En la entrada Carta de Dios a los hombres, Dios dirige una misiva al hombre. En esa carta Dios se queja del uso que se hace de su nombre. De las veces que se le invoca para asuntos menores y lo desprestigiado que queda siendo una divinidad con aspiraciones propias de todopoderoso.
Cuando era pequeño recuerdo perfectamente que para dar veracidad a cualquier argumente se decía «Lo juro», pero al mismo tiempo alguien recordaba: «No jures, promete…» Dando a entender que jurar, si no cumplía las condiciones de veracidad, el sujeto se podría ver en complicaciones infernales. Así que si después de la advertencia continuaba jurando; entonces era cierto con seguridad.
John Locke excluía de las normas políticas a los ateos. Admitía en su «Estado ideal» a todas las Iglesias y creencias, pero no a los ateos, ya que no eran fiables cuando juraban, que era algo básico en los procesos civiles de la época. Había que jurar cargos y la aceptación de las leyes ante los tribunales.
A Dios se le utiliza como testigo trascendental, sabiendo que no va a decir nada en cuanto a si se ha cumplido o no la palabra. En otras épocas, cuando se tenía respeto a la religión profesaba se temía que si uno no cumplía lo acabaría pagando. Hoy ese miedo no existe para la mayoría de la gente y el juramento adquiere la misma importancia que la promesa o cualquier otro «compromiso humano».

Cristo de la Vega (Toledo)
En Toledo existe una leyenda que habla de un soldado que antes de partir hacia la guerra prometió matrimonio a una doncella. Se lo juró frente al Cristo de la Vega. El muchacho volvió pasados unos años pero ya no estaba enamorado de esa chica. Entonces se negó a cumplir con la promesa y todo derivó en un escándalo en el que intervino un juez, quien le preguntó a la dama si tenía algún testigo del hecho. Ella alegó que el Cristo de la Vega era lo único que había y no se les ocurrió otra cosa que preguntar al Cristo. El madero bajó el brazo derecho y confirmó lo que decía la doncella.
En la vida cotidiana jurar es casi un acto reflejo. Cuántas veces habremos oído «te juro que es cierto, que vi a fulano de tal en este lugar». Esto no implicaría nada más que el refuerzo de algún relato o una idea, y no pretende ofender a Dios. Porque en realidad lo que importa es lo que acompaña al juramento, la afirmación que se intenta respaldar y si existe intención de perjudicar a alguien con una mentira.
Muchos sacerdotes tienen la idea de que juramentos de este tipo no ofenden a Dios ya que forma parte del idioma. El problema es cuando se invoca a Dios con conocimiento de ello y de una forma oficial, sabiendo de antemano que lo van a traicionar. Así que, lo anotan en la cuenta de Dios, que no castiga como los hombres con la cárcel o con una pena que duela.
Como curiosidad diré que generalmente, los protestantes se extrañan ante alguien que tenga el nombre de Jesús porque les suena a blasfemia, o al menos como un desacato a la divinidad.
En la actualidad, los tribunales seculares tienen el «falso testimonio», con la que se puede acusar al que incurre en él, cuando miente ante un tribunal del que ha jurado decir la verdad.
Cuando Yahvé le entregó sus leyes a Moisés en el monte Sinaí, el pueblo judío entendió que no había diferencias entre las normas religiosas y las seculares. Todo era una sola cosa. Entonces se planteaba el inconveniente de siempre: que como Dios no podía atender uno por uno a todos los hombres, otros individuos harían el trabajo por él.
Jurar consiste en decir «sí, juro». Decir «te quiero» implica el acto de querer, ya que significa que quieres al destinatario del enunciado. De allí la exigencia del «júramelo» o «dime que me quieres», porque no se trata de frases de adorno o de explicación, son palabras que conllevan en sí mismas la acción que se enuncia. Ligan y comprometen de manera automática a quien las diga.
Muchas veces hacer valer promesas absurdas se vuelve contra uno. Jefté, uno de los jueces de Israel, prometió a Dios, tras vencer en una batalla, que cuando llegara al lugar donde vivía, sacrificaría a la primera persona que saliera a recibirlo. Esa fue su hija, y sin dudarlo la mató para cumplir con su promesa a Dios.
En una escena de la película de Django, desencadenado de Tarantino, un hombre blanco con un látigo en la mano y una Biblia en la otra iba a dar unos latigazos a una mujer negra atada a un árbol. ¿El motivo? Se le habían caído unos huevos. Pues estando la mujer atada en el árbol con la espalda desnuda, este sirviente de Dios iba a dar esos latigazos como castigo diciendo: «Juro por Dios Todopoderoso que esta mujer recibirá los latigazos por ser tan torpe al hacer caer los huevos». En este caso también tiene toda la intención de cumplir su juramento y, además, es un siervo del señor. En este caso no va a ser en vano el juramento porque lo va a cumplir. Pero ¿La causa por la que utiliza el nombre de Dios se la puede considerar «en vano»? ¿Creéis que lo utiliza en vano porque Dios no permitiría el azote de la mujer? No olvidéis que el Dios que inspira el segundo mandamiento es el mismo Dios que hace multitud de cosas horrendas… y todas le parece bien…
Sin duda son los políticos quienes más promesas hacen y los que más incumplen. Ésta es la verdad. El que tiene poder no promete nada. Es decir, puede hacer como que promete, pero no lo considera como un compromiso, porque se siente por encima de todos y nadie le puede obligar a cumplir con lo que él dice. Pero por otro lado ¿Votaríamos a un político que confesara sin pudor sus limitaciones, o que reconociese que las dificultades son grandes y que, a corto plazo, no podría resolver los problemas, o que va a exigir grandes sacrificios a la población? ¿Admitiríamos que un político nos dijese la verdad con crudeza, y nos exigiese que le aceptásemos?
La mejor manera de cumplir con la palabra empeñada es no darla jamás.
- Napoleón Bonaparte
Muchas veces nos quejamos de que los políticos mienten, pero de forma inconsciente les pedimos que lo hagan. No saldrían elegidos si dijesen la verdad tal cual es. Hay una paradoja: por un lado no queremos ser engañados por los políticos, pero a la vez exigimos que lo hagan.
En nuestro lenguaje, las expresiones de juramento a Dios, son continuas Dios siempre está allí para poder darle las gracias por lo bueno que ocurre, o para maldecir a Dios o llorarle por lo malo que nos pasa. Muchas veces los orígenes divinos está integrados en nuestras fórmulas verbales. Por ejemplo, ojalá quiere decir «Alá lo quiera», y se trata de una expresión en que todos hacemos una profesión de fe musulmana cada vez que la utilizamos, aunque sin saberlo, ya que son expresiones que están integradas a nuestros usos lingüísticos y sociales.
El segundo mandamiento contempla también el precepto de no blasfemar. Según la RAE:
Durante muchos años «cagarse en Dios» o «cagarse en la hostia», significaba hacerlo en Franco, porque estaba todo íntimamente ligado, y se transformaba en una forma de protesta contra el régimen.
El idioma español es el más blasfematorio del mundo. A diferencia de otros idiomas, en los que juramentos y blasfemias son, por regla general, breves y separados, la blasfemia española asume fácilmente a forma de un largo discurso en el que tremendas obscenidades, relacionadas principalmente con Dios, Cristo, el Espíritu Santo, la Virgen y los santos apóstoles, sin olvidar al Papa, pueden encadenarse y formar frases escatológicas e impresionantes. La blasfemia es un arte español. En México, por ejemplo, donde sin embargo la cultura española se halla presente desde hace cuatro siglos, nunca he oído blasfemar convenientemente.
- Luis Buñuel
Nadie ofrece tanto como el que no piensa cumplir. Si uno no piensa dar nada, entonces, ¿por qué no prometerlo todo? Ése es el éxito de los grandes estafadores, que siempre hacen unas ofertas irresistibles porque no piensan cumplir con nada de lo que predicen. Entonces, si tú no vas a dar nada, por lo menos sé generoso en la cantidad de lo que prometes, dado que no lo serás a la hora de cumplir.
Estamos en un mundo que se basa en buena medida en el crédito, que significa dar por bueno un juramento, una promesa. Por ejemplo, el dinero, las tarjetas de crédito, los cheques, incluso el propio patrón de conversión de las divisas de cada país, todo se basa en el crédito. Uno cree que hay algo que respalda el billete que tiene en el bolsillo; uno cree que la tarjeta será respaldada por su banco y el banco cree que el individuo lo pagará; uno cree que el cheque que recibió tiene fondos. Estamos dándonos créditos unos a otros. Llama la atención que sea en el mundo del crédito donde el juramento y la promesa se hayan trivializado.
Hay leyes civiles que se crean para reforzar lo que se ha prometido en un documento público. Hay también legislación religiosa que castiga al que jura en vano. Sin embargo, al que sufre un fraude y es engañado, le da igual saber si el que le hizo daño será castigado por la justicia de Dios o por la justicia humana. Lo único que querrá saber es en qué se verá afectado el que lo perjudicó y si podrá recuperar algo de lo que perdió.
No tomarás el nombre de Dios en vano
Más allá de cuestiones religiosas quiere decir que no se debe utilizar las grandes palabras para abusar de la confianza de tus semejantes. No debes invocar en nombre de lo trascendente, de Dios, de los grandes valores, de las libertades, de los objetivos públicos de la sociedad, para abusar de la confianza de tus semejantes, para engañarlos, para someterlos a tu capricho o a tu deseo. Lo valioso no debe ser utilizado para la mentira y el fraude, porque produce un ambiente de banalidad que termina quitando el peso y valor a lo que debería ser más estimable.
