El ser humano es un animal social. No tenemos las características necesarias para sobrevivir a solas o en grupos muy pequeños en los ambientes hostiles donde evolucionamos. Así, desde temprano en el desarrollo de nuestra convivencia en grupo desarrollamos un sentido de unidad, altruismo y colaboración. Por tanto somos capaces de decidir qué conductas son aceptables dentro del grupo y cuales no. Nada especial, pues lo mismo hacen otros grupo de animales como los chimpancés o los lobos.
La moral, el sentido del bien y el mal, es una construcción social. Es un artefacto cultural moldeado por las experiencias y el conocimiento acumulado durante el tiempo para proteger las necesidades de los individuos y los intereses del grupo. Esto no significa que tengamos que aceptar o respetar prácticas que podamos considerar bárbaras o moralmente repulsivas desde nuestra perspectiva, sino que este conocimiento nos ayuda a entender la raíz y la razón de ser de algunas de estos comportamientos.
Seguro que a todos nos gustaría tener un mapa que nos dijera lo que está bien y lo que no en absolutamente todas las circunstancias posibles, eliminando así los distintos caminos propios de los grandes dilemas éticos. El problema con eso es: ¿quién decide qué preceptos éticos son ciertos, innegables e inamovibles?
Siempre habrá quien resulte perjudicado por la aplicación de estos valores y cuestione su validez. ¿Con qué derecho y autoridad decidimos la regla que ha de ser de aplicación absoluta y estricta aún cuando resulte en perjuicio de otros?. El simple hecho de que alguien siempre pueda resultar afectado negativamente siempre levantará la pregunta sobre la validez de tal o cual precepto moral o sobre la supuesta autoridad y motivaciones que detrás de éste.
Curiosamente todos los grandes movimientos que han promovido activamente la idea de un objetivismo moral de este tipo, han estado organizado jerárquicas tipicas de corte religioso o de algún tipo de culto a la persona, donde la dirección es quien decide cuáles son esos preceptos morales incuestionables. Desde el Objetivismo, hasta los mandamientos de las religiones. Todos tienen en común el aura de infalibilidad del líderato que en el caso de las religiones resulta ser los dioses.
Con eso en mente, ¿cómo podemos identificar los imperativos categóricos y justificarlos racionalmente en toda circunstancia? Hay quien opina por ejemplo, que mentir es absolutamente malo y no se justifica en ninguna circunstancia. Pero si alguien le preguntara dónde se encontrara un conocido, que sabe dónde está, al que sabe que agredirá. ¿Sería o no correcto mentir bajo estas circunstancias? Este es el problema con establecer normas morales incuestionables e inamovibles.
Siempre habrán condiciones en las que habrán principios éticos que se contraponen. Esta es la naturaleza de un dilema moral; y es en estas circunstancias hemos de tomar decisiones basándonos en principios que no están escritos en piedra, dejándonos llevar por nuestra intuición, teniendo siempre en mente el bienestar del individuo, pero también el bienestar y los intereses del grupo.
En esto no hay certeza. Cuando tomamos una decisión de este tipo normalmente no sabemos si habiendo tomado otra hubiera sido mas correcto o adecuado. O tal vez en este momento resulte correcto, pero en otro momento, con otras variables y mayor o menor conocimiento, no. Esto siempre será una valoración subjetiva.
La Moral, los Dioses y Eutifrón
¿Cómo puede una persona ser moral sin creer en dios? Cuantas veces no he escuchado esto. No es más que un prejuicio formado por los estigmas sociales asociados al ateísmo. Desde siempre se nos ha dicho que los ateos no pueden ser buenos por que carecen de una guía moral. Esto es un absurdo que ha sido discutido ampliamente desde tiempo inmemorial.
Cuando lo leí, de inmediato pensé en Eutifrón. Este es un diálogo platónico en el que Sócrates, mientras esperaba a ser juzgado, discute sobre la naturaleza del bien y el mal con el joven Eutrifrón quién fue a denunciar a su padre por haber dado muerte a uno de sus jornaleros. Sócrates le pregunta a Eutifrón si cree que es correcto hacer lo que está haciendo a lo que el responde que sí, que su padre cometió un crimen, y que lo correcto es denunciarlo. Tras un intercambio de preguntas y respuestas Eutifrón concluye que lo bueno o lo correcto es aquello que le agrada a los dioses. Aquí es donde Sócrates formula la pregunta que se conoce como el Dilema de Eutifrón.
¿Es algo bueno o correcto por que le agrada a los dioses, o le agrada a los dioses por ser bueno o correcto?
Si la razón de algo ser bueno o correcto es la mera opinión de dios, entonces lo bueno se reduce su arbitrio, cuya opinión cambiar como bien se refleja en las escrituras entre el Dios del Antiguo Testamento y del Nuevo, por lo que no tendría sentido hablar de preceptos morales absolutos. Pero, si lo bueno le agrada a dios por el hecho de ser bueno o correcto, entonces, la opinión de dios sería completamente irrelevante por lo que serían innecesarios para justificar la validez del precepto en cuestión.
O sea, según lo planteado en este dilema, o podrían existir preceptos morales absolutos independientes de la opinión de dios, haciéndolo innecesario e irrelevante para la justificación de estos preceptos, o la moral depende del arbitrio de dios y del lado de la cama que se levante.
Creo que ninguna es correcta.
Altruismo y la convivencia en grupo
La razón por la cual algunos sacrifican hasta sus vidas por el bien del grupo: Altruismo.
El comportamiento altruista es común en el reino animal, sobre todo en especies con complejas estructuras sociales.
Por ejemplo, los murciélagos vampiro regularmente regurgitan sangre y la donan a los demás miembros de su grupo que no pudieron alimentarse esa noche, asegurando que no se mueran de hambre. En numerosas especies de aves, una pareja reproductora recibe ayuda en la crianza de sus crías de otras aves, que protegen el nido de los depredadores y ayudar a alimentar a los polluelos. Los Monos Vervet dan llamadas de alarma para advertir a sus compañeros de la presencia de depredadores, aunque al hacerlo, llaman la atención sobre sí mismos, aumentando las posibilidades de ser atacados. En las colonias de insectos sociales (hormigas, avispas, abejas y termitas), obreras estériles dedicar toda su vida al cuidado de la reina, la construcción y la protección del nido, buscando comida y cuidando las larvas. Tal comportamiento es máximo altruista: obreras estériles, obviamente, no dejan descendencia propia pero sus acciones son de gran ayuda para los esfuerzos de reproducción de la reina.
El ser humano no es diferente. Evolucionamos en un ambiente sumamente hostil en el que nos vimos obligados a desarrollar un instinto altruista al igual que otras especies. La convivencia en grupos, desde los pequeños grupos que nos unían hace miles de años, hasta las grandes ciudades modernas compuestas por millones de individuos dieron lugar a una compleja interacción que ha definido nuestro comportamiento y tendencias altruistas a través de los pasados milenios por factores tanto biológicos como sociológicos.
No hace falta recurrir a mitos, leyendas, fábulas, fantasías, ni argumentos falaces para explicar o darle sentido a una sana convivencia en grupo. No es necesario invocar la voluntad absoluta de divinidad alguna para explicar por que las pirañas (una de las especies más voraces del mundo) conviven perfectamente bien en grupos y no se comen unas a otras.
Estas fantasías son producto de la mentalidad de las culturas antiguas como forma de buscar una explicación a lo desconocido. Hoy día cumplen el papel de refugio emocional en momentos difíciles. Pero a estas alturas, en pleno siglo XXI, resultan insuficientes e innecesarias para explicar adecuadamente estos fenómenos.
Tal vez en el pasado el apelar a estas divinidades para imponer un criterio moral que ayudara a mantener el orden en la sociedad tenía alguna utilidad. Hoy en día, ya no. Solo la ignorancia, el miedo y la amenaza de torturas eternas en infiernos inexistentes mantiene con vida esta idea. Idea que es explotada hasta la saciedad por montones de inescrupulosos que con su deseo enfermizo de adquirir poder en la sociedad y de manipular las mentes débiles se aprovechan de este miedo irracional para controlar las vidas y, el muchos casos, sacar el dinero a los creyentes.
El hacer lo correcto por miedo a ser castigado no es moral que hacer lo correcto por el hecho de sentir que es lo correcto para beneficio del grupo sin esperar nada a cambio. Actuar así, por miedo o por razones irracionales, es peor, pues solo estaría aparentando preocuparse por el bien del otro o del grupo, cuando solo le interesa su bienestar individual por encima del de los demás. Solo aparentaría estar haciendo lo correcto, pero por las razones incorrectas.
Después de todo, ¿quién es más moral, el niño que comparte sus dulces voluntariamente o el que lo hace bajo la amenaza de su padre de quitárselos todos si no los comparte?
¿Ateo bueno?
