La Biblia analizada a lo largo de la historia
No sólo fue Mill el que descubrió que el texto neotestamentario planteaba problemas. Ya Celso y Orígenes en el siglo III encontraron gran número de diferencias. Más de un siglo después, el papa Dámaso estaba tan ocupado por la variedad de las versiones latinas en circulación que encargó a Jerónimo que realizara una traducción estándar; y el propio Jerónimo había tenido que comparar numerosas copias del texto, tanto en latín como en griego y decidir qué era lo que habían escrito los autores originales.
La cuestión permaneció latente en la Edad Media y siguió así hasta el siglo XVII. Richard Simon, un estudioso francés católico combulsionó la atmósfera del momento sosteniendo que la variedad de variantes era tan alta que para sostener la fe, la tradición católica estaba en lo cierto al apoyarse en la tradición apostólica.
Richard Simon
En su obra, Historia crítica del texto del Nuevo Testamento, no se dedica a descubrir todas las variantes disponibles, sino a discutir las diferencias textuales en la tradición para mostrar que el texto era incierto en determinados lugares y defender la superioridad de la Biblia latina que los teólogos católicos aún consideraban el texto autorizado de las Escrituras. Simon demuestra estar muy familiarizado con los problemas que plantea el texto y discute el episodio de la mujer adúltera, los últimos doce versículos de Marcos y el Comma Johanneum (que afirma la doctrina de la Trinidad). A lo largo de su exposición desea demostrar que fue Jerónimo quien proporcionó a la Iglesia un texto que pudiera ser usado como base para la reflexión teológica.
Nunca logró ganarse el apoyo de la mayoría de los críticos textuales. En realidad, era simplemente una declaración de que no se puede confiar en los manuscritos más antiguos que se conservan, pero sí en la revisión de esos manuscritos. Pero hay que preguntarse en qué se basó Jerónimo para fundamentar su revisión del texto, y la respuesta es evidente: en fuentes manuscritas anteriores. En conclusión: incluso Jerónimo tuvo que fiarse de los textos más antiguos. Negarnos a hacer lo mismo sería dar un paso atrás de proporciones gigantescas, a pesar incluso, de la diversidad de la tradición textual durante los primeros siglos cristianos.
Al desarrollar su argumento, Simon sostuvo que todos los manuscritos, y en especial los griegos, contienen alteraciones textuales.
Que tales observaciones se inspiraban en el orden del día teológico que Simon quería promover resulta claro a lo largo de su extenso tratado. En un momento hace la siguiente pregunta retórica:No existe en la actualidad ninguna copia del Nuevo Testamento, bien sea en griego, latín, siríaco o árabe, que pueda ser considerada auténtica, pues no existe ninguna, sea cual sea la lengua en la que esté escrita, que se encuentre absolutamente libre de adiciones. Podría agregar además que los escribas griegos se tomaron grandes libertades al componer sus copias, como se demostrará en otro lugar.
- Richard Simon
¿Es posible … que Dios haya dado a su Iglesia libros para que le sirvan de guía y haya, la mismo tiempo, permitido que primeros originales de esos libros se perdieran desde los comienzos mismos de la religión cristiana?
Su respuesta, por supuesto, es negativa. Las Escrituras constituyen uno de los cimientos de la fe, pero, en última instancia, lo que cuenta no son los libros sino la interpretación de esos libros, consignada en la tradición apostólica transmitida por la Iglesia (católica).
Las conclusiones antiprotestantes de Simon se aprecia en sus escritos:
Los grandes cambios que han tenido lugar en los manuscritos de la Biblia … desde que los primeros originales se perdieron, destruyen por completo la doctrina de los protestantes … que sólo consultan estos mismos manuscritos de la Biblia en la forma que tienen en la actualidad. Si la verdad de la religión no ha sobrevivido en la Iglesia, tampoco hay garantía de que pueda hallarse hoy en libros que han sufrido tantísimos cambios y en los que tantas cuestiones dependen del arbitrio de los copistas.
Este ataque a la concepción de las Escrituras que defendían los protestantes era intelectualmente riguroso, y en los salones de la academia fue tomado muy en serio. Una vez apareció la edición de Mill su material impulsó a los eruditos protestantes a reconsiderar y defender su forma de entender la fe. No podían renunciar al principio de la sola scriptura. Para ellos, las palabras de la Biblia continuaban transmitiendo la palabra de Dios. La cuestión era cómo se debía lidiar con el inconveniente de que no sabemos cuáles eran esas palabras. Una solución fue desarrollar métodos de crítica textual que permitieran a los estudiosos modernos reconstruir las palabras originales para que los fundamentos de la fe volviera a ser firme. Fué esta prioridad teológica la que animó buena parte de los esfuerzos emprendidos en Inglaterra y Alemania, con el propósito de idear métodos adecuados y confiables para reconstruir las palabras originales del Nuevo Testamento a partir de las numerosas copias plagadas de errores que se habían conservado hasta la época moderna.
Richard Bentley
Animado por las reacciones negativas que había suscitado la publicación de la edición de Mill, con su enorme colección de variantes entre los distintos manuscritos. Su argumento fundamental consistía en que el hecho de que existieran 30.000 variantes en el texto griego del Nuevo Testamento no era demasiado, ya que de una tradición textual con tal abundancia de material era de esperarse muchas más, y que a Mill no se le podía acusar de haber minado la verdad de la religión cristiana pues lo único que había hecho era documentar esas variantes, no inventarlas.
Al final, él mismo terminaría interesándose por el estudio de la tradición textual del Nuevo Testamento. Una vez examinó la cuestión, concluyó que estaba en condiciones de realizar progresos significativos y contribuir a fijar el texto original en la mayoría de los lugares en los que existían variantes textuales. Formuló la premisa de una nueva edición del texto griego del Nuevo Testamento al declarar que, mediante un cuidadoso análisis, sería capaz de devolverlo al estado en que se encontraba en la época del concilio de Nicea (principios del siglo IV), que habría sido la forma promulgada por el mayor estudioso del texto en la Antigüedad, Orígenes, muchos siglos antes de que (según Bentley creía) aparecieran las variaciones textuales que habían corrompido la tradición.
Bentley nunca fue un individuo inclinado a la falsa modestia. Como asegura en esta carta:
Considero que soy capaz de ofrecer una edición del Testamento griego exactamente como era en los mejores ejemplares disponibles en la época del concilio de Nicea; de manera que no habrá una veintena de palabras, ni siquiera de partículas, diferentes … así, ese libro que para las autoridades actuales es el más incierto, podrá dar testimonio de certeza por encima de todos los demás libros y acabar de un solo golpe con todas las lecciones distintas [esto es, las diferentes lecturas] de ahora en adelante.
- Richard Bentley
El método ideado por Bentley fue bastante directo. La lógica que sustentaba este método era simple: si de verdad Jerónimo había usado los mejores manuscritos griegos disponibles para realizar la edición de su texto, entonces era posible que comparando los manuscritos más antiguos de la Vulgata con los manuscritos griegos más antiguos se consiguiera determinar cómo eran los mejores textos de la época de Jerónimo, con lo que se lograría salvar más de mil años de transmisión textual durante los cuales el texto había sido modificado en repetidas ocasiones. Además, dado que el texto de Jerónimo debía de haber sido el de su predecesor, Orígenes, se podría afirmar que éste era el mejor texto disponible en los primeros siglos del cristianismo.
Y así, Bentley llegaba a la que consideraba la conclusión ineluctable:
Al eliminar dos mis errores de la Vulgata del papa y otros tantos de la del papa protestante Stephens [esto es, la edición de Stephanus] puedo realizar una edición de cada uno en columnas paralelas, sin usar ningún libro que tenga menos de 900 años, que coincidían con exactitud palabra por palabra y, lo que primero me dejó asombrado, orden por orden, con lo que no habrá dos duplicados ni dos copias de un contrato que coincidan mejor.
Reducir las 30.000 variantes significativas de Mill a no más de 200 era un gran progreso. Pero no todos estaban convencidos de que Bentley pudiera conseguir lo que se proponía. Un anónimo atacó la propuesta de Bentley párrafo por párrafo y le acusaba de no contar “con el talento ni los materiales adecuados para la obra que había emprendido”.
Bentley consideró que esto era una afrenta y respondió en consecuencia. Por desgracia, se equivocó al identificar al oponente, que no era, como él pensaba, John Colbatch, sino un erudito de Cambridge llamado Conyers Middleton, y escribió una virulenta réplica contra el primero en la que le dedicaba toda clase de epítetos ofensivos.
Una vez que Bentley se enteró de la auténtica identidad de su oponente se sintió algo avergonzado por haber llamado a la puerta equivocada, pero continuó defendiendo su proyecto, y ambos bandos se lanzaron más de una andanada en el intercambio. Al final, su propuesta para imprimir el texto griego del Nuevo Testamento, no a partir de manuscritos tardíos y corruptos sino de la forma textual más antigua que fuera posible establecer, nunca se hizo realidad.
Johann Albrecht Bengel
Los problemas textuales planteados por el Nuevo Testamento mantenían ocupados a los estudiosos de la Biblia más destacados de la época en los principales países de la cristiandad europea, tanto en Francia como en Inglaterra y ahora en Alemania. Johann Albrecht Bengel era un pastor y profesor luterano que se sintió perturbado por la presencia de tantísimas variantes textuales de la tradición manuscrita del Nuevo Testamento, y a quien la publicación de la edición de Mill había confundido. Su fe estaba fundada en las palabras de las Escrituras, con lo cual este descubrimiento constituía un trascendental desafío para su creencias. Si la autenticidad de esas palabras era incierta, ¿qué podía decirse de la fe basada en ellas?
Bengel era un intérprete del texto bíblico de formación clásica. Era extremadamente meticuloso y escribió notas amplísimas sobre todos los libros del Nuevo Testamento, en las que exploró con detenimiento cuestiones gramaticales, históricas e interpretativas, en exposiciones claras y persuasivas. En el núcleo de su labor exegética subyace confianza en las palabras de las Escrituras. Esta confianza tenía tales dimensiones que llevó a Bengel por caminos que en la actualidad podrían parecernos extravagantes. Dado que pensaba que todas las palabras de las Escrituras era inspiradas, el estudioso llegó a convencerse de que la participación de Dios en los asunto humanos estaba cerca de alcanzar su clímax y de que las profecías bíblicas señalaban que su propia generación estaba viviendo próxima al fin de los tiempos. De hecho, creía saber que el fin sería en 1836, al cabo de un siglo, aproximadamente.
Bengel no se dejó disuadir por versículos como:
Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre.
- Mateo 24:36
Siendo un intérprete cuidadoso, señaló que en este pasaje Jesús hablaba en presente: en su propia época, Jesús sólo podía decir que “nadie sabe nada”, pero ello no significa que en épocas posteriores nadie fuera a saberlo tampoco. De echo, a través del estudio de las profecías, los cristianos podían averiguarlo. El papado era el Anticristo, era posible que los masones representaran al falso “profeta” del Apocalipsis y faltaba un siglo para la llegada del fin.
Está claro que quienes predicen la llegada del juicio final en nuestra propia época tuvieron predecesores, y es claro que tendrán sucesores: es una historia de nunca acabar.
Las curiosas interpretaciones que Bengel proponía de las profecías bíblicas nos interesan en este capítulo porque éstas dependían de que se conocieran las palabras precisas de las Escrituras. Si el número del Anticristo no era en realidad 666 sino, por decir algo, 616, la diferencia sería significativa. Dado que las palabras son importantes, también lo es tener las palabras correctas. Por este motivo Bengel dedicó gran parte de sus investigaciones a explorar las miles de variantes presentes en los manuscritos del Nuevo Testamento, y en su afán por superar las alteraciones introducidas por escribas tardíos realizó varios progresos metodológicos de gran valor.
El primero de estos progresos fue un criterio que concibió para determinar cuál era el texto original allí donde la redacción estaba en duda, criterio que resume su acercamiento al problema. Bengel descubrió que era posible compendiar la mayoría de los criterios propuestos en una simple frase de cuatro palabras: “Proclivi scriptioni praestat ardua”, la lectura más difícil es preferible a la más fácil. La lógica de esta idea es la siguiente: cuando los escribas cambiaron los textos que copiaban, lo más probable es que su intención fuera mejorarlos. Si veía lo que consideraban era un error, lo corregían; si encontraban dos relatos de la misma historia contados de manera diferente, procuraban armonizarlos; si se topaban con un texto que parecía estar en desacuerdo con sus opiniones teológicas, lo alteraban. En cada caso, para determinar qué decía el texto más antiguo debía darse preferencia no a la lectura que corrige el error, armoniza los relatos o mejora su teología, sino a la opuesta, es decir, la que resultaba “más ardua” de explicar. Siempre ha de darse preferencia a la lectura más difícil.
El investigador advirtió que los documentos copiados se parecen sobre todo al ejemplar que les sirvió de modelo y a las demás copias realizadas a partir de él. Ciertos manuscritos se parecen más entre sí de los que se parecen a otros. Por tanto, era posible ordenar todos los testimonios conservados en una especie de relación genealógica, en la que se establecieron grupos de documentos más emparentados entre sí que en relación a otros documentos. Esto es algo útil de saber porque, en teoría, debería poderse crear una especie de árbol genealógico y rastrear el linaje de los distintos documentos hasta su fuente. Algo similar a encontrar un ancestro común entre nosotros y alguien que tiene nuestro mismo apellido.
Bengel tiene el mérito de haber sido el primero a quien se le ocurrió la idea. En 1734 publicó su gran edición del texto griego del Nuevo Testamento, que reproducía en general el Textus Receptus, pero en la que indicaba aquellos lugares para los que creía haber descubierto mejores lecturas del texto.
Johann J. Wettstein
Una de las figuras más polémicas entre los especialistas en estudios bíblicos del siglo XVIII fue el protestante J.J. Wettstein. Sostenía que esa variedad de interpretaciones “no disminuía la fiabilidad o integridad de las Escrituras”. La razón: Dios ha “entregado este libro al mundo una vez y para siempre como un instrumento para la perfección del carácter humano. Contiene todo lo que es necesario para la salvación tanto en términos de creencias como de conducta”. Por tanto, aunque las distintas variantes quizá afectaran aspectos de las Escrituras de menor importancia, el mensaje básico permanecía intacto sin importar qué lectura se prefiriera.
Wettstein consiguió tener acceso al Codex Alexandrinus. Al examinarlo, hubo una parte del texto que llamó la atención de Wettstein en particular: uno de esos detalles minúsculos con implicaciones enormes. Se trataba de una pasaje clave de la Primera Epístola a Timoteo.
Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:Dios fue manifestado en carne,
justificado en el Espíritu,
visto de los ángeles,
predicado a los gentiles,
creído en el mundo,
recibido arriba en gloria.
- 1 Timoteo 3:16
Este pasaje se empleó por los defensores de la teología ortodoxa para respaldar la tesis de que en el Nuevo Testamento se llama Dios a Jesús, pues el texto, en la mayoría de los manuscritos, se refiere a Cristo como “Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu”. Como comenté en la entrada anterior, la mayoría de los manuscritos abreviaban los nombres sagrados (los denominados nomina sacra) y eso ocurría en este caso: la palabra griega para Dios (ΘΕΟΣ) se abreviaba usando dos letras, zeta y sigma (ΘΣ), con una línea trazada en la parte superior para indicar que se trataba de una abreviatura. Pues bien, lo que Wettstein advirtió al examinar el Codex Alexandrinus fue que la línea de la parte superior se había trazado con una tinta diferente a la de las palabras que la rodeaban y, por tanto, que parecía deberse a una mano posterior (esto es, la intervención de otro escriba tiempo después). Además, la línea horizontal en medio de la primera letra, Θ, no era en realidad parte de la letra sino una línea que había pasado desde el otro lado del viejo pergamino. En otras palabras, en lugar de ser una abreviatura (zeta, sigma) de “Dios” (ΘΣ), la palabra se componía en realidad de una ómicron y una sigma (ΟΣ) y significaba algo completamente diferente: “quien”. La versión original de este manuscrito no hablaba de Cristo como “Dios manifestado en la carne” sino de Cristo “quien ha sido manifestado en la carne”. Según el testimonio ofrecido por el Codex Alexandrinus, a Cristo no se le llama explícitamente Dios en este pasaje.
Wettstein prosiguió con sus investigaciones y, a medida que avanzaba, fue descubriendo que otros pasajes que solían usarse para afirmar la doctrina de la divinidad de Cristo también contenían en realidad problemas textuales; en muchos casos, cuando estos problemas se resuelven desde la perspectiva de la crítica textual las referencias a la divinidad de Jesús desaparecen. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se prescinde del famoso Comma Johanneum 1 Juan 5:7-8 . Y lo mismo sucede en un pasaje de Hechos 20:28 en el que muchos manuscritos hablaban de “la Iglesia de Dios, que él se adquirió con su propia sangre”. Aquí parece llamarse Jesús Dios, pero en el Codex Alexandrinus y en algunos otros manuscritos, el texto se refiere en cambio a “la Iglesia del Señor, que él se adquirió con su propia sangre”: a Jesús se le denomina el Señor, pero no se le identifica de forma explicita con Dios.
Wettstein empezó a reconsiderar seriamente sus convicciones teológicas y se volvió receptivo al problema de que el Nuevo Testamento rara vez llama Dios a Jesús, si es que en verdad lo hace. Asimismo, comenzó a enfadarse con sus colegas y maestros de Basilea que en ocasiones confundían el lenguaje para hablar de Dios y de Cristo, por ejemplo, al referirse al Hijo de Dios como si fuera el Padre, o al dirigirse a Dios Padre en la oración aludiendo a “sus heridas sagradas”. Wettstein pensaba que era necesario ser mas precisos al hablar de uno y otro, fue el Padre y el Hijo no eran la misma persona.
Su énfasis en estas cuestiones empezó a despertar sospechas entre sus colegas cuando publicó una exposición sobre los problemas del texto griego del Nuevo Testamento. Entre los pasajes usados como ejemplos en su estudio se encontraba algunos de los textos objeto de debate que los teólogos habían usado para establecer la base bíblica de la divinidad de Cristo. Según el estudioso esos textos habían sido alterados precisamente para introducir esa perspectiva, pues no era posible usar los textos originales para apoyarla.
Esto escandalizó bastante a sus colegas, muchos de los cuales se convirtieron en sus adversarios y solicitaron al ayuntamiento de Basilea que no se le autorizara a publicar su edición del Nuevo Testamento, a la que calificaban de “obra inútil, innecesaria e incluso peligrosa”; en su opinión, el investigador estaba “predicando contenidos heterodoxos, afirmando en sus clases cosas contrarias a las enseñanzas de la Iglesia reformada y preparando la impresión de una versión del Nuevo Testamento griego en la que aparecerán innovaciones sospechosas de socinianismo [una doctrina que negaba la divinidad de Cristo]”. Se le pidió justificación ante el consejo universitario, el cual concluyó que Wettstein defendía ideas “racionalistas” que negaban la inspiración plenaria de las Escrituras, así como la existencia del diablo y los demonios, y que su principal interés eran los pasajes oscuros del texto bíblico.
Esta edición fue magnífica y hoy, más de 250 años después, aún resulta valiosa para los especialistas. En ella, Wettstein reprodujo el Textus Receptus, pero además reunió una colección de textos griegos, romanos y judíos con declaraciones paralelas a las halladas en el Nuevo Testamento y que contribuyen a iluminar su significado. Asimismo, la obra cita una gran cantidad de variantes textuales que Wettstein había encontrado en unos manuscritos unciales y unos 250 manuscritos cursivos, testimonios que ordenó de forma muy clara y numerando los cursivos mediante números arábigos, un sistema de referencia que se convertiría en estándar durante siglos y que, en esencia, continúa usándose ampliamente en la actualidad.
Karl Lachmann
Lachmann decidió que las pruebas textuales no eran adecuadas para determinar qué era lo que habían escrito los autores originales. Los manuscritos más antiguos que pudo consultar eran copias de los siglos IV y V, realizadas centenares de años después de la composición de los originales. ¿Quién habría podido predecir las vicisitudes que el texto había sufrido en el proceso de transmisión desde la redacción de los autógrafos hasta la producción, siglos más tarde, de los testimonios más antiguos conservados? Lachmann se impuso una tarea más simple. El Textus Receptus, sabía, se basaba en la tradición manuscrita del siglo XII, y él podía mejorar la situación en ochocientos años si dedicaba sus esfuerzos a editar el Nuevo Testamento tal y como se lo conocía a finales del siglo IV, algo que por lo menos permitían los manuscritos griegos conservados. Y eso fue lo que hizo. Basándose en unos manuscritos unciales y con el apoyo de las copias latinas más viejas y las citas patrísticas del texto, no se limitó a editar el Textus Receptus cuando era necesario sino que lo abandonó por completo para fijar de nuevo el texto de acuerdo con sus propios principios.
Fu así como consiguió una nueva versión del Nuevo Testamento no basada en el Textus Receptus. Era la primera vez que alguien se atrevía a hacer algo semejante. Se había necesitado más de trescientos años, pero el mundo por fin contaba con una edición del texto griego del Nuevo Testamento basada exclusivamente en testimonios de la Antigüedad.
Lobegott Friedrich Constantine Von Tischendor
Es el estudioso del siglo XIX que descubrió mayor número de manuscritos bíblicos y publico sus contenidos. Tenía un nombre curioso. Se llamaba Lobegott (en alemán, “alaba a Dios”) porque su madre había visto a un ciego durante el embarazo y había caído en el superstición de que por ese motivo su hijo nacería privado del sentido de la vista. Como nació sano, su madre decidió dedicarlo a Dios dándole ese primer nombre.
Tischendorf fue un estudioso con un ardor desmesurado, que consideraba su trabajo en el texto del Nuevo Testamento como una labor sagrada que Dios le había encomendado. Se esforzó por localizar todos los manuscritos escondidos en cuantos monasterios y bibliotecas pudo visitar. Realizó varios viajes por Europa y Oriente Próximo. Uno de sus primeros y más famosos triunfos es por un manuscrito que nadie era capaz de leer: el Codex Ephraemi Rescriptus. Este códice era originalmente un manuscrito griego del Nuevo Testamento, pero había sido borrado en el siglo XII con el fin de utilizar sus páginas de pergamino para recoger algunos sermones de Efrén. Ya que las páginas no habían sido borradas por completo, parte del texto antiguo aún podía apreciarse en ellos, aunque no lo suficiente para descifrar con claridad la mayoría de las palabras. En la época de Tischendorf se había descubierto reactivos químicos que podían ayudar a revelar el texto subyacente y lo aplicó con sumo cuidado. Tischendorff descifró el texto y realizó la primera transcripción, lo que le permitió alcanzar cierta reputación.
Viajó a Egipto y luego, a lomos de camello, al monasterio de Santa Catalina, en el desierto. Allí, abandonado en el caos de la biblioteca del monasterio encontró unos pergaminos reconociendo de forma inmediata que eran el testimonio más antiguo del Nuevo Testamento que había sobrevivido hasta el momento: “el tesoro bíblico más precioso que existe, un documento que excedía en edad e importancia a todos los manuscritos que había examinado hasta entonces.” Esta serie de pergaminos es lo que conocemos con el nombre de Codex Sinaiticus.
De todas formas, Tischendorff publicó 22 ediciones de textos de los orígenes del cristianismo, además de ocho ediciones diferentes del texto griego del Nuevo Testamento, la última de la cuales continúa siendo hasta el día de hoy un tesoro de información sobre los testimonios griegos y las pruebas de esta o aquella variante.
Brooke Foss Westcott y Fenton John Anthony Hort
Los críticos textuales modernos deben el desarrollo de los métodos de análisis a estos dos estudiosos. Desde la publicación de su obra The New Testament in the Original Greek, éstos son los nombres con los que todos los académicos tienen que enfrentarse, ya sea para afirmar sus ideas básicas, entretenerse con los detalles de sus asertos o plantear enfoques alternativos en relación con el sistema de análisis que ellos proponen, por igual preciso y fascinante. La fortaleza del análisis debe mucho a la genialidad de Hort.
La publicación de Westcott y Hort apareció en dos volúmenes, uno es una edición del Nuevo Testamento, el otro era una exposición de los principios críticos que había seguido al llevar a cabo este trabajo. El segundo volumen fue escrito por Hort y constituye una indagación detallada, razonada y autorizada de los materiales y los métodos a disposición de los investigadores que desean dedicarse a la crítica textual.
El texto griego que Westcott y Hort reconstruyeron es muy similar al que más de un siglo después utilizan la mayoría de los expertos. Esto significa que, a pesar de los avances técnicos y metodológicos y de la cantidad de manuscritos que hay, los textos griegos que se usan en la actualidad continúan pareciéndose muchísimo al de Westcott y Hort.
Desde que Bengel advirtió por primera vez que las fuentes manuscritas podían agruparse en “familias”, diversos estudiosos habían intentado realizar una división semejante. Westcott y Hort también estaban inmersos en esta búsqueda. Su punto de vista se fundaba en el principio de que los manuscritos pertenecen a una misma línea familiar siempre que coinciden entre sí en su lectura. Esto es, si dos manuscritos presentan la misma lectura de un versículo, esto probablemente se deba a que ambos se remontan a una misma fuente, ya se trate del manuscrito original o de una copia. O como el principio que se formula en ocasiones: la identidad de lectura implica la identidad de origen.
Es posible establecer grupos familiares a partir de las coincidencias textuales de los distintos manuscritos conservados. Para Westcott y Hort había cuatro grandes familias de testimonios:
- el texto Sirio o bizantino, que abarca la mayoría de los manuscritos de finales de la Edad Media; se trata de un grupo muy numeroso, pero no especialmente cercano en su redacción al texto original
- el texto Occidental, conformado por los manuscritos de fecha muy temprana y cuyos arquetipos debieron de haber circulado en algún momento del siglo II a más tardar; estos manuscritos evidencian las tormentosas técnicas de copiado de ese período, antes de que la transcripción de los textos pasara a ser asunto de escribas profesionales
- el texto Alejandrino, procedente de Alejandría, donde los escribas estaban preparados para la labor y eran cuidadosos, aunque ocasionalmente alteraron los textos para que resultaran más aceptables desde el punto de vista gramatical y estilístico, con lo que modificaron la redacción de los originales; y
- el texto Neutral, que conforman los manuscritos que no han experimentado ningún cambio o revisión serios en el curso de su transmisión y representan la versión más fiel a los escritos originales.
Los dos principales testimonios de este texto Neutral para Westcott y Hort, era el Codex Sinaiticus y, aún más, el Codex Vaticanus, considerándolos muy superiores al resto.
