que el propio Jesús se aparece a María Magdalena, la cual comunica la noticia a los discípulos, pero éstos no la creen Marcos 9-11 . Luego, Jesús se aparece a dos de ellos Marcos 12-13 , y finalmente a los once discípulos (los doce, menos Judas Iscariote) que están sentados a la mesa. Jesús les recrimina por haber sido incapaces de creer y luego les ordena ir por el mundo y proclamar su evangelio «a toda la creación». Quien crea y se bautice «se salvará», pero el que no lo haga «se condenará». Después de ello vienen los versículos más intrigantes del pasaje:
Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien
- Marcos 17-18
Luego, Jesús asciende al cielo para sentarse a la diestra de Dios, mientras que sus discípulos parten a predicar el evangelio, cuyas palabras se ven confirmadas por las señales que las acompañan vv. 19-20
Sin embargo hay un problema: este pasaje no se encontraba originalmente en el Evangelio de Marcos. Una vez más, se trata de una adición realizada por un escriba en una época posterior.
En cierto sentido, este problema textual suscita mayores debates que el episodio de la mujer adúltera, pues ocurre que sin estos últimos versículos Marcos tendría un final muy diferente y bastante difícil de entender. Pero esto no significa que los estudiosos se sientan inclinados a aceptar estos versículos. Los motivos para considerarlos una adición son sólidos e incuestionables. Lo que los expertos discuten es cuál era el verdadero final de Marcos, dado que el final que aparece en los manuscritos griegos tardíos y en la mayoría de las traducciones modernas no es el original.
Las pruebas de que estos versículos no pertenecen al texto original de Marcos son similares a las mencionadas en el caso del relato de la mujer adúltera. Los versículos no aparecen en dos de los manuscritos más antiguos y mejor conservados del Evangelio de Marcos; el estilo es distinto al del resto del texto; la transcripción entre este pasaje y el precedente es difícil de comprender (por ejemplo el versículo 9 presenta a María Magdalena como si no se hubiera mencionado hasta entonces, a pesar de que los versículos previos se refieren a ella; en griego hay un problema adicional que hace que la transición sea aún más torpe); y el pasaje incluye un gran número de palabras y expresiones que no se encuentran en ningún otro lugar del evangelio. Hay pruebas suficientes que evidencian que éstos versículos son una adición al texto de Marcos.
Sin embargo, sin ellos, el relato termina de forma muy súbita. Si omitimos estos versículos. Se pide a las mujeres que informen a los discípulos de que Jesús se dirige a Galilea y que allí los encontrará; pero ellas salen corriendo de la tumba y no dicen nada a nadie, «porque tenían miedo». Fin de la historia.
Seguro que en la Antigüedad los escribas pensaban que éste era un final demasiado abrupto. ¿Las mujeres no le dijeron a nadie que Jesús había resucitado? ¿Es posible que los discípulos nunca se enteraran de la resurrección? ¿Se les apareció Jesús alguna vez? ¡Cómo era posible que ése fuera el final de la historia! Para resolver este problema los escribas añadieron los versículos.
Algunos estudiosos coinciden con esos escribas y piensan que Marcos 16:8 es un final demasiado abrupto. No es que los estudiosos crean que los doce versículos finales que recogen manuscritos tardíos sean el final del evangelio original: saben que no lo es, pero piensan que es posible que la última página del Evangelio de Marcos, en la que Jesús realmente se encontró con sus discípulos en Galilea, se perdiera de algún modo, y que todas las copias que se conservan se remonten a un manuscrito truncado, en el que faltaba la última página.
Esa explicación es muy verosímil. En opinión de otros expertos, también existe la posibilidad de que el autor de Marcos terminara su evangelio con el versículo 16:8 . Desde luego que es un final desconcertante, en el que los discípulos nunca se enteran de que Jesús resucitó porque las mujeres nunca lo cuentan. Una razón para pensar que éste pudo haber sido el final original de Marcos es que esta forma de terminar coincide bastante bien con otros motivos del mismo evangelio: en Marcos (a diferencia de los demás evangelios) los discípulos parecen no entender nunca realmente de qué va la cosa. Repetidas veces se señala que no entienden a Jesús
Subió a la barca con ellos, y se calmó el viento. Ellos se asustaron mucho, y se maravillaban,pues aún no habían entendido lo de los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones.
- Marcos 6:51-52
Y les dijo: —¿Cómo es que aún no entendéis?- Marcos 8:21
Y en varias ocasiones, cuando Jesús les dice que él está destinado a sufrir y morir, su incapacidad para comprender sus palabras es manifiesta
Comenzó a enseñarles que le era necesario al Hijo del hombre padecer mucho, ser desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, ser muerto y resucitar después de tres días. Esto les decía claramente. Entonces Pedro lo tomó aparte y comenzó a reconvenirlo. Pero él, volviéndose y mirando a los discípulos, reprendió a Pedro, diciendo:
—¡Quítate de delante de mí, Satanás!, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.- Marcos 8:31-33
Saliendo de allí, caminaron por Galilea; y no quería que nadie lo supiera, pues enseñaba a sus discípulos, y les decía:
—El Hijo del hombre será entregado en manos de hombres, y lo matarán; pero, después de muerto, resucitará al tercer día.
Pero ellos no entendían esta palabra, y tenían miedo de preguntarle.
- Marcos 9:30-32
—Ahora subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles. Se burlarán de él, lo azotarán, lo escupirán y lo matarán; pero al tercer día resucitará. Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron y le dijeron:
—Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte. Él les preguntó:
—¿Qué queréis que os haga?
Ellos le contestaron:
—Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda.
Entonces Jesús les dijo:
—No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?
Ellos respondieron:
—Podemos.
Jesús les dijo:
—A la verdad, del vaso que yo bebo beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado seréis bautizados pero el sentaros a mi derecha y a mi izquierda no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado.
- Marcos 10:33-40
Quizá eso fue lo que ocurrió y ellos nunca consiguieron entender sus palabras (a diferencia de los lectores de Marcos, que entienden quién es Jesús desde el comienzo del texto). También es interesante destacar que a lo largo de Marcos, cada vez que alguien entiende algo acerca de Jesús, éste le ordena callar, y aún así, con frecuencia, quien lo ha entendido pasa por alto su mandato y se dedica a divulgar la noticia
Entonces lo despidió en seguida, y le ordenó estrictamente:
—Mira, no digas a nadie nada, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que Moisés mandó, para testimonio a ellos. Pero, al salir, comenzó a publicar y a divulgar mucho el hecho, de manera que ya Jesús no podía entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en los lugares desiertos; y venían a él de todas partes
- Marcos 1:43-45
Es muy irónico que cuando se dice a las mujeres no que callen, sino que hablen, ellas hagan caso omiso de la orden y no digan nada.
En resumen, el autor de Marcos quizá pretendía sacudir a sus lectores con este final abrupto, una forma de obligar al lector a detenerse, respirar y preguntarse con voz entrecortada: ¿Qué?.
Los pasajes que acabo de comentar son sólo dos ejemplos de los miles de lugares en que los manuscritos del Nuevo Testamento fueron alterados por los escribas que los copiaron. En ambos casos, se trata de adiciones al texto, adiciones de extensión considerable. Aunque la mayoría de los cambios no son de estas dimensiones, hay muchos cambios significativos y muchos más insignificantes en los manuscritos del Nuevo Testamento conservados hasta nuestros días.
Una observación sobre una ironía. El cristianismo fue desde el comienzo una religión libresca que hacía hincapié en el valor de ciertos textos que se consideraban Escrituras autorizadas. Pero no poseemos en realidad esas Escrituras autorizadas. Tenemos que el cristianismo es una religión del libro cuyos libros han sido alterados, hasta el punto de que actualmente sólo sobreviven copias que difieren unas de otras, a veces de una forma muy obvia.
