Biblia y sufrimiento
Con tantísimas personas sufriendo, ¿como podemos medir la miseria humana?
- Un vecino de 30 años es diagnosticado con tumor cerebral imposible de operar.
- Una madre soltera de tres hijos pierde su empleo, su seguro médico y la posibilidad de de mantener a su familia.
- Cinco adolescentes mueren en un accidente de tráfico.
- Un incendio destruye una residencia de ancianos y acaba con la vida de tres de ellos.
En la Biblia podemos apreciar también que hay sufrimientos que no son producto de la cólera divina, sino del daño que unos seres humanos infligen a otros seres humanos. Lo que motiva la cólera de Dios es la gente quebrante su Ley. En ocasiones, el problema reside en lo que podríamos denominar transgresiones religiosas (la idolatría). Otras veces, el pecado implica transgresiones sociales, en las que la gente abusa, oprime o hace daño de alguna forma a sus semejantes, causándoles sufrimiento. La concepción clásica del sufrimiento en este caso es que Dios hace sufrir a quienes han hecho sufrir a otros.
Ésta es la versión bíblica de lo que ocurre cuando un adulto azota a un niño por haber golpeado a otro niño. Como es obvio, los azotes del padre hacen sufrir al niño castigado. Pero el niño inocente al que antes había golpeado también ha sufrido, no por un castigo del padre, sino por el niño que le golpeó. Encontramos lo mismo en las tradiciones bíblicas: los pecadores afligen a sus víctimas inocentes.
En el siglo VIII a.e.c., el profeta Amós se manifestaba colérico por las injusticias sociales de las que era testigo. Su época fue relativamente pacífica, y próspera por lo que los ricos aumentaron su fortuna a costa de los pobres.
Amós censuraba a lo que habían adquirido o usado su fortuna en formas contrarias a la voluntad de Dios. Condenó a los que
venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen
- Amós 2:6-7
Amós piensa que Dios castigará a quienes oprimen al pobre cuando el enemigo ataque la ciudad y se lleve a los ricos mediante anzuelos o ganchos clavados en sus bocas. La imagen es cruel y trata gráficamente la visión profética del castigo divino. ¿Qué razón hay para este castigo? Que no es Dios quien oprime a los pobres y necesitados, sino los ricos. El sufrimiento no es sólo obra de Dios sino también de algunos seres humanos.
Los otros profetas coinciden. Para Isaías, los culpables son los gobernantes del pueblo:
Lo mismo sucede con Jeremías:Tus jefes, revoltoso y aliados con bandidos. Cada cual ama el soborno y va tras los regalos. Al huérfano no hacen justicia, y el pleito de la viuda no llega hasta ellos
- Isaías 1:23
Porque se encuentran en mi pueblo malhechores: preparan la red cual paranceros montan celada ¡hombres son atrapados! Como jaula llena da aves, así están sus casas llenas de fraudes. Así se engrandecieron y se enriquecieron, engordaron, se alustraron. Ejecutaban malas acciones. La causa del huérfano no juzgaban y el derecho de los pobres no sentenciaban. ¿Y de esto no pediré cuentas?
- Jeremías 5:26-29
Dios tendrá la última palabra y castigará a los pecadores. Mientras el hambriento padece hambre, el necesitado se hace más necesitado y el pobre más pobre, los indefensos no encuentran quién les defienda. Sus sufrimientos no son causados por Dios sino por los hombres.
Cuando digo que la Biblia es «un libro muy humano», afirmo que en lugar de ser obra de Dios, es obra de autores humanos, escritores que tenían puntos de vista, ideas, gustos y contextos diferentes. Otros creen que la Biblia es un libro «completamente divino» queriendo decir que en última instancia es Dios quien está detrás. En lo que podemos estar de acuerdo ambas posturas es que sus secciones históricas contienen muchos episodios en los que la gente actúa de forma muy humana, en ocasiones llevando una vida virtuosa, otras pecando voluntariamente, en ocasiones esforzándose por complacer a Dios, o buscando no ayudar al prójimo sino intentando herirlo, mutilarlo, torturarlo o matarlo. Los autores bíblicos no evitaron pintar la existencia humana tal y como es, y buena parte del tiempo no es atractivo.
Aparte de deslices religiosos como la idolatría o el no guardar el sábado, casi todos los pecados mencionados implican hacer daño a otras personas. La mayoría de los diez mandamientos se refieren a las relaciones personales. Los relatos históricos de la Biblia narran violaciones de estas normas y muchas otras similares a ellas.
Caín es agricultor y Abel pastor. Ambos ofrecen a Dios parte del fruto de su trabajo Génesis 4 . Dios, por razones que el texto no explica, prefiere el sacrificio animal de Abel al sacrificio vegetal de Caín; Caín se molesta y en lugar de hacer un segundo intento con un sacrificio animal, decide matar a su hermano. Esto puede considerarse el resultado natural del primer acto de desobediencia en el jardín del Edén. Un pecado.
Cuando los judíos logran escapar de la esclavitud en Egipto, reciben la tierra prometida pero para conseguirla debían atacar la ciudad fortificada de Jericó. Las murallas caen y la población es masacrada en tu totalidad: hombres, mujeres y niños Josué 6 . ¿Esto es un castigo de Dios contra los habitantes de Jericó? La Biblia no dice nada de esto. El argumento de la narración en su totalidad es que Dios quería que los hijos de Israel poblaran la tierra, y por tanto ellos tienen que librarse de quienes la ocupaban previamente. ¿Qué hay de los inocentes que vivían en Jericó, de los niños de un año que gateaban por sus patios? Nada: asesinados en el acto. Para el Dios de Israel esto no era ningún pecado.
Pero no se puede decir lo mismo de otras masacres de niños: en el Nuevo Testamento, cuando el nacimiento del niño Jesús motiva la matanza de los inocentes. La historia sólo está en Mateo. (No existe prueba alguna de que la matanza ocurriera realmente). Después del nacimiento de Jesús, los magos que le buscaban guiados por una estrella (que sólo les proporcionaba indicaciones muy generales, se ven obligados a preguntar por el niño). Lógicamente la noticia de que ha nacido un nuevo rey inquieta a Herodes y en un intento de eludir la voluntad divina envía a sus soldados a Belén con órdenes de matar a todo niño menor de dos años. Cumplen su cometido y hubo mucho llanto y lamento:
Un clamor se ha oído en Ramá, mucho llanto y lamento: es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse, porque ya no existen.
- Mateo 2:18, citando Jeremías 31:15
Originalmente estas palabras se referían a la época en la que el reino de Israel fue destruido por los asirios y sus habitantes enviados al exilio, una época en la que hubo que lamentar muchas pérdidas de vidas humanas. Mateo considera que el texto del profeta se ha «cumplido» en los acontecimientos que rodean el nacimiento de Jesús. En este sentido, podría considerarse que la criminal decisión de Herodes es una especie de cumplimiento de la profecía, esto es, algo acorde con la voluntad divina. No obstante, no hay nada que sugiera que los pobres niños de Belén merecieran semejante fin. Su asesinato es una brutalidad humana de primer orden.
Un episodio que iguala el horror de éste lo encontramos en una de las narraciones históricas de la Biblia hebrea, en el tristemente célebre capitulo 19 de Jueces . Allí se relata que hay un hombre de la tribu de Leví que vive en Efraím. Éste tiene una concubina (una especie de «esposa» con un estatus legal secundario) que se enoja, al parecer por la forma en que el levita la trata, y regresa a su hogar de Belén de Judá. Después de cuatro meses, el hombre parte para recuperarla, la localiza y pasa unos cuantos días en la casa del padre de la mujer antes de partir de nuevo hacia su casa con ella. En el camino de regreso, necesitan encontrar un lugar donde pasar la noche y deciden buscar en la ciudad de Guibeá, al norte de Jerusalén, en el territorio de Benjamín. Allí les acoge un extraño, un anciano que les ve y les ofrece su hospitalidad. Y entonces comienza el horror. Después de oscurecer,
los hombres de la ciudad, gente malvada, cercaron la casa y golpeando la puerta le dijeron al viejo…»Haz salir al hombre que ha entrado en tu casa para que le conozcamos»
- Jueces 19:22
Los hombres quieren violarle, pero eso no sería sólo un crimen sexual sino también social: según los antiguos códigos de la hospitalidad, al acoger al levita bajo su techo, el anciano es responsable de lo que le ocurra y no puede dejarle sufrir. La concubina y la hija virgen de su anfitrión son otra historia. Al fin y al cabo no son más que mujeres. El anciano grita a los lugareños a través de la puerta:
No, hermanos míos; no os portéis mal. Puesto que este hombre ha entrado en mi casa no cometáis esa infamia. Aquí está mi hija, que es doncella. Os la entregaré. Abusad de ella y haced con ella lo que os parezca; pero no cometáis con este hombre semejante infamia
- Jueces 19:23-24
Sin embargo, afuera los hombres sólo quieren al forastero. Para salvar el pellejo, el levita agarra a su concubina y la empuja por la puerta. Entonces pasa lo indecible. Los hombres de la ciudad
la conocieron, la maltrataron toda la noche hasta la mañana y la dejaron al amanecer
- Jueces 19:25
En la madrugada la mujer se arrastra hasta la entrada de la casa en la que se encuentra su marido y allí muere.
El levita se levanta (no se nos dice, pero todo indica que ha tenido una noche apacible) y se prepara para seguir su camino. Al salir de la casa ve a su concubina en la entrada y le dice: «Levántate y vámonos» . Cuando descubre que está muerta, le echa sobre su asno y regresa a su casa. Y es entonces cuando tiene lugar el suceso realmente insólito de la narración. El levita, con un cuchillo la descuartiza en doce trozos y hace que sus mensajeros los lleven a los líderes de las doce tribus de Israel para mostrarles lo que ha ocurrido. Esto es una llamada a la guerra. Las tribus se unen para atacar a la tribu de Bejamín y el conflicto casi acaba por completo con los benjaministas Jueces 20-21
Estos versículos desean mostrar la inmoralidad y la maldad incalificable que había en el país
cuando aún no había rey en Israel- Jueces 19:1
Dudable moral divina. En los siguientes capítulos continuará contando cómo Dios intervino para dar un rey a su pueblo, en cierta medida con el fin de controlar sus inclinaciones pecaminosas.
Aún así, con los reyes tampoco controlaban el pecado ni ellos mismos. Así tenemos la historia de David y Betsabé 2 Samuel 11 . Desde su palacio en Jerusalén, David ve a una mujer hermosa, Betsabé, que se bañaba allí cerca. De inmediato quiere tenerla y como es el rey, nadie puede detenerle. La mujer es conducida al palacio, David mantiene relaciones sexuales con ella y queda embarazada. El problema es que Betsabé ya está casada con otro hombre, y no sólo eso, sino que ese otro hombre, Urías, está en la guerra, peleando como fiel soldado para su rey David, el mismo que ha seducido a su esposa. ¿Qué debe hacer David? Si se hace público habrá un escándalo, ya que Urías estaba ausente.
El rey hace volver a Urías del frente para que se acueste con Betsabé. Sin embargo, siendo un soldado fiel, Urías se niega a disfrutar de los placeres de la carne mientras sus colegas siguen combatiendo. David decide que Urías tiene que morir y ordena que se envíe a Urías a primera línea y que todos los demás se retiren durante el ataque, de manera que este quede a merced del enemigo y sin posibilidad de obtener ayuda. Eso es lo que sucede. Urías muere. David se casa con Betsabé. Y la vida continúa. Aunque no para Urías, víctima inocente de un rey salido.
Salomón tenía fama de ser «más sabio que hombre alguno». ¿Cómo construye un rey tantísimas estructuras excelentes? En el mundo antiguo la única forma de hacer grandes obras es con muchos brazos. Y Salomón los consiguió esclavizando a grandes cantidades de gente. Unos 30.000 hombres, 70.000 porteadores y 80.000 canteros 1 Reyes 5:13-18 . Posteriormente se nos cuenta que no eran israelitas sino amorreos, hititas, perizitas, jivitas y jebuses, a los que no se había expulsado del país durante la conquista 1 Reyes 9:15-22 . Esto pretende tranquilizar al lector sobre Salomón: no esclavizó a ningún descendiente de las tribus de Israel, sólo a descendientes de otras naciones.
En el Nuevo Testamento, el mensaje central es que Jesús restaura la relación de la humanidad con Dios, y casi la totalidad de sus autores consideraban que era precisamente la crucifixión de Jesús la que obraba esta salvación. Autores como Pablo insisten en la importancia de la crucifixión de Jesús 1 Corintios 2:2; Gálatas 3:1 , pero para sorpresa de muchos lectores modernos, prácticamente no dicen casi nada sobre el acontecimiento en sí. Ni siquiera los evangelios, que son los que relatan la vida y muerte de Jesús, describen lo que ocurrió en la crucifixión, más allá de decir
y le crucificaron- Marcos 15:24
Esto le resulta muy extraño a las personas que han visto películas sobre Jesús (La Pasión de Cristo de Mel Gibson es el ejemplo más reciente) que, se nos dice, son una «fiel reconstrucción» de lo que los evangelios dicen sobre su muerte. Pero, al contrario de lo que dicen los evangelios, estas películas se concentran en la sangre y el «gore», la tortura, el tormento, el dolor, la agonía… precisamente estos aspectos de la muerte de Jesús de los que nunca se ocupan los autores de los evangelios, que en ningún momento nos ofrecen un relato detallado, golpe a golpe, de la pasión.
Es posible que los autores bíblicos no explicaran la crucifixión por que daban por sentado que sus lectores sabían perfectamente bien en qué consistía y cómo se llevaba a cabo, lo que hacía que fuera innecesario ocuparse de ello. Un hecho muy llamativo es que esto no les sucede sólo a los evangelistas: las fuentes antiguas no nos proporcionan ninguna descripción detallada de en qué consiste una crucifixión. Por tanto, las ideas y representaciones modernas de la crucifixión se basan en referencias y alusiones desperdigadas en los textos antiguos.
Claro que sabemos de la crueldad de la crucifixión. Los romanos crucificaban a los delincuentes y sediciosos de la peor calaña, se les quería humillar y torturar en público hasta la muerte como forma de desincentivar a futuros infractores. La concepción romana de la justicia era distinta de la nuestra. Los romanos creían en la eficacia disuasiva de los castigos públicos. Por ejemplo, si hubieran tenido problemas con el robo, hubieran atrapado a unos cuantos culpables y los hubieran clavado en cruces en un lugar público, donde los desgraciados permanecían colgados un par de días antes de morir tras una agonía atroz: a ver cuánta gente estaba dispuesta a robar un coche después de semejante exhibición.
Todo indica que los crucificados morían por asfixia, no por pérdida de sangre. A los delincuentes se les sujetaba a un madero vertical, o a un travesaño fijado a un madero vertical, mediante cuerdas o clavos. Esto dejaba a la víctima completamente a merced de los elementos e indefensa ante las aves carroñeras y otros animales, el tormento de la sed, etc. La muerte se producía cuando el peso del cuerpo hacía que el torso se distendiera, lo que imposibilitaba la respiración. El crucificado podía aliviar la presión sobre los pulmones apoyándose en los clavos que atravesaban sus muñecas para alzarse o empujando con los tobillos. En ocasiones había un tabla sobre la que podía sentarse. Ésa es la razón por la que el crucificado podía tardar días en morir, que es lo que los romanos querían (los romanos no fueron los inventores). La idea de la crucifixión era que la muerte fuera lo más dolorosa, humillante y pública posible. La muerte de Jesús, por tanto, tuvo que haber sido similar a las muchas, muchísimas otras personas de su época; la mañana en que se lo crucificó en Jerusalén hubo otras dos ejecuciones; desconocemos cuántas crucifixiones tuvieron lugar ese mismo día a lo largo y ancho del Imperio. O al día siguiente. O dos días después. En total, fueron muchos miles los que padecieron el mismo destino en este período.
En el Nuevo Testamento la muerte de Jesús no se presenta como una maldad del injusto Estado romano, sino el cumplimiento de la voluntad de Dios. No obstante, los autores neotestamentarios son bastantes insistentes a la hora de señalar que aunque Dios hizo algo bueno a través de la muerte de Jesús, los hombres que la perpetraron no dejan de ser responsables de este crimen. Su pecado tiene consecuencias terribles en forma de sufrimiento de otros.
Para Pablo, cuanto más sufre un apóstol más demuestra ser un apóstol verdadero. A fin de cuentas, el propio Jesús tuvo una vida muy afortunada, rodeado de lujos y gozando del reconocimiento popular. Fue rechazado, despreciado y crucificado como si se tratara de un delincuente de ralea baja. Para Pablo ser un apóstol de Cristo significa compartir su destino.
El sufrimiento demuestra lo cerca que se está de Cristo. Para Pablo había muchísimo mal en el mundo, y que los fieles no podían esperar que se los librara de la maldad e impiedad de sus semejantes.
¿Como reaccionaban los autores de las escrituras cuando ellos, u otros que ellos conocían, padecían sufrimientos horribles a manos de otros seres humanos? Como cabría esperar, al igual que en nuestros días, las reacciones eran muy variadas: indignación, tristeza, frustración indefensión… Algunos autores pensaban que el sufrimiento los hacía más fuertes; algunos querían que Dios vengara su dolor infligiendo dolor a otros, algunos consideraban que su miseria era una prueba para su fe; y algunos veían en ella una señal de que el fin de los tiempos estaba cerca.
Jeremías recibe el calificativo de «profeta del sufrimiento» debido a la oposición y persecución que tuvo que soportar. Jeremías escribió sus profecías durante la época en que Judá estaba siendo atacado por Babilonia. Muchos habitantes de Jerusalén estaban convencidos de que la ciudad era inexpugnable: confiaban en que dado que Dios mismo moraba en el Templo, Dios le protegería de cualquier mal, así como a la gente que le veneraba en él. Jeremías opinaba todo lo contrario: sostenía que el Templo no suponía seguridad alguna Jeremías 7 e insistía en que si la gente quería sobrevivir a la arremetida de los babilonios, deben rendirse al enemigo.
Éstos no eran mensajes populares y por ello sufrió insultos verbales y ataques físicos. Su reacción ante su sufrimiento se encuentra en varias «lamentaciones» poéticas dispersas por los capítulos 11-20 . Como otros que han sufrido horriblemente, Jeremías desean ocasiones no haber nacido Job 3 :
En Salmos hay una buena cantidad de «lamentaciones», esto es, salmos en los que el autor se queja a Dios por su sufrimiento y le implora que haga algo al respecto, o manifiesta su confianza en que lo hará. Muchos de estos salmos exudan patetismo, lo que los convierte en los pasaje bíblicos preferidos por quienes se sienten abrumados por las adversidades personales.¡Maldito el día que nací!¡El día que me dio a luz mi madre no sea bendito!¡Maldito aquel que felicitó a mi padre diciendo: «Te ha nacido un hijo varón» y le llenó de alegría! Sea el hombre aquel semejante a las ciudades que destruyó Yahveh sin que le pesara, y escuche alaridos de mañana y gritos de ataque al mediodía. ¡Oh, que no me haya hecho morir desde el vientre, y hubiese sido mi madre mi sepultura, con seno preñado eternamente!¿Para qué haber salido del seno, a ver pena y aflicción, y a consumirse en la vergüenza de mis días?
- Jeremías 20:14-18
Tenme piedad, Yahveh, que estoy sin fuerzas, sáname, Yahveh, que mis huesos están desmoronados, desmoronada totalmente mi alma y tú, Yahveh, ¿hasta cuándo? Vuélvete, Yahveh, recobra mi alma, sálvame, por tu amor… Estoy extenuado de gemir, baño mi lecho cada noche, inundo de lágrimas mi cama; mi ojo está corroído por el tedio, he envejecido entre opresores. Apartaos de mí todos los malvados, pues Yahveh ha oído la voz de mis sollozos. Yahveh ha oído mi súplica. Yahveh acoge mi corazón. ¡Todos mis enemigos, confusos, aterrados, retrocedan, súbitamente confundidos?
- Salmos 6:2-4,6-10
Algunos de estos salmos esperan con ansiedad la venganza de Dios, no dan la otra mejilla.
¡Oh Dios, no te estés mudo, cese ya tu silencio y tu reposo, oh Dios! Mira cómo tus enemigos braman, los que te odian levantaban la cabeza. Contra tu pueblo maquinan intriga, conspiran contra tus protegidos; dicen: «Venid, borrémoslos de las naciones, no se recuerde más el nombre de Israel» … Dios mío, ponlos como hoja en remolino, como paja ante el viento. Como el fuego abrasa una selva, como la llama devora las montañas, así persíguelos con tu tormenta, con tu huracán llénalos de terror. Cubre sus rostros de ignominia, para que busquen tu nombre, Yahveh. ¡Sean avergonzados y aterrados para siempre, queden confusos y perezcan, para que sepan que sólo tú tienes el nombre de Yahveh, Altísimo sobre toda la tierra!
- Salmos 83:1-4,13-18
Sé que hay muchas personas religiosas en el mundo que piensan que todo lo que ocurre en él (lo bueno y lo malo) procede directamente de Dios. Y esto es algo en lo que algunos autores de la Biblia coincidían.
Éste último punto de vista plantea una situación paradójica: si la gente hace cosas malas porque Dios le ordena hacerlas, ¿por qué ha de considerársela responsable? Si Adán y Eva estaban predestinados a comer el fruto prohibido, ¿por qué han de ser castigados? Si Judas traicionó a Jesús y Pilato ordenó que le crucificaran porque ésa era la voluntad de Dios, ¿cómo puede pensarse que son culpables de algo? Si los enemigos de David o los enemigos de Pablo hicieron lo que hicieron bajo supervisión divina, ¿de quién es en realidad la culpa?
Ninguno de los autores de la Biblia aborda directamente esta paradoja. A Dios por regla general se le presenta como el Señor todopoderoso de este mundo que sabe de antemano todas las cosas pero se presenta a los seres humanos como responsables de sus acciones.
El que las personas sean consideradas responsables de sus acciones demuestra que quienes escribieron la Biblia tenían alguna noción del libre albedrío. Esto es, la manera de entender el sufrimiento como resultado de acciones pecaminosas es lo más cercano que podemos encontrara en la Biblia a lo que en la discusión filosófica sobre el problema de la teodicea se conoce como «la defensa del libre albedrío». En su forma más simple, el argumento filosófico es más o menos éste: si Dios no nos hubiera dado libre albedrío, éste sería un mundo menos perfecto; Dios quería crear un mundo perfecto y por eso tenemos libre albedrío, tanto para obedecerle como para desobedecerle, tanto para aliviar el sufrimiento como para causarlo. Ésta es la razón que explica la existencia del sufrimiento en un mundo que está controlado por un Dios que es al mismo tiempo todopoderoso y bueno.
En filosofía, el libre albedrío existe desde que empezó a discutirse el problema de la teodicea. Ésta es la perspectiva de Leibniz el pensador del siglo XVII que acuñó el término teodicea. En el discurso moderno, la pregunta por la teodicea se plantea como una pregunta sobre Dios. ¿Cómo podemos creer que existe un Dios todopoderoso y bueno dado el estado del mundo? En el discurso antiguo, lo que incluye los distintos discursos que encontramos en la Biblia hebrea y el Nuevo Testamento, esa pregunta nunca se preguntaban si Dios existía. Sabían que existía. Lo que querían saber era cómo podían entender a Dios y cómo debían relacionarse con él, dado el estado del mundo. La cuestión de si el sufrimiento nos impide creer en la existencia de Dios es totalmente moderna, un producto de la Ilustración.
La teodicea ilustrada deriva de un conjunto moderno de supuesto sobre el mundo: por ejemplo, que el mundo es un entramado cerrado de causas y efectos y funciona más o menos de forma mecanicista siguiendo un número determinado de «leyes» naturales. Esta visión del mundo moderna explica por qué los argumentos sobre el sufrimiento que encontramos en los libros bíblicos o en la mayoría de los escritos que los seres humanos han dedicado al sufrimiento. Los escritos «teodicistas» son meditados, preocupados por matices, llenos de terminología esotérica y explicaciones razonadas sobre el sufrimiento y la existencia de un ser divino todopoderoso y bueno. Pero para la mayoría de los que leen estos textos están desconectados de la vida real. Muchos de los textos que explican el mal resultan moralmente repugnantes. Algunos teólogos proponen que un creyente no debe plantearse la teodicea como proyecto intelectual. Intentar justificar la existencia del sufrimiento intelectualmente es enfrentar el problema en términos equivocados. El sufrimiento no debería conducirnos a buscar una explicación intelectual, sino que debería suscitar una respuesta personal.
El problema filosófico de la teodicea no se puede resolver. A lo largo de la historia los seres humanos han herido, oprimido, atormentado, torturado, violado, mutilado y asesinado a otros seres humanos. Si en última instancia hay un Dios involucrado en todo esto, y en especial si ese Dios es responsable de todas las cosas malas que ocurren, supongo que es muy poco lo que podemos hacer al respecto. Sin embargo, yo no creo para nada en eso. El dolor que los seres humanos provocan a sus semejantes no es causado por una entidad sobrenatural. Dado que el libre albedrío permite a los seres humanos actuar mal y dañar a otros, nuestra intervención es necesaria: tenemos el deber de hacer cuanto podamos por acabar con la opresión, la tortura y el asesinato y, por tanto, de hacer cuanto podamos para socorrer a las víctimas de estos abusos de la libertada humana. La diferencia con el libre albedrío es que no hay un Dios que premie o castigue en absoluto.

