El sufrimiento en la Biblia
Sabemos que si nos ponemos a leer el periódico de hoy «entramos en depresión»: asesinatos, desgracias, desastres naturales, violaciones, accidentes, asesinatos…
El periódico de ayer tenía noticias similares, lo mismo ocurría con el periódico de anteayer y con los de los días anteriores. ¿Qué podemos opinar de todo este desastre? Primero he de decir que yo no soy una persona de esas para las que todo es motivo de tristeza y pesimismo y que se levantan cada mañana deprimidas y abatidas por el estado del mundo. En realidad, soy una persona muy alegre, con buen sentido del humor y ganas de vivir, que tiene la sensación de que existe una increíble cantidad de cosas buenas en el mundo, alguna de las cuales disfruto personalmente en mi vida cotidiana. Pero ello no significa que no pueda preocuparme toda la tragedia del mundo, toda la miseria, el dolor, el sufrimiento. ¿Qué podemos decir de eso?
Me sorprende un poco que sean tantísimas las personas que tienen una idea simple del sufrimiento es que tenemos que entender que Dios es como un padre bueno, un padre celestial, que permite la existencia del sufrimiento en nuestras vidas porque ellos contribuye al desarrollo de nuestro carácter o nos sirve para aprender cómo debemos vivir. Éste es un punto de vista que cuenta con antecedentes bíblicos:
No desdeñes, hijo mío, las instrucciones de Yahveh, no te de fastidio su reprensión, porque Yahveh reprende a aquel que ama, como un padre al hijo querido.
- Proverbios 3:11-12
No es una idea muy generalizada en la Biblia pero también aparece. En el libro de Amós, cuando Dios castiga al pueblo por sus pecados, ese castigo es una especie de disciplina, con la que busca enseñar a los israelitas una lección: tienen que volver a él y sus normas. Según Amós ésta es la razón por la que la nación ha padecido hambre, sequías, epidemias, guerras y muerte: Dios intenta hacer que su pueblo regrese a él Amós 4:6-11 .
Esta idea podría tener sentido si el castigo no fuera tan severo. ¿Hemos de creer que Dios mata a su pueblo de hambre para darle una lección? ¿Envía epidemias que destruyen el cuerpo, enfermedades mentales que destruyen la mente, guerras que destruyen la nación, con el fin de enseñar a su pueblo una lección de teología? ¿Qué clase de padre es si mutila, hiere, desmiembra, tortura, atormenta y mata a sus hijos, todo con el único propósito de mantener la disciplina? ¿Qué pensaríamos de un padre humano que deja que su hijo muera de hambre porque hizo algo que no debía, o que azota a un niño hasta casi matarle para ayudarle a reconocer sus errores? ¿Es el padre celestial de verdad pero que el peor de los padres humanos que podamos imaginar?
Muchos creyentes creen que el sufrimiento del mundo es algo que no podemos entender. Hasta ahí puedo identificarme. Pero posteriormente, añaden, que un día seremos capaces de entender y que entonces el sufrimiento tendrá sentido. En otras palabras, Dios tiene un plan fundamental que en la actualidad no podemos averiguar; pero al final veremos que todo lo sucedido, incluso los sufrimientos más horrendos padecidos por las personas más inocentes, era lo mejor para Dios, el mundo, la raza humana e incluso nosotros mismos.
Esta es una idea consoladora para muchas personas, una especie de afirmación de que Dios tiene el control del mundo y realmente sabe lo que hace. Y si de verdad es así, supongo que nunca lo sabremos, al menos no hasta el fin del mundo. No obstante, no es un punto de vista convincente. Este punto de vista me recuerda mucho un episodio de una gran novela, Los hermanos Karamazov de Fiodor Dostoyevski. El capítulo más famoso de esa obra se titula «El inquisidor general». Es una especie de parábola que cuenta uno de los protagonistas del libro, Iván Karamazov, a su hermano Aliosha, en la que imagina lo que hubiera ocurrido si Jesús regresara a la tierra como un ser humano. En su parábola Iván sostiene que los líderes de la Iglesia cristiana habrían organizado que Jesús fuera ejecutado de nuevo, pues lo que la gente quiere no es la libertad que Cristo trae, sino las estructuras y respuestas autoritarias que la Iglesia ofrece. Los líderes de las megaiglesias del mundo deberían sentarse y tomar nota, pues son precisamente el tipo de líderes que prefieren proporcionar la certeza de las respuestas correctas antes que orientar a la gente y ayudarla a plantearse preguntas difíciles.
Aunque el capítulo sobre el inquisidor general sea el capítulo más famoso de la novela, siempre me han resultado más fascinantes los dos capítulos inmediatamente precedentes. Éstos también recogen los diálogos de Iván y Aliosha. Aliosha, joven y brillante, pero sin experiencia de la vida, es novicio en el monasterio local; es una persona profundamente religiosa pero posee cierta ingenuidad, en ocasiones deliciosa. Iván, su hermano mayor, es un intelectual y un escéptico que reconoce creer en la existencia de Dios (no es ateo), pero no quiere tener nada que ver con él. El dolor y el sufrimiento del mundo son demasiado grandes, y eso en última instancia es culpa de Dios. Aunque al final de los tiempos Dios revelara el secreto que da sentido a todo lo que ha ocurrido sobre la faz de la tierra, eso no bastaría para justificar el mundo.
No es a Dios a quien rechazo, sino la creación; eso es lo que no quiero «admitir»
Iván no acepta la creación porque incluso si Dios fuera a revelar al final aquello que da sentido a todo, continuaría considerando demasiado horrible el sufrimiento que existe en el mundo. Aunque al final Dios mostrara que todo estuvo al servicio de un propósito más grande, más noble, ello seguiría siendo insuficiente para justificar tanto dolor.
Esto empuja a Iván a exponer su visión del sufrimiento en el capítulo clave del libro, titulado «Rebeldía». Argumenta que, para él, el sufrimiento de los niños inocentes es imposible de explicar, y que si alguna vez hubiera una explicación del Todopoderoso, él sencillamente no lo aceptaría.
Buena parte del capítulo está dedicada a la angustia que le provoca a Iván el sufrimiento de los inocentes. Así, por ejemplo, habla de las atrocidades cometidas por los soldados en Bulgaria, donde «incendian, ahogan y violan a las mujeres y a los niños; cuelgan a los prisioneros en las empalizadas de las orejas, les dejan así hasta la mañana siguiente y después les ahorcan». Y se opone a que se compare esta crueldad con la de las fieras, porque, dice, «eso es muy injusto para estas últimas que no llegan jamás a los refinamientos del hombre».
Continúa:
Son los turcos los que torturan a los niños con alegría sádica. Arrancan los niños del vientre materno, los lanzan al aire para recibirlos sobre las bayonetas ante los ojos de las madres cuya presencia constituye el principal placer.
Luego describe otra escena horrible:
He aquí otra escena que me impresionó. Fíjate en ella, aún en el pecho de su madre temblorosa, y alrededor de ella los turcos. Se les ocurre una broma: acariciando el bebé consiguen hacerlo reír; uno de ellos apunta sobre él su revólver. El niño ríe y tiende sus manecitas para coger el juguete; el artista aprieta de pronto el gatillo y le rompe la cabeza.
Las historias de Iván no sólo tratan de atrocidades cometidas durante la guerra. También las hay sobre la vida cotidiana. Y lo que resulta aterrador es que parecen experiencias auténticas de la vida real. la tortura de niños pequeños le obsesiona, y puede producirse incluso entre la gente educada y civilizada de Europa:
Gozan haciendo sufrir a los niños, es su forma de amarlo. La confianza angelical de estas criaturas indefensas seduce a los seres crueles. No saben dónde ir ni a quién dirigirse, y eso excita los malos instintos.
Cuenta entonces la historia de una niña de cinco años a la que sus padres atormentaban y castigaban con severidad por mojar su cama (un relato para el que Dostoyevski se basó en un caso real llevado a los tribunales):
Aquellos padres instruidos ejercían no pocas violencias sobre aquella pobre niña. La azotaban, la pisoteaban sin compasión, su cuerpo estaba lleno de cardenales. Imaginaron finalmente un refinamiento de crueldad: durante las noches glaciales de invierno encerraban a la pequeña en el retrete con el pretexto de que no pedía a tiempo hacer sus necesidades (como si en esa edad, un niño que duerme profundamente pudiera pedir las cosas a tiempo). Le embadurnaban la cara con sus excrementos, y su madre la forzaba a que se los comiese. ¡Su propia madre!
Iván anota que algunas personas han asegurado que el mal es necesario para que los seres humanos puedan reconocer el bien, una idea que rechaza con la niña de cinco años cubierta de excrementos todavía en su mente. Con cierta inspiración poética pregunta a Aliosha:
¿Comprendes tú, amigo y hermano mío, piadoso novicio, que tal absurdo tenga un objeto? Se dice que todo eso es indispensable para establecer la distinción del bien y el mal en la inteligencia del hombre. ¿Para qué sirve esta distinción diabólica que se paga tan cara?
Para Iván, el precio es demasiado elevado. Por tanto, rechaza la idea de que pueda existir una solución divina capaz de hacer que todo el sufrimiento haya valida la pena, una respuesta final, ofrecida en algún momento futuro en el cielo, que justifique la crueldad a la que son sometidos los niños: «Si todos deben sufrir para ayudar con su sufrimiento a la armonía eterna, ¿qué papel desempeñan los niños?». Iván adopta esta posición aquí y ahora para decir que, independientemente de lo que pueda revelarse luego, de lo que otorgue «armonía eterna» a este mundo caótico de maldad y sufrimiento, él lo rechaza por solidaridad con los niños que sufren:
Mientras pueda hacerlo, rechazo admitir esa armonía superior. Creo que esa armonía no vale lo que las lágrimas de un niño, de aquella pequeña víctima, que se golpeaba el pecho y llamaba al «bien Dios» desde su rincón infecto. No lo vale porque esas lágrimas no han sido rescatadas nunca.
En cierto sentido, Iván reacciona contra la vieja concepción ilustrada de Leibniz, según la cual éste es «el mejor de todos los mundos posibles» a pesar de todo el dolor y la miseria que contiene. El único modo en que se podría determinar que éste es de verdad el mejor de los mundos posibles es que, al final, todo lo que ocurre en él tuviera una explicación y una justificación. Pero para Iván nada puede justificarlo. Él prefiere solidarizarse con los niños que sufren que recibir una solución divina final que dé «armonía» al mundo, esto es, una explicación de cómo todos los sucesos del mundo se engranan para beneficio de los buenos propósitos de Dios y toda la humanidad.
Prefiero guardar mis sufrimientos no rescatados y mi indignación persistente ¡aunque estuviese equivocado! Además, se ha exagerado esa armonía; la entrada nos cuesta demasiado cara. Prefiero devolver mi entrada. Como hombre honrado, estoy incluso obligado a devolverla lo antes posible, y eso es lo que hago. No rechazo el admitir a Dios, pero le devuelvo mi entrada muy respetuosamente.
Iván compara el acto final de la historia universal, en el que Dios supuestamente revelará por qué todos los sufrimientos de los inocentes eran «necesarios» para el bien mayor (la armonía eterna), con una obra de teatro, en la que los conflictos de la trama se resuelven todos al final. Iván acepta que quizá los conflictos se resuelvan, pero declara que no le interesa ver la obra. Los conflictos son demasiado reales y condenatorios. Y por tanto devuelve su entrada.
¿Y qué vemos cuando miramos a Jesús? Vemos a alguien que dedicó toda su vida, hasta su misma muerte, al amor desinteresado. Éste fue un amor costoso. Costó a Jesús todo mientras estaba vivo, y al final le costó la vida. Jesús es el que paga el precio definitivo por su amor. y si los cristianos quieren seguirle, han de imitar su ejemplo. También ellos han de darlo todo por amor a sus semejantes. Esto es lo que Jesús hizo, y a l hacerlo nos mostró la verdadera naturaleza de Dios. Dios es aquel que sufre con nosotros. Su poder se manifiesta en el sufrimiento. Su carácter se muestra en la entrega de sus seguidores al prójimo, incluso hasta la muerte.
Esto puede parecer una concepción religiosa muy radical, y de hecho lo es. Esto es cristianismo en serio. No es el tipo de cristianismo que vende libros; no es el tipo de cristianismo que construye megaiglesias. Pero se funda en una posición muy meditada de lo que significa ser cristiano en el mundo.
Pese a lo conmovedor que me resulta este punto de vista, me temo que no puedo evitar encontrarlo problemático. Ha habido muchísimos otros teólogos que han sostenido que Cristo es la respuesta de Dios al sufrimiento. Esta perspectiva resulta reconfortante para los cristianos que sufren conscientes de que su Dios también padeció el dolor, la agonía, la tortura, la humillación y la muerte. Pero esto me inquieta. La mayor parte de la Biblia no nos presenta a un Dios sufriente. Dios es el que causa el sufrimiento, o usa el sufrimiento o impide el sufrimiento. La idea de que el propio Dios sufre se funda en la idea teológica de que Jesús era Dios y dado que Jesús sufrió, Dios sufrió. Pero la idea de que Jesús era él mismo Dios es una perspectiva que no comparten la mayoría de los autores del Nuevo Testamento. De hecho, es una perspectiva que aparece bastante tarde en los orígenes del movimiento cristiano: no se la encuentra, por ejemplo, en los evangelios de Mateo, Marcos o Lucas, por no mencionar las enseñanzas del hombre histórico que fue Jesús. Como desarrollo teológico es interesante e importante, pero no convincente.
Es posible argumentar que ya que Cristo cargó con el sufrimiento del mundo, el mundo no necesita sufrir más. Esto es lo que los teólogos han afirmado acerca del pecado y la condenación: Jesús cargó con nuestros pecados y recibió la maldición de Dios para que nosotros no tuviéramos que hacerlo. ¿Por qué eso mismo no se aplica al sufrimiento? ¿No sufrió él para que nosotros no tuviéramos que hacerlo?
Además, si el Dios cristiano es el Dios que sufre, ¿quién fue el que creó el mundo y lo sostiene? ¿No es acaso el mismo Dios? Al afirmar que Dios sufre con su creación, parecemos sacrificar la idea de que Dios es el soberano de la creación. En otras palabras, una vez más, estamos ante un Dios que no es en realidad DIOS. Y eso no resuelve el problema del sufrimiento: ¿por qué existe?
A lo largo de esta serie de entradas del blog hemos observado varias respuestas bíblicas a esa pregunta, y la mayoría de ellas no resultan satisfactorias ya sea desde un punto de vista intelectual o moral (diferentes explicaciones para la existencia del sufrimiento; algunas de ellas se contradicen entre sí.) ¿Existe el sufrimiento porque Dios castiga a su pueblo por sus pecados? Eso es lo que sostiene los profetas de la Biblia hebrea. Sin embargo, me niego a creer que los defectos congénitos, las hambrunas, las epidemias de gripe, la enfermedad de Alzheimer y los genocidios son instrumentos de Dios para conseguir que la gente se arrepienta, una forma de dar a los pecadores una lección.
Otros escritores creen que ciertas formas de sufrimiento se deben a que los seres humanos tienen libre albedrío y pueden herir, mutilar, torturar y matar a sus semejantes. Eso sin duda es cierto. El racismo y el sexismo son evidentes; las guerras nunca han dejado de existir; todavía se producen genocidios. Pero, ¿por qué permite Dios que los seres humanos causen el mal en unas situaciones y no en otras? ¿Por qué no hace algo al respecto? Si es lo bastante poderoso como para enviar a los ejércitos babilonios a destruir Jerusalén y luego enviar a los persas a destruir a los babilonios, ¿dónde estaba durante la guerra de Vietnam o el genocidio de Ruanda? Si pudo hacer milagros por su pueblo a lo largo de toda la Biblia, ¿dónde está hoy cuando nuestros hijos mueren en accidentes de coche, nuestras parejas padecen esclerosis múltiple Irak está inmerso en una guerra civil y los iraníes quieren seguir adelante con su programa nuclear?
Algunos de los autores bíblicos creían que el sufrimiento era en última instancia redentor; y es cierto que en ocasiones podemos advertir algo bueno en las dificultades que tenemos que afrontar a lo largo de la vida. Sin embargo, no puedo ver nada redentor en los bebés etíopes que mueren de desnutrición, o en los miles de personas que hoy morirán de malaria (o los miles que murieron ayer, y anteayer, etc.), o en el hecho de que toda tu familia sea víctima de la brutalidad de una pandilla de asaltantes drogadictos que irrumpe en tu hogar en medio de la noche.
Algunos autores pensaban que el sufrimiento podía ser un prueba de fe. Pero me niego a creer que Dios mate (o permita al Satán matar) a los diez hijos de Job con el fin de ver si éste le maldice. Si alguien asesina a tus diez hijos, ¿no tendrás todo el derecho de maldecirle? Y pensar que Dios puede arreglarlo todo dando a Job diez hijos de reemplazo es simplemente obsceno.
Algunos autores pensaban que el sufrimiento mundial era causado por fuerzas opuestas a Dios, fuerzas que oprimían a su pueblo cuando éste intentaba obedecerle. Ésta es una concepción que al menos se torna en serio el hecho de que el mal exista y sea omnipresente. Sin embargo, se funda en última instancia en una visión del mundo mítica que es incompatible con lo que hoy sabemos acerca del universo. Asimismo se sostiene en una fe ciega en que al final todo mal será enmendado, una idea noble que me gustaría que fuera cierta, pero que, en última instancia, es sólo eso, una fe ciega: lo que, por otro lado, puede promover con mucha facilidad la apatía social: dado que los problemas del mundo no se solucionarán hasta el final, no tienen ningún sentido que nos esforcemos por resolverlos ahora.
Algunos autores consideraban que el sufrimiento es un misterio. Éste es un punto de vista con el que puedo coincidir, pero parece que no tenemos derecho a pedir una solución a ese misterio, pues, a fin de cuentas, no somos más que meros peones y Dios es el TODOPODEROSO, y no tenemos razón para exigirle explicaciones por sus actos. Si Dios nos ha hecho, entonces es de suponer que nuestro sentido del mal y del bien proceden de él. Si eso es así, no existe otro sentido del mal y del bien que el suyo. Y si él hace algo que está mal, entonces es culpable según las mismas normas de juicio que nos dio como seres humanos que sienten. Y matar bebés, privar de alimentos a las masa y permitir genocidios está mal.
Algunas veces no hay justicia. Las cosas no salen según lo planeado o como deberían. Son muchísimas las cosas malas que ocurren. Pero la vida también nos trae cosas buenas. La solución a la vida es disfrutar de ella mientras podamos, porque es fugaz. Este mundo, y todo lo que contiene, es temporal, pasajero, y pronto habrá acabado. No vivimos para siempre; de hecho, no vivimos mucho tiempo. Y por tanto debemos disfrutar de la vida plenamente, tanto como podamos y mientras podamos. Eso es lo que el autor del Eclesiastés pensaba, y yo estoy de acuerdo.
Esta vida es todo lo que hay
Es la enseñanza explícita de Eclesiastés, y es una que comparten otros grandes pensadores, como el autor de los diálogos poéticos del libro de Job. Por lo tanto, quizá al final sí soy un pensador bíblico. En cualquier caso, la idea de que esta vida es todo lo que tenemos no debería ser una oportunidad para la desesperanza y el desaliento, sino todo lo contrario. Debería ser una fuente de alegría y sueños: alegría de vivir el momento, sueños de hacer del mundo un lugar mejor, tanto para nosotros como para nuestros semejantes.
Esto significa esforzarnos por aliviar el sufrimiento de otras personas y dar esperanzas a un mundo que no las tiene. Lo cierto es que podemos hacer mucho más de lo que hacemos para resolver los problemas que padece la gente en nuestro mundo. Vivir la vida plenamente significa hacer más en este sentido. No tiene por qué haber pobreza en el mundo. La riqueza podría redistribuirse. Esa redistribución podría hacerse incluso a nivel local. Por ejemplo, no tendría que haber personas durmiendo en las calles de mi ciudad. Los niños no tienen que morir de malaria; las familias no tienen que ser víctimas de enfermedades causadas por la falta de agua potable; las aldeas no tienen que padecer hambrunas letales. Los ancianos no tienen que pasar semanas enteras sin que nadie los visite. Los niños no tienen que ir a la escuela sin haber tomado un desayuno saludable. La idea de un salario vital para todos no tiene que ser sólo una visión idealista de un grupo de liberales ingenuos. El país no necesita gastar miles de millones de dólares en guerras que no puede ganar para imponer regímenes que no pueden sobrevivir.
No tenemos que sentarnos ociosos mientras los gobiernos genocidas masacran a sus pueblos. Muchísimas personas han leído acerca del Holocausto y han dicho «nunca más». De la misma forma en que se dijo «nunca más» durante los asesinatos en masa que tuvieron lugar en los campos de la muerte de Camboya. De la misma forma en que se dijo «nunca más» durante las masacres de Ruanda. De la misma forma en que hoy se dice «nunca más» a propósito de las violaciones, saqueos y masacres de Darfur. No tiene por qué ser así. Ésta no es una petición liberal o una petición conservadora, es un petición humana.
Pienso que todos deberíamos esforzarnos por cualquier medio a nuestro alcance para hacer del mundo, éste en el que vivimos, le mejor lugar posible para nosotros mismos. Deberíamos amar y ser amados. Cultivar la amistad, disfrutar de relaciones íntimas, valorar nuestra vida familiar. Disfrutar de la comida y la bebida. Salir a comer fuera y pedir postres poco saludables y asar filetes en la parrilla y beber Bordeaux. Caminar por el barrio, trabajar en el jardín, ver películas en el cine con palomitas, beber cerveza. Viajar y leer libros y visitar museos y contemplar obras de arte y escuchar música. Conducir buenos coches y tener bonitos hogares. Hacer el amor, tener bebés, criar hijos. Debemos hacer lo que podamos por amar la vida, es un don y no lo tendremos por mucho tiempo.
Sin embargo, pienso que también debemos esforzarnos por hacer del mundo el mejor lugar posible para otros, bien sea que eso signifique visitar a un amigo en el hospital, dar más dinero a las organizaciones de beneficencia locales o a las iniciativas de ayuda internacionales, trabajar como voluntarios en el comedor comunitario de nuestra ciudad, votar por políticos más preocupados por el sufrimiento del mundo que por violenta de personas inocentes. Lo que tenemos en el aquí y ahora es todo lo que hay. Hemos de vivir la vida la vida plenamente y ayudar a que otros también puedan disfrutar de los dones de la tierra.
Al final, quizá no tengamos soluciones definitivas para todos los problemas de la vida. Acaso no sepamos muchos porqués y paraqués. Pero simplemente porque no tengamos una solución al sufrimiento no significa que carezcamos de formas de responder a él. Nuestra respuesta debe ser trabajar por aliviar el sufrimiento siempre que nos sea posible y vivir la vida tan bien como podamos.
