La Evolución es tan real que explica el porqué hay tantas especies vivas; se estima que han existido unos 500.000.000 de especies de las que unos 5.000.000 sobreviven en la actualidad, y de este número sólo 1.500.000 son las especies actualmente catalogadas. ¿Una inteligencia superior tendría la necesidad de crear tanta diversidad?. Y no sólo desde el aspecto puramente científico y racional la evolución es la respuesta más lógica a tantas preguntas como el donde, cuando y cómo estamos aquí. Digamos que también me brinda una respuesta más emocional más satisfactoria que la dada por los creyentes.
Cuando a un creyente se le anima a hablar sobre Dios y de que aporte pruebas de que existe, una de las razones más habituales que esgrime es que, para él, está muy claro mirando la naturaleza. Observando lo maravillosa que es en su plenitud. Comprobando la interconexión que existen entre animales y plantas. Apreciando lo ajustados que están los mecanismos de las diversas especies para su supervivencia. Así mismo, aprecian la belleza que aparece ante nuestros ojos y, sin duda, la infinidad de acontecimientos que hacen que nos sintamos pequeños ante tanta variedad y plenitud.
Lo que los creyentes parece que no se dan cuenta es que un ateo, un convencido de la evolución, un racionalista, aprecia todo eso que se admiran ellos con la diferencia que intenta saber más de ello y, como consecuencia de ello, más me sorprendo y admiro al discernir aspectos que para ellos están ocultos.
Si aspectos como la forma de las alas, la reproducción sexual, el comportamiento animal, los órganos visuales o cualquier otro órgano, la fotosíntesis, etc. tuviera como explicación última la aparición de una fuerza inteligente creadora de todo ello, mi decepción se evidenciaría de manera inmediata ya que perdería el ánimo de preguntarme el porqué, el cómo y para qué, y si llegara a un callejón sin respuestas inmediatas no utilizaría el “cómodo” comodín de decir que el creador es explicación de ello.
Mi admiración, digamos emocional, con el hecho evolutivo es que me parece inmensamente bello el saber que estoy emparentado con todos y cada unos de los organismos vivos. Es hermoso saber que el chimpancé tiene conexión conmigo de una manera más íntima de lo que lo sienten los creyentes bíblicos. Saber que la ballena, siendo un pariente más lejano, también tiene una conexión conmigo. Y según nos remontemos en el tiempo hacia el origen de la vida, todos y cada unos de los seres vivos tienen vínculos especiales conmigo, CONMIGO.
A mí no sólo me convence la evolución de una forma racional, sino que emocionalmente, como utilizan los creyentes aplicando su fe en el creador de las especies, me satisface más el pensar en la evolución como respuesta a la vida.
Las especies somos algo más que simples grupos orgánicos que viven su vida sin compromisos biológicos.
Podemos hablar del esqueleto de los mamíferos, o del esqueleto de los anfibios, o del exoesqueleto de los escarabajos. En ningún momento podré hablar del exoesqueleto de los mamíferos ¿por qué?
Si observamos el esqueleto de los mamíferos podemos apreciar la gran variedad de ellos observando al murciélago con el del caballo pero, al mismo tiempo, es inmensamente maravilloso comprobar las similitudes tan enormes que existen entre ellos.
¿No es fascinante cómo cada hueso de un murciélago tiene su correspondiente identificable en el esqueleto humano? Identificable por el orden en que se interconectan. Solo las proporciones son diferentes. Las manos de los murciélagos están agrandadas enormemente en relación con su tamaño corporal, pero a nadie se le puede escapar la correspondencia entre nuestros dedos y esos largos huesos de las alas. La mano humana y la del murciélago son dos versiones de la misma cosa. El término técnico para este tipo de parecido es homología. El ala para volar del murciélago y nuestra mano para agarrar son homólogas. Las manos de nuestro antepasado común, y el resto del esqueleto, fueron estiradas o comprimidas, parte por parte, en direcciones diferentes y en cantidades distintas a lo largo de sucesivos linajes de descendientes.
Lo mismo es aplicable al ala de un pterodáctilo (no es un mamífero, pero el principio se mantiene, lo que lo hace aún más impresionante). La membrana del ala de este pterodáctilo está soportada en su mayor parte por un solo dedo, el que llamaríamos dedo meñique. Este dedo está modificado para soportar la membrana del ala. Todos los detalles han cambiado, pero aún es reconocible el meñique por su relación espacial con los otros huesos del esqueleto.
Además de los verdaderos voladores, muchos otros animales planean: un hábito que podría darnos pistas sobre los orígenes del vuelo real. Tienen membranas para planear que necesitan el soporte del esqueleto; pero no tienen que descansar en los huesos de los dedos como ocurre con las alas de los murciélagos. Las ardillas voladoras y los cuscus (marsupiales que parecen ardillas voladoras pero no están emparentadas) despliegan una membrana de piel entre sus brazos y sus piernas. No se requieren dedos individuales que soporten mucha carga y estos no están sobredimensionados.
El lagarto volador, otro planeador. Se puede apreciar que son las costillas, y no los dedos, o los brazos y las piernas, las que se han modificado. Una vez más, el parecido del esqueleto en conjunto con los de otros vertebrados es completamente claro. Se podría analizar cada hueso, uno por uno, identificando en cada caso el hueso preciso correspondiente en el esqueleto humano, del murciélago o del pterosaurio.
El lémur volador utiliza su cola, brazos y piernas para soportar la carga que supone el volar. Yo no me puedo imaginar teniendo cola, aunque los humanos, junto con todos los demás monos tenemos una cola residual, el coxis, oculta bajo la piel. Siendo monos casi sin cola, es difícil para nosotros imaginar lo que sería ser un mono araña, cuya cola domina completamente toda su columna vertebral.
Creo que no es necesario repetir el mensaje. El esqueleto base es el mismo que en cualquier otro mamífero, pero modificado para un trabajo diferente. Bueno, la cola en sí no es exactamente igual: la cola del mono araña dispone de vértebras extras, pero dichas vértebras se identifican fácilmente como del mismo tipo que las de cualquier otra cola, incluido nuestro coxis. ¿Puede imaginarse lo que supondría ser un mono con cinco manos prensiles de las que pudiéramos colgarnos con facilidad? Yo no puedo. Pero sé que la cola del mono araña es análoga a mi coxis, igual que el larguísimo hueso del ala de un pterodáctilo es homólogo a mi meñique.
Veamos ahora otro hecho sorprendente. La pezuña de un caballo es homóloga a la uña de nuestro dedo anular. Los caballos andan literalmente de puntillas, aunque no como nosotros cuando decimos que andamos de puntillas. Han perdido casi completamente sus otros dedos. En un caballo, los homólogos de nuestros dedos índice y anular, y sus equivalentes en las extremidades traseras, sobreviven como pequeños huesos unidos al hueso metacarpiano, e invisibles por fuera de la piel. El hueso metacarpiano es homólogo a nuestro metacarpiano medio, que está dentro de la mano. Todo el peso del caballo es soportado por los dedos anulares de manos y pies. Las homologías, por ejemplo de nuestros dedos anulares o de los de un murciélago, son completamente claras. Nadie puede dudar de ellas; y para remarcar el asunto, a veces hay caballos que nacen con tres dedos en cada pata, con el dedo central haciendo las veces de pie normal y los dos laterales como pezuñas en miniatura.
¿Puedes ver lo maravillosa que es esta idea de modificación casi indefinida a lo largo de periodos inmensos de tiempo, en la que cada forma modificada mantiene trazas inconfundibles del original?
La siguiente afirmación resulta paradójica, pero verá como cobra sentido, y también la importancia que tiene como observación. Los esqueletos de todos los mamíferos son idénticos, pero sus huesos son diferentes. La solución a la paradoja residen en mi uso calculado de la palabra esqueleto para designar el ensamblado de los huesos en una configuración ordenada de unos con otros. Es decir, si pasamos por algo las dimensiones de los huesos y nos concentramos en la unión de cada uno de ellos, las evidencias son más que concluyentes.
Por ejemplo, el “hueso de la cabeza” o cráneo contiene 28 huesos, la mayoría unidos entre sí por “suturas” rígidas, pero con un importante hueso móvil: la mandíbula inferior. Lo más maravilloso es que, hueso arriba o abajo, el mismo conjunto de 28 huesos, que pueden etiquetarse con los mismos nombres, se encuentran en todos los mamíferos. Todo esto es lo mismo, a pesar del hecho de que las formas de cada hueso son radicalmente diferentes entre los distintos mamíferos.
Nos estamos limitando a los animales modernos, pero si comprobamos esqueletos ancestrales veríamos que los esqueletos de especies actuales corresponden a lo que esperaríamos si todos descendieran de un antepasado común. El esqueleto ancestral se ha ido modificando gradualmente a lo largo del tiempo. Algunas parejas de animales, como las jirafas y los okapis, comparten un antepasado común. Una jirafa no es un okapi pero el antepasado común se parecía más a un okapi que a una jirafa. Los impalas y los ñus son parientes cercanos entre sí, y ligeramente más lejanos de las jirafas y los okapis. Los cuatro son parientes más lejanos aún de otros animales de pezuña hendida, como los cerdos y los facóqueros. Todos los animales de pezuña hendida son parientes más lejanos de los caballos y las cebras. Podemos ir tan lejos como queramos, agrupando parejas de parientes en grupos, y a agrupando grupos de parientes. Si utilizáramos un lenguaje matemático para ser más claro en la exposición sería algo así:
[(lobo/zorro)(león/leopardo)][(jirafa/okapi)(impala/ñu)]
El patrón jerárquico de similitudes fue descubierto por los creacionistas en la época predarwiniana, y propusieron una explicación no evolutiva, realmente exagerada. Los patrones de similitud, desde su punto de vista, reflejaban temas en la mente del diseñador. Él había tenido varias ideas sobre cómo crear animales. Sus pensamientos discurrían sobre un tema de mamíferos e, independientemente, sobre otro de insectos. Dentro del tema de mamíferos, las ideas del diseñador se dividían jerárquicamente en subtemas (por ejemplo, el de las pezuñas hendidas) y subsubtemas (por ejemplo, el de los cerdos). Hay un componente importante de súplica y esperanza en este argumento, y hoy día los creacionistas casi no recurren a ello. De hecho, como sucede con la evidencia de la distribución geográfica, que comentamos en el último capítulo, ellos raramente discuten la evidencia comparativa, y prefieren mantenerse en la evidencia de los fósiles, que, según les han enseñado a creer, constituyen para ellos la tierra prometida.
Para evidencia lo extraña que es la idea de un creador que se atiene a “temas”, piensa que cualquier diseñador humano estaría contento de tomar prestada una idea de una de sus invenciones, si esto beneficia a otra. Quizá hay un “tema” de diseño de aeronaves que está separado del “tema” del diseño de trenes. Pero un componente de un avión, por ejemplo, un diseño mejorado para las luces de lectura sobre los asientos, podría ser utilizado en los trenes. ¿Por qué no hacerlo si sirve para el mismo propósito en ambos? Cuando se inventaron los automóviles, el nombre “carruaje sin caballos” nos indica de dónde vino parte de su inspiración. Pero los vehículos tirados por caballos no necesitan volante, por lo que el volante debe tener otro origen. ¿Se tomaría de la tecnología de los barcos? Antes de ser reemplazado por el volante, que fue introducido hacia finales del siglo XIX, el mecanismo original para guiar un coche era el timón, también prestado de los barcos, pero desplazado de la parte trasera del vehículo a la delantera.
Si las plumas son una buena idea dentro del “tema” pájaros, de tal forma que cada pájaro, sin excepción, las tiene, ¿por qué ningún mamífero las tiene? ¿Por qué el diseñador no tomó prestada esa ingeniosa invención, la pluma, la menos para los murciélagos? La respuesta evolucionista es clara. Todos los pájaros heredaron sus plumas de una antepasado común, que tenía pluma. Ningún mamífero desciende de ese antepasado. Es tan simple como eso.
Ahora llegamos a un punto interesante. Un delfín, que es una ballena pequeña, se parece superficialmente a varios tipos de peces grandes. Uno de estos peces, el dorado, es llamado a veces “delfín”. Los dorados y delfines tienen la misma forma alargada, adaptada a sus hábitos de vida similares como cazadores rápidos cerca de la superficie del mar. Pero su técnica para nadar es diferente. El dorado, como todos los peces, mueve la cola de lada a lado. Pero al delfín lo delta su historia de mamífero, y mueve la cola de arriba a abajo. El movimiento ondulatorio ancestral del pez, de lado a lado a lo largo de la columna vertebral, ha sido heredado por los lagartos y las serpientes. Comparemos eso con el galope de un caballo o la carrera de un leopardo. La velocidad viene de doblar la columna como ocurre con los peces y las serpientes; pero en los mamíferos la columna se dobla de arriba abajo, no lateralmente. Por otro lado, los cocodrilos son capaces de galopar, así como de utilizar la forma de andar de los lagartos. Los antepasados de los mamíferos no se parecían en nada a los cocodrilos, pero quizá los cocodrilos nos están mostrando cómo un antepasado intermedio podría haber combinado ambas formas de caminar.
En cualquier caso, los antepasados de las ballenas y delfines eran mamíferos terrestres que, seguramente, “galopaban” flexionando ascendentemente la columna vertebral. Y cuando volvieron al mar mantuvieron su movimiento ancestral de la columna.
El maravilloso ADN
De la misma forma que el esqueleto de los vertebrados es invariable entre todos los vertebrados, pero los huesos individuales son diferentes, también el código del ADN es invariable entre todas las criaturas vivas, mientras que los genes individuales varían. Esto es un hecho realmente asombroso que muestra con más claridad que ninguna otra cosa que todas las criaturas vivas son descendientes de un único antepasado. No solo el código genético mismo, sino todo el sistema completo de genes/proteínas necesarios para la vida es el mismo en todos los animales, plantas, hongos, bacterias, arqueas y virus. Lo que varía es lo que esté escrito en el código, no el código mismo. Y cuando miramos comparativamente lo que está escrito en el código encontramos el mismo tipo de árbol jerárquico de semejanzas. Encontramos el mismo árbol genealógico, aunque desplegado de forma mucho más detallada y convincente, que en el esqueleto de los vertebrados y en todo patrón de parecidos anatómicos en todos los reinos de la vida.
Si queremos saber cuál es el grado de parentesco entre dos especies, es decir, cómo de cerca está un erizo de un mono, lo ideal sería mirar los textos moleculares completos de cada gen de ambas especies y comparar cada punto y cada coma, como haría un estudioso de la Biblia al comparar dos rollos o fragmentos de Isaías. Pero lleva tiempo y es caro. El Proyecto Genoma Humano consiguiendo la descodificación completa del genoma humano es un logro. Ahora acaba de ser concluido con éxito el proyecto del genoma del chimpancé, así como el equivalente de otras especies más.
Cuando se dice que el hombre y el chimpancé comparten el 98% de sus genes ¿qué significa?
Supongamos que tenemos dos versiones del mismo libro y queremos compararlas. Por ejemplo el libro de Daniel y queremos comparar la versión canónica con un pergamino antiguo que se acaba de descubrir en una cueva en la costa del mar Muerto. ¿Qué porcentaje de capítulos de los dos libros es idéntico? Probablemente cero, ya que se requiere solo una discrepancia en cualquier lugar de todo un capítulo para que digamos que no son idénticos. ¿Qué porcentaje de sus fans son idénticas? El porcentaje será ahora mucho mayor. Aún mayor sería el porcentaje de palabras idénticas, porque las palabras tienen menos letras que las frases. Pero el parecido de una palabra también se rompe si difiere en alguna de las letras. Por tanto, si alineamos dos textos y los comparamos letra a letra, el porcentaje de letras idénticas será aún mayor que el porcentaje de palabras idénticas. Así pues, una estimación de “98% en común” no significa nada, a menos que especifiquemos el tamaño de la unidad que estamos comparando. ¿Estamos comparando capítulos, palabras, letras o qué? Y lo mismo cumple cuando comparamos ADN de dos especies. Si estamos comparando cromosomas enteros, el porcentaje compartido es cero, porque solo se requiere una pequeña diferencia, en algún lugar en los cromosomas, para poder decir que los cromosomas son diferentes.
El tan citado número del 98% de material genético compartido entre los chimpancés y los humanos no se refiere ni al número de cromosomas ni al número total de genes, sino al número de “letras” de ADN que casan entre sí dentro de los genes respectivos de humanos y chimpancés. Pero hay un fallo en ello. Si hacemos la alineación de forma ingenua, una letra perdida o añadida, en contraposición a una letra equivocada, hará que no casen todas las letras siguientes porque estarán desplazadas un paso arriba. Es injusto claramente dejar que la estimación de discrepancias crezca de esta forma. El ojo del estudioso, al analizar dos pergaminos de Daniel, se da cuenta de ello automáticamente, de una forma que es difícil de cuantificar. ¿Cómo podemos hacer esto con el ADN? Aquí dejamos la analogía con los libros y vamos directamente al asunto real para entenderlo mejor.
Al calentar ADN unos 85ºC, “punto de fusión”, las dos cadenas de doble hélice se separan. Si se deja enfriar de nuevo, cada hélice simple se une otra vez con otra hélice simple o con un fragmento de hélice simple. Podríamos pensar que esta última sería la pareja de la que se acaba de separar, pero normalmente no es así. Los fragmentos de ADN encontrarán otros fragmentos con los que se puedan emparejar, y lo normal es que no sean exactamente iguales que las parejas originales. Si añadimos fragmentos separados de ADN de otra especie, los fragmentos de las cadenas simples pueden unirse a fragmentos de ADN de la especie equivocada. ¿Por qué? Pues porque el ADN es solo ADN. No importa si es ADN humano, ADN de chimpancé o ADN de manzana. Los fragmentos se emparejarán alegremente con fragmentos donde quiera que los encuentre. Pero la fuerza de unión no es siempre igual. Los fragmentos de una hebra de ADN se unen más fuerte a fragmentos correspondientes que a cadenas menos similares. La unión de estas cadenas está debilitada, como una cremallera a la que le falta algún diente.
¿Cómo podemos medir esta fuerza del enlace una vez que se han encontrado y unido fragmentos de especies diferentes? Se mide “el punto de fusión” de las uniones. Antes dije que se encontraba a 85ºC. Esto es así en el ADN emparentado (cuando se separa el ADN de una doble cadena humana), pero cuando el enlace es más débil (cuando se separa ADN de una cadena humana de la del chimpancé), es suficiente una temperatura menor para romper el enlace. Y cuando el ADN humano se ha unido al de algún pariente más lejano, como un pez o un sapo, basta una temperatura aún menor para separarlos. La diferencia entre el “punto de fusión” cuando una cadena está unida a otra de su propia clase y cuando está unida a una cadena de otra especie es nuestra medida de la distancia genética entre dos especies. Como regla general, cada decremento del 1ºC en el “punto de fusión” es aproximadamente equivalente a una caída de un 1% en el número de letras de ADN emparejadas.
Así que la hibridación de ADN es la técnica que lleva a los científicos a barajar cifras como el 98% de similitud genética entre humanos y chimpancés, y proporciona porcentajes predeciblemente inferiores a medida que nos movemos hacia pares de animales con un parentesco más alejado.
¿Y qué resultados esperaríamos en un estudio comparativo entre diversas especies? Como hemos visto, hay una puntuación alta entre un humano y un chimpancé y una puntuación más baja entre un humano y un perro. Humano/perro debería teóricamente tener una puntuación parecida a la de chimpancé/perro ya que los humanos y chimpancés tienen exactamente el mismo grado de parentesco con los perros. Debería ser idéntico la puntuación mono/perro y el de lémur/perro. Esto es así porque los humanos, los chimpancés, los monos y los lémures están todos conectados al perro a través de su antepasado común, un primate temprano. La misma puntuación tendrán humano/gato, chimpancé/gato, mono/gato y lémur/gato, porque los gatos y los perros están emparentados con todos los primates a través del antepasado común de todos los carnívoros. Un calamar con cualquier otro mamífero tendrían una puntuación muy baja pero daría igual qué mamífero elijamos ya que todos están igual de distantes de un calamar.
Esto significa que podríamos construir un árbol genealógico para cada gen. Una vez más, esto es lo que esperaríamos si estuviéramos tratando con un árbol genealógico verdadero. No es lo que esperaríamos si un diseñador hubiera analizado todo el reino animal y hubiera elegido y cogido las mejores proteínas para el trabajo, donde quiera que se encuentre en el reino animal.
El dibujo de Hillis es el gráfico que inicia esta entrada. Este dibujo es un detallado seguimiento en forma de árbol de genealógico de 3.000 especies que representan animales, plantas, hongos, protozoos, bacterias y arqueas y, como vemos, tienen todos un descendiente común. El Dibujo de Hillis está en esta página oficial y se puede descargar para poder imprimirlo en un póster a gran escala. Si queréis lo queréis podéis dar al botón de descarga para conseguirlo. Os recomiendo que lo pongáis a un 200% para apreciar las diversas especies. Habréis de hacer scroll horizontal y vertical para poder visualizar el documento.
