Variedad de sofisma patético en la que se apela a nuestras emociones para eludir el razonamiento.
La apelación falaz a la lealtad supone que uno debe estar de acuerdo con los intereses del grupo al que pertenece, independientemente de que dicho grupo tenga razón o de que sus intereses estén justificados.
- Ya sé, guardia, que he girado donde está prohibido, pero los colegas tenemos que ayudarnos. No me vas a tratar como si fuera un paisano.
- Si lo piensas bien comprenderás que tengo razón y, sobre todo, recuerda que siempre te he prestado ayuda.
Con mi patria, con mi equipo, contra el enemigo compartido… con razón o sin ella. Son apelaciones que invocan uno de nuestros sentimientos más fuertes, más nobles y también más sectarios, como la amistad o la pertenencia a un grupo: familia, escuela, ciudad, facción política, religión, sociedad recreativa, admiradores de un autor, etc. Nos sitúan con frecuencia en un conflicto moral que adopta la forma de un dilema: o con los míos o con la razón y que resolvemos, en un sentido u otro, según vengan las circunstancias: unas veces con la razón y otras renunciando a ella en favor de los vínculos de lealtad, como hace la madre de un delincuente. No es raro que pese en nuestra elección el afán de no parecer ingratos, desleales, insociables o, simplemente, poco fiables. Escoger las emociones frente a la razón no es de suyo falaz. Al fin y al cabo la razón no es lo más importante en la vida. Como en todas las apelaciones emocionales, la falacia consiste en apelar fraudulentamente a la lealtad —explotando la fragilidad emocional del adversario— para imponer una conclusión que carece de razones.
Estamos ante una versión restringida del sofisma populista y, como en éste, ante una variedad de la Falacia de Eludir la cuestión. Ver también Sofisma patético.