En el Génesis, Dios hace surgir el universo de la nada mediante un acto omnipotente. Crea el mundo para que sea la morada del hombre, a quien ha hecho a su imagen. Apenas ha visto la luz este hombre, único objetivo de las obras de su dios, su creador le tiende una trampa en la cual sabía que caería en en ella. Una serpiente que habla, seduce a una mujer que no se sorprende de este fenómeno. Persuadida por la serpiente, pide a su compañero que coma el fruto prohibido por ese mismo dios. Debido a esta falta ligera, Adán, el padre del género humano, atrae sobre sí y su inocente descendencia una multitud de males a los que sigue la muerte, sin ponerle fin. Por la ofensa de un solo hombre, toda los humanos se convierten en objeto de la cólera celeste y es condenada por una ceguera involuntaria con un diluvio universal. Dios se arrepiente de haber poblado el mundo y encuentra más fácil ahogar y destruir la especie humana que cambiar su corazón.
Pero en el Génesis…
Sin embargo, un pequeño número de justos escapa a esta catástrofe, pero ni la tierra sumergida ni el género humano aniquilado son suficientes para su venganza implacable. Una raza nueva aparece; aunque surgida de los amigos de dios, que ha salvado del naufragio del mundo, esta «nueva humanidad» empieza de nuevo a irritarlo con nuevos crímenes. El todopoderoso nunca llega a modelar a su criatura tal como la desea y una nueva corrupción se apodera de las naciones: nueva cólera por parte de Yaveh.
Finalmente pone los ojos sobre un idólatra, se alía con él y le promete que su raza, multiplicada como las estrellas del cielo, gozará siempre del favor de su dios. Es a esa raza a la que revela sus caprichos; por ella cambia cien veces el orden que había establecido en la naturaleza, por ella es injusto y destruye naciones enteras. Sin embargo, esta raza favorecida no es más feliz ni está más unida a su dios; siempre recurre a dioses extranjeros, de los que espera las ayudas que el suyo le niega, y ultraja a este dios que puede exterminarla. Dios tan pronto le castiga como la consuela, tan pronto la odia sin motivos como la ama sin razón alguna. En fin, sumido en la imposibilidad de atraer hacia sí a un pueblo perverso, que ama con terquedad, le envía su propio hijo. Este hijo no es escuchado. ¿De verdad? Ese hijo querido es asesinado por el pueblo objeto de la ternura obstinada de aquel padre, quien no puede salvar al género humano sin sacrificar a su propio hijo.
No. Esta historia no proviene de una novela de fantasía o de ficción como El señor de los anillos. Para desgracia nuestra esta historia proviene del Génesis, de un libro de leyendas que creyentes a lo largo de la historia ha servido de excusa para grandes negocios y engaños.

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