Visión del Apocalipsis
De todas las interpretaciones bíblicas que hemos estado viendo en entradas anteriores me siento más identificado con la que da el Eclesiastés. Pensar que con la malaria, por ejemplo, Dios castiga a la población del África subsahariana por sus pecados me parece grotesco y malévolo.
Con todo, otros autores bíblicos nos ofrecen otras soluciones. Desde el punto de vista histórico, la concepción más significativa para el desarrollo de la religión cristiana probablemente sea el apocalipticismo. Esta alternativa surge de los autores no satisfechos por la explicación de que la respuesta está en que proviene de Dios, que castiga al pueblo por sus pecados. Los pensadores apocalípticos advertían que el sufrimiento afligía de forma más notoria a quienes intentaban cumplir con la voluntad de Dios. Y necesitaban encontrar una explicación para eso.
Como hemos visto, la teología de los profetas hebreos se fundaba en la creencia de que, en el pasado distante, Dios había intervenido en los asuntos terrenales para favorecer a su pueblo, Israel.
Dios creó este mundo, formó a los primeros seres humanos, les dio sus primeras normas y les castigó cuando ellos las desobedecieron Dios destruyó el mundo con un diluvio universal cuando la humanidad se tornó demasiado malvada. Dios llamó a Abraham para convertirlo en padre de una gran nación que sería para él su pueblo y él para ella su Dios. Dios interactuó con los patriarcas judíos para garantizar el cumplimiento de sus promesas; les guió hasta Egipto en un período de hambre y luego, cuatrocientos años después, les liberó de la esclavitud que sufrían en ese país. Fue en especial a través de Moisés como Dios realizó milagros para ayudar a su pueblo; tras las plagas que envió a sus opresores egipcios vinieron el éxodo, el cruce del mar Rojo, la destrucción de los ejércitos del faraón, la entrega de la Ley a Moisés y el otorgamiento de la tierra prometida a los hijos de Israel.
Las frecuentes intervenciones de Dios en el pasado crearon un problema teológico para los pensadores israelitas de años posteriores. Por un lado, las tradiciones de estas intervenciones formaban la base de una reflexión teológica sobre la naturaleza de Dios y su relación con su pueblo, al que protegería y defendería siempre que estuviera en peligro. Por otro lado, la realidad histórica parecía contradecir estas conclusiones teológicas, pues de tiempo en tiempo la nación sufría horriblemente. Israel había padecido sequías, hambrunas, epidemias; las cosechas en ocasiones se perdían; se producían trastornos políticos y, lo que resultaba aún más visible, derrotas militares de enormes proporciones, en especial en los años 722 a.e.c., cuando el reino septentrional fue arrastrado por los asirios, y 586 a.e.c., cuando el reino meridional fue destruido por los babilonios.
Los profetas tenían una respuesta a mano: Israel sufría no porque Dios fuera incapaz de hacer nada al respecto por su pueblo elegido, sino porque Dios era todopoderoso. Era Dios mismo quien infligía este sufrimiento a su pueblo, y lo había porque éste le había desobedecido. Si el pueblo volvía a él y sus normas, Dios también volvería a otorgarle su favor, el sufrimiento desaparecería e Israel disfrutaría de nuevo de paz y prosperidad. Eso fue lo que predicaron los profetas tanto en el siglo VIII a.e.c. (Amós, Oseas, Isaías) como en el siglo VI a.e.c. (Jeremías, Ezequiel), o bien en otras épocas. Ésta es la visión profética.
Ahora bien, ¿qué pasa cuando los acontecimientos históricos no confirman la visión profética? ¿Qué ocurrió cuando el pueblo de Israel hizo exactamente lo que los profetas le instaban a hacer, esto es, regresar a Dios, dejar de venerar ídolos y seguir a otros dioses, dedicarse al cumplimiento de la Ley entregada a Moisés, arrepentirse de sus maldades y volver a hacer lo que es justo? La lógica de la solución profética al problema del sufrimiento prometía que en tal caso la situación cambiaría y la vida volvería a ser buena. No fue así.
El problema histórico fue que hubo épocas en las que el pueblo volvió a Dios sin que supusiera una diferencia en su vida de sufrimiento. De hecho, hubo épocas en las que los israelitas sufrieron por volver a seguir la Ley de Dios, épocas en las que potencias extranjeras los oprimieron por observar las leyes que había recibido de Moisés. ¿Cómo podía explicarse ese sufrimiento? El pueblo no sufría por sus pecados, sufría por su rectitud. La respuesta profética no podía dar cuenta de ese problema. La respuesta apocalíptica surgió para lidiar con él.
Los cristianos protestantes seguro objetarán que diga que los judíos comenzaron a sufrir por haber empezado a llevar vidas piadosas. Según el punto de vista de algunos cristianos, los judíos nunca pudieron llevar una vida justa según la Ley de Dios porque les resultaba imposible hacer todo lo que la Ley de Dios les ordenaba hacer y como no podían obedecer la Ley estaban condenados al sufrimiento. En ciertas ocasiones cuando los cristianos exponen este punto de vista, lo que hacen es apelar a un estereotipo antisemita que presenta a los judíos como «gente terca y pecadora». Pero lo más frecuente es que se piense en la noción cristiana de que nadie puede hacer todo lo que Dios quiere que haga. Según este punto de vista, decir que el justo sufre es absurdo: dado que nadie puede ser justo de verdad, no hay manera de que el justo sufra.
Es importante subrayar que ésta es una concepción cristiana que no habrían compartido la mayoría de los autores antiguos, y en especial la gran mayoría de los escritores judíos de la Antigüedad. El libro de Job es bastante explícito al señalar que Job era justo a ojos de Dios y sufrió aunque era inocente. El argumento central del libro se derrumbaría por completo si Job hubiera merecido su destino. El hecho es que Job no se merece lo que le ocurre, y el libro intenta explicar por qué, pese a no merecerlo, sufre.
El caso de los antiguos apocalipticistas judíos es similar pues reconocían que en ocasiones el pueblo judío era piadoso y justo y sufría. Estos pensadores creían que Dios les había explicado el problema. Y ésa es la razón por la que en la actualidad los estudiosos los denominaban apocalipticistas. La palabra proviene del término griego, apocalypsis, que significa «revelación». Los apocalipticistas judíos creían que Dios les había revelado los secretos celestiales que permitirían entender la realidad terrena. Creían que Dios les había explicado por qué su pueblo justo sufría aquí en la tierra. Su sufrimiento era un castigo, pero un castigo que no provenía de Dios, sino de los enemigos cósmicos de Dios. Resultaba obvio que éstos no hacían sufrir al pueblo de Dios por quebrantar su Ley. Todo lo contrario: en tanto enemigos de Dios, hacían sufrir a su pueblo por observar las leyes de Dios.
Para los apocalipticistas, las fuerzas cósmicas del mal estaban sueltas en el mundo y se habían confabulado contra el pueblo bueno de Dios, al que afligían con penas y miserias para hacerle sufrir por estar de parte de Dios. Este estado de cosas no iba a durar siempre. Los apocalipticistas judíos pensaban que no duraría mucho más tiempo. Dios estaba a punto de intervenir de nuevo en el mundo para derrocar a las fuerzas del mal; entonces destruiría los reinos malvados de la tierra y establecería el suyo, el Reino de Dios, en el que él y su Ley reinarían y donde no habría más dolor, tristeza o sufrimiento. ¿Y cuándo llegaría este reino? En palabras del más famoso de todos los apocalipticistas judíos:
Yo os aseguro que entre los que aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios
- Marcos 9:1
O como dice más adelante a aquellos que tiene ante sí:
Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda
- Marcos 13:30
Éstas son las palabras de Jesús, que como otros apocalipticistas de su época creía que las fuerzas del mal hacían sufrir al pueblo de Dios, pero que Dios estaba a punto de hacer algo al respecto, muy pronto, en su propia generación.
En la época de Jesús el pensamiento apocalíptico había alcanzado gran difusión y era una perspectiva muy influyente entre los judíos, en especial entre lo que vivían en Palestina. Podemos encontrar sus raíces en un período de entre 150 y 170 años antes del nacimiento de Jesús, durante lo que la historia conoce como la rebelión macabea. Éste fue un período en que los judíos de Palestina sufrieron una persecución intensa por parte de un gobernante no judío, el monarca de Siria. Para entender esta persecución, y la respuesta judía en forma de la visión del mundo apocalíptica, vamos a repasar los antecedentes históricos.
Israel estaba en el centro de las constantes luchas por el dominio del Mediterráneo oriental. Fue invadido y sus ejércitos derrotados por una superpotencia detrás de otra: los asirios (722 a.e.c), los babilonios (586 a.e.c), los persas (539 a.e.c), los griegos. Los griegos llegaron liderados por Alejandro Magno (356-323 a.e.c), que conquistó el Imperio persa y contribuyó a la difusión de la cultura griega a lo largo y ancho de la región oriental del Mediterráneo Cuando Alejandro murió en el año 323 a.e.c., sus generales se dividieron su enorme imperio, que se extendía desde Grecia hacia el este hasta el río Indo. Palestina estuvo gobernada por los egipcios hasta que los sirios les arrebataron el control en el año 198 a.e.c.
Es difícil saber cómo se sentían la mayoría de los judíos acerca de la dominación extranjera a lo largo de todo este período: durante más de 500 años la «tierra prometida» no había sido gobernada por el pueblo elegido sino por forasteros. Muchos judíos se resentían por ello. Durante la dominación siria las circunstancias empeoraron progresivamente, en particular tras el ascenso al trono de Antíoco IV, también llamado Antíoco Epífanes. Antíoco estaba decidido a extender su reino tan lejos como le fuera posible así como fomentar una especie de hegemonía cultural en los territorios conquistados. En particular, le interesaba imponer la cultura griega a los pueblos bajo su dominio. Esto creó numerosos problemas a los judíos que vivían en Palestina e intentaban seguir la Ley de Moisés, que chocaba gravemente con los dictados de la cultura griega. Los varones judíos, por ejemplo, debían circuncidarse, algo que la mayoría de los griegos consideraban extravagante; había leyes sobre los alimentos que observar; el día sábado y ciertas fiestas tenían que guardarse. Y por encima de todo, sólo podía venerarse al Dios de Israel, nunca a los dioses extranjeros de los cultos griegos.
Antíoco quería cambiar todo eso, como parte de su esfuerzo por hacer que todos los territorios bajo su control fueran uniformes en términos de religión y cultura. El relato de sus interacciones con Israel se recoge en el Libro Primero de los Macabeos, una detallada descripción del violento levantamiento contra sus políticas que estalló entre los judíos de Palestina en 167 a.e.c. El libro debe su nombre a una familia judía responsable de haber iniciado la revuelta, los Macabeos, y en particular del apodo de uno de sus principales hombres. Judas Macabeo.
Según el Libro Primero de los Macabeos, cuando Antíoco IV ascendió al trono había en Palestina algunos judíos «rebeldes» que apoyaban el convertir al pueblo de Israel a las costumbres de Grecia. Éstos impulsaron la cultura griega entre los judíos; construyeron un gimnasio en Jerusalén, e incluso «rehicieron sus prepucios» para poder participar en actividades deportivas sin la embarazosa señal de la circuncisión estuviera a la vista de todos 1 Macabeos 1:11-15 . No todos se sentían contentos con esta situación. Al final Antíoco tropezó con Jerusalén y la atacó; profanó el Templo y se llevó el mobiliario y los utensilios usados por los sacerdotes para realizar los sacrificios prescritos en la Torá 1 Macabeos 1:20-23 . Como anota el autor del texto, Antíaco
partió para su tierra después de derramar mucha sangre y de hablar con gran insolencia
- 1 Macabeos 1:24
Dos años más tarde, Antíoco atacó la ciudad por segunda vez, prendió fuego a partes de ella, derribó casas y tomó como cautivos a mujeres y niños 1 Macabeos 1:29-31 . Con el fin de unificar culturalmente todo su reino, el monarca publicó a un edicto para que
abandonara cada uno sus peculiares costumbres
- 1 Macabeos 1:42
se suprimieron las prácticas sacrificiales en el Templo, se profanó el santuario, se prohibió a los padres circuncidar a sus hijos varones y no se permitió a nadie cumplir con los dictados de la ley mosaica, bajo pena de muerte 1 Macabeos 1:44-50 . Luego empezó una persecución horrible: se ofrecieron sacrificios paganos en el Templo; se construyeron altares a los dioses paganos por toda Judá; se quemaron los libros de la Ley; todo aquel al que se encontraba con un rollo de la Torá era condenado a muerte. Y hubo cosas aún peores:
A las mujeres que hacían circuncidar a sus hijos las llevaban a la muerte con sus criaturas colgadas del cuello
- 1 Macabeos 1:59-61
¿Cómo podía alguien entender esta situación espeluznante? En este caso los sufrimientos del pueblo no eran un castigo de Dios por haber desobedecido su Ley, sino un castigo de los enemigos de Dios, que se oponían a que la obedecieran. La antigua concepción profética del sufrimiento no podía dar cuenta de estas nuevas circunstancias. Surgió entonces una nueva concepción, la que los estudios denominan hoy apocalipticismo, que halló expresión con claridad por primera vez en un texto escrito en tiempos de la rebelión de los Macabeos, el último de los libros de la Biblia hebrea en escribirse, el libro de Daniel.
El término Apocalipsis designa un tipo de literatura que empezó a hacerse popular durante el período de los Macabeos y continuaría siéndolo varios siglos después, tanto entre los judíos como entre los cristianos. En la actualidad la mayoría de las personas conoce al menos a un Apocalipsis el Apocalipsis de Juan, el último libro del Nuevo Testamento. El Apocalipsis de Juan es una obra extraña cuando se la ve con ojos modernos. No obstante, para los lectores antiguos no había nada raro en ella: era un Apocalipsis que compartía con las demás obras del mismo género una serie de convenciones literarias muy conocidas. El género nos parece raro pues no estamos acostumbrados a leer Apocalipsis antiguos; pero son muchos los que se han conservado hasta nuestros días (fuera de la Biblia).
Es interesante comparar la concepción del sufrimiento que encontramos en la visión de Daniel con el punto de vista clásico de profetas escritos como Amós, Oseas e Isaías. La mejor forma de hacerlo es planteando algunas de las preguntas fundamentales sobre el problema del sufrimiento.
- ¿Por qué sufre el pueblo de Dios? Según un pasaje como Amós 3-5 , el pueblo de Dios sufre horriblemente porque ha actuado contra la voluntad divina y Dios le ha castigado. Según Daniel 7 , el sufrimiento aflige al pueblo de Dios porque hay fuerzas del mal en el mundo; éstas se oponen a Dios y a los que están de su parte.
- ¿Quién causa el sufrimiento? En Amós, Dios provoca el sufrimiento. En Daniel, lo provocan las fuerzas que se oponen a Dios.
- ¿Quién tiene la culpa del sufrimiento? En Amós, el pueblo es responsable de su propio sufrimiento: ha pecado y Dios le castiga. Para Daniel, la culpa es de las fuerzas aliadas contra Dios, que persiguen a quienes cumplen su voluntad.
- ¿Qué causa el sufrimiento? En Amós, es la actividad pecadora del pueblo de Dios. En Daniel, es el comportamiento recto de quienes están de parte de Dios.
- ¿Cómo terminará el sufrimiento? Para Amós, terminará cuando el pueblo de Dios se arrepienta de sus pecados y vuelva a dios y sus normas. Para Daniel, terminará cuando Dios destruya a las fuerzas del mal y establezca su reino bueno para su pueblo.
- ¿Cuándo terminará el sufrimiento? Para Amós, terminará en algún momento sin precisar del futuro, cuando el pueblo de Dios advierta su error y se arrepienta. Para Daniel, terminará muy pronto, cuando Dios intervenga en la historia para derrocar a las fuerzas del mal.
Por regla general, los apocalipticistas judíos aceptaban cuatro creencias fundamentales:
Dualismo
Los apocalipticistas judíos sostenían que había dos componentes fundamentales de la realidad de este mundo, las fuerzas del mal y las fuerzas del bien. A cargo de las fuerzas del bien estaba Dios. Pero Dios tenía un adversario personal, un poder maligno que tenía el control de las fuerzas del mal: Satán, el Diablo. Antes hemos visto que en el libro de Job, «el Satán» no es el archienemigo de Dios sino un miembro de su consejo divino, uno de los que se presenta ante él junto a los demás «hijos de Dios». Es con los apocalipticistas judíos cuando Satán adquiere un nuevo carácter y se convierte en el enemigo de Dios por excelencia, un ángel caído poderosísimo al que se ha expulsado del cielo y se dedica a provocar el caos en la tierra oponiéndose a Dios y todo lo que él representa. Fueron los antiguos apocalipticistas judíos los que inventaron al Diablo judeocristiano.
Para los apocalipticistas, todo en el mundo estaba dividido en dos bandos, el bien y el mal, Dios y el Diablo. De parte de Dios están los ángeles buenos; de parte del Diablo, los demonios malvados. Dios tiene el poder de la rectitud y la vida; el Diablo, el poder del pecado y de la muerte. En el sistema apocalíptico, el «pecado» no es una actividad humana, un acto de desobediencia. El pecado es una especie de fuerza demoníaca, que intenta esclavizar a la gente, forzarla a hacer cosas contrarias a su propio interés y opuestas a la voluntad de Dios. ¿Por qué algunas personas no pueden contenerse y hacen lo que saben es malo o incorrecto? Para los apocalipticistas judíos esto es porque el poder del pecado ha conseguido vencerles. Asimismo, la «muerte» no es solo algo que ocurre cuando nuestros cuerpos dejan de funcionar; es una potencia demoníaca presente en el mundo que intenta capturarnos. Y cuando lo consigue, nos aniquila sacándonos de la tierra de los vivos y alejándonos de todo lo que es bueno, así como de la presencia de Dios.
El mundo está lleno de fuerzas demoníacas aliadas contra Dios y su pueblo. El sufrimiento humano se crea en el curso de la batalla, a medida que las fuerzas del mal presentes en el mundo se aprovechan de los seres humanos, que están relativamente indefensos y sufren de manera terrible como consecuencia. Por alguna razón desconocida, Dios ha dejado el control de este mundo a las fuerzas del mal… por el momento. El dolor, la miseria, la angustia, el sufrimiento y la muerte son el resultado.
Este dualismo cosmológico entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal tienen también un componente histórico. Los apocalipticistas pensaban en la historia en términos dualistas: había una separación radical entre esta era y la era por venir. Esta época se encuentra bajo el control de las fuerzas del mal: el Diablo, sus demonios, el pecado, el sufrimiento y la muerte. ¿Por qué hay tantos desastres diferentes en este mundo: terremotos, hambrunas, epidemias, guerras, mortandades? Porque las fuerzas del mal lo controlan. Pero no por siempre. Dios intervendrá en este mundo, derrocará a las fuerzas del mal y establecerá un nuevo reino en la tierra, quienes se le oponen serán aniquilados y su pueblo podrá vivir libre del dolor y el sufrimiento.
Pesimismo
Los apocalipticistas no pensaban que los seres humanos estuvieran en condiciones de realizar ningún avance para acelerar la llegada del Reino de Dios por ellos mismos. De hecho, no podían hacer nada para mejorar su suerte en esta era, una era de maldad, miseria y angustia. Dios había cedido el control del mundo a las fuerzas del mal, y la situación seguiría empeorando y empeorando cada vez más hasta que, al final, literalmente, se arme la de Dios es Cristo. Por tanto, no debemos ilusionarnos pensando que podemos mejorar las cosas perfeccionando nuestros programas de bienestar social ni colocando más profesores en las aulas o más policías en las calles; no podemos mejorar las cosas desarrollando nuevas tecnologías para hacernos la vida más fácil, ideando nuevos planes para alcanzar la paz mundial o dedicando cantidades ingentes de recursos a luchar contra la malaria, el cáncer y el sida. Podemos hacerlo, pero ello carecerá de importancia. En última instancia, son las fuerzas del mal las que gobiernan este mundo, y ellas continuarán ejerciendo su poder y ganando influencia hasta que Dios mismo intervenga para poner fin a ello.
Vindicación
Pero el hecho es que Dios intervendrá para juzgar al mundo en un gran cataclismo final. Dios es quien creó este mundo y es él quien lo redimirá. Enviará desde el cielo un salvador que juzgará a la tierra y a todos los que viven en ella. Aquellos que han estado de parte de Dios y de las fuerzas del bien serán recompensados cuando este día del juicio llegue; entrarán entonces al reino eterno, un mundo en el que no existen el dolor, la miseria y el sufrimiento. Por su parte, quienes se pusieron de parte de Diablo y las fuerzas del mal recibirán su castigo y se los destinará al tormento eterno para que paguen por su desobediencia y por el sufrimiento que causaron al pueblo de Dios.
Además, este juicio no sólo afectará a aquellos que estén vivos cuando llegue el fin de los tiempos; afectará a todos, vivos y muertos por igual. Los apocalipticistas judíos tenían la idea de que al final de los tiempos se produciría la resurrección de los muertos, cuando aquellos que habían muerto previamente volverían a la vida con el fin de afrontar el juicio de Dios, en el que los justos recibirán una recompensa eterna y los injustos serían condenados al tormento eterno.
La mayor parte de la Biblia hebrea es ajena a esta idea de una futura resurrección. Algunos autores pensaban que la muerte conducía a una existencia de sombras; otros parecían pensar que la muerte era el fin de la historia individual. Los apocalipticistas no. Fueron ellos los que inventaron la idea de que la gente viviría eternamente, ya fuera en el Reino de Dios o en un reino del tormento. La primera expresión de este punto de vista la encontramos en el libro de Daniel (capítulo 12). La idea es clara: que a nadie se le ocurra pensar que puede aliarse a las fuerzas del mal en este mundo, hacerse rico, poderoso y famoso gracias a ello y luego morir y quedarse sin castigo. No hay forma de escapar al castigo. En el fin de los tiempos Dios resucitará a todos los muertos y los llevará a juicio. Y no hay nada que pueda hacerse para detenerlo.
Inminencia
¿Y cuándo llegará el fin de los tiempos? ¿Cuándo se producirá el día del juicio? ¿Cuándo tendrá lugar la resurrección de los muertos? La respuesta es clara: muy pronto. El fin está a la vuelta de la esquina. Es inminente.
Los apocalipticistas escribían en una época de terribles sufrimientos y estaban intentando animar a sus lectores a resistir: su mensaje era «sólo un poco más». No renuncies a la fe; no pierdas la esperanza. Dios pronto intervendrá y derrocará a las fuerzas del mal, los poderes de este mundo que tanta miseria y aflicción han traído al pueblo de Dios, los enemigos cósmicos que causan las sequías, las hambrunas, las epidemias, las guerras, los odios y las persecuciones. Aquellos que se han mantenido fieles a Dios sólo tienen que esperar un poco más. ¿Cuánto?
Yo os aseguro que entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios… Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto ocurra
- Marcos 9:1; 13:30
Jesús de Nazaret no fue el único que predicó la llegada inminente de un reino bueno de Dios, que
el tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca
- Marcos 1:15
y que la gente de su propia generación le verían llegar con poder. Básicamente, lo que Jesús predicaba era un mensaje apocalíptico de esperanza dirigido a quienes sufrían en este mundo, a los que decía que no tendría que esperar por mucho tiempo la intervención de Dios. Éste fue un mensaje que predicaron diversos apocalipticistas judíos (y, más tarde, cristianos) tanto antes como después de Jesús.
En la actualidad la mayoría de los cristianos no piensan en Jesús como en un apocalipticista judío. Ésta no es la noción de Jesús que se enseña en los púlpitos de las iglesias. Pero sí es la forma en la que la mayoría de los estudiosos críticos han entendido a Jesús.
La Biblia contiene enseñanzas apocalipticistas y las fuentes más antiguas que tenemos sobre la vida de Jesús, los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, se le presenta transmitiendo un mensaje apocalíptico sobre la llegada del fin de los tiempos y la necesidad de mantenerse fieles a Dios en espera del juicio que está próximo a producirse.
En los evangelios del Nuevo Testamento, esta visión del mundo apocalíptica no surge con Jesús, pues ya está proclamando su precursor, el profeta Juan el Bautista. Según una de nuestras fuentes más antiguas, Juan hablaba así de sus seguidores:
¿Quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, frutos dignos de conversión … Y ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
- Lucas 3:7-9
Para Juan, la cólera de Dios pronto se manifestaría en la tierra. Una imagen vivida vincula el juicio con la tala de los árboles sin fruto, que como los pecadores, serán condenados al fuego. ¿Cuánto falta para empezar la tala? El hacha ya está preparada, «puesta a la raíz de los árboles». En otras palabras, todo está listo para el comienzo del fin, ya.
Jesús transmite un mensaje similar en todas nuestras fuentes más antiguas. En el evangelio más antiguo que se conserva, Marcos, las primeras palabras de Jesús son una proclama apocalíptica sobre el reino futuro:
El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertiros y creed en la Buena Nueva
- Marcos 1:15
Cuando Jesús dice que el tiempo se ha «cumplido», está usando una imagen apocalíptica; esta era en la que vivimos hoy tiene asignada cierta cantidad de tiempo. Ese tiempo casi se ha agotado; como si se tratara de un reloj de arena a punto de llenarse. El Reino de Dios está a punto de llegar, y la gente necesita prepararse para él.
En los evangelios más antiguos, Jesús habla en repetidas ocasiones de la llegada de este «Reino de Dios». Para Jesús, éste no es el destino de las almas que se separan del cuerpo y «van al cielo». El reino de Dios es un lugar real, aquí en la tierra, en el que Dios reinará supremo sobre su pueblo en una especie de estado utópico. Sin embargo, cualquiera no podrá entrar en él:
Allí será el llanto y el relinchar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios.
- Lucas 13:28-29
En particular, Jesús enseñaba que una figura cósmica a la que llamaba el Hijo del hombre, instaurará este reino en un juicio universal. Cuando Jesús se refiere al Hijo del hombre, probablemente alude al pasaje de Daniel en el que uno «como Hijo de hombre» desciende entre las nubes del cielo en el momento de juzgar a la tierra. Jesús también pensaba que éste vendría entre las nubes del cielo para juzgar, castigar y recompensar. De hecho, el Hijo del hombre juzgaría a la gente según hubiera o no atendido la proclamación de Jesús, lo que significa hacer lo que éste les pedía y arrepentirse para preparar la llegada del reino.
Esta aparición del Hijo del hombre estará acompañada de un juicio universal, súbito y de alcance comparable a la destrucción causada por el diluvio en los días de Noé:Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles.
- Marcos 8:38
Este juicio no será un momento feliz para los malhechores de la tierra, pero los justos tendrán entonces su recompensa:Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día … Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos … Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste.
- Lucas 17:24, 26-27, 30
De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será el fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.
- Mateo 13:40-43
Este reino futuro será un lugar real, gobernado, de hecho, por los doce seguidores de Jesús en persona:
El reino lo poblarán los «elegidos» (para Jesús: aquellos que se han adherido a sus enseñanzas) y vendrá sólo después de que este mundo, controlado por las fuerzas del mal, esté acabado:Yo os aseguro que vosotros que me habéis seguido, en al regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel
- Mateo 19:28
Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra al extremo del cielo.
- Marcos 13:24-27
En los evangelios más antiguos que se conservan Jesús enseña que cuando llegue este día del juicio, la suerte de quienes viven en la tierra sufrirá un cambio radical. Los poderosos y encumbrados serán destruidos, mientras que los pobres y los oprimidos serán recompensados. Esta forma de pensar se sustenta en una lógica apocalíptica. ¿Cómo se puede adquirir riquezas, poder e influencia en la era actual? El único modo de hacerlo es alinearse con las fuerzas que controlan este mundo, y éstas son las fuerzas del mal. ¿Quién sufre en este mundo? ¿Quiénes padecen la pobreza, la marginación y la opresión? Las víctimas de las fuerzas que controlan este mundo. En la nueva era todo ello se invertirá. Las potencias que hoy tienen el control serán derrocadas y destruidas, junto a todos los que se han puesto de su parte. Esta es la razón por la que
los primeros serán últimos, y los últimos, primeros
- Marcos 10:31
Esto no fue sólo una frase ingeniosa que Jesús acuñó un día para que tuviéramos algo que decir cuando tenemos que hacer una larga cola en el supermercado; es algo en lo que él creía.
Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado
- Lucas 14:11
De ahí que «el más pequeño entre vosotros, ése es mayor
- Lucas 9:48
y
quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos
- Mateo 18:4
La relevancia de estas enseñanzas para la cuestión del sufrimiento debería ser obvia. Para el Jesús de nuestros evangelios más antiguos, quienes sufren en la actualidad pueden esperar recibir su recompensa y alzarse a una posición prominente en el mundo por venir. En cambio, aquellos que hoy causan dolor y sufrimiento tendrán su castigo. Éste es el argumento de las famosas «bienaventuranzas», que en su forma original no tenían la conocida forma que adoptan en el Sermón de la Montaña de Mateo 5 , sino en la llamada Sermón del Llano de Lucas 6 . Allí Jesús dice: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios». Uno podría preguntarse qué hay de bueno en ser pobre. ¿Es la pobreza algo que debe celebrarse, un motivo para estar feliz? Estas palabras de Jesús tienen más sentido dentro de la concepción apocalíptica. Los pobres son «bienaventurados» porque cuando el Reino de Dios venga, son ellos los que lo heredarán.
La misma interpretación se aplica a «bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados». Pasar hambre no es por sí algo bueno. Pero aquellos que hoy tienen suficiente alimento son los que disfrutarán de los frutos del reino cuando éste llegue. El caso de los afligidos por otros tipos de miseria es comparable: «Bienaventurados los que lloráis ahora, porque reiréis». En el reino por venir todas las situaciones se invertirán. Ésa es la razón por la que sufrientes deben regocijarse. En la era futura todo se trastocará. Entre otras cosas, esto significa que quienes hoy lo tienen fácil deberían prestar atención: cuando el reino llegue, habrán de hacer frente a las terribles consecuencias de los que han hecho en la vida para disfrutar de tantos privilegios.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos! porque habéis recibido vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis hartos!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que reís ahora! porque tendréis aflicción y llanto. ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas.
- Lucas 6:24-26
Y según el Jesús de nuestros primeros evangelios, ¿cuándo llegará ese momento, cuándo vendrá el Hijo del hombre para juzgar e invertir la fortuna de los que viven en la tierra? Jesús pensaba que esto ocurriría prontísimo, antes de que pase «esta generación», antes de que sus discípulos «gusten la muerte». He aquí por qué en repetidas ocasiones dice:
Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!Estad atentos y vigilad, porque ignoráis cuándo será el momento
- Marcos 13:33-37
Ése es también el argumento de muchas de sus parábolas:
Pero si aquel siervo [cuyo señor ha dejado la ciudad por un tiempo] se dice en su corazón: «Mi señor tarda en venir», y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no se espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles.
- Lucas 12:45-46
Nadie sabe cuándo llegará el día, dice Jesús, pero será pronto. Ésta es la razón por la que todos deben velar constantemente.
¿Cómo hemos de evaluar este punto de vista apocalíptico, con su convicción de que este podrido estado de cosas, este mundo miserable en el que vivimos, muy pronto terminará de forma aparatosa? Han pasado casi dos mil años desde que según la tradición Jesús dijo estas palabras y, como es obvio, el final no ha llegado. Con todo, a lo largo de la historia siempre han existido personas que han esperado su llegada durante su propia generación. De hecho, prácticamente toda generación de seguidores de Jesús desde su época hasta hoy ha tenido sus profetas autoproclamados (hay muchos de ellos hoy en día), convencidos de que pueden predecir que el fin, esta vez, es de verdad inminente.
En este punto se apuntala el mayor engaño del que estafadores y alucinados escriben libros y lanzan proclamas aventurando el fin del mundo aduciendo multitud de razones. Un ejemplo lo tenemos en este mentecato. Daros una vuelta por su web para observar lo que digo. ¿No creen que debería haber alguna ley donde metan en psiquiátricos (o en la cárcel por estafa) a este tipo de gente? Antes del Fin.
Un ex ingeniero de cohetes de la NASA llamado Edgar Whisenant escribió un libro en el que aseguraba que Jesús pronto regresaría a la tierra para llevarse a sus seguidores de este mundo (lo que se conoce como «el rapto»); un acontecimiento que conduciría al ascenso del Anticristo y la llegada del fin. El libro se titulaba Eighty-eight Reasons Why the Rapture Will Occur in 1988 (Ochenta y ocho razones por las cuales el rapto ocurrirá en 1988).
En un pasaje del Evangelio de Mateo, Jesús explica a sus discípulos qué pasará cuando llegue el fin de los tiempos y éstos le preguntan cuándo ocurrirá todo eso. Jesús les dice:
De la higuera aprended esta parábola: cuando ya sus ramas están tiernas y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todo esto, sabed que Él está cerca, a las puertas. Yo os aseguro que no pasará esta generación hasta que todo esto suceda
- Mateo 24:32-34
Ahora bien, ¿qué significa todo eso? En su libro, Whisenant señala que en las Escrituras la «higuera» es con frecuencia un símbolo de la nación de Israel. Y ¿qué significa que de la higuera «brotan las hojas»? Eso se refiere a lo que sucede cada primavera; el árbol ha estado inactivo durante el invierno, como si hubiera muerto, y entonces aparecen las yemas. ¿Cuándo le ocurrirá esto a Israel? ¿Cuándo volverá a la vida? Cuando regrese a la tierra prometida y, tras haber estado dormida durante mucho tiempo, vuelva a ser una nación soberana. Y ¿cuándo ocurrió esto? En 1948, cuando Israel se convirtió de nuevo en un Estado. Ahora bien, Jesús dijo que
no pasará esta generación hasta que todo suceda
- Lucas 21:32
¿y cuánto dura una generación en la Biblia? Cuarenta años. Por tanto, sumamos cuarenta años a 1948, y aquí tenemos, 1988.
A partir de esta profecía (y ochenta y siete más). Whisenant estaba convencido de que el fin del mundo se produciría en septiembre de 1988, durante la festividad judía de Rosh Hashaná. Cuando otros cristianos, igualmente, creyentes en la Biblia, señalaron que a continuación Jesús dice
más de aquel día y hora, nadie sabe nada- Marcos 13:32
Whisenant no consideró que eso fuera un inconveniente: el no sabía el día o la hora, sólo la semana.
Obviamente, los hechos demostraron de forma convincente que Whisenant estaba equivocado. En respuesta a ello, éste escribió un segundo libro, en el que aseguró que había cometido un error al haber pasado por alto que en nuestro calendario no hubo un año «cero». Debido a esa omisión, sus cálculos tenían un desfase de un año: el regreso de Jesús se produciría en 1989. Pero, por supuesto, tampoco entonces sucedió nada.
Whisenant tenía dos cosas en común con los miles de cristianos que a lo largo de los siglos han estado convencidos de conocer cuándo llegará el fin. Por un lado, todos han fundado sus cálculos en las «indiscutibles» profecías de las Escrituras (en especial en el libro del Apocalipsis). Por otro, todos y cada uno de ellos han estado absolutamente equivocados.
Quizá la cuestión sea que el quid de las enseñanzas apocalípticas de la Biblia no sea el momento exacto del fin, sino otra cosa.
Jesús y otros apocalipticistas del mundo antiguo estaban haciendo frente a situaciones de dolor y sufrimiento muy reales. Ellos no pensaban que Dios era el que causaba el sufrimiento, ya fuera como un castigo por los pecados o como modo de probar a su pueblo. Y, al mismo tiempo, creían que Dios era el Señor de este mundo. La pregunta inevitable entonces es por qué existía el sufrimiento. Y su respuesta era que, por razones misteriosas, Dios había cedido temporalmente el control del mundo a las fuerzas del mal, que habían desatado el caos en la tierra, en especial entre los elegidos de Dios. Sin embargo, Dios es soberano. Y el reino del mal no es el fin de la historia. El dolor, la miseria y la muerte no son la última palabra, que corresponde a Dios. Dios se reafirmará y arrebatará el control de este mundo a las fuerzas que hoy lo dominan. Y entonces los que en la actualidad sufren serán recompensados en el reino bueno cuya llegada es inminente.
Es probable que ésta no sea una concepción que la gente considere hoy aceptable; a fin de cuentas se sostiene sobre una visión del mundo antigua, muy distinta de la moderna. Ello no implica que deba ignorársela. Como mostraré en el próximo capítulo, la visión apocalíptica del mundo es predominante en el Nuevo Testamento, y es un mensaje concebido para ofrecer esperanza a quienes sufren, para impedir que desesperen en medio de la agonía y la miseria de un mundo que parece controlado por fuerzas malignas, opuestas a Dios y su pueblo.
Diría que la mayoría de los creyentes que hayan pensado en el problema del sufrimiento, utilizarían una respuesta muy típica en ellos, casi estandarizada: «El sufrimiento existe porque tenemos libre albedrío, de otro modo seríamos como robots». Mi pregunta respondiendo a esta aseveración sería : «¿cómo se explican los huracanes, tsunamis, terremotos y demás desastres naturales? A partir de ahí…. les surgen dudas.
El «libre albedrío» como respuesta del sufrimiento no tenía tanto interés para los autores de la Biblia como para nosotros. Hay cantidades de cosas que no figuran en la Biblia que la gente cree, por error, que sí figuran en ella. Por ejemplo, muchos creen que un versículo capital de la Biblia era «Dios ayuda a quien se ayuda a sí mismo». Pues esa frase no es bíblica. Lo mismo ocurre con el argumento del libre albedrío. Aunque muy popular en la actualidad, no se escuchaba con tanta frecuencia en tiempos bíblicos.
El argumento del libre albedrío sirve para explicar buena parte del mal que existe en el mundo, del Holocausto a la tragedia del 11 de septiembre de 2001, desde el sexismo hasta el racismo, desde los delitos de guante blanco hasta la corrupción gubernamental. Pero también es mucho lo que deja fuera de la ecuación.
El 13 de septiembre de 1985, los medios nos informaron de que en el centro de Colombia, el volcán Nevado del Ruíz había hecho erupción. La La avalancha de lodo que produjo arrasó y destruyó cuatro pueblos. Casi todos los habitantes de esos pueblos murieron mientras dormían cuando el lodo, que avanza a unos cincuenta kilómetros por hora, sepultó sus casas. En ese momento se calculaba que el número de víctimas, entre muertos y desaparecidos, superaba los 30.000. ¿Merecía esa gente la muerte por vivir cerca de un volcán?.
Los desastres naturales no son algo que debamos pasar por alto tan fácilmente. Cada años miles de personas, en ocasiones cientos de miles, son víctimas de desastres naturales: heridos, mutilados, muertos, gente despojada de sus hogares sin tener a donde ir, sin nadie en quien apoyarse; para muchos, el infierno en tierra. Como es obvio, los que más nos inquietan son los que tenemos más cerca. Pero incluso en tales casos, hay muchísimas personas que no parecen sentir mucha compasión. En un desastre como pudiera ser el cercano terremoto de Lorca aún hay gente que no ha recibido las ayudas necesarias para poder normalizar su vida. Somos capaces de enviar tropas a Afganistán o al Líbano y no somos capaces de gastarnos el mismo dinero ayudando a los perjudicados. Hay incluso mucha gente, creyentes en su totalidad, que estiman que el hombre debería haber previsto ese desastre natural y si ocurrió lo que ocurrió es porque el hombre no hizo lo que debiera o el culpar del porque se construyó un pueblo en una zona sísmica. Supongo que es fácil culpar a las víctimas cuando principalmente pensamos en nosotros mismos: ¡es que yo me hubiera lardo de allí!. Los lorqueños han estado viviendo ahí desde hace cientos de años y nunca habían asado los terremotos de pequeños temblores. Por otro lado, tomemos el ejemplo de Hití. Es fácil decir algo así cuando uno está en condiciones de comprarse un billete en autobús para cualquier lugar del país o pensar en hacer las maletas y mudarse a otra ciudad sin que ello implique una disminución sería en sus ingresos. En cambio, la situación es más complicada cuando se tienen dificultades para llevar pan a casa, por no hablar de comer fuera de vez en cuando. en tales circunstancias, ¿cómo se supone que alguien puede trasladarse a un lugar más seguro? Y, a fin de cuentas, ¿qué lugar es completamente seguro? La clave de los desastres naturales es que nadie está a salvo.
El 26 de diciembre de 2006 un terremoto en el océano Índico, con epicentro frente a la costa oeste de Sumatra, desencadenó un tsunami que alcanzó las costas de la mayoría de los países de la zona y sembró la muerte y la destrucción a lo largo del sur y el sudeste asiáticos, en especial en Indonesia, Sri Lanka, India y Tailandia. La cifra de víctimas mortales probablemente nunca se conocerá con certeza, pero los mejores cálculos hablan de cerca de 300.000 fallecidos. Y ello sin mencionar a los millones de afectados por el desastre de otras formas que no era la muerte. La mayoría de las personas afectadas son gente desamparada y desesperanzada que depende, en el mejor de los casos, de la ayuda internacional.
Y así va el mundo, un desastre tras otro. Suficientes para convertir a cualquiera en apocalíptico. Estos desastres (y tantísimos otros desde tiempos inmemoriales) no son obra de los seres humanos sino de las fuerzas de la naturaleza. Y a menos de que se quiera creer que Dios inspira a los demonios que los producen, es difícil saber qué relación puede tener con ellos. Una de las virtudes de la perspectiva apocalíptica que comparten muchos de los autores del Nuevo Testamento es que insiste de forma enérgica en que Dios no es quien provoca los desastres naturales; éstos son obra de sus enemigos cósmicos, que no sólo causan terremotos y huracanes y tsunamis, sino también enfermedades y epidemias, problemas de salud mental, la opresión y las persecuciones: es el Diablo y sus acólitos, los demonios, los que tienen la culpa de todo. Éste es un tiempo en el que prácticamente se les ha dado rienda suelta. Sin duda Dios interviene en ocasiones para hacer el bien, por ejemplo, a través del ministerio de Jesús y sus apóstoles. Pero las fuerzas malignas que controlan el mundo no abandonarán hasta el final, cuando Dios descargue su ira sobre ellas y todos sus aliados. Y entonces se desatará el infierno en la tierra nunca se había visto antes.
Tal y como se la recuerda en los evangelios del Nuevo Testamento, la vida de Jesús es sufrimiento: el sufrimiento de otros que él aliviaba, el sufrimiento propio que hubo de soportar. En cierto sentido, este aspecto esencial de la vida de Jesús se resume en las palabras que las autoridades judías pronuncian para burlarse de él mientras cuelga de la cruz en el Evangelio de Marcos; palabras que para el autor del evangelio proclaman el verdad de un modo que quien las pronuncia parece incapaz de entender:
A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse- Marcos 15:31
En este contexto, el término salvarse no tiene las connotaciones que le atribuye la mayoría de los cristianos evangélicos modernos, que preguntan «¿estás salvado?» para saber si su interlocutor ha hecho lo necesario para ir al cielo después de morir. La palabra griega para «salvar», en éste y otros contextos, denota el devolver a una persona su salud e integridad. Jesús «salvó» a otros porque les sanó cuando estaban enfermos o poseídos por demonios. Él es incapaz de salvarse, no porque carezca de la habilidad de bajar de la cruz por sí mismo, sino porque debe hacer la voluntad del Padre: sufrir y morir por el bien de la humanidad. En otras palabras, para traer la salvación, Jesús curó a aquellos que sufrían mediante los milagros que hizo en vida, pero en última instancia curó a todos mediante lo que hizo en su muerte.
En lo que respecta a su vida, los evangelios relatan cómo realizó un milagro tras otro, al enfrentarse a los padecimientos, la miseria y en sufrimiento que veía a su alrededor. Las tradiciones más antiguas recogidas en Mateo, Marcos y Lucas muestran que Jesús no realizó ningún milagro para su propio beneficio. En parte, éste es el quid de las tentaciones que Jesús experimenta en el desierto, cuando el Diablo intenta conseguir que sacie su propia hambre convirtiendo las piedras en pan (Mateo 4:1-11 ). No, su capacidad para obrar milagros no era para beneficio suyo, sino para beneficio de otros. y así los evangelios relatan su milagroso ministerio, en el que recorrió Galilea devolviendo a la gente su salud física y mental. Los milagros son un aspecto tan característico del ministerio de Jesús que resulta difícil encontrar una página de los evangelios en la que no cure a una persona u otra.
Sus milagros más espectaculares son los que resucita a los muertos: una niña de doce años a la que sus padres están llorando; un hombre joven cuyo fallecimiento ha dejado a su madre sola y desamparada; su amigo Lázaro, al que devuelve a la vida ante una gran multitud en una escena espectacular para demostrar que Jesús es
la resurrección y la vida- Juan 11:25
Para los autores de los evangelios los milagros vivificantes de Jesús son la prueba de que él es el mesías tanto tiempo esperado. Cuando Juan el Bautista, que se encuentra en prisión, manda preguntarle si es él «el que ha de venir», Jesús responde:
Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!- Lucas 7:22-23
Éste es un mensaje apocalíptico. Para los apocalipticistas, en el fin de los tiempos Dios volverá a intervenir para aliviar el sufrimiento de su pueblo y le liberará de los poderes del mal que han sido desatados en el mundo. La causa de todos sus padecimientos son el Diablo y sus demonios, que ciegan, mutilan paralizan y dominan al pueblo. A Jesús se le representa como el agente de la intervención divina que ha llegado al final de los tiempos para derrotar a las fuerzas del mal, anticipándose a la inminente llegada del reino bueno de Dios en el que no habrá lugar para el pecado, la enfermedad, los demonios, el Diablo o la muerte.
Pero aunque a lo largo de su ministerio Jesús alivia los sufrimientos de la gente, su propia vida alcanza su punto culminante en un momento de sufrimiento extremo. A lo largo de los evangelios, Jesús dice en repetidas ocasiones a sus seguidores que él habrá de padecer una muerte atroz y humillante en la cruz, una muerte necesaria para la salvación del mundo. Aunque «salvó» a otros, «a sí mismo no puede salvarse». No puede hacerlo porque ello implicaría el fracaso de su misión última, que no es el traer una salud y un bienestar temporales a personas. Su misión última es sufrir él mismo para poder justificar ante Dios a todos los seres humanos y «salvarlos» en el máximo sentido. Para los autores de los evangelios quienes creen en Jesús es aquel que se sacrificó por los demás se justifican ante Dios y podrán entrar en un reino bueno cuando éste llegue. El sufrimiento de Jesús sustituye al suyo; su muerte es un sacrificio por los pecados de otros. Jesús demuestra que tiene poder sobre el pecado al curar a los enfermos, pero en última instancia es muriendo por los pecados como vence de forma definitiva el poder del pecado. Sufre la pena del pecado para que otros puedan ser perdonados y reciben la vida eterna en el reino por venir. Éste es el mensaje definitivo de los autores de los evangelios en su recreación de la vida de Jesús.
El mensaje definitivo de los autores de los evangelios también es el mensaje último del apóstol Pablo. Después de Jesús, Pablo es la otra figura dominante del Nuevo Testamento. De los 27 libros que lo forman, 13 aseguran ser obra suya; otro, el libro de Hechos, se ocupa de su acción apostólica; y uno más, la Epístola a los Hebreos, se aceptó dentro del canon porque se creía (erróneamente) que había sido escrito por él. Esto significa que el Nuevo Testamento incluye 15 libros directa o indirectamente relacionados con Pablo. ¿Y quién fue Pablo? Ante todo un apocalipticista judío que había llegado a la conclusión de que la muerte y resurrección de Jesús justificaba a la gente ante Dios aquí en la tierra, en el punto culminante de la era, antes del cataclismo que supondría la llegada del día del juicio y el fin del mundo tal y como lo conocemos.
Ya hemos considerado algunas de las ideas de Pablo acerca del sufrimiento. Hasta cierto punto, coincidía con los profetas de la Biblia hebrea en que el sufrimiento es un castigo por el pecado. Ésa es la razón por la que Cristo tenía que morir en la cruz: el pecado conlleva un castigo, y Cristo pagó el castigo que otros merecían. Cristo no sufrió este castigo por pecados que él mismo hubiera cometido: él era perfecto y estaba libre de pecado. La razón para que fuera crucificado es que la Ley de Dios indica
maldito todo el que está colgado de un madero
- Gálatas 3:13 citando Deuteronomio 21:23
Al recibir sobre sí la maldición de la Ley, Jesús puede eliminar la maldición que pesa sobre los que creen en él. Esto significa que Pablo también estaba de acuerdo con los autores bíblicos que veían en el sufrimiento un elemento de redención. Para el apóstol, la muerte de Cristo supone la redención definitiva, pues es a través de su muerte y resurrección como la gente puede librarse de la maldición que trae consigo el pecado. Jesús expía los pecados de otros.
Pero, el pensamiento paulino no acaba aquí. Para entender a Pablo es importante reconocer que era un apocalipticista. Fue su visión apocalíptica del mundo la que más incidió sobre su teología. Para comprender esa teología, una teología fundada en la idea de sufrimiento, hemos de entender lo que significa para Pablo ser un apocalipticista, algo para lo que necesitamos cierto contexto histórico.
Pablo no nos dice mucho sobre su vida antes de convertirse en seguidor de Jesús, pero en un par de pasajes nos cuenta algunas cosas Gálatas 1-2; Filipenses 2 . Nos dice que era un judío muy piadoso, formado en las tradiciones de los fariseos, y un ávido perseguidor de los seguidores de Jesús. Con su conversión pasó de ser un adversario de la Iglesia primitiva a ser uno de sus mayores defensores, misioneros y teólogos.
¿Qué implicaciones tiene el que Pablo fuera un fariseo estricto? No se sabe mucho de los fariseos pues las fuentes de información son tardías, en muchos casos, de un siglo o más tiempo después. Antes de la destrucción catastrófica de Jerusalén en el año 70 e.c., sólo tenemos a nuestra disposición las epístolas de Pablo, que fueron compuestas después de su conversión a la fe en Cristo. Algo que se sabe con certeza es que los fariseos, a diferencia de los saduceos, creían firmemente en la futura resurrección de los muertos. Esto significa que los fariseos eran apocalipticistas convencidos de que en el fin de los tiempos resucitarían para afrontar el juicio y recibir su recompensa, en caso de haber estado de parte de Dios, o su castigo, en caso de haberse aliado con las fuerzas del mal. Esto parece ser lo que Pablo creía antes de haberse convertido en un seguidor de Jesús.
¿Qué significaba para un apocalipticista judío empezar a creer que alguien había resucitado de entre los muertos? Los apocalipticistas creían que este mundo estaba controlado por fuerzas del mal cósmicas que sembraban el caos en la tierra; pero los apocalipticistas también creían que Dios pronto intervendría en el curso de la historia para derrocar a las fuerzas del mal y establecer su reino bueno aquí en la tierra. Al final de esta era se produciría la resurrección de los muertos para que afrontaran el juicio.
Si Pablo, como fariseo, creía esto, ¿qué pudo pasar para empezar a creer que alguien ya había resucitado de entre los muertos? La conclusión teológica es clara: el que alguien hubiera resucitado sólo podía significar que la resurrección había empezado que estamos viviendo en el fin de los tiempos, que esta era prácticamente había terminado y la nueva estaba próxima a comenzar. En fin había empezado.
Y eso era exactamente lo que Pablo pensaba. La resurrección de Jesús no era para el apóstol sólo el modo en que Dios había reivindicado a un hombre bueno. Era una señal de que el esperado fin de la historia había llegado, y que la humanidad estaba viviendo en el fin de los tiempos. Esta era de maldad con todo su dolor y miseria estaba a punto de concluir sus días estaban contados; y el Reino perfecto de Dios, en el que no habría más agonía, sufrimiento y muerte, pronto se manifestaría.
Que esto es lo que Pablo pensaba resulta claro en sus escritos, en especial en un capítulo 1 Corintios 15 que dedica casi de forma exclusiva a la cuestión de la resurrección, tanto la de Jesús como la de sus seguidores. Pablo empieza esa sección de la epístola subrayando la enseñanza que constituye el núcleo de su mensaje evangélico:
Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce.
- 1 Corintios 15:3-5
Pablo continúa indicando que después de resucitar, Jesús se apareció a un gran número de personas:
Después se apareció a más de quinientos hermano a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último término se me apareció a mí, como un abortivo.
- 1 Corintios 15:6-8
Muchos pensarán que al ofrecer esta lista de las personas que vieron a Jesús resucitado en la Primer Epístola, Pablo intenta convencer de que la resurrección de Jesús fue real. En absoluto. Pablo les está recordando lo que ellos ya sabían y creían («Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes» dice el primer versículo). ¿Por qué hacer hincapié en que Jesús se apareció a todas esas personas después de su muerte, algunas de las cuales aún están vivas y pueden dar testimonio de ello? Porque el apóstol quiere que sus seguidores recuerden que Jesús resucitó de entre los muertos en un cuerpo físico. Pablo necesita subrayar esto porque hay personas en al congregación de Corinto que niegan que vaya a producirse en el futuro una resurrección física de todos aquellos que ya han muerto (versículo 12).
En la iglesia de Corintio había cristianos que creían que ya estaban disfrutando de todos los beneficios de la salvación, que habían experimentado algún tipo de resurrección espiritual y que ya estaban gobernando con Cristo en el presente. Pablo quiere subrayar que la doctrina de la resurrección se refiere a una resurrección física, real, en la carne. Jesús no resucitó solo en espíritu. Tenía un cuerpo cuando fue resucitado. Un cuerpo que podía ser visto, y que de hecho vivieron muchas personas. Jesús fue el primero en ser resucitado, pero llegado el momento todos resucitarán como él, en cuerpos materiales.
Ésa es la razón por la que Pablo se refiere a Jesús como las «primicias» de la resurrección (versículo 20). Ésta es una imagen agrícola: las primicias eran los frutos que se recogían el primer día de la cosecha; los agricultores celebraban este acontecimiento, previendo la recolección del resto de la cosecha. ¿Y cuándo tendría lugar la recolección del resto de la cosecha? De inmediato, no en algún futuro distante. Al llamar a Jesús primicias de la resurrección, Pablo sostenía que el resto de la resurrección era inminente, a punto de producirse. La resurrección de los creyentes no era un suceso pasado de carácter; era un acontecimiento futuro y material. La prueba de ello era la resurrección de Jesús. Él había resucitado físicamente de entre los muertos, y los demás también lo harían.
El que la resurrección fuera un hecho físico, no sólo espiritual, era lo que probaba a Pablo que la resurrección de los muertos aún no se había producido. Nadie más había experimentado aún la transformación del cuerpo como la que Jesús había tenido. Una gran cantidad de intérpretes han tergiversado 1 Corintios 15:50 ya que Pablo dice: «Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos; ni la corrupción hereda la incorrupción». Debido a estas palabras, esos intérpretes insisten en que Jesús no resucitó físicamente de entre los muertos, pues los cuerpos de carne y hueso no pueden entrar en el Reino. Lo que a su vez les lleva a concluir que la resurrección de Jesús fue espiritual, no física.
Ello significa pasar por alto el quid de la argumentación de Pablo. Para Pablo no hay duda de que es un cuerpo material el que entra en el Reino. Pero no se trata de un cuerpo físico normal. Es un cuerpo que ha sufrido una transformación y se ha hecho inmortal. Así la gente pudo ver a Jesús después de la resurrección. Lo que veían era en verdad su cuerpo, pero su cuerpo transformado. Pablo compara la resurrección con un árbol: lo que se siembra en la tierra es una bellota, pero lo que emerge de ella es un roble. La resurrección es similar. Los cuerpos se entierran siendo mortales, débiles, enfermizos; pero vuelven a la vida completamente transformados (versículos 36-41). Los cuerpos que emerjan en la resurrección serán cuerpos gloriosos, como el cuerpo de Jesús resucitado.
Pablo creía que este mundo material en el que moramos se encuentra bajo el control de las fuerzas del mal, y que nuestros cuerpos están también sometidos a esas fuerzas. Ésa es la razón por la que enfermamos, envejecemos y morimos. Pero Dios intervendrá y derrocará a esas fuerzas. Y cuando esto ocurra nuestros cuerpos sufrirán una transformación, y dejarán de estar sujetos a los estragos de la enfermedad, el tiempo y la muerte. Tendremos cuerpos eternos y viviremos junto a Dios por siempre. Y para Pablo esto era algo que estaba a punto de ocurrir. De hecho, así como Jesús había anunciado a sus discípulos que «entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean venir con poder el Reino de Dios», también Pablo predijo que el fin de los tiempos, la resurrección de los muertos y la transformación de los cuerpos se produciría en vida de algunos de sus destinatarios (y de él mismo).
Para Pablo, la solución al dolor y el sufrimiento del mundo llega con el fin de los tiempos, cuando todos seamos transformados y llevados al Reino de Dios en el que no habrá más miseria, angustia y muerte. Éste es un acontecimiento futuro, pero es inminente. ¿Hay pruebas de ello? Sí: Jesús ha resucitado de entre los muertos y, por tanto, la resurrección ya ha empezado.
En todos sus textos Pablo da por sentado que el fin de los tiempos ha empezado con la resurrección de Jesús y que pronto esta era alcanzará su clímax. Este clímax involucrará el regreso de Jesús desde el cielo, para dar comienzo a la resurrección de los muertos. En ningún otro lugar enseña esto con mayor claridad que en la más antigua de sus cartas que se conserva, la Primea Epístola a los Tesalonicenses. Pablo escribe esta carta en parte porque los miembros de la iglesia que él había fundado en la ciudad de Tesalónica se sentía cada vez más confundidos. En el momento de su conversión, el apóstol les había enseñado que el fin llegaría de inmediato con el regreso de Jesús desde el cielo para juzgar a la tierra. Pero el fin no se produjo, o seguía sin producirse, y entre tanto algunos miembros de la congregación habían muerto, y los que quedaban estaban molestos: ¿significan esto que aquellos que habían fallecido se perderían las recompensas gloriosas que se les otorgarían cuando Cristo regresara en toda su gloria? La carta de Pablo les asegura que todo obedece a un plan y que «los que murieron en Cristo» no han perdido sus recompensas eternas. Serían los primeros en ser premiados cuando Cristo regresara. Esto se afirma con claridad en uno de los comentarios más gráficos de Pablo sobre lo que ocurrirá en el fin de los tiempos:
Os decimos esto como Palabra del Señor: Nosotros, los que vivamos los que quedemos hasta la Venida del Señor no nos adelantaremos a los que murieron. El Señor mismo, a la orden dada por la voz de un arcángel y por la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor.
- 1 Tesalonicenses 4:15-17
Éste es un mensaje sorprendente. En primer lugar, Pablo parece pensar que él se encontrará entre los vivos cuando este cataclismo se produzca (el apóstol se incluye entre «nosotros, los que vivamos, los que quedemos»). En segundo lugar, todo el pasaje presupone una cosmología antigua en la que el universo en el que vivimos se compone de tres niveles (en ocasiones se lo denomina «universo de tres plantas»). Por un lado está el nivel en el que vivimos los seres humanos, una tierra plana. Luego está el mundo inferior, donde se encuentran los muertos. Y por último está el ámbito celestial, en las alturas, donde vive Dios (y ahora cristo). En esta concepción, Cristo estuvo antes entre nosotros, en nuestro nivel, luego murió y pasó al nivel inferior. Después se le resucitó de entre los muertos y volvió a nuestro nivel, antes de ascender finalmente al nivel superior. Con todo, pronto volverá a descender, y cuando lo haga, los muertos del mundo inferior se levantarán y serán llevados a los cielos para conocer al Señor, y nosotros, los que aún vivamos, iremos con ellos.
Así es como pensaba Pablo, que en este sentido era un típico hombre de la Antigüedad que no sabía que este mundo era redondo, que es simplemente un planeta en un sistema solar más grande girando alrededor de una estrella entre los miles de millones de estrellas que pueblan nuestra galaxia, que es apenas una de tamaño medio entre miles de millones de galaxias. En nuestra cosmología no existen cosas como arriba o abajo en sentido litera. Y nadie piensa ya que Dios vive «arriba» y los muertos «abajo». Nuestro universo es diferente del que imaginaba Pablo. Es difícil imaginar cómo hubiera conceptualizado su mensaje si hubiera sabido lo que sabemos sobre el planeta Tierra.
Pablo como apocalipticista consideraba que el sufrimiento que experimentamos hoy terminará cuando tenga lugar la resurrección final y este mundo y nuestros cuerpos mortales se transformen en materia incorruptible e inmune al dolor, el sufrimiento y la muerte. Ahora bien, ¿qué nos espera entre tanto? Según Pablo, sufrimiento.
Las cartas de Pablo a los Corintios (1 y 2 Corintios ) se escribieron para atacar a los que creían que ya estaban disfrutando de los beneficios de la resurrección en el presente. Para el apóstol, no había nada que pudiera estar más lejos de la verdad. La resurrección de Cristo era el comienzo del fin, pero el fin aún no se había producido y hasta entonces éste sería un mundo de dolor y miseria. Como dice en su Epístola a los Romanos:
Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Pues la ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo.
- Romanos 8:18-23
Pablo hace hincapié en que el mismo Cristo no tuvo una existencia terrenal libre de color. Es poquísimo lo que el apóstol dice en sus cartas acerca de la vida de Jesús. Pablo nunca menciona ninguno de sus grandiosos milagros, sus curaciones, sus exorcismos, sus resurrecciones de muertos. Lo único que le obsesiona es la crucifixión. Para Pablo, esto es un símbolo de lo que significa vivir en este mundo. La vida actual es una vida devastada por el dolor y la agonía, similar a la agonía que padeció Cristo en la cruz. Por este motivo los que llama «superapóstoles» (los apóstoles que aparecieron en la iglesia de Corintio) han tergiversado gravemente el mensaje evangélico 2 Corintios 11 .
Estos supuestos apóstoles creían que Cristo les había otorgado el poder de elevarse por encima de las miserias de la vida terrenal, y sostenían que cualquiera que siguiera sus enseñanzas sería capaz de hacer lo mismo. Según Pablo esto no era cierto. La vida en este mundo era miserable, y aquellos que siguieran a Cristo habían de participar plenamente en la miseria que él padeció en la cruz. Esto explica por qué Pablo consideraba que ser apóstol en este tiempo significaba sufrir, lo que le llevaba a exhibir con orgullo su propio sufrimiento en nombre de Cristo: sus encarcelamientos, flagelaciones, palizas; el haber sido apedreado y sobrevivido a naufragios y vivir peligros y adversidades constantes; su hambre, su sed, su indefensión. 2 Corintios 11:23-29 . Éstas eran las marcas del verdadero apóstol en esta era de sufrimiento, en los días previos al glorioso regreso de Jesús para obrar la resurrección de los muertos, cuando todos aquellos que le eran fieles serían recompensados, perfeccionados y completados, para entrar en el gran Reino de Dios que él traería del cielo.
Muchos de los creyentes que creen en el Apocalipsis, ven los acontecimientos actuales como señales evidentes de que ese fin está cerca. El conflicto en Oriente Próximo como cumplimiento de las profecías antiguas, o de la predicción según la cual Rusia lanzará una ataque nuclear contra Israel, o de cómo la Comunidad Europea estará pronto dirigida por un líder político que resultara ser nada menos que el Anticristo. Pero el Apocalipsis no fue escrito para el futuro, fue escrito para los contemporáneos del autor. Y no anuncia el surgimiento del islam militante, la guerra contra el terrorismo, una crisis del petróleo o un holocausto nuclear definitivo. Anuncia la llegada del fin del mundo en la época del autor. Cuando dice que el Señor Jesús vendrá pronto Apocalipsis 22:20 , quería decir «pronto», no 2.000 años después. La idea de que «pronto» significa para Dios «el futuro distante» fue una argucia posterior que encontramos, por ejemplo, en la Segunda Epístola de Pedro:
que ante el Señor un día es como mil años y, mil años, como un día
- 2 Pedro 3:8
Esta redefinición del significado de «pronto» resultaba muy oportuna. Si el autor del Apocalipsis y otros profetas cristianos de la Antigüedad como el apóstol Pablo creían que el fin era inminente y éste nunca se produjo, ¿qué otra cosa podían hacer los creyentes salvo decir que «inminente» debía entenderse de acuerdo al calendario divino, no según los calendarios terrestres?
No hay ningún otro libro de la Biblia tan centrado en el sufrimiento como el libro del Apocalipsis. En sus páginas se habla de guerra, hambre, epidemias, desastres naturales, masacres, martirios, adversidades económicas, pesadillas políticas y, finalmente el Armagedón. No es de extrañar que sus lectores siempre hayan dado por sentado que el libro se refería a su propio tiempo y que todas las generaciones hayan creído reconocer en él las dificultades de su época.
Después de la introducción del libro en la que el autor se identifica como Juan e indica que Cristo pronto regresará del cielo Apocalipsis 1:1-7 , se describe una visión simbólica de Cristo como «un Hijo de hombre» que aparece en medio de
siete candelabros de oro- Apocalipsis 1:12-13
Se trata de una visión abrumadora: Cristo se manifiesta como una figura poderosa que viste una túnica talar ceñida con una faja de oro (señal de su realeza), tiene el cabello blanco como la nieve (señal de su eternidad), los ojos «como llama de fuego» (señal de ser un juez) y cuya voz suena como «grandes aguas» (señal de su poderío). En su mano sostiene siete estrellas (que representan a los ángeles guardianes de las siete iglesias de Asia Menor) y de su boca sale «una espada aguda de dos filos» (señal de que habla la palabra de Dios). Como es comprensible, tras ver todo esto el profeta sufre un desmayo.
Cristo le levanta y le dice:
Escribe, pues, lo que has visto; lo que ya es y lo que va a suceder más tarde
- Apocalipsis 1:19
Este mandato proporciona la estructura del libro. Lo que se ha mostrado a Juan en la visión es a Cristo que controla las iglesias en las cuales está presente. Con «lo que ya es» se refiere a la actual situación de las iglesias de Asia Menor, a cada una de las cuales Cristo envía una carta (capítulos 2-3) en la que se indican sus aciertos y sus fallos y se las exhorta a hacer lo que es justo y mantenerse fieles hasta el fin de los tiempos. Con «lo que va a suceder más tarde» se refiere al grueso del libro en los que el profeta tiene una serie de visiones acerca del curso de la historia de la tierra en el futuro. Son estas visiones las que han cautivado a la mayoría de los lectores del libro a lo largo de los siglos.
Las visiones comienzan con el profeta contemplando una puerta abierta en el cielo. Una voz le dice entonces:
Sube acá, que te voy a enseñar lo que ha de suceder después- Apocalipsis 4:1
El profeta consigue subir de algún modo y cruzar la puerta, y entonces se encuentra en el salón del trono de Dios, donde veinticuatro ancianos (los 12 patriarcas de Israel y los doce apóstoles) y cuatro criaturas vivas (en representación de todas las formas de vida) veneran y adoran al Todopoderoso en todo su esplendor. El autor ve a continuación un rollo en la mano derecha de Dios, un rollo
sellado con siete sellos
- Apocalipsis 5:1
y empieza a llorar al descubrir que no hay nadie digno de romper los sellos del rollo. Sin embargo, luego ve
un cordero, como degollado
- Apocalipsis 5:6
lo que evidentemente es una imagen de Cristo a quien en otras partes del Nuevo Testamento se describe como
el cordero de Dios que quita el pecado del mundo
- Juan 1:29
El cordero recibe el rollo, lo que le hace merecedor de las alabanzas y adoración de los ancianos y las criaturas vivientes. Y entonces empieza la acción. El cordero rompe los sellos uno a uno, y cada vez que rompe un sello una serie de desastres horrendos golpea la tierra: guerras, matanzas, dificultades económicas, muertes, martirios, destrucción generalizada. La ruptura del sexto sello está acompañada de un cataclismo tremendo en el cielo y la tierra:
Y seguí viendo. Cuando abrió el sexto sello, se produjo un violento terremoto, y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna toda como sangre, y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra… y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todos los montes y las islas fueron removidos de sus asientos
- Apocalipsis 6:12-13
Cabía esperar que después de esto, con el sol, la luna, las estrellas y la tierra destruidos hubiera llegado el fin del mundo. Pero no es así: ¡apenas estamos en el capítulo sexto! Faltan aún dos rondas más de desastres. Con la ruptura del séptimo sello, se produce un gran silencio y luego aparecen siete ángeles a cada uno de los cuales se entrega una trompeta. Y a medida que los ángeles tocan sus trompetas, se producen nuevas catástrofes: la tierra es abrasada; las aguas se convierten en sangre y se contaminan; el sol, la luna y las estrellas se oscurecen; langostas y escorpiones atormentan a los hombres; estallan guerras violentas, se desatan plagas. Junto a los demás desastres, se produce la aparición de la gran bestia, el Anticristo, que siembra el caos en la tierra. Y entonces, después de que la séptima trompeta ha sido tocada, otros siete ángeles aparecen, cada uno de los cuales porta una enorme copa colmada con el furor de Dios Apocalipsis 16:1-2 . Cada ángel derrama su copa sobre la tierra, lo que se traduce en catástrofes adicionales, hasta que se alcanza el punto culminante con la destrucción de la gran ciudad enemiga de Dios
la Gran Babilonia- Apocalipsis 18:2
Por último, tiene lugar una batalla final, en la que Cristo aparece desde el cielo a lomos de un caballo blanco Apocalipsis 19:11 ; él combate contra el Anticristo y sus ejércitos, a los que conduce a su destrucción eterna en el lago de fuego Apocalipsis 19:17-21 . Después de esto vendrá un milenio de utopía en la tierra, en el que el Diablo permanecerá recluido en el abismo para que no pueda hacer ningún mal Apocalipsis 20:1-6 . Tras ese período de mil años el Diablo volverá a ser libre por un breve tiempo y llega el fin. Todos los muertos resucitan y se los somete a juicio. Aquellos anotados en «el libro de la vida» reciben una recompensa eterna; aquellos cuyos nombres aparecen en los demás libros son condenados al castigo eterno. A continuación la Muerte y el Hades, el reino de los muertos, son arrojados al lago de fuego Apocalipsis 20:11-15 .
Y entonces aparece el reino eterno. El cielo y la tierra se rehacen y una ciudad celestial, la Jerusalén santa, desciende del cielo, una ciudad con puertas de perla y calles de oro Apocalipsis 21:9-27 . Allí los redimidos llevarán por siempre una vida bendita de alegría y paz, en la que no existen el dolor, la angustia, la miseria, la muerte o el sufrimiento. Allí Dios reinará supremo, a través del «Cordero» victorioso, que es venerado por siempre jamás.
Ya que el Apocalipsis describe los desastres que tendrían lugar en el fin de los tiempos y el Reino glorioso y utópico de Dios que llegará entonces, y dado que nada de ello ha ocurrido, no es de extrañar que a lo largo de los siglos los lectores hayan interpretado el libro como un relato de sucesos que aún están por producirse. Sin embargo, el texto contiene indicios claros de que su autor no está interesado por el futuro distante, digamos, el siglo XXI, sino que se ocupa de forma simbólica de lo que ocurrirá en su propia época.
Las visiones contenidas en los Apocalipsis antiguos se presentan acompañadas de su interpretación por parte de una figura angélica, y esto ocurre también en el libro del Apocalipsis. Dos ejemplos de ello. En el capítulo 17 uno de los ángeles que llevaban las copas con el furor de Dios lleva al profeta al desierto para mostrarle una visión del gran enemigo de Dios que aparecerá en el fin de los tiempos. Se trata de la famosa «Ramera de Babilonia». Juan ve a una mujer sentada sobre una bestia de color escarlata, que tiene siete cabezas y diez cuernos (esto para recordar al lector la cuarta bestia de Daniel, también provista de diez cuernos). La mujer está adornada con oro, joyas y perlas, esto es, posee una riqueza fabulosa. De ella se dice que ha fornicado con «los reyes de la tierra». En su mano lleva una copa de oro «llena de abominaciones y también las impurezas de su prostitución». Y en su frente hay «un nombre escrito, un misterio: La Gran Babilonia, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra». Para terminar, se cuenta que esta mujer
se embriagaba con la sangre de los santos y con la sangre de los mártires de Jesús
- Apocalipsis 17:1-6
¿Quién o qué es esta gran abominación, este terrible enemigo de Dios? Lo primero que destaca es que se dice que es una ciudad: Babilonia. Cualquiera que esté familiarizado con la Biblia hebrea sabe que la ciudad de Babilonia aparece allí como la enemiga máxima de Dios y de su pueblo, Israel. Sin embargo, esa ciudad no podría ser el enemigo de Dios para este profeta, pues para finales del siglo I la Babilonia histórica, real, había dejado de ser una amenaza: ¿cuál entonces era la ciudad de la visión? Tiene que ser una ciudad que haya «fornicado» con otros reyes, esto es, una ciudad terrestre que haya tenido relaciones escandalosas y descaradamente pecaminosas con otros imperios. Más significativo aún es que se nos dice que las siete cabezas de la bestia que monta simbolizan los siete reyes que han gobernado la ciudad, pero también las
siete colinas sobre las que se asienta la mujer- Apocalipsis 17:9
En este punto todo lector agudo sabe qué ciudad representa la mujer. ¿Qué ciudad del mundo antiguo se levanta sobre ciertas colinas? Roma. Y para recalcar esta interpretación, se informa al profeta de que la mujer es de hecho
la Gran Ciudad, la que tiene la soberanía sobre los reyes de la tierra- Apocalipsis 17:18
¿Qué ciudad dominaba el mundo en tiempos del autor? Roma, la capital del Imperio romano. Ése era el gran enemigo de Dios, el que perseguía a los cristianos y al que Dios finalmente derrocará. Roma es el enemigo contra el que se escribe el libro del Apocalipsis.
Tomamos otra imagen. En el capítulo 13 leemos acerca de otra bestia, una que surge del mar. Una vez más, se dice que el monstruo tiene diez cuernos y siete cabezas. Y que tiene un gran poderío sobre la tierra. De una de sus cabezas (uno de sus gobernantes) se dice que recibió lo que parecía una «herida de muerte» que luego se curó. Toda la tierra se postra ante la bestia, que profiere «grandezas y blasfemias». Además, se le permite «hacer la guerra a los santos y vencerlos». Si esta descripción suena muy parecida a la de la bestia del capítulo 17, es porque lo es. También esta bestia es Roma. Sin embargo, aquí se nos dice que la bestia tiene «la cifra de un hombre» y esa cifra, la marca de la bestia, es 666.
¿Quién es este Anticristo cuyo número es 666? A lo largo de los siglos la gente ha propuesto toda clase de especulaciones sobre quién podría ser. En la década de 1940 algunos pensaban que podía ser Hitler o Mussolini. Otros decían que la bestia era Henry Kissinger o el papa. En años recientes se decía que era Saddam Hussein.
Un lector inteligente de la Antigüedad no habría tenido dificultades para saber de quién se trataba. Las lenguas antiguas como el griego o hebreo empleaban las letras de sus alfabetos como numerales. (Nosotros usamos el alfabeto latino y los números árabes). La primera letra era «uno», la segunda «dos», y así sucesivamente. Así, el autor del Apocalipsis está indicando que si se toman las letras del nombre de esta persona, la cifra resultante será 666. En determinado nivel, éste es un número cargado de simbolismo. El número perfecto, el número de Dios, es el siete. Siete menos uno es seis; el número de un «hombre». Un triple seis designa a alguien alejadísimo de la perfección de Dios, una cifra que simboliza lo más distante a Dios. ¿A quien?
La bestia de siete cabezas y diez cuernos es Roma. Éste es el gran enemigo de los santos. Pero ¿A quién en Roma se consideraba como el mayor enemigo de los cristianos? El primer emperador que persiguió a los cristianos fue César Nerón. Y resulta, que en el Oriente romano existía el rumor de que Nerón iba a regresar de entre los muertos para provocar en el mundo aún más estragos que mientras estaba vivo. Eso sugiere la idea de alguien que recibe una «herida mortal», pero luego se recupera, que es lo que se dice aquí de la bestia. Con todo, lo más llamativo es el número: cuando se divide en letras hebreas el nombre César Nerón, la suma da un total de 666.
El libro del Apocalipsis no predice lo que va a ocurrir en nuestra época. Su autor estaba interesado en lo que sucedía en la suya, una época marcada por la persecución y el sufrimiento. En Roma el emperador Nerón había estado condenado a muerte a los cristianos. Y el estado del mundo en general parecía terrible. Había terremotos, hambrunas y guerras. No hay duda, debió pensar en algún momento nuestro autor, las cosas no podría ir peor.
Por desgracia las cosas empeoraron. Este mundo estaba repleto de maldad, y Dios iba a juzgarlo. La cólera de Dios pronto se haría sentir en el mundo, y ay de aquel que viva para ser lo que ocurre.
Sin embargo, al final de los terribles días que se avecinaron, Dios finalmente intervendría en favor de su pueblo. Destruiría a todas las fuerzas del mal: los imperios malignos aliados contra él y las fuerzas cósmicas del Diablo y sus acólitos que los apoyaban. Cristo regresaría del cielo y en una exhibición cósmica de fortaleza aniquilaría a todas las potencias opuestas a Dios y a todo ser humano, del emperador para abajo, que hubiera cooperado con ellas. El nuevo reino descendería a la tierra, un reino simbolizado en el Apocalipsis por la Jerusalén celestial, con puertas de perla y calles de oro. Todo lo que en realidad es odioso y dañino dejará de existir entonces. No habrá nunca más persecuciones, dolor, angustia, miseria, pecado, sufrimiento o muerte. Dios reinará supremo de una vez por todas. Y su pueblo gozará de una existencia celestial por siempre jamás.
¿Qué ocurre con la visión del mundo apocalíptica cuando el esperado apocalipsis nunca se produce? En Marcos, Jesús afirma que algunos de sus discípulos «no gustarán la muerte» antes de que vean
venir con poder el Reino de Dios- Marcos 9:1
Y aunque también indica que nadie conoce «el día o la hora» precisos, si sostiene que el fin de todas las cosas se producirá antes de que pase
esta generación- Marcos 13:30
Pablo mismo, parece haber esperado estar entre «los que vivamos, los que quedemos» cuando el Señor regrese del cielo para celebrar su juicio. El profeta Juan, en el libro del Apocalipsis, señala que oyó al propio Jesús decir «vengo pronto», razón por la cual le pedía «¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!». ¿Qué pasa entonces cuando Jesús no viene? Los primeros cristianos creían que vivían en «los últimos días». Su propio Señor había sido un apocalipticista que había advertido al pueblo de Israel que necesitaba arrepentirse antes de que fuera demasiado tarde, pues
el Reino de Dios está cerca- Marcos 1:15
Y Jesús había sido seguidor de Juan el Bautista, que sostenía que «ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles», en otras palabras, que el juicio apocalíptico estaba a punto de empezar. Los seguidores de Jesús creían que él mismo sería quien traería ese juicio, que había ascendido al cielo temporalmente pero pronto regresaría como el mesías para juzgar la tierra y establecer el Reino de Dios. Y esperaban que todo ello fuera inminente.
Sin embargo los días de espera se convirtieron en semanas, las semanas en meses, los meses en años y los años en décadas, y el fin nunca llegó. ¿Qué sucede con una creencia que los acontecimientos históricos refutan de forma tan radical?
Lo que sucedió es que los seguidores de Jesús optaron por transformar su mensaje. En cierto sentido, la esperanza apocalíptica puede entenderse como una especie de cronología divina en la que toda la historia se divide en dos períodos, la era del mal controlada por las fuerzas contrarias a Dios y la era futura en la que el mal será aniquilado y el pueblo de Dios reinará supremo. Cuando el final no se produjo como se preveía, algunos seguidores de Jesús transformaron este dualismo temporal (esta era vs la era por venir) en un dualismo espacial, entre el mundo inferior y el mundo superior. O, para explicarlo de otra manera, cambiaron el dualismo horizontal de las expectativas apocalípticas acerca de la vida en esta era en oposición a la vida futura (dualismo horizontal porque todo ello ocurre en el mismo plano, aquí en la tierra) por un dualismo vertical que oponía en cambio la vida en el mundo inferior a la vida en el mundo superior (arriba vs abajo). En otras palabras, de las cenizas de las expectativas apocalípticas incumplidas surgió la doctrina cristiana del cielo y el infierno.
El apocalipticismo es una forma antigua de teodicea, una explicación de por qué puede haber tanto dolor y sufrimiento en el mundo si lo controla un Dios bueno y todopoderoso. La respuesta apocalíptica es que Dios es el soberano absoluto, y que volverá a afirmar su soberanía en el futuro, cuando derroque a las fuerzas del mal y reivindique a todos los que en esta era han estado de su parte. ¿Por qué prosperan en la actualidad los malvados? Porque se han aliado con el mal. ¿Por qué sufren los justos? Porque están de parte de Dios. Pero en la era por venir Dios invertirá el orden actual de las recompensas y los castigos. Los primeros serán los últimos y los últimos los primeros; quienes se ensalcen serán humillados y quienes se humillen serán ensalzados.
Cuando eso no ocurrió, cuando el mundo nunca se transformó, los cristianos empezaron a pensar que el juicio no era algo que fuera a ocurrir aquí, en este plano terrenal, en algún cataclismo futuro. Esto sucedería en la otra vida, cuando cada uno muriera. El día del juicio no era algo que fuera a tener lugar pronto, en algún momento indeterminado del futuro. Era algo que estaba ocurriendo todo el tiempo. El juicio se celebraba en la muerte. Aquellos que se habían aliado con las fuerzas del mal recibían su recompensa eterna siendo enviados a vivir para siempre con el Diablo, en las llamas del infierno; por su parte, aquellos que se había aliado con dios recibirían su recompensa al otorgárseles la vida eterna para que disfrutaran por siempre y junto a Dios de la felicidad del cielo. En esta versión transformada, el Reino de Dios deja de concebirse como un reino futuro aquí en la tierra y pasa a ser el reino en el que Dios reina actualmente, en el cielo. Es en esta vida después de la muerte donde Dios reina actualmente, en el cielo. Es en esta vida después de la muerte donde Dios hace valer su nombre y juzga a su pueblo, no en alguna especie de transformación de este mundo malvado.
En el Nuevo Testamento existen huellas de esta versión «desapocaliptizada» del cristianismo. El último de los cuatro evangelistas canónicos en escribirse fue el Evangelio de Juan, obra de alguien distinto al Juan que escribió el libro del Apocalipsis. Una de las características llamativas de este texto es que en él Jesús no habla ya de la llegada del Reino de Dios como el lugar en el que Dios reinará aquí en la tierra. En el Evangelio de Juan lo importante no es el futuro del mundo, lo importante es la vida eterna en el cielo que obtienen aquellos que creen en Jesús. En Juan, Jesús no insta al pueblo de Israel a arrepentirse porque «el Reino de Dios está cerca». Insta a la gente a creer en él como aquel que ha descendido a la tierra y ha de regresar al cielo junto a su Padre celestial. Aquellos que creen en él experimentarán un renacimiento, un nacimiento «de lo alto» (el significado literal de Juan 3:3 ). Aquellos que nazcan de lo alto podrán esperar regresar a su hogar celestial cuando abandonen esta vida. Ésta es la razón por la que, según Juan, Jesús deja a sus discípulos para prepararles un lugar en el cielo, la morada a la que irán cuando hayan muerto Juan 14:1-3 .
Para Juan el mundo es un lugar maligno, gobernado por el Diablo. Pero la salvación no se alcanzará en vida de sus discípulos, cuando el Hijo del hombre llegue para juzgar el mundo y traer el Reino de Dios. La salvación la obtendrá cada individuo, que recibirá la vida eterna cuando crea en aquel que descendió del Padre y ha regresado a él. Aquí, en Juan, es posible apreciar cómo el dualismo horizontal del mensaje apocalíptico se ha transformado en un dualismo vertical del cielo y la tierra.
Más tarde los cristianos desarrollaron con mayor detalle la doctrina del cielo y el infierno como los lugares de destino de las almas individuales tras la muerte. Esto es algo que prácticamente no aparece en la Biblia. La mayoría de los autores de la Biblia hebrea, o al menos aquellos que creían en una vida después de la muerte, pensaban que ésta consistía en una existencia sombría en el sol, independientemente de que se hubiera sido malo o bueno en la tierra. La mayoría de los autores del Nuevo Testamento pensaban que la vida después de la muerte era la existencia de los resucitados aquí en la tierra, en el futuro Reino de Dios. Las nociones cristianas del cielo y del infierno suponen un desarrollo de esta noción de resurrección, pero también su transformación, una transformación motivada por el fracaso de las expectativas apocalípticas de Jesús y sus primeros seguidores.
En el centro de la respuesta apocalíptica al sufrimiento se encuentra la noción de que el Dios que creó este mundo se dispone a transformarlo. El mundo se ha convertido en un lugar maligno; las fuerzas del mal lo controlan y se harán cada día más poderosas hasta que llegue el final, cuando Dios intervendrá de una vez poderosas hasta que llegue el final, cuando Dios intervendrá de una vez por todas, destruirá cuanto es malo y recreará el mundo como un paraíso para su pueblo.
He de decir que hay varios aspectos de esta concepción apocalíptica que me parecen dotados de una gran fuerza y atractivo. Se trata de una visión del mundo que se toma en serio el problema del mal. El mal no es sencillamente algo dañino que cierta gente hace a otra gente, aunque no hay duda de que en su forma más simple lo es. Lo que sucede es que el mal que los seres humanos se hacen unos a otros puede alcanzar tales proporciones, ser tan perverso, tan abrumador, que resulta difícil concebirlo como una cuestión de personas que hacen cosas malas. El Holocausto o la limpieza étnica en Bosnia, por ejemplo, superan las dimensiones de los individuos que los llevaron a cabo. Las catástrofes humanas pueden tener una proporción cósmica; el mal en ocasiones supera a tal punto lo tangible que nos resulta demoníaco El apocalipticismo sostenía que en realidad era demoníaco, que su causa eran fuerzas muy superiores a los seres humanos y más poderosas de lo que nosotros mismos podemos imaginar.
Además, la visión apocalíptica tiene en cuenta el sufrimiento horrendo de quienes son víctimas de los desastres naturales: huracanes que arrasan ciudades eternas; terremotos que dejan a más de tres millones de personas indefensas sin hogar en los Himalayas cuando el invierno se cierne sobre ellas; avalanchas de lodo que sepultan aldeas enteras en cuestión de minutos; tsunamis que acaban con cientos de miles de vidas en un soplo. La visión apocalíptica advierte en el mundo la existencia de un mal auténtico que no se limita a una cuestión de gente mala haciendo cosas malas.
Asimismo se trata de una visión diseñada para dar esperanza a quienes padecen sufrimientos que de otro modo parecían insoportables; sufrimientos que no parecen en ningún sentido redentores, sufrimientos que desgarran no sólo el cuerpo sino el corazón mismo de nuestra existencia emocional y mental. La esperanza que la visión apocalíptica otorga es la fe en la bondad definitiva. Afirma que aunque el mal hoy triunfa, sus días están contados; que todos aquellos que hoy padecen dolor, miseria y sufrimiento en el mundo serán recompensados. Dios intervendrá para reafirmar su poder bueno sobre este mundo malogrado. El mal no tendrá la última palabra porque la última palabra corresponde a Dios. La muerte no es el fin de la historia; el fin de la historia es el futuro Reino de Dios.
Todo esto me parece muy potente y conmovedor. Pero la visión del mundo apocalíptica se funda en ideas mitológicas que sencillamente son inaceptables. Para pensadores de la Antigüedad como los autores de la Biblia, la noción misma de lo que ocurriría al final de los tiempos se basaba en una concepción del mundo como un universo de tres plantas en el que Dios ha renunciado temporalmente al control de la tierra, pero pronto descenderá de las alturas para traer el mundo superior a nuestro mundo aquí abajo. Pero es un hecho que no hay Dios en las alturas, arriba en el cielo, esperando «descender» o llevarnos allí con él.
Por otro lado, la creencia ferviente en que debemos de estar viviendo al final de los tiempos se ha revelado equivocada una y otra vez, todas las veces. Es cierto que quienes sufren pueden hallar algo de esperanza en la idea de que todo va a cambiar pronto, que el mal que padecen será destruido y que ellos recibirán su justa recompensa. Pero también es cierto que el fin previsto nunca se produjo y nunca se producirá hasta que, por alguna razón, la humanidad sencillamente se extinga…. y todos muertos por igual.
Que siempre habrá profetas que anuncien la inminencia de ese final es indudable. Cada vez que se produce un crisis mundial de importancia estos profetas surgen con fuerza. Escriben libros (y son muchos los que ganan montones de dinero haciéndolo, lo que es irónico). Nos dicen que la situación actual de Oriente Próximo o la de Europa, China, Rusia, Estados Unidos, supone el cumplimiento de lo que los profetas predijeron hace tiempo. Luego pasa el tiempo, nada cambia salvo los gobernantes, sus políticas y, con frecuencia, las fronteras de los países que controlan. Después surge una nueva crisis: en un lugar de la Alemania nazi se trata de la Unión Soviética; en lugar de la Unión Soviética el fundamentalismo islámico; en lugar del fundamentalismo islámico lo que sea que venga luego. Cada nueva crisis genera una nueva colección de libros que vuelven a asegurarnos que los acontecimiento recientes son cumplimiento de las profecías del pasado. Y así sucesivamente.
Esta perspectiva tiene muchos inconvenientes. El más obvio es que todos los que alguna vez han hecho predicciones de este tipo se han equivocado absolutamente. Otro problema es que este tipo de perspectiva tiende a promover cierta complacencia religiosa entre quienes «saben» lo que el futuro les tiene reservado y no están dispuestos a someter sus ideas a un examen crítico.
Otro problema adicional es que el «saber» que al final una intervención sobrenatural lo corregirá todo puede promover cierta complacencia social, una indisposición a hacer frente al mal aquí y ahora con la idea de que, más tarde, alguien muchísimo más capacitado que cualquiera de nosotros se encargará de ello. Pero ante el sufrimiento real la complacencia no es el enfoque más apropiado para lidiar con el mundo y sus enormes problemas. Tiene que haber una mejor forma de hacerlo.
