Consiste en rechazar la aplicación de una regla apelando a excepciones infundadas.
— Es primo del conserje.
Se utiliza con frecuencia como una pura ley del embudo, para cimentar la excepción o alegar privilegios cuando se trata de aplicar una regla que nadie discute. La falacia consiste en apelar a una excepción no justificada. Es un recurso habitual de los políticos a la hora de juzgar a sus adversarios o de rechazar el recurso al tu quoque (no me critiques por lo que tú mismo haces).
— Sí, pero mi caso es distinto.
La mejor forma de atacar esta falacia consiste en reprochar al oponente por utilizar una doble vara de medir, una doble moral, o, en general, ser contradictorio. A nadie le agrada una acusación en estos términos. Si, pese a esto, nuestro interlocutor no se siente movido a justificar la excepción que reclama, exigiremos las razones por las que debe recibir un trato diferente del que reciben los demás, o por las que no deba ser aplicada la regla general en su caso. Por supuesto que no le faltarán razones. Lo que importa es si las que aporte justifican su posición. Ante adversarios especialmente recalcitrantes, podemos comparar su exigencia con un ejemplo absurdo:
Voy a pedir que no me cobren este año el IRPF, porque mi caso no es como el de todos. Necesito ese dinero para otras cosas.
Otras falacias que acompañan a las generalizaciones son: Generalización precipitada, Conclusión desmesurada, Falacia casuística, Falacia del Secundum quid.