6.000.000 de judíos asesinados sólo por ser judíos
Uno de cada tres judíos desaparecieron
5.000.000 de no judíos: polacos, checos, gitanos, homosexuales…
Esto fué el Holocausto
El sufrimiento en la Biblia es nota común
Un total de 11.000.000 de muertes, no en los campos de batalla como soldados enemigos, sino como seres humanos inaceptables a ojos de quienes estaban en el poder y ordenaron su ejecución. Es importante recordar que todos y cada uno de esos 11.000.000 era un individuo con una historia personal, un ser humano de carne y hueso con esperanzas, temores, afectos, familias, amigos, posesiones, deseos e ilusiones. Cada uno de ellos tenía una historia que contar si hubieran vivido para contarla.
La lectura de los testimonios de los sobrevivientes es espeluznante: relatos de personas que fueron privadas de alimento, golpeadas, maltratadas y obligadas a trabajar hasta la muerte en condiciones inhumanas.
Rudolph Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz, se vanagloriaba durante los juicios de Núremberg el haber dos crematorios en Auschwitz que podían quemar cerca de dos mil cuerpos cada día.
Severina Shmaglevskaya, una prisionera polaca que consiguió sobrevivir en Auschwitz durante más de dos años describió el proceso de selección por el que se separaba a los judíos destinados a los campos de trabajo de los que serían enviados a morir. Este es un fragmento de su testimonio:
FISCAL: Dígame, ¿vió usted misma que se llevara a los niños a las cámaras de gas?
SEVERINA: Yo trabajaba muy cerca del ferrocarril que conducía al crematorio. En ocasiones, pasaba junto al edificio que los alemanes usaban como letrinas, y desde allí pude ver a escondidas los transportes. Vi muchos niños entre los judíos que llegaban al campo de concentración. Algunas veces las familias tenían varios hijos. Frente al crematorio se los clasificaba a todos… Las mujeres que llevaban niños en sus brazos o en cochecitos, así como las que tenían hijos mayores, eran enviadas al crematorio junto con sus hijos. A los niños se los separaba de sus padres en frente del crematorio y se los llevaba por separado a la cámara de gas.
En un momento en que se estaba exterminando a una gran cantidad de judíos en las cámaras de gas, se dio la orden de arrojar a los niños directamente a los hornos o a las fosas del crematorio sin asfixiarlos previamente con gas.
FISCAL: ¿Cómo debemos entender eso? ¿Se los arrojaba vivos a los hornos o se los asesinaba a través de otros medios antes de quemarlos?
SEVERINA: A los niños se los arrojaba vivos a las llamas. Sus gritos podían escucharse por todo el campo.
Niños chillando dentro de los hornos encendidos
¿Qué sentido puede tener el Holocausto? ¿cómo se explica el exterminio de 6.000.000 de judíos? Los judíos eran el pueblo escogido de Dios. ¿Fueron los judíos elegidos para vivir esto?
Aunque parezca difícil de creer, hay cristianos que sostienen que efectivamente lo fueron. Tras la II Guerra Mundial, el Congreso Evangélico Alemán declaró que el sufrimiento de los judíos en el Holocausto había sido una teofanía e instó a los judíos a que dejaran de rechazar y crucificar a Cristo. Evidentemente, la inmensa mayoría de quienes murieron en el Holocausto fueron víctimas inocentes, personas como tú o yo, arrancadas de los hogares.
¿Cómo es posible que Dios haya permitido que ocurriera algo así? La muerte de un sólo inocente habría sido difícil de explicar: un niño de 3 años eliminado en las cámaras de gas; un adolescente muerto de hambre; una madre de 4 hijos congelada hasta morir; un albañil, médico o maestro golpeado hasta ser una masa sanguinolenta y luego asesinado a tiros por ser incapaz de ponerse en pie… Pero no estamos hablando de una, dos o tres muertes de este tipo: estamos hablando de 6.000.000 de judíos y 5.000.000 de otras personas. ¿Cómo es posible que Dios permitiera no sólo que esto ocurriera, sino que le ocurriera a su «pueblo elegido»?
La teodicea intenta responder a la pregunta por la existencia de Dios en un mundo en el que pueden tener lugar sucesos tan absurdos, penosos y dolorosos. Sin embargo, para los pueblos antiguos, el problema no fue nunca (o casi nunca) saber si Dios o los dioses de verdad existían. La cuestión era explicar la relación de Dios o los dioses con los seres humanos en vista de la realidad del mundo. Ya que Dios está por encima del mundo e interviene en él, ¿cómo se explica el que la gente sufra?
Esta pregunta inquietaba a muchos autores de la Biblia. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis, los autores bíblicos debaten el problema, lo discuten y realizan tremendos esfuerzos para encontrar una solución. Una gran parte de la Biblia se dedica a ello. Si Dios ha elegido a unos judíos para que sean su pueblo, ¿por qué padecen sufrimientos tan horribles? Es cierto que el mundo antiguo no fue testigo del Holocausto, pero en la Antigüedad hay abundantes masacres y horrores de todo tipo causados por toda clase de circunstancias: derrotas militares, crueldad para con los prisioneros de guerra, torturas, sequías, hambrunas, pestes, epidemias, defectos congénitos, mortalidad infantil, infanticidio, etc, etc, etc.
Cuando ocurrían sucesos de este tipo, ¿cómo los explicaban los autores antiguos?
Seguramente se considere simplista, repugnante o equivocada una de las explicaciones más comunes: que la gente sufre porque Dios quiere que sufra. ¿Por qué iba a querer Dios que la gente sufra? Porque se le desobedece. El sufrimiento es el castigo de Dios. Los antiguos israelitas tenían una idea positiva del poder de Dios, y muchos estaban convencidos de que no ocurría nada en el mundo a menos que Dios lo quisiera. Si el pueblo de Dios sufría, era porque Dios estaba enojado con él por no haberse comportado de la forma en que debía. El sufrimiento era un castigo por el pecado.
¿De dónde viene esta concepción y cómo se explicaría dentro del texto bíblico? Para comprender esta visión «clásica» del sufrimiento como castigo por el pecado, es necesario repasar el contexto histórico en el que surge.
El sufrimiento como castigo: El contexto bíblico
La religión del antiguo Israel eran tradiciones históricas transmitidas de generación en generación. Los libros de la Biblia surgen al final de este largo período de transmisión oral, cuando comienza la tradición escrita. Los primeros cinco libros de la Biblia hebrea, el Pentateuco, recogen muchas de estas tradiciones, empezando con el Génesis y continuando con los tiempos de los patriarcas judíos (Abraham, el padre de los judíos, su hijo Isaac, el hijo de Isaac, Jacob, y los doce hijos de este último que se convertirían en los fundadores de las «doce tribus» de Israel. Esto en el Génesis), la esclavitud del pueblo judío en Egipto (Éxodo) y su liberación de la mano de un gran líder, Moisés, que condujo al pueblo fuera de Egipto y recibió la Ley de Dios (la Torá) de Dios mismo en el monte Sinaí (Éxodo, Levítico y Números). El Pentateuco continúa con el relato de los años en los que los israelitas vagaron por el desierto (Números) hasta llegar a los límites de Canaán, la tierra prometida (Deuteronomio).
El Pentateuco contiene una forma de entender la relación de Israel con Dios, el único Dios verdadero, el creador de los cielos y la tierra. Según la tradición, Dios escogió a Israel para ser su pueblo elegido incluso antes de que existiera como pueblo. Después de que el mundo fuera creado, destruido por el Diluvio y repoblado (Génesis 1-11 ), Dios escogió a Abraham para ser el padre de una gran nación que tendría un lazo único con el Señor. Dios favorecería a los descendientes de Abraham a los que consideraba su pueblo. Pero dos generaciones después de Abraham, su familia fue obligada a viajar a Egipto para escapar de la hambruna que padecía la tierra de Israel. Allí sus descendientes se multiplicaron y se convirtieron en una gran nación. Temerosos de su dimensiones y su fortaleza, los egipcios esclavizaron al pueblo de Israel, que sufrió por ello.
Sin embargo, Dios recordó el pacto que había hecho con Abraham, al que había prometido convertir en padre de una gran nación, y de entre sus descendientes escogió a un salvador poderoso, Moisés, para liberar a los israelitas del yugo egipcio. Moisés realizó muchos milagros en el país para forzar al faraón a liberar a su pueblo; éste se vio obligado a acceder a sus peticiones y los israelitas huyeron al desierto. El faraón los persiguió, sufrió una derrota a manos de Dios, que destruyó al faraón y sus ejércitos cuando los israelitas cruzaron el mar Rojo. Luego Dios condujo al pueblo de Israel a su montaña sagrada, el Sinaí, donde entregó a Moisés los diez mandamientos y el resto de la ley judía y estableció su alianza (o tratado de paz) con los israelitas. Ellos serían su pueblo de la alianza, en el sentido de que había establecido con ellos una especie de acuerdo político. Los israelitas serían su pueblo elegido, al que protegería y defendería a perpetuidad, como ya había hecho al liberarlos de la esclavitud en Egipto. A cambio, los israelitas debían seguir su Ley, que establecía cómo debían venerarle y cómo debían relacionarse entre sí.
Después del Pentateuco, la Biblia hebrea recoge una serie de libros históricos: Josué, Jueces, los libros de Samuel y los libros de Reyes. Éstos desarrollan la historia de Israel: relatan cómo Dios entregó a su pueblo la tierra prometida (dado que allí ya vivían otros pueblos, los israelitas tuvieron que combatirlos y destruirlos; como se cuenta en el libros de Josué); como gobernó mediante líderes locales carismáticos (Jueces); cómo llegado el momento surgió la monarquía (1 Samuel ), qué ocurrió en la época de la monarquía unida, cuando el norte y el sur del país estuvieron regidos por un único rey y después cuando el reino se dividió en dos partes: Israel (o Efraím) en el norte y Judá en el sur. Entre otras cosas, estos libros describen los desastres que golpearon al pueblo de Israel a lo largo de los años, en un proceso que culminó con la destrucción de la nación de Israel en el año 722 a.e.c. por los asirios y la destrucción de Judá un siglo y medio más tarde por los babilonios, que habían derrocado a los asirios.
No discuto la veracidad histórica de estos relatos, la mayoría afirma que tienen alguna raíz histórica y que, a medida que estos relatos se contaban y recontaban, adquiría más y más fantasías para ensalzar epopeyas. Para muchos israelitas esta era la verdadera historia aprendida de sus ancestros. Israel era el pueblo elegido de Dios, que había obtenido una relación especial con Dios. Este Dios era el Señor Dios Todopoderoso, el creador del cielo y de la tierra y soberano de todo lo que existe. Era potente y podía realizar obras prodigiosas en la tierra. Y estaba de parte del mismísimo Israel, al que a cambio de su devoción había acordado proteger y defender como su pueblo y hacerle prosperar en la tierra que le había otorgado.
En este marco ¿qué pensaban los antiguos israelitas cuando las cosas no salían según lo previsto o la situación no era la esperada? ¿Cómo se explicaban el que el pueblo de dios padeciera por causa del hambre, la sequía o la peste? ¿Cómo se explicaban el sufrimiento, no sólo nacional sino también personal, cuando padecían hambre o recibían heridas graves, cuando sus hijos nacían muertos o con defectos congénitos, cuando vivían en la pobreza absoluta o sufrían pérdidas personales? Si Dios era el creador todopoderoso y había escogido a Israel prometiéndole éxito y prosperidad, ¿cómo podía explicarse el que Israel sufriera? Llegado el momento el reino septentrional fue arrasado por completo por una nación extranjera. ¿Cómo podía ocurrirle algo semejante al pueblo escogido de Dios? ¿Por qué no había protegido y defendido a su pueblo tal y como había prometido?
Como es natural, éstas eran preguntas que muchos israelitas se planteaban. La respuesta más rotunda al problema se la daban los profetas. Estos sostenían que los sufrimientos de Israel se debían a que el pueblo israelita había desobedecido a Dios, y que sus padecimientos eran un castigo por esa desobediencia. El Dios de Israel no era sólo un Dios de misericordia, sino también un Dios de cólera, y cuando la nación pecaba, debía pagar por ello.
Los escritos de los profetas son una de las partes más incomprendidas de la Biblia actualmente ya que se leen fuera de contexto. Los cristianos conservadores leen los textos de los profetas como si se tratara de videntes de bola de cristal, capaces de predecir acontecimientos que han de ocurrir en nuestra época. Los autores bíblicos tenían sus propios contextos y preocupaciones y esos contextos y preocupaciones no son los nuestros. Los profetas no estaban interesados en lo que pueda pasarnos a nosotros hoy sino en lo que ocurría en su propia época, a ellos mismos y al pueblo de Dios. No es de extrañar que muchas de las personas que leen a los profetas como videntes se limitan a escoger este o aquel versículo o pasaje aislado y eviten leer los libros íntegramente Cuando los profetas se leen de principio a fin, está claro que escriben para su propia época. Con frecuencia señalan con exactitud cuándo escriben para que sus lectores puedan entender la situación histórica que les preocupa.
En la Biblia hebrea hay dos tipos de profetas. Algunos se dedicaban a comunicar oralmente «la palabra de Dios». Es decir, eran los portavoces de Dios, los encargados de transmitir el mensaje divino; los profetas les decían a los israelitas qué quería Dios que hicieran o cómo quería que se comportaran para gozar del favor de Dios (1 Samuel 9; 2 Samuel 12 ). Los textos de algunos de estos antiguos profetas israelitas se convertirían más tarde en parte de la Biblia. Algunas ediciones de la Biblia dividen a los profetas en «mayores» (Isaías, Jeremías y Ezequiel) y «menores» (Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías).
Lo que unían a todos estos profetas es que pretendían transmitir el mensaje de Dios, comunicar la palabra de Dios, tal y como ellos la entendían, al pueblo de Dios. Se consideraban portavoces de Dios. Transmitían el mensaje de Dios a los israelitas en situaciones concretas para decirle qué estaban haciendo mal, que necesitaban hacer bien, que debían cambiar y qué pasaría si se negaban a hacerlo. Ese «qué pasaría» constituye la totalidad de las «predicciones» de los profetas. Estos autores no se referían a lo que ocurriría miles de años después de su propia época; todo lo contrario: se dirigían a personas que vivían en su tiempo para decirles lo que Dios quería que hicieran y qué les pasaría en caso de que no le obedecieran.
Los profetas creían que si no se seguían las instrucciones de Dios, las consecuencias serían fatales. Para ello, Dios reinaba sobre su pueblo y estaba resuelto a hacerle actuar de manera apropiada. Si no lo hacía, le castigaría, como ya le había castigado antes. Dios podía infligir sequías, hambrunas, dificultades económicas, reveses políticos y derrotas militares. En especial derrotas militares. El Dios que había destruido a los ejércitos egipcios cuando liberó a su pueblo de la esclavitud estaba dispuesto a destruirlo si no actuaba como su pueblo. Por tanto, desde el punto de vista de los profetas, las dificultades y reveses padecidos por Israel, eran directamente obra de Dios, un castigo por sus pecados que enviaba en su esfuerzo por conseguir que su pueblo se enmendara.
¿Qué podemos opinar de la visión profética del sufrimiento? Es el punto de vista que sostienen todos los profetas de la Biblia hebrea, mayores y menores por igual. Además la influencia de esta visión se extiende más allá de los libros proféticos. La visión profética del sufrimiento impregna la Biblia, en especial las Escrituras hebreas. ¿Por qué sufre la gente? En parte, porque Dios la hace sufrir. No se trata simplemente de que de vez en cuando cause pequeñas incomodidades a su pueblo para recordarle que debe prestarle más atención. Dios provoca hambrunas, sequías, pestes, guerras y destrucción. ¿Por qué padece hambre el pueblo de Dios? ¿Por qué aparecen enfermedades espantosas y mortales? ¿Por qué ciudades enteras han de sufrir asedios, esclavitud y destrucción? ¿Por qué los enemigos rasgan los vientres de las mujeres encinta y estrellan a sus hijos contra las piedras? Hasta cierto punto el responsable es Dios, que castiga así a su pueblo cuando éste se extravía.
Es importante destacar que los profetas nunca afirmaron esto como un principio universal para explicar todos los casos de sufrimiento. Es decir, los profetas sólo se dirigían a sus contemporáneos para hablarles de sus sufrimientos específicos. Aún así no hay forma de escapar de la espantosa realidad que supone el que Dios en ocasiones inflige castigos a su propio pueblo por haberle dado la espalda y abandonado sus normas.
¿Qué podemos decir de una concepción semejante? En el lado positivo podría afirmarse que esta visión se toma muy en serio a Dios y sus interacciones con el mundo. A fin de cuentas, las leyes que su pueblo quebrantó eran leyes que pretendían preservar el bienestar de la sociedad. Se trataba de leyes diseñadas para garantizar que no se oprimiera a los pobres, que se atendiera a los necesitados y no se explotara a los débiles. Estas leyes dictaban que Dios debía ser venerado y servido: sólo Dios, no los dioses de otros pueblos. Los profetas enseñaban que el sometimiento a la voluntad de Dios haría a los israelitas beneficiarios del favor divino mientras que la desobediencia sólo les reportaría dificultades: obedecer la Ley era lo mejor para todos los involucrados, y en especial para los pobres, los necesitados y los débiles. A los profetas les preocupaban cuestiones de la vida real: la pobreza, la indefensión, la injusticia, la desigualdad en la distribución de la riqueza, la actitud apática de los ricos hacia los pobres, los desamparados y marginados.
¿Quieren creer que Dios provoca hambrunas para castigar el pecado? ¿Es Dios quien crea los conflictos militares? ¿Es él el culpable de lo que ocurrió en Bosnia? ¿Es Dios la causa de las enfermedades y las epidemias? ¿Fue él quien causó la pandemia de gripe en 1918 que acabó con la vida de 30.000.000 de personas en todo el mundo? ¿Es él quien actualmente mata de malaria a 7.000 personas al día? ¿Es él quien creó la crisis del sida?
Quisiera creer que ese Dios de los creyentes no lo hace. Pero incluso si quisiéramos limitar la visión profética al «pueblo elegido», el pueblo de Israel, ¿qué podríamos decir? ¿Que los problemas políticos y militares de Oriente Próximo son la forma en que Dios intenta que Israel vuelva a él? ¿Que él está dispuesto a sacrificar las vidas de mujeres y niños con tal de hacerse entender? Aunque quisiéramos limitar el alcance de la visión profética al antiguo Israel, ¿quieren decir que las personas inocentes que murieron de hambre entonces (las hambrunas golpean a toda la población) fueron víctimas de un castigo divino por los pecados de la nación? ¿La opresión brutal de los asirios y los babilonios fue en realidad obra de Dios, que fue él quien instó a los soldados a que abrieran a las mujeres embarazadas y estrellaran a sus hijos contra las rocas?
Si el castigo es el resultado del pecado, y yo vivo tranquilamente, ¿me convierte eso en justo? ¿Me hace más bueno que el vecino cuya esposa ha sido violada y asesinada brutalmente? Lo contrario también es cuestionable: cuando experimento un gran sufrimiento, ¿lo hago porque Dios quiere castigarme? ¿Se es culpable si su hijo nace con un defecto congénito, de que tenga cáncer?
Tiene que existir otra explicación para el dolor y miseria del mundo. De echo, existen muchas otras explicaciones incluso dentro de la propia Biblia.
Los profetas de la Biblia hebrea tenían una explicación preparada de por qué la gente padecía las terribles agonías de la guerra. Para ellos la guerra era un castigo de Dios por los pecados de las personas. Para los profetas, Dios provoca en ocasiones la guerra para dar una lección a su pueblo y obligarle a arrepentirse.
Esta concepción del sufrimiento la recoge la mayoría de los escritores bíblicos.
El libro de los Proverbios permiten vivir a quien los sigue una vida buena y feliz. Según este libro, una vida vivida con rectitud ante Dios será recompensada, mientras que el sufrimiento aflige a los malvados y los desobedientes:
La maldición de Yahveh en la casa del malvado, bendice la mansión del justo.- Proverbios 3:33
Yahveh no permite que el justo pase hambre, pero rechaza la codicia de los malos- Proverbios 10:3
El justo es librado de la angustia, y el malo viene a ocupar su lugar.- proverbios 11:8
Al que establece justicia, la vida, al que obra mal, la muerte- Proverbios 11:19
Ninguna desgracia le sucede al justo, pero los malos están llenos de miserias.Ésta es la visión clásica de los profetas expresadas en forma de sabiduría. ¿Por qué las personas pasan hambre, sufren daños físicos y desgracias personales, caen bajo la maldición de Dios, se meten en problemas y mueren? Porque son malvados: no obedecen a Dios. ¿Cómo se evita el sufrimiento? ¿Cómo garantiza la bendición de Dios una vida próspera, libre de dificultades y dolor? Obedeciendo a Dios.- Proverbios 12:21
Ójala fuera cierto. Con mirar a nuestro alrededor vemos que con frecuencia los malvados prosperan y los justos sufren. Pero es interesante descubrir que incluso los autores de los libros históricos de la Biblia hebrea estaban en su mayoría convencidos de que Dios era el origen del sufrimiento y que éste era un castigo por el pecado.
En cierto sentido los temas principales del Pentateuco se resumen ya en la historia de Adán y Eva narrada en el Génesis. El Pentateuco trata de la relación de Dios con la raza humana que él creó y con el pueblo al que eligió: Dios hizo de los israelitas su pueblo y les dio sus leyes, el pueblo quebró esas leyes y Dios los castigó por ello. Para los autores del Pentateuco la historia «funciona» en relación con Dios: las experiencias del pueblo de Israel en la tierra están determinadas por su relación con Dios. Los que obedecen a Dios reciben su bendición (Abraham); los que le desobedecen se maldicen (Sodoma y Gomorra). El sufrimiento no era consecuencia de las vicisitudes de la historia sino de la voluntad de Dios.
La historia de Adán y Eva sirve de prefacio a todo el relato. Dios crea a Adán y le dice que puede comer el fruto de todos los árboles del Edén excepto
árbol de la ciencia del bien y del mal […] porque el día que comieres de él, morirás sin remedio
- Génesis 2:17
La serpiente tentó a Eva y sucumbe. Come del fruto y lo ofrece a Adán, que también lo prueba. Tremendo error. De esta forma se refiere al dolor del parto como el resultado de la desobediencia, un castigo divino.
Adán, por su parte, también es maldecido. En lugar de recoger frutos de los árboles, tendrá que labrar el suelo con el sudor de su frente. A partir de ahora, la vida será dura y la supervivencia incierta. Esta forma de sufrimiento permanente es el precio que el hombre paga por su desobediencia.
Una manera de leer el Génesis es vincular este primer acto de desobediencia con los pésimos resultados que le siguen: la raza humana en su totalidad, el fruto de estos padres desobedientes, está llena de pecado. La situación empeora a tal punto que Dios decide destruir el mundo y empezar de nuevo. Éste es el tema del relato del arca de Noé y el diluvio:
Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahveh de haber hecho al hombre en la tierra y se indignó su corazón.
- Génesis 6:5-6
Dios decide entonces castigar a toda la humanidad:
Voy a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado, junto con todos los animales porque me pesa haberlos hecho
- Génesis 6:7
No está claro qué han hecho los animales para merecer la muerte, pero no hay duda de que a los seres humanos se les castiga por su maldad. Sólo Noé y su familia se salvarán; todos los demás perecerán ahogados en el diluvio enviado por Dios.
Podemos imaginar la agonía de los que mueren ahogados en esos últimos momentos. No es una forma agradable de morir. ¿Qué decir de un mundo entero ahogado? ¿Y por qué? Porque Dios estaba enojado. La desobediencia ha de ser castigada y así Dios aniquila a casi toda la raza humana.
Otra historia del Génesis. El mundo vuelve a poblarse pero, una vez más, casi todos los hombres son malvados. Dios escoge a Abraham para establecer una relación especial con él. Abraham tiene un sobrino llamado Lot, que vive en la ciudad de Sodoma, que salvo por él y su familia está repleta de gente repugnante. Dios ha decidido destruir el lugar; Abraham dialoga con él y consigue que acceda a no acabar con la ciudad si hay en ella al menos diez justos. En ese tira y afloja Dios tiene un as en la manga: sabe que no hay ni diez personas buenas en la ciudad, los únicos justos allí son Lot, su esposa y sus dos hijas. Y así Dios envía a dos ángeles vengadores. Los locales, creyendo que estos dos visitantes son humanos, acuden por la noche a casa de Lot y en una exhibición de depravación le exigen que les entregue a los extranjeros para violarlos. Lot les ofrece en cambio a sus dos hijas vírgenes. Por suerte, los ángeles intervienen y salvan a la familia de la turba. A la mañana siguiente Lot y los suyos huyen de la ciudad y Dios destruye con fuego y azufre. Por desgracia, la mujer de Lot no obedece las instrucciones de los ángeles y es convertida en estatua de sal. La desobediencia provoca castigo en todos los niveles.
En el Éxodo Dios salva a Israel de la esclavitud en Egipto y mediante un milagro les permite escapar por el mar Rojo (o mar de los juncos) de los ejércitos del faraón que les perseguían. Dios entrega, en el monte Sinaí, su Ley. Así la gente debía de marchar al norte y entrar en la tierra prometida pero cuando llegan a los límites de esa tierra, descubren la tierra ocupada por otros habitantes. La gente se niega a creer que Dios esté de su parte cuando tomen la tierra y destruya a sus habitantes, y Dios castiga a los hijos de Israel impidiendo que cualquiera de ellos entren en la tierra prometida. Como dice a Moisés:
ninguno de los que han visto mi gloria y las señales que he realizado en Egipto y en el desierto… verá la tierra que prometí con juramento a sus padres
- Números 14:22-23
Y así fue como mantuvo al pueblo de Israel vagando por el desierto durante cuarenta años hasta que toda la generación hubo muerto. Tras ese tiempo, Dios ordenó a Moisés que entregara a los israelitas la Ley que había recibido en el monte Sinaí cuarenta años antes. El Deuteronomio narra esa segunda entrega de la Ley.
Moisés expone que si obedecen la Ley, derrotará a todos sus enemigos en el campo de batalla, sus cosechas serán abundantes e Israel prosperará y crecerá. Pero si desobedecen tendrían lo contrario.
He aquí la respuesta. ¿Por qué el pueblo de Dios sufre desastres? ¿Qué explica las sequías, las cosechas malogradas, las derrotas militares, las enfermedades y las desgracias del pueblo de Dios? Todo es un castigo de Dios por su desobediencia.
En el Deuteronomio existen historias similares.
Nadie podrá mantenerse delante de ti en todos los días de tu vida… Sé valiente y firme, porque tú vas a dar a este pueblo la posesión del país que juré dar a sus padres. Sé, pues, valiente y muy firme, teniendo cuidado de cumplir la Ley que te dio mi siervo Moisés. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vayas. No se aparte el libro de esta Ley de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas.
- Josué 1:5-8
Y esto es lo que ocurre, como se comprueba en la batalla de Jericó. Siguieron las instrucciones de Dios y las murallas de la ciudad caen y los guerreros entran en la ciudad y matan a todo hombre, mujer, niño y animal. Una victoria completa.
Una persona sensible al problema del sufrimiento se preguntaría por los habitantes de Jericó. Para el Dios de Israel, éstos no eran otra cosa que extranjeros paganos que veneraban a dioses distintos de él y, por tanto, lo único que podía hacerse con ellos era aniquilarlos. Pero es difícil dejar de pensar en todos los inocentes asesinados. ¿Es Dios de verdad así, alguien que ordena masacrar a todos los que no pertenecen a su pueblo? No fue que se ofreciera a los habitantes de la ciudad la oportunidad de repensar las cosas y convertirse. No. Todos fueron sacrificados, incluso los niños, en una carnicería decretada por Dios.
En Reyes más de lo mismo, la historia se repite, el mensaje es el mismo. Si se obedece a Dios todos los favores, sino es así que se atengan a las consecuencias:
Si andas en mi presencia como anduvo David tu padre, con corazón perfecto y rectitud, haciendo todo lo que te ordene y guardando mis decretos y mis sentencias, afirmaré para siempre el trono de tu realeza sobre Israel… Pero si vosotros y vuestros hijos después de vosotros, os volvéis de detrás de mí y no guardáis los mandamientos y los decretos que os he dado, y os vais a servir a otros dioses postrándolos ante ellos, yo arrancaré a Israel de la superficie de la tierra que les he dado.
- 1 Reyes 9:4-7
Al final, Salomón no se mantiene fiel a Dios. Su caída estuvo provocada por su visa amorosa. Se nos dice que tenía más de mil mujeres entre esposas y concubinas 11:3 . Esto en sí mismo no era problema pues la poligamia era una costumbre muy extendida y la Ley de Moisés no condena. El problema era que
el rey Salomón amó a muchas mujeres extranjeras, además de la hija del Faraón, moabitas, ammonitas, edomitas, sidonias, hititas
- 1 Reyes 11:1
Dios había ordenado que los israelitas se casaran y mantuvieran relaciones sexuales sólo con israelitas. Y en el caso de Salomón, resulta evidente cuál era la razón de ello. Sus esposas extranjeras le inducen a adorar a sus dioses. Esto enfurece a Dios, que jura «voy a arrancar el reino de sobre ti». Y eso es lo que ocurre. El hijo de Salomón asciende al trono tras la muerte de su padre, pero las tribus de la parte norte del reino deciden separarse y crear una nación independiente bajo su propio rey, Jeroboam.
La idea del sufrimiento es generalizada en todos los libros de la Torá. Actualmente, muchas personas en el mundo occidental piensan que la religión es un asunto de creencias: es cierto que la religión implica rituales de culto e incide en la manera en que las personas viven, pero en lo esencial, piensan, la religión es una cuestión de lo que uno cree acerca de Dios o acerca de Cristo, de la salvación, la Biblia, etc. Sin embargo, en el antiguo Israel la religión era ante todo una cuestión de venerar a Dios de una manera apropiada. Y esa veneración apropiada era cuestión de ejecutar rituales sagrados de la manera en que Dios había establecido. La religión de Israel era una religión del sacrificio.
En la Torá, Dios manda a los israelitas hacerle sacrificios de animales y otros alimentos Levítico 1-7 . Dios había establecido una forma en que la gente podía reparar su relación con él después de que, ya fuera de una forma individual o colectiva, hubiera quebrantado su Ley y, por tanto, perdido su favor: el ofrecimiento de un sacrificio. La idea básica de esta forma de sacrificio es que para quien incumple la voluntad de Dios hay un castigo previsto, cuando se ofrece el sacrificio apropiado, ese castigo se anula.
Resulta claro que esto se aplica a los holocaustos
le será aceptada para que le sirva de expiación- Levítico 1:4 o Job 1:5
los sacrificios por el pecado
el sacerdote hará así expiación por él, por el pecado cometido, y se le perdonará
- Levítico 4:35
y los sacrificios de reparación
el sacerdote hará por él la expiación con el carnero del sacrificio de reparación; y se le perdonará
- Levítico 5:16
Ya que el pecado causa castigos horribles como manifestación de la cólera de Dios, esa cólera ha de ser aplacada. El modo de aplacarla es mediante el sacrificio apropiado de un animal. ¿Sustituía el animal al ser humano, al que no es necesario sacrificar ya por haberlo sido el animal? Génesis 22:1-14 ¿O se fundaba en otra lógica, más complicada? Cualquiera que sea la respuesta a la pregunta sobre la mecánica sacrificial, el hecho es que el culto del templo estaba centrado en el sacrificio como forma de restaurar la relación con Dios perdida por causa de la desobediencia. Esto significa que la visión clásica del sufrimiento (la desobediencia lleva al castigo) es fundamental en la antigua religión israelita.
Llegó un momento en la historia de Israel en que esta noción de que un ser (un animal) podía sacrificarse por otro (un ser humano) adoptó formas simbólicas. Esto sería importantísimo para los primeros cristianos, que entendían la muerte de Jesús como el sacrificio «perfecto» por los pecados Hebreos 9-10 . Pero es importante comprender que los cristianos no inventaron la idea de que el sufrimiento de uno puede suponer el perdón de otro. Ésta era una idea muy arraigada en el antiguo Israel, como se aprecia en particular en los escritos de un profeta activo en los años posteriores a la destrucción de Jerusalén en el 586 a.e.c. Debido a que los escritos de este profeta se combinaron más tarde con los de Isaías, quien vivió unos cientos cincuenta años antes que él, comúnmente se le conoce como el «Segundo Isaías».
Hace más de un centenar de años que los estudiosos bíblicos notaron que los capítulos 40-55 del libro de Isaías no podían haber sido escritos por el mismo autor que escribió los treinta y nueve anteriores. Esos capítulos presuponen un contexto en el que Asiria se dispone a atacar Judá, esto es, fueron escritos en el siglo VIII a.e.c. En los capítulos 40-55 el reino meridional ha sido destruido y su población llevada al exilio, esto es, se compusieron hacia mediados del siglo VI a.e.c. Ya que los dos libros tienen temas proféticos similares, alguien los hubiera combinado en un mismo rollo en una época posterior y añadido los capítulos 56-66, obra de un profeta aún más tardío («Tercer Isaías»).
El Segundo Isaías coincide con los profetas que le precedieron en considerar que el sufrimiento que aflige al pueblo de Israel es un castigo por sus pecados contra Dios. De hecho, Israel…
ha recibido de mano de Yavheh castigo doble por todos sus pecados- Isaías 40:2
No obstante, esta regla de pecado y castigo no se aplica sólo a Israel, el conquistado, sino también a Babilonia, el conquistador, como Dios mismo informa a la nación vencedora:
Irritado estaba yo contra mi pueblo, había profanado mi heredad y en tus manos los había entregado; pero no tuviste piedad de ellos… Vendrá sobre ti una desgracia que no sabrás conjurar; caerá sobre ti un desastre que no podrás evitar.
- Isaías 47:6,11
Una enseñanza clave del Segundo Isaías es que ahora que Judá ha pagado por sus pecados al recibir su castigo, Dios se ablandará y perdonará a su pueblo, al que devolverá a la tierra prometida para iniciar una nueva relación con él. De allí las célebres palabras con que se inicia el texto del profeta:
Consolad, consolad a mi pueblo -dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, ya ha satisfecho por su culpa.
- Isaías 40:1-2
O como dice más adelante:
Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido -dice Yahveh tu Redentor.
- Isaías 54:7-8
De la misma forma en que tantos siglos atrás Dios salvó a Israel de la esclavitud en Egipto y le condujo a través del desierto a la tierra prometida, así actuará de nuevo y se abrirá en el desierto
«una calzada recta a nuestro Dios». Este regreso será milagroso: «que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano y las breñas planicie. Se revelará la gloria de Yahveh, y toda criatura a una la verá»
- Isaías 40:3-5
Este regreso glorioso a través del desierto será para todos aquellos que pusieron su confianza en el Señor.
Para comprender el mensaje del Segundo Isaías es importante reconocer que es al pueblo en el exilio al que explícitamente Dios llama «siervo mío» 41:8 . Como dice más adelante: «Tú eres mi siervo, Israel, en quien me gloriaré» 49:3 . La razón por la que esto es importante es que los primeros cristianos interpretaron algunos pasajes del Segundo Isaías como alusiones al mesías, Jesús, de quien se pensaba que había sufrido en nombre de otros y traído así la redención a los hombres. Y de hecho, a los cristianos familiarizados con el Nuevo Testamento les resulta hoy difícil leer estos pasajes sin pensar en Jesús:
He aquí que prosperará mi siervo; será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera… Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. ¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros. Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que le trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca… Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido.
- Isaías 52:13 - 53:8
Para interpretar esto hay que tener en cuenta varias cosas clave. Los profetas de Israel no eran adivinos con bolas de cristal preocupados por ver lo que ocurría en el futuro lejano (cuando Isaías escribe esto aún faltan cinco siglos para la aparición de Jesús), sino personas que transmiten la palabra a Dios a sus contemporáneos. Además no hay nada en el pasaje que sugiera que el autor hable de un mesías futuro. Para empezar porque la palabra mesías nunca aparece en este pasaje, ni en todo el libro. Además, los sufrimientos de este «siervo» se presentan como algo del pasado, no del futuro. Así es fácil entender porque antes del surgimiento del cristianismo nadie interpretó el texto como una descripción de lo que el mesías sería o haría. El judaísmo antiguo nunca sostuvo que el mesías estuviera destinado a sufrir por los demás, y ésta es la razón por la que la enorme mayoría de los judíos rechazó la idea de que Jesús pudiera ser el mesías. El mesías había de ser un figura grande y poderosa, alguien similar al rey David. ¿Y quién era Jesús? Un delincuente al que se había crucificado, lo contrario de lo que se esperaba del mesías. El Segundo Isaías nos dice quién es el «siervo» que ha sufrido: el propio pueblo de Israel y, específicamente, el Israel del exilio 41:8; 49:3 .
Siglos después los cristianos terminaron concluyendo que este pasaje se refería a Jesús. Ahora lo que nos interesa es lo que intentaba decir el Segundo Isaías en su contexto histórico. Si este pasaje trata sobre «Israel, siervo mío». ¿qué significa?
El Segundo Isaías creía que el pecado requiere un castigo. Israel, el siervo de Dios, exiliado en Babilonia, había sufrido horriblemente por sus opresores. El Israel del exilio había hecho las veces del animal sacrificado en el Templo para expiación de los pecados, esto es, sufrir por las transgresiones de otros. Al usar una metáfora en la que se identifica a Israel con un individuo, «el siervo del Señor», el Segundo Isaías indica que los deportados han sufrido en lugar de otros. Gracias a ello la nación puede ser perdonada, volver a estar en una relación correcta con Dios y regresar a la tierra prometida. La lógica de este pasaje se funda en la concepción clásica del sufrimiento: el pecado requiere un castigo y el sufrimiento es el resultado de la desobediencia.
La visión clásica de la relación entre el pecado y el sufrimiento no está sólo en la Biblia hebrea, sino que es fundamental también para entender el Nuevo Testamento. ¿Por qué ha de sufrir y morir Jesús? Porque Dios debe castigar el pecado. El Segundo Isaías proporcionó a los primeros cristianos un esquema para comprender la horrible pasión y muerte de Jesús: se trata de sufrimientos que padeció por el bien de otros. A través de la muerte de Jesús, otros pudieron justificarse ante Dios. Jesús, de hecho, se sacrificó por los pecados.
Este es un punto de vista que presenta la Epístola a los Hebreos del Nuevo Testamento, un libro que intenta demostrar que la religión fundada en Jesús es en todo sentido superior a la religión judía. Para su autor, Jesús es superior a Moisés, quien dio la Ley a los judíos Hebreos 3 ; es superior a Josué, que conquistó la tierra prometida Hebreos 3 ; es superior a los sacerdotes que ofrecen los sacrificios en el Templo Hebreos 4-5 , y, algo que resulta destacable, es superior a los sacrificios mismos Hebreos 9-10 . La muerte de Jesús es vista como el sacrificio perfecto, el sacrificio que hace todos los demás sacrificios (judíos) innecesarios, pues santifica a todos los que lo aceptan:
Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo
- Hebreos 10:10
él … habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados se sentó a la diestra de Dios para siempre
- Hebreos 10:12
Aquí está implícita la idea de que el sufrimiento de uno sustituye el sufrimiento de los demás, de que la muerte de Jesús fue una expiación en la que él ocupó el lugar que correspondía a los que provocaban la cólera de Dios.
El apóstol Pablo, que escribe algunas décadas antes que el anónimo autor de la Epístola a los Hebreos (que más tarde los cristianos atribuyeron erróneamente a Pablo), tenía un punto de vista más o menos similar. Como declara en su Primera Epístola a los Corintios
os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras
- 1 Corintios 15:3
Pablo aborda la cuestión con mayor amplitud en su Epístola a los Romanos, donde sostiene que todos somos objeto de «la cólera de Dios» Romanos 1:18 porque todos hemos pecado, pero que Cristo ha obrado una expiación al derramar su sangre por los hombres.
Para Pablo hay una fórmula simple de como Dios otorga salvación eterna a su gente: el pecado provoca castigo; Cristo acepta el castigo sobre sí mismo; la muerte de Cristo expía los pecados de los demás.
Toda esta concepción de la expiación se funda en la forma clásica de entender que el sufrimiento es el castigo necesario por el pecado. Si no fuera así, Dios podría perdonar a la gente siempre que quisiera y no habría razón para que Cristo muriera. La doctrina cristiana de la expiación, y de la salvación para la vida eterna, se funda en la visión profética de que el pueblo de Dios sufre como castigo por su desobediencia.
Donde mejor se muestra la expiación es en Marcos. Como Jesús mismo enseña a sus discípulos en este evangelio:
tampoco el Hijo del hombre (Jesús) ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos
- Marcos 10:45
Más tarde, en este mismo evangelio, Jesús interpreta su muerte como un sacrifico para expiación de los pecados. Antes del arresto, Jesús celebra su última cena con los discípulos. Se trata de una cena pascual, esto es, la cena con la que los judíos conmemoran los acontecimientos del Éxodo.
Los cristianos consideraban que la expiación conseguida por la muerte de Cristo acababa con la necesidad de padecer el tormento eterno en la otra vida como castigo por los pecados cometidos en ésta. Cristo había asumido sobre sí ese castigo.
En ningún otro pasaje se presenta de forma más gráfica la enseñanza sobre el castigo futuro que en el relato de Jesús sobre el juicio de las ovejas y los cabritos que sólo se encuentra en Mateo 25 . Jesús habla allí de lo que sucederá cuando el gran juez cósmico de la tierra, al que llama el Hijo del hombre,
venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles- Mateo 25:31
Todas las naciones de la tierra se congregarán ante el Hijo del hombre y él las separará en dos grupos: las «ovejas» a su derecha, los «cabritos» a su izquierda. A las ovejas, el poderoso rey les dirá:
Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo
¿Por qué se permitirá la entrada de estas personas en el reino de Dios? El Señor dice:
Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; en la cárcel, y vinisteis a verme
- Mateo 25:34-36
Pero los benditos se sienten confundidos, pues no recuerdan haber hecho tales cosas por el gran rey. Éste les dice entonces:
En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis
- Mateo 25:40
En otras palabras, los actos justos de bondad para con los que sufren tendrán una recompensa eterna.
Y, asimismo, el no haber actuado con justicia para con el prójimo tendrá un castigo eterno. A continuación el rey habla a los «cabritos» y les dice:
Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis
- Mateo 25:41-43
Éstos reaccionan con igual perplejidad: ellos tampoco recuerdan haber visto al Señor necesitado. Él entonces les dice:
En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo
- Mateo 25:45
Yasí, señala Jesús, quienes no han actuado con justicia para con los necesitados
irán a un castigo eterno- Mateo 25:46
El castigo eterno. El sufrimiento extremo. El fuego abrasador que nunca cesa. ¿Por qué sufrirán estas personas el tormento eterno? Por haber pecado. Dios causa el sufrimiento a quienes le desobedecen.
Para la mayoría de los autores de la Biblia hebrea el sufrimiento funciona como un incentivo para el arrepentimiento. Si regresa a Dios y hace lo que es debido, Dios les liberará del castigo, aliviará sus penas y sufrimientos y les devolverá la salud y la prosperidad. Los buenos tiempos regresarán.
Estas predicciones de éxitos y felicidades futuras nunca llegaron a cumplirse en el caso del antiguo Israel. Muchos israelitas volvieron a Dios como se les pedía, dejaron de venerar a los ídolos paganos, se esforzaron por cumplir la Ley y mantuvieron su parte de la alianza. Sin embargo, el sufrimiento nunca cesó y el reino utópico nunca llegó.
La palabra utopía es interesante. Proviene de dos palabras griegas que significan «buen lugar» o «no lugar». Tomás Moro, el inventor del término, tenía esa ironía en mente: utopía es ese lugar perfecto que, en realidad, no existe. El reino utópico en el que no hay dolor, miseria y sufrimiento no está en ningún lado. Eso sin duda es cierto en el caso del antiguo Israel. A pesar de haber vuelto a Dios, a pesar de tener gobernantes piadosos, a pesar de intentar ser de verdad el pueblo de Dios, los israelitas continuaron padeciendo el hambre, la sequía, la peste, la guerra y la destrucción. Sólo en el ámbito militar, después de que la nación fuera derrotada por los asirios y, más tarde, por los babilonios, llegaron los griegos. Luego los egipcios. Luego los sirios. Y finalmente los romanos. Uno detrás de otro, los grandes imperios del mundo conquistaron y absorbieron al minúsculo Israel, con lo que los reveses políticos y las derrotas militares no pararon de sucederse.
Éste fue el motivo por el que la respuesta clásica de los profetas al problema del sufrimiento terminó siendo considerada vacía e insatisfactoria por muchos autores posteriores del antiguo Israel, que abrazaron puntos de vista contrarios. En otro sentido, la pregunta planteada por los profetas antiguos es la misma pregunta que a lo largo de los siglos se han planteado millones de personas religiosas. En el caso de los profetas israelitas la pregunta se fundaba en la creencia firme en que Dios había llamado a Israel e intervenido para librarle del terrible sufrimiento de su esclavitud en Egipto: si Dios había intervenido antes para ayudar a Israel, ¿por qué no lo hacía ahora? ¿Era posible que él fuera la razón de su actual sufrimiento? ¿Acaso el pueblo le había ofendido? ¿Cómo podía recuperar su favor y así poner fin a su miseria? Los profetas y otros autores bíblicos no estaban afirmando un principio religioso general, válido para todos los tiempos y lugares. Estaban hablando de un momento y un lugar específicos. No obstante, a lo largo de la historia los lectores han extraído de sus escritos un principio universal e insistido en que el sufrimiento es un castigo de Dios por nuestros pecados.
Las personas que adoptan este punto de vista con frecuencia se responsabilizan de manera innecesaria. ¿Somos realmente culpables de nuestros sufrimientos? ¿No será que esta concepción es del todo inadecuada para explicar la realidad de nuestro mundo? ¿Queremos creer que el sufrimiento siempre es un castigo divino¿ ¿Que los niños que mueren durante una maremoto están recibiendo un castigo? ¿Puede ser cierto que los veinteañeros atascados en las trincheras heladas de la segunda guerra mundial estuvieran siendo castigados por su pecados y que sus compañeros que volaban por los aires víctimas de las minas fueran pecadores aún peores? ¿Los que no padecen sufrimiento son buenos a ojos de Dios? ¿Quién es tan arrogante para afirmar esto?
