La parte final del Génesis 37-50 narra cómo salvó Dios a la familia del patriarca Jacob de una hambruna que recorrió la tierra y amenazó con aniquilar a sus habitantes, los antepasados de los israelitas; si el hambre se hubiera impuesto, habría anulado la promesa que Dios había hecho a Abraham de que haría de él una gran nación. La historia es algo complicada. Empieza bastante antes de que se produzca la hambruna con un caso trágico de discordia familiar en el que uno de los hermanos es maltratado por los demás y vendido como esclavo, un sufrimiento que era parte del plan divino.
Jacob tenía doce hijos engendrados por varias esposas. Su favorito era José, al que colmaba de atenciones, incluido el regalo de «una túnica de manga larga». El favoritismo de Jacob provocó ciertos celos entre los hermanos, con excepción de Benjamín, todos ellos mayores que José. Dos sueños de José vinieron a exacerbar el problema. En el primero, los hermanos están atando haces de mies en el campo y todos los haces se inclinaban ante el de José. En el segundo, el sol, la luna y once estrellas se inclinan ante él. Sus hermanos captaron la idea: José estaba diciendo que un día ellos estarían supeditados a él Génesis 37:1-11 .
Esa perspectiva no les era grata, y dado que eran gentes de carácter dulce decidieron matarle Génesis 37:18-20 . Pero uno de ellos, Rubén, instó a los demás a que en lugar de quitarle la vida, le echaran a un pozo. Después de hacerlo, otro hermano, Judá, vio una caravana que pasaba por allí y convenció a sus hermanos de que debían vender a José como esclavo a los mercaderes. Mientras los mercaderes llevaban a José a Egipto, los hermanos tomaron la túnica que su padre le había regalado, la mancharon de sangre de un cabrito y la presentaron a Jacob, que concluyó con tristeza que alguna bestia salvaje debía haberse comido a su hijo.
Con el tiempo, José triunfó como esclavo en Egipto, gracias a que «Yahveh estaba con él»; su propietario, Pitufar, era un aristócrata y le puso al frente de toda la casa. La esposa de Pitufar se enamora del apuesto y joven esclavo y cuando éste se niega a acostarse con ella, lo acusa de haber intentado violarla. José es arrastrado a la cárcel, pero incluso allí prospera, pues «Yahveh estaba con él», y el alcaide le confía todos los detenidos en la prisión 39 . Allí José se revela como un interpretador de sueños certero, tanto que algunos años después, cuando el faraón egipcio tiene un par de sueños perturbadores, sus sirvientes le informan de la existencia de este prisionero capaz de interpretarlos.
El faraón había soñado con «siete vacas hermosas y lustrosas» que pastaban en el Nilo a las que devoraban siete vacas «de mal aspecto y macilentas»; asimismo soñó con una caña en la que crecían siete espigas «lozanas y buenas» a las que luego consumían siete espigas «flacas y asolanadas». José no tuvo dificultades para interpretar ambos sueños: indicaban que el país viviría siete años de abundancia a los que seguirán siete años de hambre. El faraón necesitaba nombrar un administrador que pudiera almacenar recursos durante los siete años de abundancia y así tener reservas suficientes para afrontar los siete años de hambre que vendrían luego. El faraón comprendió que José era la persona ideal para este trabajo, así que le liberó y le convirtió en su mano derecha 41 .
Cuando el hambre llegó, Egipto no fue el único afectado. Israel también se vio amenazada por la falta de alimentos. Jacob envió a sus hijos a comprar comida a Egipto. Los hermanos se presentaron ante José, sin reconocerle, y cumpliendo el sueño que este había tenido en su juventud, se inclinaron ante él para mostrarle obediencia. Al final, tras varios episodios intrincados en los que los hijos de Jacob son puestos a prueba por su hermano, José les revela quién es, se produce un feliz reencuentro y él promete aliviar el hambre de sus familias. Jacob y los suyos terminaron viviendo en Egipto bajo la protección del primer ministro del faraón, José. (Así llegó el pueblo de Israel llegó a Egipto, siendo el preámbulo al «éxodo» liderado por Moisés cuatrocientos años después.)
Llegado el momento, Jacob muere y los hermanos de José empiezan a ponerse nerviosos: ¿les devolverá el mal que le hicieron? A fin de cuentas, todos sus sufrimientos habían sido en última instancia culpa suya: sus hermanos se burlaron de él, amenazaron con matarle, le secuestraron y le vendieron; había tenido que servir como esclavo y, mientras lo era, había sido acusado injustamente de intento de violación y enviado a prisión. La de José no había sido una vida muy placentera, y ellos eran los responsables. Conscientes de que su ira podía acarrearles la muerte, se le acercaron para, con humildad, solicitar su perdón Génesis 50:15-18 . Y entonces llega la línea clave del texto:
Replicóles José: «No temáis, ¿estoy yo acaso en vez de Dios? Aunque vosotros pensasteis hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso»
- Génesis 50:19-20
A continuación José les promete cuidar de ellos y de sus familias, lo que hace hasta su muerte. Y así termina el libro del Génesis. A través del sufrimiento de José, Dios salvó a su pueblo.
Esta idea de que lo que los seres humanos «piensan para hacer el mal» Dios puede «pensarlo para el bien», se halla implicada en varias historias bíblicas de sufrimiento. En ocasiones, gracias a la intervención de Dios, el sufrimiento puede ser un mecanismo de redención. Algunos sufrimientos, sugieren los autores bíblicos, permiten a Dios hacer sus propósitos de salvación. La persona que sufre posiblemente no se de cuenta en el momento, pero Dios ciertas veces hace el bien (la salvación) a partir del mal (sufrimiento).
En la serie de relatos bíblicos dedicados a las plagas creadas para la liberación de los esclavos en Egipto tiene un aspecto intrigante. El corazón endurecido del faraón. En ciertos pasajes se indica que el corazón del faraón se endureció Éxodo 8:15, 32 , lo que tiene algún sentido. Cuando la plaga termina, el faraón se niega a creer que tenga algo que ver con una intervención divina y se muestra más decidido a mantener esclavizados a los israelitas. En otras ocasiones se dice que es Dios quien endurece el corazón del faraón. ¿Para qué iba a querer Dios hacer que el faraón no escuchara razones o se negara a prestar atención a las graves señales que se le presentaban?. En esto el texto es claro: Dios no quería que el faraón dejara marchar a los israelitas.
Y cuando finalmente permite partir, Dios le hace cambiar de opinión y lanzarse a perseguirlos. Es aquí cuando Dios demuestra que él y sólo él es quien ha librado al pueblo de la esclavitud. Todo esto se dice en el relato. Al principio, Dios dice a Moisés sobre el faraón:
yo, por mi parte, endureceré su corazón, y no dejará salir al pueblo
- Éxodo 4:21
Más tarde explica la lógica de esta decisión:
Ve al Faraón, porque he endurecido su corazón y el corazón de sus siervos, para obrar estas señales mías en medio de ellos; y para que puedas contar a tu hijo, y al hijo de tu hijo, cómo me divertí con Egipto… y sepáis que yo soy Yahveh
- Éxodo 10:1-2
Algo más adelante, cuando los hijos de Israel se preparan para cruzar el mar, Dios dice:
Que yo voy a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria a costa del Faraón y de todo su ejército … Sabrán los egipcios que yo soy Yahveh
- Éxodo 14:17-18
Y eso es lo que ocurre. Los hijos de Israel cruzan el mar mientras las aguas forman una muralla a uno y otro lado. Pero cuando los egipcios les siguen, las aguas volvieron a unirse y muchos de ellos perecen ahogados.
El sufrimiento de los israelitas en Egipto se prolongó para que Dios pudiera demostrar que había sido él, y no un faraón de corazón blando, el que les había liberado de la esclavitud. Y el faraón y todos sus ejércitos reciben el castigo definitivo con el fin de que Dios pueda revelar a todos que él es el Señor todopoderoso que ha liberado a su pueblo. El sufrimiento sirve para demostrar el poder y la salvación de Dios.
La historia de las plagas de Egipto, en la que Dios intencionadamente dificulta la vida de su pueblo y retrasa su liberación antes de ayudarle, recuerda a la resurrección de Lázaro en el Evangelio de Juan. Ya es conocido el final de esta historia cuando Jesús grita lo de «¡Lázaro, sal fuera!» . Es una imagen con mucha fuerza e impactante dando a entender que Jesús puede vencer a la muerte. El comienzo de la historia es igual de interesante. Las hermanas de Lázaro, Marta y María envían un mensaje a Jesús, que se encuentra a varios días de camino, en el que dicen que su hermano está enfermo y le piden que le sane. Jesús se niega a ir de inmediato. ¿Por qué? Porque, dice
esa enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella
- Juan 11:4
Y a continuación vienen dos versículos intrigantes:
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, permaneció dos días más en el lugar donde se encontraba
- Juan 11:5-6
Porque Jesús amaba a Lázaro permaneció dos días más donde se encontraba. ¿Tiene eso sentido? Si Jesús amaba a Lázaro, lo lógico sería que corriera a curarle ¿no? No, no para el autor del Evangelio de Juan. En este libro, Jesús se mantiene alejado porque quiere que Lázaro muera, pues si Lázaro no muere, él no podrá resucitarle de entre los muertos. Jesús no se pone en camino hasta el tercer día, por lo que cuando llega a Betania Lázaro lleva ya muerto cuatro días.
¿Por qué? «Para que el Hijo de Dios sea glorificado» . El rescate divino es más intenso cuanto más intenso es el sufrimiento. Jesús realiza una resurrección, no sólo una sanación.
El sufrimiento como vanagloria
Así tenemos que en algunos pasajes de las Escrituras el sufrimiento existe para que Dios sea glorificado. En otros pasajes el sufrimiento tiene otro origen, pero Dios es capaz de aprovecharlo para hacer el bien. El sufrimiento, aquí, permite tener cierta esperanza. Podemos encontrar un ejemplo de sufrimiento aprovechando para hacer el bien en la historia de David y Betsabé comentado anteriormente. El rey seduce a Betsabé que queda embarazada, encuentra el modo de hacer matar a su marido. El autor del Deuteronomio (2 Samuel 11-12 ) cree en que el pecado provoca sufrimiento. Y los pecados de David en este caso son claros: seduce a la mujer de otro, engaña al cornudo y luego hace los arreglos necesarios para que muera en la batalla. Si hay pecado tiene que haber castigo. Aquí Dios castiga a David con la muerte del hijo de Betsabé:
Hirió Yahveh al niño que había engendrado a David la mujer de Urías y enfermó gravemente
- 2 Samuel 12:15
David ruega a Dios que salve la vida de su hijo y, durante siete días, ayuna y duerme en el suelo. El niño, no obstante, muere. Este tipo de «castigo» debería poner en cuestión la adecuado de la concepción clásica del sufrimiento. Si es cierto que David pasó días de angustia y que el resultado no fue bueno para él, esto es, no hay duda de que sufrió, el hecho es que el que murió no fue él sino el niño. Y el niño no había hecho nada malo. Matar a unas personas para dar una lección a otra: ¿es en verdad así como actúa Dios? ¿Es eso lo que hay que hacer para ser piadoso: matar al hijo para enseñar al padre?
El episodio ejemplifica otra forma de entender el sufrimiento. Tras la muerte del niño, David «consoló a Betsabé su mujer» y tuvieron otro hijo: Salomón. El bien puede surgir del mal. Salomón se convertirá en uno de los más grandes reyes de Israel, a través del cual Dios prometió establecer un trono eterno para su pueblo Samuel 7:16 , una promesa que los defensores de la tradición consideran una referencia al mesías futuro. Para los cristianos, el linaje de Jesús pasa por Salomón Mateo 1:6 . En esa lectura del texto, el sufrimiento de David conduce a la salvación.
La idea de que Dios puede hacer que algo bueno surja de algo malo, de la salvación puede surgir del sufrimiento, experimentó un giro en algunos escritores antiguos, un giro hacia la idea de que la salvación requería el sufrimiento. Este giro ya se ha producido en la época del Segundo Isaías, el profeta del exilio en Babilonia al que tuvimos ocasión de conocer en el tercer capítulo. Como se recordará, el Segundo Isaías habla del «siervo del Señor» que sufre en nombre del pueblo y cuyo sufrimiento trae consigo la salvación de Dios:
¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados.
- Isaías 53:4-5
Como mostré anteriormente, el profeta mismo identifica a este «siervo sufriente» con el pueblo de Israel. En su contexto original, el pasaje citado de Isaías 53 insiste en que el sufrimiento de los exiliados en Babilonia ha «pagado» por los pecados de la nación y que, debido a ello, la nación puede ahora salvarse. El pueblo de Israel será perdonado y podrá regresar a su tierra, donde su relación con Dios será restaurada. El sufrimiento del exilio es un sufrimiento vicario: las penas y miserias de uno valen como una especie de sacrificio por otro.
Ésta fue la forma en que el pasaje sería interpretado más tarde por los cristianos que también lo tergiversaron. En su opinión, el «siervo sufriente» no era Judá en el exilio, sino un individuo, el futuro mesías, cuyo sufrimiento y muerte se consideraría un sacrificio por los pecados de los demás. Es posible hallar una declaración aún más reveladora en la Primera Epístola de Pedro, en la que habla de Cristo en los siguientes términos:
El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al parecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados.
- 1 Pedro 2:22-24
Aquí es claro que el autor tiene en mente y alude a las palabras de Isaías 53, si bien el pasaje no se cita de manera explícita. Es la expiación del modelo clásico en el que el pecado requiere un castigo; sin castigo, no hay reconciliación posible después del pecado. Ahora no se trata sólo de que el pecado requiere un castigo (de ahí que Cristo tuviera que sufrir por los pecados), sino de que el sufrimiento puede ser redentor (su sufrimiento por los pecados trae la salvación.)
Esto es lo que Pablo enseña en todas sus cartas. Como afirma en la Primera Epístola a los Corintios:
Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mí vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras
- 1 Corintios 15:3
Pablo era devoto de que la salvación sólo podía alcanzarse a través del sufrimiento y muerte de Jesús. Como recuerda a los corintios:
pues no quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado
- 1 Corintios 2:2
En otras palabras, en la predicación paulina del evangelio, únicamente la muerte de Jesús trae la salvación.
Para entender la doctrina paulina de la salvación a través de la muerte de Jesús, es necesario que profundicemos algo más en el pensamiento del apóstol. En la actualidad, aunque es posible que Pablo sea uno de los autores favoritos de muchos lectores cristianos, lo cierto es que es un escritor muy difícil de entender en ciertas partes, incluso para los especialistas que han dedicado su vida al estudio e interpretación de sus escritos. Pablo era un pensador, hay algo que es clarísimo en sus epístolas: estaba convencido de que para justificarse ante Dios una persona no necesitaba observar los preceptos de la Ley judía, sino sólo tener fe en la muerte y resurrección de Jesús.
Uno de los problemas a los que Pablo hubo de enfrentarse era la gran cantidad de personas no judías que se convertían en seguidores de Jesús. Jesús mismo era judío, al igual que sus discípulos. Jesús nació siendo judío, creció como un judío, veneró al Dios judío, observó las leyes y costumbres judías, se convirtió en un maestro judío, reunió a su alrededor a seguidores judíos y les enseñó la interpretación apropiada de la Ley judía. Por tanto, en la Iglesia primitiva eran muchos los que pensaban que todo aquel que quisiera seguir a Jesús tenía primero que convertirse al judaísmo. Para los gentiles, esto significaba que en caso de ser hombres tenían que hacerse circuncidar y fueran hombres o mujeres tenían que guardar el sábado, observar las leyes judías relativas a la comida, etc.
Pablo pensaba de otro modo. Par él, si una persona podía justificarse ante Dios convirtiéndose al judaísmo y observando la Ley judía, el sacrificio de Jesús habría sido innecesario Gálatas 3:21 . El que Jesús muriera significaba, en opinión de Pablo, que Dios quería que muriera. ¿Y por qué? Porque se necesitaba un sacrificio perfecto por el pecado: el pecado requiere un castigo, que Jesús asume. Del dolor surge la salvación; Jesús padece, nosotros nos salvamos.
Ahí no queda todo. Pablo, en un pasaje de sus epístolas, anota que Jesús necesariamente tenía que morir crucificado. ¿Por qué no podía morir de viejo? O, en caso de que tuviera que ser ejecutado, ¿por qué no morir apedreado? Aquí es donde empieza a complicarse. Pablo creía que aunque la Ley de Dios era algo bueno, ésta había terminado trayendo una maldición sobre su pueblo. La gente estaba controlada por las fuerzas del pecado, que la empujaban a violar la Ley en contra de su propia voluntad, y ello hacía que la Ley, en lugar de traer la salvación, hubiera acarreado una maldición. Exigía obediencia, pero no proporcionaba la fuerza necesaria para obedecerla. El resultado era que, bajo la maldición de la Ley, todos estaban condenados Romanos 7 .
En el pensamiento paulino lo que hace Cristo es cargar él mismo con la maldición de la Ley, algo que consigue siendo también él blanco de a maldición de la Ley. Como afirma el apóstol en uno de sus pasajes más densos:
Cristo nos rescató de la maldición de la Ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: «Maldito todo el que está colgado de un madero»
- Gálatas 3:13
Pablo está citando aquí un pasaje del Deuteronomio 21:23 , que originalmente señalaba que una persona era objeto de la maldición de Dios si su cuerpo ejecutado se exhibía colgado de un árbol. El que se colgara de una cruz de madera demostraba que estaba maldito. Sin embargo, su maldición no podía deberse a nada que él mismo hubiera hecho: Jesús no era un pecador sino el mesías de Dios. Por tanto, Pablo sostiene que Cristo debió de haber asumido la maldición que correspondía a otros: al morir crucificado, Jesús anulaba la maldición que otros habían recibido por transgredir la Ley.
La salvación requiere sufrimiento. Y para Pablo requiere algo más, el horrible sufrimiento de la crucifixión.
Las epístolas paulinas se escribieron unos quince o veinte años antes que el primero de los cuatro evangelios del Nuevo Testamento, el Evangelio de Marcos, y durante mucho tiempo los estudiosos se han preguntado si los escritos de Pablo ejercieron alguna influencia sobre los autores de los evangelios. Es difícil saber. Los evangelios nunca citan a Pablo y muchos puntos de vista chocan con los del apóstol: Mateo, por ejemplo, parece enseñar que los seguidores de Jesús sí necesitan observar la Ley Mateo 5:17-20 ; y sigue debatiéndose si el Evangelio de Lucas enseña o no una doctrina de la expiación.
El Evangelio de Marcos sí lo hace. En Marcos, Jesús declara que
tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos
- Marcos 10:45
La idea de Marcos es que la muerte es redentora y se aprecia en su relato de la crucifixión. Cada uno de los evangelistas tiene su particular forma de presentar la pasión de Jesús.
Llama la atención en Marcos 14-15 el patetismo de la escena. Jesús permanece en silencio durante todo el proceso (a diferencia de lo que ocurre en Lucas). Ha sido traicionado por uno de sus discípulos, Lucas; ha sido negado tres veces por su seguidor más cercano, Pedro. La turba judía le rechaza, el gobernador romano le condena a muerte, los soldados le someten a sus burlas, tormentos y torturas. Mientras le están crucificando, los dos delincuentes que crucifican a su lado se ríen de él, al igual que hacen los líderes de su pueblo y todos aquellos que pasan y le ven colgado en la cruz. No hay nada en la escena que atenúe la sensación de que Jesús mismo no entiende qué está ocurriendo o por qué: traicionado, negado, burlado, desamparado, abandonado. Al final, llevado por la desesperación, grita las únicas palabras que pronuncia en toda la escena:
¡Dios mío, Dios mío!¿por qué me has abandonado?- Marcos 15:34
Al final, Jesús siente que Dios le ha abandonado y quiere saber por qué. Después de esto, lanza un fuerte grito y muere.
Aunque en el relato de Marcos Jesús no entienda qué es lo que ocurre, el lector del evangelio sí. Inmediatamente después de la muerte de Jesús, Marcos cuenta dos cosas. El velo del Templo se rasga de arriba abajo y el centurión romano que acaba de supervisar la crucifixión reconoce en Jesús al hijo de Dios:
Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios- Marcos 15:38-39
Ambas cosas son significativas.
El velo se rasgó en dos era todo lo que separaba del Sanctasanctórum del resto de recintos del Templo. Éste era el lugar en el que se creía que Dios mismo moraba en la tierra, una habitación en la que nadie podía ingresar con excepción del sumo sacerdote judío y éste sólo una vez al año, con ocasión del Día de la Expiación (Yom Kipur), cuando realizaba detrás del velo un sacrificio por sus propio pecados y los pecados del pueblo. El velo era lo que separa a Dios de los fieles. Y, según Marcos, cuando Jesús murió, el velo se destruyó. Al expirar Jesús, Dios pasó a estar al alcance de todos.
Y el centurión se da cuenta de ello. A muchas personas les resultaba difícil creer que Jesús pudiera ser el mesías, el hijo de Dios, si había sido crucificado como un delincuente despreciable. ¿Permitía Dios que algo así le ocurriera? En el Evangelio de Marcos el centurión es la primera persona que comprende que sí, que Jesús es el mesías, el hijo de Dios, no a pesar de haber sido crucificado, sino precisamente por haber sido crucificado.
Para Marcos, la muerte de Jesús era un suceso redentor. El que retrate a Jesús como alguien al que antes del fin le acosa la incertidumbre es probablemente significativo. Quizá la comunidad cristiana de la que el autor de Marcos formaba parte era o había sido víctima de persecuciones, y se había preguntado si podía haber en ello algún propósito, alguna intención divina. Para Marcos la respuesta es positiva. En el sufrimiento, Dios obra entre bastidores. Es a través del sufrimiento como se realiza la acción redentora de Dios. El sufrimiento trae la salvación.
Otros ejemplos de sufrimiento redentor lo observamos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, la primer historia de la Iglesia cristiana, fue escrito hacia finales del siglo I por el mismo autor que compuso el Evangelio de Lucas. Los estudiosos continúan llamando a ese autor Lucas, a pesar de que la obra es anónima y de que no era realmente Lucas, el médico que acompañaba a Pablo.
La idea de que Dios puede hacer el bien a partir del mal se encuentra detrás de buena parte de lo que el libro de Hechos dice a propósito de las actividades misioneras de la Iglesia primitiva. Aún antes de que Pablo entre en escena, a los cristianos se les presenta predicando el mensaje de que Dios revoca las acciones malvadas de otros. Uno de los estribillos clave de los sermones apostólicos que incluye el libro es que el pueblo judío es el responsable de la muerte de Jesús pero que Dios actuó en su nombre y le resucitó de entre los muertos. Los judíos deben sentir remordimiento por lo que han hecho, arrepentirse y volver a Dios. En otras palabras, una acción muy mala, el rechazo de Jesús, puede conducir a algo buenísimo, la salvación, a través del arrepentimiento. Esta concepción se expone claramente en uno de los primeros discursos que el autor pone en labios del apóstol Pedro:
Israelitas… El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros entregasteis y de quien renegasteis ante Pilato, cuando éste estaba resuelto a ponerle en libertad. Vosotros renegasteis del Santo y del Justo, y pedisteis que se os hiciera gracia de un asesino, y matasteis al Jefe que lleva a la Vida. Pero Dios le resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos de ello. Hechos 3:12-13
Para Lucas, Dios anula el rechazo y trae la redención a partir del sufrimiento.
Pablo, en su trabajo misionero, nunca menciona haber asistido a las sinagogas de las distintas ciudades que visitó; y en ningún momento dice que empezara a predicar a los gentiles sólo después de que los judíos hubieran rechazado su mensaje. Es evidente que Lucas cree que fue así como evolucionó la misión cristiana, pero es posible que esto no sea exacto desde un punto de vista histórico. Pablo se dedicó a evangelizar a los gentiles y que hubo de hacer frente al rechazo de los judíos a los que no les gustó su declaración de que los gentiles que creían en Jesús eran los herederos de las promesas que Dios había hecho a los patriarcas de Israel. En ocasiones, Pablo se refiere al rechazo de su mensaje de que la muerte de Jesús permitía a las personas rectificar su relación con Dios, por parte de los judíos.
Desde un punto de vista histórico, esto constituye una situación interesante y comprensible. El mensaje de Pablo era que el Jesús crucificado era el mesías enviado por Dios para la salvación del mundo. Un mensaje que la mayoría de los judíos consideraban ridículo. En la actualidad, a muchos cristianos les resulta difícil de entender cuál era el problema. A fin de cuentas, ¿no habla la Biblia hebrea de un mesías? ¿No describe la crucifixión en pasajes como el Salmo 22 e Isaías 53 , a los que Jesús dará cumplimiento? ¿No se suponía que el mesías había de ser crucificado y resucitado de entre los muertos? ¿Por qué no podían los judíos entender que Jesús era el mesías?. Sin embargo es lógico. El hecho es que la palabra mesías no figura en ninguna parte del Salmo 22 o de Isaías 53 . Cuando los lectores judíos leían estos pasajes en la Antigüedad no pensaban que estuvieran refiriéndose al mesías. Se referían a alguien que sufriría pero no se esperaba que fuera alguien destinado a sufrir y morir, sino alguien destinado a reinar glorioso.
El término mesías proviene del hebreo mashiach, que significa «el ungido». El equivalente griego es christos, de donde viene nuestro Cristo. ¿Por qué se llama ungido al futuro salvador? Probablemente porque a los reyes del antiguo Israel se les ungía con aceite durante su ceremonia de coronación como símbolo del favor especial que Dios les otorgaba. Para muchos judíos el mesías sería el futuro rey de Dios, el que, como David, estaba llamado a conducir la nación a una época de paz, próspera y feliz, sin interferencia de pueblos extranjeros.
Había otras concepciones del futuro mesías, pero todas coincidían en que sería una figura de enorme grandeza y poder, alguien escogido y favorecido por Dios.
El propio Pablo entendía este problema y de hecho afirma que la crucifixión de Jesús es el mayor «obstáculo» de los judíos 1 Corintios 1:23 .
La negación de Jesús por parte de los judíos llenaba de pena a Pablo. Como el apóstol:
siento una gran tristeza en el corazón. Pues desearía ser yo mismo separado de Cristo por mis hermanos, los de mi raza según la carne
- Romanos 9:2-3
Pablo prefería sufrir él mismo la cólera de Dios que ver a sus compatriotas, los judíos, separados de Dios. Pero desde su punto de vista, el hecho es que estaban separados de Dios por rechazar a Cristo. Y eso le causaba una profunda angustia emocional.
Pero como suele ser habitual en Pablo. Los cambios de sentido y de humor emocional son constantes y la profunda pena se convierte en una gran alegría. Pablo logra explicarse el por qué los judíos rechazaron a Jesús. Esta explicación se expone de manera bastante complicada en el capítulo 11 de su Epístola a los Romanos . Allí Pablo reafirma su creencia en que el evangelio de Cristo trae la salvación a todas las personas, tanto judías como gentiles. Si esto es así, ¿por qué los judíos rechazaron el mensaje? Según Pablo, esto ocurrió para permitir que el mensaje fuera llevado a los gentiles. ¿Y cuál es el resultado final de la salvación de los gentiles? En la que es una de sus argumentaciones más extrañas, Pablo sostiene que cuando los judíos os vean que los gentiles han entrado a formar parte del pueblo de Dios, se llenarán de «celos» Romanos 11:11 . Ésta es la razón por la que
el endurecimiento parcial que sobrevino a Israel durará hasta que entre la totalidad de los gentiles, y así, todo Israel será salvo
- Romanos 11:25-26
En otras palabras, a pesar de sentirse angustiado por sus compatriotas que aún no creen, Pablo está convencido de que Dios hará que ocurra algo bueno. Llevados por sus celos los judíos al final acudirán en tropel a las puertas de la salvación y el mundo entero se salvará. A partir de algo malo, Dios hace algo bueno.
Pablo pensaba que el sufrimiento servía para fortalecer el carácter:
Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.
- Romanos 5:3-5
Asimismo creía que el sufrimiento lo capacitaba para consolar mejor a otros que sufrían.
¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios! Pues, así como abundan en nosotros los sufrimientos de Cristo, igualmente abunda también por Cristo nuestra consolación. Si somos atribulados, los somos para consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, los somos para el consuelo y salvación vuestra; si somos consolados, los somos para el consuelo vuestro, que os hace soportar con paciencia los mismos sufrimientos que también nosotros soportamos. Es firme nuestra esperanza respecto de vosotros; pues sabemos que, como sois solidarios con nosotros en los sufrimientos, así los seréis también en la consolación.
- 2 Corintios 1:3-7
Pablo también sentía que mediante el sufrimiento Dios enseñaba humildad y le ayudaba a él a recordar que los resultados positivos de su ministerio eran obra de Dios:
Y, por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón de carne, una ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte.
- 2 Corintios 12:7-10
El debate sobre qué era en realidad el «aguijón en la carne» de Pablo ha sido grande: se ha propuesto que el apóstol tenía epilepsia (ésta supuestamente sería la causa de su caída del caballo cegado por la luz del cielo en Hechos 9 ). Realmente nunca lo sabremos pero un psiquiatra leyendo sus escritos le diagnosticaría esa enfermedad mental. Lo que sí sabemos es que Pablo llegó a ver su sufrimiento como algo bueno. No era un castigo por el pecado; no era provocado por la maldad de otras personas.
Personalmente creo que la idea que de un sufrimiento: algo malo puede salir algo bueno la comparto pero sólo en una cuarta parte, ya que considero que es una de las opciones posibles.
- De algo malo puede salir algo bueno.
- De algo malo puede salir siempre cosas malas
- De algo bueno puede salir algo malo.
- De algo bueno puede salir algo bueno.
Y otras veces o todas:
- De algo malo puede salir cosas buenas y cosas malas.
- De algo bueno puede salir cosas buenas y cosas malas.
A lo que sí me opongo vehementemente es a la idea de que el sufrimiento de alguien puede estar pensado para ayudarme a mí o a nosotros. Sé de gente que cree que ver el dolor que hay en el mundo puede hacernos seres humanos mejores y más nobles, pero este punto de vista lo considero ofensivo y repugnante. Sin duda que, a veces, nuestro propio sufrimiento puede hacernos mejores personas, más fuertes, más considerados y bondadosos, más humanos. Pero otros seres humanos no sufren para que seamos más felices o buenos. Uno puede decir que disfruta del éxito actual ya que en el pasado fue desdichado; que disfruta de una buena comida que consume porque pasó años viviendo a base de pan y agua; que le encanta ir de vacaciones porque hubo un tiempo en el que apenas podía costearse la gasolina para ir al supermercado. Pero decir que se disfruta mejor de las cosas buenas de la vida por el hecho de saber que gente carece de ellas es algo completamente diferente.
Pensar que otras personas padecen enfermedades horribles para que yo pueda apreciar mi buena salud me parece atroz; decir que otras personas mueren de hambre para que pueda apreciar cuan buena es mi comida es ser totalmente egocéntricos e insensibles; pensar que se disfruta más de la vida cuando se piensa en todas las personas que mueren a nuestro alrededor es un desvarío egocéntrico de adultos que no han madurado. Es cierto que en ciertas ocasiones mis propias desgracias pueden tener un resultado positivo. Pero me es imposible dar gracias a Dios por mis alimentos sabiendo que otras personas no tienen qué comer.
Por lo demás, hay gran cantidad de sufrimiento en el mundo que no redime a nadie. La abuela de ochenta y tantos años a la que violan y estrangulan; el bebé de ocho semanas que de repente se pone morado y muere; el adolescente que de camino al baile de graduación es atropellado por un conductor ebrio y muere… Intentar ver lo bueno de males semejantes es despojar al mal de su carácter. Es ignorar la indefensión de quienes sufren sin motivo y para nada. Esta forma de pensar priva a las personas que sufren de su dignidad y de su derecho a disfrutar de la vida tanto como nosotros.
Y por tanto tiene que haber otras respuestas a por qué existe el sufrimiento en el mundo. O quizá, al final, el problema se a que no hay respuesta. Ésta es otra de las soluciones que ofrecen ciertos autores de la Biblia. La respuesta a la pregunta sobre el sufrimiento es que no hay respuesta.
